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Los días siguientes transcurrieron entre clases y reuniones para el proyecto que Oliver y Kimi debían completar. A pesar del extraño comienzo, ambos jóvenes comenzaron a conocerse un poco más, aunque de manera algo torpe. Kimi, con su rigidez académica, prefería enfocarse únicamente en el trabajo, mientras que Oliver, con su espíritu relajado y curiosidad por las personas, intentaba suavizar el ambiente con conversaciones triviales y bromas.

Una tarde, mientras estaban en la biblioteca, Kimi revisaba minuciosamente una serie de libros de referencia, tomando notas a mano con su letra perfecta. Oliver, en cambio, estaba más concentrado en mirar por la ventana, claramente aburrido de tanta formalidad. La tensión entre ellos era palpable, aunque no conflictiva, más bien una especie de incomodidad.

—¿Sabes? —dijo Oliver, rompiendo el silencio otra vez—. No entiendo cómo puedes estudiar tanto sin volverte loco.

Kimi lo miró con un leve gesto de desaprobación.

—No es tan difícil si te organizas bien. Solo hay que concentrarse —respondió, mientras seguía escribiendo sin perder el ritmo.

—Sí, claro, concentrarse —repitió Oliver con un tono burlón, recostándose en la silla—. Pero, ¿no te aburres? Quiero decir, la vida no es solo estudiar, ¿no?

Kimi dejó de escribir un momento, su lápiz se detuvo en el aire. Aquella pregunta tocaba algo que él mismo había intentado evitar: ¿se estaba perdiendo algo por dedicarse tanto a los estudios?

—No es cuestión de aburrirse —respondió Kimi, con una voz más baja—. Es cuestión de ser el mejor. Si no trabajo duro, siempre habrá alguien mejor que yo. No puedo permitírmelo.

Oliver lo miró, sorprendido por la seriedad con la que Kimi decía esas palabras. Para él, ser "el mejor" nunca había sido una prioridad; disfrutaba de lo que hacía, pero nunca había sentido esa presión aplastante que parecía cargar Kimi.

—¿Siempre tienes que ser el mejor? —preguntó Oliver, con un tono más suave, genuinamente curioso.

Kimi bajó la mirada por un momento, dudando si compartir más. Pero había algo en la actitud despreocupada de Oliver que lo hacía sentir extrañamente cómodo, como si hablar con él no fuera un riesgo.

—Mis padres esperan mucho de mí. Siempre han sido exigentes, y yo no quiero decepcionarlos —confesó finalmente.

Oliver asintió lentamente, comprendiendo un poco más el motivo detrás de la intensidad de Kimi.

—Eso suena... agotador —comentó, sincero—. Mis padres también tienen grandes expectativas, pero nunca me han presionado tanto. Creo que prefieren que sea feliz, que encuentre mi propio camino. Quizás por eso siempre me han dado libertad para hacer lo que quiero.

Kimi lo miró, sorprendido por lo fácil que parecía ser la vida para Oliver. A veces, Kimi sentía envidia de esa despreocupación, pero también le resultaba fascinante la idea de que alguien pudiera ser exitoso sin la constante presión de ser el mejor.

—No sé si podría vivir así —admitió Kimi.

Oliver se rió ligeramente.

—Es más fácil de lo que parece. Solo tienes que soltar un poco —dijo, estirando los brazos con dramatismo—. A veces es necesario relajarse para poder pensar mejor.

—¿Relajarme? —repitió Kimi, como si la palabra le fuera ajena.

Oliver lo observó unos segundos y luego, con una sonrisa juguetona, se levantó de su asiento.

—Ya verás. Ven, vamos a tomar un descanso.

Kimi lo miró, incrédulo.

—¿Ahora? Pero estamos en medio del proyecto...

—Exactamente —dijo Oliver, interrumpiéndolo—. Hemos estado en esto toda la semana. Un pequeño descanso no nos hará daño. Confía en mí, a veces necesitas desconectar para volver con más fuerza.

Kimi vaciló, pero algo en la seguridad de Oliver lo convenció de intentarlo. Recogió sus cosas lentamente y se levantó, aunque aún no estaba seguro de cómo se sentía al respecto. Oliver, por su parte, sonrió satisfecho.

—Vas a ver que te hará bien. ¡Vamos!

A medida que salían de la biblioteca, Kimi no podía evitar sentir una mezcla de inquietud y curiosidad. Era la primera vez en mucho tiempo que se permitía dejar de estudiar antes de terminar, y aunque una parte de él se sentía culpable, otra parte, pequeña pero creciente, empezaba a aceptar la idea de que, tal vez, Oliver tenía razón.

Ese primer paso fuera de la rigidez de su rutina podría ser el inicio de una extraña, pero valiosa amistad entre dos chicos que, aunque tan diferentes, parecían tener más en común de lo que creían.

Mente en blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora