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Anael abrió los ojos con lentitud, sentía el movimiento que no la dejaba terminar de espabilar, el coche se encontraba en movimiento de manera veloz y ella apenas podía entender lo que sucedía, llevó su mano al cuello tocando la zona donde había sido inyectada, su piel dolía y seguro tenía un pequeño moretón allí; suspiró, seguía mareada, ¿El efecto estaría pasando ya? ¿Cuánto más debería esperar? Sus ojos fueron hacia el espejo retrovisor encontrando la mirada de Thomas que manejaba con serenidad.

—Qué bueno que despiertas, creí que ese sedante te haría dormir más horas —comentó el sacerdote—. ¿Cómo te sientes?

—Extraño, no sé... —susurró frunciendo el ceño, había tenido un sueño increíble donde podía verse a sí misma como nunca imaginó, sonrió, se había sentido en casa—. Me siento algo mareada.

—Sí, es normal, los efectos del sedante durarán un poco más pero eso te va a mantener tranquila, vamos a ir a un lugar donde estés a salvo —comentó sin más—. Llegaremos pronto a una Catedral, allí podrás descansar, comer y te haré conocer a personas que pueden ayudarte.

—¿Ayudarme? ¿Con qué? —susurró algo confundida.

—Con tus dones, creo que puedes aprender mucho de ellos —sonrió—. Y me vas a dar mucha información, realmente quiero saber tanto de ese mundo que tienes el privilegio de ver, Anael, mi lindo ángel, usaremos tus dones para el bien, para quitar posesiones y demás. Ya verás, ya verás.

—No quiero eso —negó suspirando, dejando que sus ojos se cerraran una vez más.

—No importa, Anael, pronto olvidarás esta vida tonta que has llevado para poder servir a nuestra causa —dijo con un murmuro mientras observaba la carretera.

Lejos de la carretera que llevaba a caminos lejanos, lo que quedaba del internado estaba siendo aniquilado por la pelea entre los demonios y los ángeles. Imonae había acorralado a Rafael contra los cimientos de la construcción golpeando con fuerza con sus puños el rostro del arcángel, sus garras se extendieron aún más para enterrarse en el costado derecho del ángel que gritó de dolor, con una sonrisa en sus labios el rubio se carcajeó bajo viendo la sangre brotar de la herida, algunos de los demonios bestias que lo seguían se acercaban siendo atraídos por la escena, listos para devorar el cuerpo angelical cuando su amo diera la orden.

—¿Te duele? Dime cuánto te duele, bastardo con alas, ¿No es esto parte de lo que le hiciste a Anael? ¿No enterraste tus manos en su espalda para quitarle sus alas? Debería hacerte los mismo, ¿No crees? —se divertía en grande con lo que hacía, sus ojos rojos brillaban con intensidad—. Anda, pídeme piedad, infeliz malnacido.

—¡Atrás! —gritó Zorobabel, una de las serafines que había acudido a la pelea siguiendo a Caiel, de un golpe se enfrentó al rey demoníaco que retrocedió con rapidez observando con cautela—. ¡Ataquen!

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