🥀
Castiel.
—Castiel. Castiel. ¡Castiel!
Gruñí con mucha rabia y abrí los ojos. Estaba haciéndome el dormido, pero cuando se trataba de Lizsander y de Aiden, no tenía otra opción que levantarme porque prefería evitar los golpes que yo apodaba “letal alarma”, “caricia mañanera” y, desgraciadamente “sigues vivo”.
A veces quería eso, acostarme a dormir y no volver a levantarme nunca más. Pero el día, el sol, la alarma, la ridícula de Lara, la molesta de mi madre y los estorbos de mis hermanos, me gritaban en el rostro que todavía tenía que sufrir y ver la realidad que tanto me daba asco y que tanto repudiaba.
Juraba por la vida de mi familia que quería ser el primer en morir de ellos. Y juraba por ellos porque me daba igual si les pasaba algo o no, preferible tener el veneno lo más lejos posible. Aunque si fuera por mí, lo consumiría como un vaso de agua en un desierto. De verdad, todo el mundo me desagradaba y me repugnaba. Y era una maldición levantarme cada día y notar que los humanos todavía existían.
Cuando me levanté por culpa de Lizsander, entrecerré un poco los ojos para mirar el reloj. Eran exactamente las dos con treinta de la madrugada, como si hubiese calculado todo para irme a buscar, y no entendía para qué porquería me había levantado él a esa hora. Creo que lo había hecho porque sabía que estaba de mal humor y a él le encantaba molestarme, pero en ese momento era capaz de matarlo. No tendría problemas, la verdad. Ya no sería una carga, habría un plato de comida menos, mi madre sufriría, y yo sería feliz por primera vez en mi vida.
Claro, si era que estaba vivo, porque mi aspecto parecía el de un muerto. No podía dormir por las noches recordando las cosas malas que había hecho por obligación. Me obligaban, sí, y las hacía no exactamente por eso sino porque deseaba hacerlo. Hacerle daño a las personas malas era lo único que me mantenía bien cada día. Es decir, era lo único que podía hacer bien y sentirme un poco satisfecho con la vida de mierda que llevaba.
Pero, recalco que mis veintitrés años fueron un total desperdicio. Mi abuelo dañó mi infancia sometiéndome a lo que él no pudo lograr de niño, mi padre echó a perder mi adolescencia obligándome a estudiar cosas que no quería y ahora mi madre intentaba dañar mi adultez con una maldita sumisión de que tenía que casarme para que mi esposa me diera un hijo y así pudiera obtener la herencia de mi abuela. Herencia que no existía.
Aisha era una mujer que lo tenía todo, así que no entendía su obsesión por una estúpida herencia. No sabía qué era lo que deseaba y que aún no lo había conseguido, porque hasta donde sabía, todo lo que pedía mi padre se lo daba.
—¿Ahora qué quieres, Lizsander? —me senté en la cama y miré el suelo, porque sentía que no iba a tardar en volver a quedarme dormido.
De repente recordé que esa bestia se había escapado. Levanté el rostro de repente y me encontré con un marginado mal peinado, medio drogado y con un parche blanco en el cuello, el cual estaba lleno de sangre.
Joder, él ya me había contado que a Livly le gustaba el sexo duro, pero no llegué a creer que fueran a utilizar incluso BDSM. Por su rostro, no dudaba que estuviese drogado o ebrio, porque en serio que actuaba rarísimo, tanto que quise echarlo para que habláramos luego porque no tenía tiempo para un ebrio chismoso que solo hablaba de sexo. Pero no pude, quería saber qué le había hecho mi abuelo cuando los hombres lo llevaron hasta él.
Él nos había golpeado desde siempre cuando hacíamos las cosas mal, pero Lizsander no llevaba ningún golpe, así que me sentí extremadamente conmovido y curioso. Mi abuelo no perdonaba a nadie, pero ya quería copiar la estrategia que utilizó Lizsander para salir ileso, con los dientes completos y con el rostro limpio de sangre.
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Oscura Venganza [Enemiestolovers]©
FantasyEllos cinco significan siete palabras: astucia, maldad, inteligencia, perversión, lujuria, egocentrismo y narcisismo. Alena Lambardini es una chica antipática que entra a trabajar en la Mansión Lamborghini sin saber que se había metido en la boca de...