"Un Nuevo Amanecer en la Finca"

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Capitulo 8

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El aroma de la comida recién preparada se esparcía suavemente por la casa de Giyuu, llenando el ambiente con una calidez que rara vez se sentía en ese lugar. Tras haber preparado el desayuno, Giyuu se dirigió a la habitación de Sanemi, deseoso de asegurarse de que el niño comenzara su día con una comida adecuada.

La puerta se abrió sin hacer ruido, y Giyuu se acercó a la cama donde Sanemi aún dormía. El pequeño rostro estaba sereno, y sus manos descansaban bajo la manta, aferradas a la tela como si buscara seguridad incluso en sus sueños. Giyuu se detuvo por un momento, observando al niño, una sensación de ternura instalándose en su pecho.

Con delicadeza, se arrodilló junto a la cama y colocó una mano en el hombro de Sanemi, sacudiéndolo suavemente. "Shinasugawa, es hora de despertar."

El niño emitió un pequeño sonido de protesta, girando ligeramente, aún aferrado al sueño. Sin embargo, la suave insistencia de Giyuu pronto lo trajo de vuelta a la realidad. Sanemi abrió los ojos lentamente, parpadeando mientras intentaba sacudirse el sueño matutino. Se sentó en la cama, el cabello alborotado y los ojos aún nublados de sueño. "Buenos días, Giyuu-san…" murmuró, su voz arrastrándose por la somnolencia.

Giyuu asintió con una pequeña sonrisa, un gesto casi imperceptible pero genuino. "Buenos días, Shinasugawa." Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, el olor a comida llegó a la nariz del niño, despertando algo más profundo que el simple deseo de seguir durmiendo. Los ojos de Sanemi se abrieron más, y la somnolencia fue reemplazada rápidamente por un brillo de hambre. Su estómago rugió ligeramente, delatando su apetito.

La sonrisa de Giyuu se amplió apenas un poco más al ver la reacción del niño. "Ve a lavarte el rostro antes de comer. La comida te estará esperando en la mesa."

Sanemi asintió con entusiasmo, deshaciéndose de las mantas y poniéndose de pie con la rapidez propia de los niños. Sin más preámbulos, salió de la habitación en dirección al lavabo, su energía renovada al pensar en la comida que lo esperaba.

Mientras Sanemi se lavaba, Giyuu regresó a la cocina y sirvió el desayuno. El plato sencillo, pero lleno de color y sabor, estaba dispuesto cuidadosamente en la mesa. Se aseguró de que todo estuviera en orden, esperando con paciencia a que Sanemi regresara.

Cuando el niño volvió, con el rostro fresco y las manos limpias, sus ojos brillaban con emoción. Giyuu se sentó a la mesa frente a él, observando cómo Sanemi tomaba los palillos y comenzaba a comer con entusiasmo. El silencio en la habitación era cómodo, roto solo por el sonido de los palillos y el suave murmullo de la comida siendo saboreada.

La mañana transcurrió en calma. Giyuu se ocupó de algunas tareas en la finca, asegurándose de que todo estuviera en orden. Sanemi lo seguía de cerca, ayudando en lo que podía y curioseando en todo lo demás. Aunque había una diferencia significativa en la altura y la habilidad, la presencia del niño aportaba una sensación de compañía que Giyuu no había experimentado en mucho tiempo.

Después del almuerzo, cuando el sol ya estaba alto en el cielo, Giyuu decidió que era hora de retomar su entrenamiento. Era una parte crucial de su vida diaria, y aunque la presencia de Sanemi había alterado su rutina, no veía razón para detenerla por completo.

"Voy a entrenar un poco en el patio," le informó a Sanemi. "Puedes quedarte en la casa si prefieres descansar."

Sanemi, sin embargo, no parecía interesado en quedarse solo. "Puedo verte practicar, Giyuu-san?" preguntó, sus ojos brillando con curiosidad.

Giyuu no vio ninguna razón para negarse. Más aún, sentía que sería beneficioso que el niño viera en qué consistía su entrenamiento. Asintió en silencio, y juntos se dirigieron al patio trasero. El espacio estaba rodeado de una cerca de madera que separaba el bosque de su patio, y la pequeña laguna junto al gran sauce. Allí, podía concentrarse en perfeccionar su técnica sin distracciones.

Sanemi se sentó en el suelo de madera de la casa, sus pequeñas piernas colgando del borde mientras observaba con atención. Giyuu, por su parte, se despojó de su haori junto con la parte de arriba de su uniforme y desenvainó su katana con la fluidez de un movimiento que había repetido miles de veces. La hoja brilló bajo la luz del sol, y durante un momento, el silencio fue absoluto, como si el mundo entero estuviera conteniendo la respiración, luego el sonido del viento siendo cortado rápidamente por su katana.

Giyuu comenzó a moverse, sus pasos precisos y medidos. Cada movimiento de su espada era un poema de control y poder, la manifestación de años de dedicación y disciplina. El agua, su respiración, parecía fluir a través de cada corte, cada postura, transformando su entrenamiento en una danza hipnótica.

Sanemi observaba en silencio, absorto en la elegancia y fuerza de Giyuu. Aunque no comprendía completamente la profundidad de lo que estaba viendo, sentía una admiración genuina por el hombre frente a él, y de alguna forma, sentía familiaridad ante esos movimientos. En sus pequeñas manos, sostenía un par de ohagis que Giyuu le había preparado antes de comenzar a practicar, y mientras masticaba lentamente, sus ojos no se apartaban del Pilar del Agua.

El entrenamiento continuó por lo que pareció ser una eternidad, aunque para Giyuu era solo una fracción de lo que normalmente haría. Sin embargo, estaba consciente de Sanemi y no quería dejar al niño solo por demasiado tiempo. Después de completar una serie de movimientos, decidió que era suficiente por el día.

Giyuu envainó su katana soltando un largo suspiro y se volvió hacia la casa, caminando hacia Sanemi con su expresión habitual, calmada y serena. "¿Te aburrió?" preguntó con un tono que apenas sugería un toque de cansancio.

Sanemi, aún masticando el último bocado de su ohagi, negó con la cabeza vigorosamente. "No, Giyuu-san. Fue increíble," respondió con los ojos llenos de admiración.

El Pilar del Agua asintió, contento de que el niño hubiera disfrutado de observarlo. "Me alegra que te haya gustado," dijo simplemente, extendiendo una mano para ayudar a Sanemi a levantarse. "Es hora de que entremos. Aún queda mucho día por delante."

Sanemi tomó la mano de Giyuu, su pequeña palma encajando en la del hombre con facilidad. Mientras se dirigían de regreso al interior de la casa, una sensación de calma se instaló en ambos. Sanemi se sentía seguro y protegido, mientras que Giyuu, aunque no lo expresaba, encontraba una extraña paz en la compañía del niño, lo cual le resultaba extraño ya que nunca habría imaginado haber sentido eso cuando sanemi estaba en su aspecto normal.

El día estaba lejos de terminar, pero ambos sabían que, a pesar de las circunstancias inusuales, estaban creando una rutina que, aunque temporal, les daba un sentido de normalidad y consuelo. Con la mano de Sanemi aún en la suya, Giyuu se preguntó cuánto tiempo duraría esta paz.

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Decidí subir dos capitulos por que mañana no podré, ya que a un profesor se le ocurrió que era buena idea dar un trabajo práctico de 6 partes 😮‍💨 pero bueno, nos vemos pronto.

Saludos...

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