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Yuji se encontraba conmovido, casi las lágrimas brotaban de sus cálidos ojos, no tenía ni la mínima idea de que su amigo se sintiera así.
No sabía que decir y en una acción rápida, lo acercó a su cuerpo y lo abrazó.

Sus brazos envolvían los costados delgados de Megumi, y este estaba totalmente sorprendido por la acción de Yuji.

Tal vez se quería apartar y golpearlo por haber hecho eso, pero solo recibió su abrazo aún más fuerte y al final de todo, se permitió ser querido y se derrumbó ante él.
Pequeños sollozos salían de sus finos labios rosas, su cuerpecito temblaba bajo el atlético cuerpo de Yuji.

Las lágrimas de Fushiguro caían suave y lentamente, como pequeñas olas que besaban la orilla de la obscura playa.
Su dolor se expandía, era tan largo como el horizonte. No paraba de sollozar y aferrarse cada vez más al cuerpo de Itadori, no quería que lo dejara y tampoco quería que se despegaran para verlo en esta situación tan humillante.

Megumi estaba hecho un manojo de emociones, sus lágrimas seguían cayendo lentamente como gotas de lluvia en la calmada superficie marina.
Pronto su fina nariz se tiñó de un rosa tierno junto a sus labios, mientras que sus ojos se enrojecian cada vez más.

Yuji no sabía que decir y tampoco era necesario, Megumi solo necesitaba sentir que tenía a alguien. Necesitaba un abrazo al final de todo. Y ahí estaban ambos, debajo de un árbol, alejados de todo y de todos, siendo solo ellos dos fusionados en un anhelado abrazo.

Pronto Yuji quitó una de sus manos y comenzó a acariciar el cabello en la parte posterior de Megumi, era suave como la espuma del mar, tan irreal.

El azabache apoyó su cabeza en el hombro de su amigo y estuvieron en un cómodo silencio durante algunos minutos, hasta que la campana escolar los interrumpió.

—Megumi— mencionó Yuji, de manera suave y calmada.
—Tengo que ir por mi mochila— no quería separarse de él y el contario tampoco. No sabían que podían llegar a ser tan cómodos mutuamente.

—Si— terminó con el espacio entre ellos, un poco triste, pero reconfortado.
—¿Te puedo acompañar?— preguntó y Yuji gritó internamente, jamás le dejaría de emocionar cada pequeña e insignificante iniciativa de Megumi, por más innecesaria que fuera.

—Claro, vamos— se paró y le extendió su mano a Megumi para ayudarlo.
Éste la tomó por unos largos segundos, pudo sentir su mano, suave como la fina arena de la playa. No quería soltarlo, pero se vería mal que ambos estén tomados de las manos, ¿cierto?.

Los dos caminaron al salón del pelirosa, Megumi se quedó afuera, sentado en un banco y espero a que Yuji sacara sus cosas. Aún no acaban las clases, de hecho faltaban tres horas para ello, pero el momento era tan íntimo que querían estar solos mutuamente, lejos de la ajetreada escuela y de las personas.

Megumi esperó y esperó otro poco más, viendo a personas pasar hasta que Yuji salió.

—Hola— lo saludó.

—Adiós— contestó Megumi burlón.

—¿Quieres ir a algún lado?— preguntó en voz baja, le daba vergüenza aún interactuar con Megumi.

—A donde tú quieras— respondio el pelinegro.

—Bien, ven— Yuji lo tomó de la mano, con palpitante miedo por las miradas que nadie les daba, pero en su cabeza hasta habían ojos siguiendolos.
—Vamos al parque—

𝗴𝗹𝗶𝗺𝗽𝘀𝗲 𝗼𝗳 𝘂𝘀.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora