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Siente como un paño fresco toca la piel de su frente, se desliza por su rostro refrescándola, suspira, no recuerda mucho de lo que ha sucedido últimamente pero siente que está agotada, que no puede más, apenas parpadea y sus ojos se abren con lentitud, pareciera que los párpados pesan toneladas, la luz le molesta y el agotamiento corporal en verdad llama su atención; una vez más siente el paño sobre su cabeza, voltea con lentitud para encontrarse con Thomas que le sonríe de lado, el hombre la ha cuidado desde que perdió el conocimiento.

—Buenos días, al fin despiertas, creí que debería empezar a preocuparme —respiró con tranquilidad.

—¿Qué...? —apenas logró articular.

—Te desmayaste en nuestra sesión, parece que estuviste viendo algo que no estaba presente en la habitación, no tengo todos los detalles, francamente me has dejado bastante intrigado —comentó suspirando—. ¿Cómo te sientes? ¿Qué fue lo que viste?

—No lo recuerdo —susurró mintiendo, sus ojos se llenaron de lágrimas, ¿Cómo una persona podía sentir tanta desesperación y horror al mismo tiempo? ¿Qué era lo que había revivido? ¿Era ella? ¿Qué le ocurrió? —. Quiero ver a mis padres, por favor...

—Oh, llamaré a Eloísa para pedirle noticias de tu papá, también le diré que venga a verte, pero por ahora descansa —dejó una caricia en entre los cabellos castaños—. A partir de ahora, yo te voy a cuidar, Anael.

—No creo que sea necesario —lo observó intentando verse fuerte.

—Claro que lo es, tranquila, verás que tado saldrá bien y tú y yo seremos un gran equipo —sonrió—. Me tengo que ir, debo revisar a los demás chicos, pero tú duerme cuanto gustes.

El sacerdote salió del cuarto con una sonrisa en su rostro, la muchacha se encontraba bien dentro de todo y él se encargaría de cuidar de su salud, requería las habilidades de Anael, en verdad estaba asombrado, emocionado, encantado con esa chica que le había caído del cielo. Estaba seguro de que Ann podía lograr aún más cosas, que estaba destinada a algo mucho mayor y es que no por nada tenía esos dones cuando ningún humano puede hacer lo que ella; iba a presentarla al grupo de exorcistas, si la joven recibía un agudo entrenamiento tendría de su lado a un gran poder para afrontar las fuerzas del mal, sin mencionar que podrían entender todo aquel mundo esotérico que se escapa de sus manos y comprensiones, adoraba lo que había descubierto y no se arrepentía de mantener el contacto con esa familia desde la primera vez que vio al niño.

Por otro lado, Anael había logrado incorporarse sobre la cama, tenía hambre y sed, pero sobre todo dolor físico que sentía en su garganta y en su espalda, la estaba matando; suspiró saliendo de entre las mantas, llevaba la misma ropa que el día anterior, ¿Tanto había dormido? Observó el cuarto, se sentía frío el ambiente y ajena, odiaba eso, odiaba sentirse fuera de lugar. A paso parsimonioso llegó al baño, se observó en el espejo, no veía marcas o moretones, no recordaba haberse golpeado al desmayarse y tampoco creía tener una infección o enfermedad, volteó como pudo observándose aún, no veía golpes en su espalda y omóplatos, ¿Entonces? ¿Por qué dolía tanto? De pronto, sus ojos se encontraron con los de su reflejo, se veía triste y no le agradó, pero sobre todo, deseó poder ver aquellos ojos rojizos que solían acompañarla, ¿Se había marchado para siempre? Bueno, en un inicio era eso lo que Anael deseaba, pero fue cuando aún quedaba algo de su vida, cuando aún podía comportarse como cualquier joven, cuando le quedaba algo de su familia...

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