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Recuerdos.

Quédate cerca.

—En las mazmorras las cosas son diferentes a lo que conoces, el respeto se gana por infundir miedo —habla Imonae de manera calma mientras observa a su acompañante sentada frente a él, como indiecitos ambos, con las alas plegadas y disfrutando del prado—. Por lo general, tendemos a tener peleas, ya sabes, para entretenernos, ganar poder y sobre todo hacer saber quién tiene el mando y el rango.

—¿Alguna vez te han retado? —pregunta pelando una fruta, hace poco ha encontrado un gusto por ella tras haberla probado de mano del rubio.

—Umm, un par de veces en el pasado cuando apenas levantaba el imperio, digamos que los demonios quieren hacerse del mando con rapidez, creen que podrán hacerlo si me vencen pero nadie ha podido hasta el momento —sonrió orgulloso.

—Eso es genial —rió—. En casa los rangos vienen implícitos en ti, puedes alcanzar el que quieras pero debes esforzarte, todo depende de ti, de tu enfoque, de tus ganas de prosperar. Pelear por ello no está estipulado, no suele verse eso.

—Bueno, pero no quita que hay envidia —agregó, Ann se lo quedó viendo—. No me digas que no, entre los ángeles surgen algunos que tienen envidia de lo que otros logran, hay codicia, hay rencores, hay de todo incluso a veces peor que los demonios, ¿Sabes por qué? Porque esos son los ángeles corrompidos que pueden camuflarse, son demonios con cara de cordero, son mi especialidad y los que disfruto desmembrar.

—No hables así, eso es atroz —negó horrorizada—. ¿Por qué los prefieres? Tú también te corrompiste, ¿No? Eras bueno, lleno de luz y amor, eras el más amado por todos y terminaste en el Infierno.

—Sí, pero porque defendí mis propias convicciones, defendí mi libertad y mis opciones, tomé el control de mi vida y sí, he hecho cosas malas, pero no soy hipócrita como otros ángeles que usan mi nombre o mi causa para resguardarse de sus mierdas y para que quede claro, mis acciones son malas dependiendo de quién las vea y cómo las interprete —respondió chasqueando la lengua al final.

—Bien —susurró.

—Tú no las entiendes —negó divertido, tal vez algo decepcionado.

—No es que no las entienda, porque lo hago y he respetado desde siempre tu decisión de ser quién eres, de vivir como lo haces, es solo que yo no podría seguirte los pasos —sonrió de lado—. No estoy hecha para el Infierno, ¿Verdad? Sería de los demonios más tontos y poco interesantes, pero así soy yo. No podría asesinar a alguien.

—Bien, lo admito —Imonae rió—. No eres de las que quita vidas, pero hay otros tipos de pecados, solo tienes que indagar en ellos.

—No, gracias —negó con diversión—. Tal vez me veas aburrida, pero así estoy bien.

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