Capítulo 7: ¿Amigos?

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Narración Briana

Después del agotador castigo de mover los neumáticos, Lía, Benjamín, Dilan y yo nos encontramos sentados en el suelo, jadeando y sudorosos. El sol de mediodía caía sin piedad, haciendo que cada respiro pareciera un esfuerzo.

—¡Terminamos al fin! —dijo Lía con una sonrisa agotada, mientras se dejaba caer pesadamente sobre la tierra.

—Sí, pero a qué precio —respondí, mirando mis manos enrojecidas y ampolladas. La piel se había roto en varios lugares, y la sangre se mezclaba con la suciedad y el sudor, dándoles un aspecto horrible.

—Tienes que curarte —dijo Benjamín, mirándome serio.

—Es verdad —completó Dilan. Había un rastro de sangre seca en su mejilla; se lastimó bajando los neumáticos de su espalda, y había una profunda preocupación en sus ojos.

—¡Estoy muerta de sed y hambre! —interpuso Lía, su voz quebrada por el cansancio y la desesperación.

De repente, Marcus apareció detrás de nosotros.

—Bueno, cumplieron el castigo. Vayan, beban agua y coman las sobras del almuerzo. Luego, en una hora, los quiero aquí con el resto para seguir entrenando —dijo con frialdad, sus ojos recorriendo nuestras figuras exhaustas y heridas. ¡Qué imbécil! Cien neumáticos no los mueve cualquiera.

Nos levantamos con dificultad, cada movimiento era una agonía. Caminamos temblando hacia el comedor, guiados por Lía y Benjamín, que sabían perfectamente el lugar. Las sobras del almuerzo nos esperaban: comida fría, sin apetito, y más si era carne y pan tostado. Había solo una jarra de agua, nada más, pero nuestras necesidades básicas superaban cualquier otra consideración.

Dilan y Benjamín se lanzaron hacia la comida como si fueran animales, Lía solo tomó un poco de carne con pan, y yo apenas un pan tostado; no soy capaz de comer carne, y menos fría.

—¡Briana, tienes que comer carne! Tu cuerpo necesita proteína —exclamó Dilan, ofreciéndome un trozo de carne.

—¡No, Dilan! Primero, no me gusta la carne y esta está fría.

—Por lo menos tienes algo que comer, Briana —interpuso Benjamín, mirándome como si quisiera que me callara y solo comiera.

Tiene razón.

Mejor me callo, no estoy de humor para discutir, ya tengo bastante con Dilan.

—¿Dónde habrá agua? Necesito limpiarme las heridas —pregunté, ignorando a Benjamín. Lía señaló un lavamanos, abrí el grifo, y el agua salió fría.

Todo es frío en este lugar abandonado.

—¡Mierda! —exclamé, mis manos ardían mientras me limpiaba. Los demás tomaron agua y, al terminar de limpiarme, Dilan me dio un vaso con agua.

—No sé si el vaso estará limpio, pero tienes que tomar agua.

Tomé el vaso de agua que Dilan me ofrecía, sintiendo el frío líquido bajar por mi garganta. A pesar de todo, el agua me daba un poco de energía.

—Gracias, Dilan —dije, tratando de sonreír.

Nos sentamos en silencio, comiendo lo poco que podíamos tolerar. El ambiente era pesado, cargado de cansancio y resignación. Nadie hablaba, cada uno perdido en sus propios pensamientos y dolores.

—¿Creen que alguna vez nos acostumbremos a esto? —preguntó Lía de repente, rompiendo el silencio.

—No lo sé —respondió Benjamín, su voz baja—. Pero tenemos que intentarlo. No tenemos otra opción.

No somos los mismosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora