LUCIFER

ÉL MÁS FUERTE

La sala de la Mahou se encontraba en un estado de caos silencioso. Los monitores parpadeaban continuamente, mostrando fragmentos de la gigantesca explosión que cubría el campo de batalla, con intensas llamas que parecían consumirlo todo a su paso, como si el mismo sol hubiera descendido para arrasar la tierra. La señal del combate era inestable, lo que solo aumentaba la ansiedad de quienes observaban. Serafall, que siempre había sido una fuente de energía y confianza, ahora estaba al borde de un colapso. La desesperación la invadía al no saber cómo estaba Issei, y la angustia la consumía con cada segundo que pasaba.

Caminaba de un lado a otro, incapaz de permanecer quieta, mientras sus manos temblorosas intentaban procesar las imágenes fragmentadas que se mostraban en las pantallas. Sus pensamientos iban y venían rápidamente, deseando salir al campo de batalla ella misma si fuera necesario. La presión que ejercía en sus puños era tal que la sangre comenzaba a salir de sus palmas. La batalla entre Issei y Zeus era lo único en lo que podía pensar, pero la interferencia causada por la explosión dificultaba seguir el desarrollo del combate.

"¡Ajuka!" gritó Serafall con la voz quebrada, llena de desesperación. "¡No podemos perder la señal ahora! ¡Necesitamos saber cómo está Issei!"

Ajuka, que también estaba visiblemente preocupado, seguía manipulando los controles, tratando de mantener la conexión. "Estoy haciendo lo que puedo," respondió con el ceño fruncido. "Pero la energía de esa explosión es inmensa... apenas puedo mantener la señal estable."

El ambiente ya tenso se tornó aún más opresivo cuando, de repente, un portal se abrió en la sala. Gabriel y Penemune emergieron, cargando entre ellas el cuerpo destrozado de Valery, la joven emperadora blanca. Su ropa estaba empapada en sangre, y el lugar donde debería estar su corazón era solo un vacío oscuro. La escena era devastadora, y aunque Gabriel y Penemune seguían luchando por mantenerla con vida, la gravedad de la situación era evidente.

"¡Ajuka, Serafall, por favor, ayúdennos!" suplicó Penemune, su voz temblando al intentar contener las lágrimas. "Valery... apenas sigue viva. Si no hacemos algo pronto, la perderemos."

Serafall se acercó rápidamente a ellas, su rostro pálido al ver el estado de la joven. Se arrodilló junto a la mesa donde habían colocado a Valery. Al analizar su condición, el terror la invadió. El pecho de Valery estaba completamente destruido, y no podía comprender cómo seguía con vida. La magia de curación no parecía una opción viable en ese momento.

"Esto... no puede ser," murmuró Serafall, temblando. "No tiene corazón. ¿Cómo sigue viva?"

Penemune, con lágrimas cayendo por su rostro, miró a Serafall con desesperación. "Es por Albion," explicó, con la voz rota. "El dragón está usando su poder para mantenerla con vida, pero no durará mucho más. Si no encontramos una solución pronto, Valery morirá."

Gabriel, que se había arrodillado junto a la joven, tomó su mano con cuidado, tratando de infundirle algo de calma. Aunque no conocía personalmente a Valery, sabía que era importante para Grigori, la organización de su hermana. "Valery, aguanta un poco más," le rogó suavemente. "No te rindas... Issei te necesita."

Las palabras de Gabriel parecían resonar más allá de lo que ella misma comprendía. Había algo en la conexión entre Valery e Issei que no podía ignorar, como si la figura de la joven albina estuviera intrínsecamente ligada a la vida de Issei. Un recuerdo vago comenzó a formarse en la mente de Gabriel, de una niña que alguna vez estuvo al lado de Issei y ella creyó hija de este.

Los ojos de Valery se entreabrieron con gran esfuerzo, su respiración era apenas perceptible. Su mirada se perdía en el vacío, y cada segundo que pasaba parecía un paso más hacia la muerte. "No... puedo más," susurró, su voz apenas un eco de lo que alguna vez fue. "Si no fuera... por Albion... ya habría muerto."