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Recuerdos.

Cambios que duelen.

Aquella habitación decorada de negro con una cama cubierta por sábanas rojas era testigo fiel de que Imonae y Anael se amaban a más no poder. Entre gemidos y jadeos se daba una nueva sesión de entrega de la pareja y es que el demonio no pudo resistirse cuándo su ángel fue quien inició los besos junto a los toques sugerentes; se dejó hacer con gusto, le permitiría a la celestial tenerlo a su merced, hacerle lo que quisiera y ser receptor de cada caricia y cada perversión que pudiera ocurrírsele a su ángel, claro que no pensó ni esperó que ella podría tener más de un deseo latente esperando por ser cumplido.

—Creo que algo malo me has hecho —se carcajeó Ann sintiendo las palmas del rubio ascender desde sus glúteos hasta la unión de sus alas, con suspiros extendió las mismas porque no había algo mejor que cuando el demonio mimaba sus alas—. No puedo dejar de pensar en ti, por la mierda, te juro que me vuelvo loca cuando estás lejos de mí, no quiero irme.

—También te extraño, mi ángel —asintió sonriendo—. Muchas groserías salen de esa boquita, te ves sexy, me dan ganas de hacerte mía muchas veces.

—Por eso las digo —guiñó un ojo.

—¡Ah, tú eres una descarada! —se carcajeó el rubio viéndola ponerse de pie.

—Tomé clases contigo, no me culpes —se mofó—. Pero no es ser descarada, solo te digo lo loca que me tienes, solo contigo peco cada vez que puedo.

La sonrisa de Imonae se desvaneció de a poco, Anael se arrepintió de haber dicho algo así y pronto el rey de las mazmorras estuvo a su lado examinando sus alas. Desde hacía un buen tiempo, o más bien, desde que se unieron por primera vez que la energía de la chica había comenzado a cambiar, su brillo seguía intacto pero ya no causaba tanto daño a los demonios, sus pensamientos y actitudes habían dejado de ser recatados, poco a poco ella se acoplaba a la vida del Infierno y a ser la pareja del rey infernal y eso solo quería decir que estaba cambiando, lentamente iba siendo corrompida y se reflejaba en sus alas. Las plumas inmaculadas y blancas comenzaban a caer, se tornaban grises e incluso algunas negras habían emergido dependiendo de los pecados que había cometido, como lujuria, pereza, gula...

A ojos de Imonae no eran pecados como tales, intimar con la persona que amas no es lujuria sino entrega, descansar de vez en cuando no es pereza y comer por el simple gusto de hacerlo no es gula, es solo un ángel que empieza a vivir como humano y demonio y eso para los de su raza no es permitido; podemos decir con franqueza que no era una pecadora, pero ante la pureza que debía llevar, sí lo era.

—Cada vez veo más oscuridad en ti —susurró el rey apartando la mirada con tristeza.

—Está bien, no me siento mal y no me he convertido en un ser despiadado —susurró—. Sigo siendo yo.

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