"Entre Sombras y Luz"

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Capitulo 4


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Habían pasado dos días desde que Sanemi fue convertido en un niño, dos días en los que el caos reinó en la sede de los cazadores. La noticia de lo ocurrido se había esparcido rápidamente, y los otros Pilares se ofrecieron para cuidar del pequeño, pero Sanemi solo confiaba en dos personas: su hermano Genya y Tomioka Giyuu. Para él, los demás eran rostros desconocidos, sombras que se movían en un mundo ajeno y extraño.

Durante esos dos días, Genya y Giyuu se turnaron para estar con Sanemi, cuidando de él con una paciencia que solo se reservaba para los más vulnerables. Los otros Pilares habían intentado acercarse, ofrecer su ayuda, pero Sanemi siempre se escondía detrás de Genya o se aferraba al haori de Giyuu, sus pequeños dedos temblorosos, sus ojos grandes y desconfiados. Los demás Pilares comprendieron que forzar la situación solo empeoraría las cosas, así que se mantuvieron al margen, observando desde lejos con miradas llenas de preocupación.

El primer día después de su transformación, Sanemi había despertado en la misma habitación donde Giyuu lo había llevado, con la mente aún atrapada en una neblina de confusión. Había dormido durante horas, agotado por el proceso que lo había reducido a un niño pequeño. Cuando finalmente abrió los ojos, lo primero que vio fue el rostro de Giyuu, serio pero calmado, con sus ojos cerrados, sentado en una silla al lado de la cama.

"¿Tomioka?" murmuró Sanemi, su voz débil y rasposa.

"Sí, que sucede?," respondió Giyuu con suavidad, inclinándose un poco para que Sanemi pudiera verlo mejor. Aunque su expresión no cambió, en su voz había una nota de consuelo que Sanemi no pudo ignorar.

Sanemi lo miró fijamente por un momento, como si intentara recordar algo más sobre el hombre frente a él. Pero no había nada, solo una vaga sensación de familiaridad, un pequeño lazo que lo conectaba con esos ojos azules y esa voz tranquila. Asintió ligeramente, aceptando su presencia de una manera que no había hecho con nadie más, salvo Genya.

El segundo día fue aún más difícil. Sanemi empezó a darse cuenta de que las cosas no estaban bien. Cada vez que miraba a su alrededor, esperaba ver a su madre, o al menos a alguien de su familia, pero todo lo que encontraba eran extraños. La desesperación se apoderó de él más de una vez, y solo la presencia de Genya o Giyuu lograba calmarlo, aunque fuera un poco.

Genya había estado sentado en el suelo, su espalda apoyada contra la pared, observando a su hermano pequeño mientras jugaba con una figura de madera que uno de los cazadores le había dado. Sanemi había estado inusualmente tranquilo, concentrado en mover la figura de un lado a otro, pero de repente dejó caer el juguete y miró a su hermano con una expresión de angustia.

"¿Por qué no puedo recordar nada, Genya?" La pregunta salió de sus labios con la inocencia de un niño, pero con la profundidad de una mente que sabía que algo estaba terriblemente mal.

Genya apretó los labios, sintiendo un nudo en la garganta. Sabía que no podía mentirle a Sanemi, pero tampoco quería abrumarlo con una verdad que no podría entender. Se arrodilló al lado de su hermano y le acarició el cabello, como solía hacer cuando ambos eran pequeños.

"No te preocupes por eso ahora, Nii-san," dijo suavemente. "Todo estara bien, volverás a ser como antes, te lo prometo."

Sanemi no parecía convencido, pero asintió, confiando en las palabras de su hermano. Volvió a tomar la figura de madera y continuó jugando, pero la chispa de alegría que Genya esperaba ver en sus ojos no apareció. La incertidumbre y la tristeza seguían ahí, latentes, como una sombra que no se disipaba.

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