Narración Briana.
—García, fuerza en esos brazos —murmura Liliana, nuestra entrenadora, mientras camina a nuestro alrededor, siempre nos vigila atentamente.
Llevamos dos meses en este infierno, y la sensación de que apenas estamos sobreviviendo nunca desaparece.
Nos dijeron que estos dos años estarían divididos en dos fases. La primera es combate y armas; la segunda, un trabajo psicológico y mental que ni siquiera quiero imaginar.
En este momento, estoy golpeando un saco de boxeo con todas mis fuerzas. Mis manos, apenas protegidas por unas vendas, arden de dolor con cada impacto. Lía está justo al lado, en silencio, concentrada en sus propios golpes.
—Ahora, niñas, abdominales. Luego, trabajen esos brazos. Necesitan fuerza esos bracitos de muñecas —ordena Liliana, su tono cortante pero sin malicia.
Liliana no es tan despiadada como Marcus, pero es estricta. Nos ha enseñado a tener disciplina, a entender que el trabajo duro es el único camino para obtener resultados. Su cabello negro y largo cae sobre su espalda, y su físico es el de alguien que ha pasado años forjando su fuerza. El tatuaje de un zorro en su espalda es lo único que parece recordarle algo.
—¡Vamos, niñas, cuarenta abdominales!
La rutina es agotadora, repetitiva. Nos levantamos a las cuatro de la mañana, a veces antes, y comenzamos la misma secuencia de ejercicios, día tras día. Construimos masa muscular, aprendemos defensa personal. Para diciembre, ya debemos saber pelear. El combate es siempre de defensa y contraataque. Todos los días son iguales, y la comida no es más que arroz insípido, jugo de naranja amargo y un trozo minúsculo de carne que devoro sin pensar. Ya ni siquiera me molesto en protestar.
Lía y yo nos hemos unido más en estos dos meses. Pero cada noche, cuando nos acostamos en nuestras colchonetas duras, compartimos la misma pregunta.
¿Cómo estarán Dilan y Benjamín?
—Bueno, niñas —interrumpe Liliana, y todas alzamos la vista— Van a aprender un poco de responsabilidad. A cada una se le dará un conejo. Lo nombrarán y lo cuidarán como si fuera su mascota. Su conejo, su responsabilidad. Se les llamará por apellidos y, en la placa del collar, pondrán el nombre que escojan.
Nos alineamos en fila. Mi corazón late con fuerza; nunca he visto un conejo de cerca, mucho menos he tenido una mascota.
—¡García!
Cuando llega mi turno, me entregan un pequeño conejo negro, con una mancha blanca en la nariz. Es tan diminuto, tan frágil en mis manos que me sorprende lo que siento: un pequeño rayo de ternura en medio de tanto cansancio.
—¿Qué nombre le pones? —pregunta el hombre que me lo entrega, sin emoción en su voz.
—¿Es macho o hembra? —pregunto, casi en un susurro.
—Macho.
Miro al conejito, y no puedo evitar pensar en Dilan, en cómo solía decir que quería un conejo si tuviera una mascota. A pesar de todo, este pequeño animalito me hace sentir algo más que dolor, algo parecido a la esperanza.
—Ian —respondo—Se llamará Ian.
El hombre escribe el nombre en la placa y me entrega el conejo, que se acurruca entre mis manos. Es tan pequeño, tan hermoso que casi no parece real.
Me retiro y me siento en el suelo, acariciando a Ian. Lía se acerca, con su propio conejo en brazos.
—Es hermoso, Briana —dice, su voz apenas es un murmullo.
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No somos los mismos
Teen FictionLo conozco desde que éramos Niños y por alguna razón Nos separamos sin razón evidente No nos hablamos Pero por alguna razón del destino Nos volvimos a ver con circunstancias que no pensábamos Ahora solo contamos,el uno con el otro,si queremos lle...