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9:50 p.m.

—Creo haber dicho antes de las ocho— la imponente voz de aquel hombre, resonaba en toda la casa, era tan profunda que penetraba los sensibles tímpanos del pelinegro.

Megumi caminó lentamente hacia el gran salón desde la entrada y vio a su padre fumando, como siempre.

—Si, pero—no terminó de hablar.

Sus palabras rompieron estrepitosamente como olas en la orilla cuando vio a su padre caminado hacia él, esperando lo peor, tal vez una gran golpiza que hiciera sangrar su fina nariz o le dejara el labio abierto; como tantas veces.

—¿Pero?— cuestionó, levantando una ceja, estando parado autoritariamente en frente de él.

—Pero no presté atención a la hora, lo siento— agachó su cabeza, avergonzado y mas que nada; teniendo miedo de su papá.

Lo siento.
Odiaba que dijera esa palabra y él lo sabía muy bien.
Mentiría si dijera que no tenía miedo, estaba tan cerca de él, sentía como mil corrientes se mezclaban dentro de él a punto de arrastrarlo a los fuertes puños de aquel hombre.

—Lo dejaré pasar, solo por ser la primera vez— dijo Toji; sonaba como si le quitara importancia a que su hijo haya llegado casi dos horas después de lo acordado. El pelinegro abrió sus profundos ojos de par en par, pues ya se había visto a sí mismo en el suelo de la sala siendo golpeado por su padre hasta el cansancio. Agradeció a, si es que existe, un dios.

—Gracias— y sin nada más que decir, se apresuró a ir a su habitación antes de que su padre se arrepintiera de casi perdonarle la vida.

11:30 p.m.

Megumi estaba acostado en su suave y gran cama; tenia un colchón queen, algo mas que suficiente para su pequeño cuerpo.

Tenia la ventana de su habitación abierta, sintiendo ahogadamente como el fresco aire pasaba por su fino rostro. Tenia puestos unos audífonos de color rojo y estaba escuchando Slow dancing in the dark de Joji. Le gustaba mucho ese cantante, tal vez porque había escuchado y comprado sus álbumes junto a ella.

12:10 a.m.

Megumi estaba envuelto en sus cobijas, en pose fetal, abrazándose a sí mismo mientras las lagrimas caían como cascadas por sus acuosos ojos rotos. Cada lágrima que caía como una ola sutil que rompe en la orilla, llena de tristeza y desbordando su débil corazón. Su huesudo pecho se sentía pesado, era como un barco que luchaba a muerte por mantenerse a flote en aguas profundas, mientras su incontable dolor subía, amenazando con ahogar todo a su paso, incluyéndolo a él mismo. En esos momentos, el llanto fue como una tormenta silenciosa, donde el mar interior se desata con furia, liberando las emociones reprimidas que se agitaban bajo la superficie, sus traumas, rencores y todos sus sentimientos se estaban desbordando y sentía que iba a morir ahí mismo. Sus estúpidos pulmones se cerraban, negando todo paso de aire a sí mismo.

Torpemente y sintiendo como una gran corriente de agua lo arrastraba, se levanto de la cama y revolvió cajón tras cajón buscando su mejor y peor adicción.

-Hola- la saludó como si tuviera vida propia. A veces pensaba que si y que él solo era victima de las circunstancias.

Su razón estaba navegando ciegamente en ese mar agitado y oscuro, donde las grandes olas lo golpeaban con fuerza y su único escape era hacer cortes en la uniforme y desastrosa superficie, permitiendo que su ahogado el dolor se derrame en el océano que lo rodeaba.

𝗴𝗹𝗶𝗺𝗽𝘀𝗲 𝗼𝗳 𝘂𝘀.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora