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—Sal tú primero —pidió Livly cuando el taxi se estacionó frente a la mansión Lambardini.
Un escolta abrió la puerta delantera cuando se aseguró de mi perfil a través del cristal claro, así que no tuve opciones, me bajé primero y luego lo hizo ella.
—Señorita Lambardini, señorita Cavalli. Buenos días.
—Buenos días —respondimos ambas.
—Señorita Lambardini, el señor Lambardini la espera en su despacho. Dice que ahora.
—Sí, ya…
—¿La lastimaron? —preguntó, interrumpiéndome y mirando las manos—. ¿Quién lo hizo? Dígame de inmediato y tomaré actos en el asunto.
—Fue Caesar.
El escolta se quedó tieso, abrió los ojos y enarcó sus cejas. Claramente estaba asombrado, pero no fue capaz de debatir y seguir preguntando porque sabía que no iba a poder defenderme, al menos, no de Caesar.
Aclaró la garganta y dejó de mirarme las manos, así que intenté caminar.
—Los zapatos —se metió en mi camino, tratando de mantener una distancia prudente y mirándome con respeto—. Por favor déjelos en mis manos.
Había olvidado que ellos habían sido perfectamente entrenados, así que me quité los zapatos y los dejé en manos del escolta, y justo cuando creí que ya podríamos entrar sin problemas, nos detuvieron en la entrada y nos pasaron el detector de dispositivos por todo el cuerpo. Era normal, incluso a Caesar se lo pasaban solo por precaución. Una vez lograron meterle una grabadora en su saco y no lo notó.
A Livly le habían ordenado recogerse su cabello rubio, aquel ondulado a la perfección que le llegaba por la mitad de la espalda, para así poder revisarle incluso el cuello. Y también esperé que le tocaran las enormes tetas que tenía, pero ese momento no llegó nunca.
Después de que terminaron, nos permitieron entrar a ambas. A ella ya sus padres estaban esperándola. Su madre, una mujer parecida a ella, la abrazó y mostró toda su preocupación, pero el señor parecía muy molesto con sus brazos cruzados; tanto que no se atrevió a mirarme, y ambos sabíamos por qué.
No era mi culpa nada de eso, así que me dio totalmente igual porque cada quien era responsable de sus actos. Es decir, yo no mal influencié a Livly, ella solita quiso ir. Además, yo tenía pruebas de que no era la primera vez que se escapaba de sus padres para encontrarse con Lizsander (esto antes de conocerla).
Dejé los buenos días para ellos con mucha cordialidad y me desplacé por ese mismo piso para ir al despacho de mi padre. Era muy raro que estuviese esperándome ahí, porque normalmente ese lugar era solo para sus trabajadores. Nosotros nos reuníamos de manera más informal.
Toqué la puerta con suavidad, y seguidamente, alguien la abrió. No estaba asustada, ni nerviosa, ni ansiosa, ni mostrando expresiones. Era solo yo, la Alena de siempre. Labios rectos, mirada presente pero desinteresada, quijada en alto, hombros rectos y pasos elegantes, capaz de destruir todo a mi paso y conseguir lo que sea.
La persona que me había abierto las dos grandes puertas del despacho de mi padre, era una mujer, una mujer desconocida. Cualquier que no fuera segura de sí misma, se quedaría confundida y la miraría de pies a cabeza a ver si tenía un defecto o si era mejor, o quizá por simple curiosidad, pero yo no estuve confundida por ganas de mirarla ni sentí curiosidad.
Mi mirada cayó sobre la suya, desinteresada.
—Buenos días. Permiso.
—Buenos días —respondió ella, también sin analizarme y con el rostro en alto—. Adelante.
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Oscura Venganza [Enemiestolovers]©
FantasíaEllos cinco significan siete palabras: astucia, maldad, inteligencia, perversión, lujuria, egocentrismo y narcisismo. Alena Lambardini es una chica antipática que entra a trabajar en la Mansión Lamborghini sin saber que se había metido en la boca de...