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Recuerdos.

¿Qué es el mal en realidad?

Cuando Rafael supo lo que su Padre había hecho con Anael no pudo no sentir una profunda molestia, no podía concebir que un ángel tan joven e inexperto portara la armadura de un justiciero y que tuviera los tres pares de alas de un Serafín. En verdad estuvo enojado en un primer inicio y tuvo que ir en busca de su Creador para tener la respuesta que buscaba; si bien quería a Anael, habían entablado una buena amistad y podían charlar durante horas y horas, no creía que estuviera lista para todo lo que conllevaba impartir la Justicia Divina, para el arcángel la ojiplata era un ser demasiado bueno, a veces muy soñadora, llena de esperanzas que en algún momento decaerían, no tenía el temple para darle un castigo a quien lo mereciera y el tiempo le daría la razón. O eso era lo que el guerrero pensaba.

—Padre, con todo el respeto que tengo por ti, no creo que hayas hecho una sabia elección en cuanto a darle un rango tan importante a una de las más jóvenes. Temo que no pueda cumplir con la tarea —dijo caminando con parsimonia al lado de Dios que con una sonrisa observaba a lo lejos a los demás ángeles volar o entrenar—. Si me permite, esperaba a alguien más para el papel.

—Esperabas que fueras tú el elegido para semejante misión —asintió—. Lo sé, has trabajado mucho, tus misiones siempre son un éxito y eres de los más experimentados y longevos junto a Caiel, Jhosiel y Castiel, pero a pesar de todo lo que has logrado, tu trabajo impecable, no eres lo que necesito.

—¿Cómo? —frunció el ceño—. ¿En qué sentido no soy lo que quieres?

—No lo que quiero sino lo que necesito, mira, Rafael, eres un gran guerrero y llevas el gran peso de tener la Sala del Silencio a tu cargo, pero no eres un Serafín, naciste para ser un guerrero —sonríe—. Eres brillante, el mejor de todos, pero no puedes obtener un rango solo porque haces un buen trabajo, te falta amor, empatía, tolerancia y sé que tu carácter duro es ejemplar para el trabajo que te asigné, pero no para impartir justicia. Aun eres arrogante y algo codicioso, debes trabajar en esos aspectos.

—¿Y Anael no lo es? —ladeó la cabeza analizando la situación.

—No, no lo es —sonrió—. Anael ha nacido como un Serafín, solo debía madurar, ¿No notaste que su apariencia era extravagante a comparación de otros? Pues ese debió ser tu primer indicio, yo solo la he observado, le he enseñado lo mismo que a todos ustedes y la puse a prueba, más de una vez. Me recuerda a Imonae, de alguna manera.

—Es blasfemo que los compares, ni siquiera se parecen una cuarta parte —negó—. Tal vez Imonae fue igual de hermoso, pero no tenía ni una pizca de inocencia en sí.

—Veo que aún no perdonas que se haya marchado —lo observó con tristeza—. También lo extraño.

—Extraño a los hermanos que se llevó consigo —refutó.

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