Prólogo

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El ambiente era tenso, la magia de los dioses se sentía amenazante. Cuarenta y dos dioses contra un solo dios y su campeón.

Un dios pasó al frente, caminando sobre el yermo ya muerto.

—Adán... En que te convertí...

El hombre tenía una mirada perdida, todos llevaban algún tipo de armadura o vestimenta de combate medieval, él sin embargo solo llevaba una gabardina con remaches dorados y rojos, aquel hombre se llamaba Kain dios del tiempo.

—Tú no tienes la culpa de mis errores... Pero lamentablemente mis errores traerán la muerte de toda la vida misma si esto sigue así... Quisiera arreglarlo... Pero ya es muy tarde, los he arruinado... A todos... —Una lágrima cayó al suelo, apretó la empuñadura con fuerza y se mordió la lengua, Adán dios de todo, estaba sufriendo por lo que iba a hacer.

—¡Toda la vida nos has tratado como puta basura, como si solo fuéramos herramientas!... Para ti. Todos fuimos parte de tu macabro juego... Y ahora vienes como si supieras el destino de todos... No me jodas... Ni siquiera quieres darnos la oportunidad de poder ganar... Podemos enmendar tus errores.

—¡Pero el único que no tiene perdón eres tú! —gritó uno de los dioses.

—Lo sé... Tampoco lo estoy pidiendo, yo lo he visto, viaje en el tiempo yo mismo. No podrán —dijo Adán.

—Muere... Padre. —Aquel dios que hablaba fue el primero en abalanzarse en contra de Adán.

El campeón reaccionó extremadamente rápido, sus espadas chocaron y la magnitud del choque produjo una onda expansiva, que levantó hasta las pequeñas piedras del suelo.

Todos los dioses hicieron gala de su velocidad y atacaron a Adán. Él levantó sus manos, hizo un gesto con ellas y unas cadenas doradas, gruesas como un edificio salieron del suelo. Todas buscaban engancharse con una enorme runa redonda llena de inscripciones que apareció en el cielo.

Los dioses se abalanzaron hacia Adán, pero el campeón protegió a su amo de todos los ataques directos, su piel era pálida, tenía marcas doradas en su cuerpo que significaban el a quien servía. El diestro campeón había detenido todos los ataques haciendo gala de su maestría con el espadón.

—¡¿DÓNDE ESTÁ SABIMARU?! ¡¿QUÉ LE HICISTE, MALDITO MONSTRUO?! —gritó el mismo dios de antes, con todas sus fuerzas.

Varias explosiones de humo obstaculizaron la visión; los dioses habían invocado a sus dragones, enormes bestias aladas que se habían aliado con las deidades para ganar el poder que de hecho, los hacía llamarse dioses.

Los dragones abrieron sus fauces y runas aparecieron en sus mandíbulas, rayos de energía salieron disparados, el simple impacto podría causar la desintegración de ciudades enteras solo con la onda expansiva. Todos los rayos iban hacia Adán, él ni siquiera titubeó.

—Sistema de Ariamis... Sistema de Ariandel... —Extendió sus manos hacia adelante y creó engranajes mágicos transparentes que parecían formar parte de un mecanismo aún más grande.

Adán se empezó a clonar para luchar contra los dioses, uno para cada dios. Adán podía mantener el nivel del combate gracias al sistema de Ariamis que le permitía ser omnipresente en el campo de batalla.

La llanura se movía y el suelo atacaba como si estuviera vivo, esto es gracias al sistema de Ariandel.

Adán estaba volando manejando todo mientras su campeón estaba luchando contra aquel dios furioso.

Los enormes dragones se movían rápido, pero los ataques de Adán eran muy precisos, este dañaba los puntos vitales de sus adversarios con cada ataque que acertaba.

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