Mi cama es muy cómoda, prácticamente mi cuerpo ya está sellado en ella, porque en los últimos meses es en el único lugar en el que he estado. Cuando pensaba en mi madre me deprimía e iba a mi habitación, me tapaba hasta la cabeza y dormía, porque durmiendo me olvidaba de todo. Exceptuando algunas veces, cuando soñaba que mi mamá entraba a mi cuarto y me abrazaba, dormía conmigo y me decía que todo iba a estar bien, que todo iba a pasar. No, mamá, nada va a pasar, pensaba. Siempre fui una persona positiva, que no importa qué sea lo que esté pasando; siempre va a pensar lo mejor y hacer sentir a los demás tranquilos. Pero ahora... ahora todo cambió, literalmente todo. Ya no soy la misma de antes, eso me apena y me avergüenza. Ya no siento felicidad con todo lo que veo, ya no me alegra estar sola, ya no vienen mis amigas y me siento la persona más afortunada del mundo. Es más, tan solo ver a una de mis amigas me hace recordar todo lo que pasó en los últimos meses. Quiero decir... antes éramos 6, siempre 6, nunca faltaba nadie. Ahora, con suerte somos 3, ¿Cómo eso puede ser bueno?
Y luego pienso en Uma, pienso en la traición, en la mentira. Pienso en cómo habló sobre mí en aquel audio, cómo escuché que se distorsionaba su voz y se volvía una más grave y agresiva; una voz macabra. Una voz que dice todo lo que piensa, todo lo que piensa sobre mí. "¿Iris? Ella ni importa. Hace un mes se murió la mamá y sigue llorando la boluda. Superá, nena, la gente muere. Vos también te vas a morir en algún momento." Y con esa frase, todo tipo de pensamientos invadieron mi mente. Pensé, que quizás encontraría la paz con mi madre. Quizás si yo no estaba más todo sería mejor. Y entonces Amelya llegó a mis pensamientos, mi padre, mis amigas... y me culpé por haber pensado así. Además, recordé que hacía solo unos años, Owen se hubiera suicidado si nosotras no hubiéramos estado ahí para ella, y me sentí terrible. Ese miedo que tenía en aquel momento, cuando no sabíamos si un día podría ser el último que veríamos a Owen. No quería generar ese miedo en nadie más.
Pero... aquella vez que me desmayé, los doctores dijeron que lo que sea que estaba haciendo deje de hacerlo, que en cualquier momento mi corazón dejaría de latir. Me asusté, ¿Podría alguien vivir sabiendo que sus palabras mataron a otra persona? No, no. No importaba lo que pasara, lo que ella me hiciera a mí, no podía hacerle eso a Uma, no quiero hacerle eso a Uma. Cada vez que la veía en la escuela, fingía demencia y seguía con mis cosas, nunca la enfrentaba. Ya que siempre que ella presentaba algo en la clase, estaba cerca mío en la cantina, o siquiera escuchaba su voz en el aula de música, mi corazón empezaba a latir fuerte. Me tenía que esconder en el baño, respirar, y esperar a que Amelya o Monika llegaran a salvarme. Ellas eran mi confort, y también mi nostalgia. Porque al mirarlas, millones de recuerdos de años anteriores llegaban a mi cabeza. Cuando íbamos al cine a ver una de esas películas cliché románticas que le gustan a Lily, cuando Owen nos hacía estar horas y horas buscando un álbum de su banda favorita en la librería, o cuando Uma nos mostraba partidos de sus equipos favoritos de Básquet y nosotras cabeceábamos porque no dábamos más del sueño. Esos años fui feliz. Todo llegó a su fin cuando mi mamá falleció, y un mes después Uma publicó aquel audio a la cuenta de confesiones de la escuela. Aunque el mensaje era anónimo, su voz estaba clara y concisa. Se escuchaba como alguien le preguntaba "¿Qué opinás de Iris?" y ella respondía con cosas crueles que nadie podría decir sin sentir arrepentimiento.
Sentí de nuevo las sábanas debajo mío, suaves y cálidas cómo siempre. Esa calidez se profundizó aún más cuando una lágrima cayó sobre mi pierna. Me sorprendí. Hacía algunas semanas que no lloraba y ya se me había hecho habitual fingir ser fuerte. Fingía que estaba pudiendo soportar todo, cuando en realidad cada vez me estaba hundiendo más en lo profundo y en cualquier momento me ahogaría. Desahogué todas mis penas en ese llanto silencioso pero significativo. Respirar era complicado cuando las lágrimas eran más fuertes que yo.
Escuché que golpearon la puerta de mi habitación. Me limpié rápidamente la cara y me levanté de la cama antes de que mi padre pudiera entrar y verme agitada, respirando con dificultad, y cansada por esa veloz acción para que no se diera cuenta de que había vuelto a recaer.