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Después de esa noche, Kimi sintió que algo dentro de él había cambiado. No podía dejar de pensar en la sensación que le provocó estar en el coche con Oliver, la velocidad, la adrenalina. Se daba cuenta de que tal vez estaba listo para dar un paso más allá. Nunca había sido un amante del riesgo, pero la libertad que sentía durante esos momentos le atraía más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Pasaron unos días desde aquella carrera, y una noche, mientras estudiaba en su cuarto, recibió un mensaje de Oliver:

"Tenemos otra carrera esta noche. ¿Qué dices? Esta vez podrías ponerte al volante. Nada loco, solo para que pruebes."

Kimi se quedó mirando el mensaje, sintiendo una mezcla de emoción y nervios. Había visto lo hábil que eran Oliver y sus amigos, cómo dominaban el coche como si fuera una extensión de ellos mismos. Pero él nunca había conducido de esa manera. Había manejado en caminos tranquilos, con seguridad, pero esto... esto era otra cosa.

Después de algunos segundos, respiró hondo y respondió: "Está bien, lo intentaré."

Cuando llegó al lugar de la carrera esa noche, los chicos ya estaban reunidos. Franco, Paul y Dino charlaban cerca de los autos, todos listos para comenzar otra noche de emociones. Oliver lo recibió con una sonrisa.

—Me alegra que hayas venido —dijo Oliver, dándole una palmada en la espalda—. Hoy es tu oportunidad. Te lo prometí, y sé que puedes hacerlo.

Kimi tragó saliva, tratando de ocultar su nerviosismo. Sabía que Oliver confiaba en él, y aunque estaba ansioso, también sentía que necesitaba probarse a sí mismo. Quizá esto lo ayudaría a encontrar un nuevo equilibrio, uno que combinara su disciplina con la libertad que había experimentado esa primera noche.

Antes de que pudieran comenzar, un grupo de coches más se acercó. Los motores rugían con fuerza mientras tres vehículos deportivos frenaban justo al lado del grupo. De los coches bajaron tres figuras familiares: Pato O'Ward, Sebastián Montoya y Noel León, el trío de mexicanos que había estado ausente las últimas semanas. Eran conocidos en el círculo por su habilidad y carisma, pero habían estado fuera visitando a su hermano mayor, Checo, en México.

—¡Miren quiénes han vuelto! —exclamó Dino, con una gran sonrisa mientras caminaba hacia ellos.

—¡Los tres mosqueteros! —bromeó Franco, dándoles un abrazo rápido a cada uno.

Pato, con su característica sonrisa confiada, se acercó a Oliver y Kimi.

—¿Qué tal, chicos? —dijo, sacándose las gafas de sol—. Nos enteramos de que hubo acción mientras no estábamos. ¿Qué nos hemos perdido?

Oliver se rió.

—Nada demasiado loco, aunque creo que esta noche será interesante. Kimi va a probar suerte al volante.

Pato, Sebastián y Noel intercambiaron miradas sorprendidas, pero no de una manera condescendiente. Sabían que Kimi no era un habitual en las carreras callejeras, pero todos le tenían un respeto especial, no solo por su inteligencia, sino porque sabían que, si Oliver confiaba en él, era por algo.

—¿De verdad? —preguntó Sebastián, sonriendo—. Eso quiero verlo.

—Ya sabes que tienes nuestro apoyo —añadió Noel, asintiendo con confianza.

Kimi sintió un pequeño alivio al ver que lo recibían con ese entusiasmo, aunque el nerviosismo seguía presente. No quería decepcionar a nadie, y mucho menos a sí mismo.

—No será una gran carrera —dijo Oliver, intentando tranquilizarlo—. Solo un par de vueltas para que sientas el coche. Tú marcas el ritmo.

Se acercaron al coche de Oliver, un impresionante deportivo negro que parecía rugir con solo estar encendido. Kimi se subió al asiento del conductor, sintiendo cómo la tensión aumentaba en sus hombros. Era ahora o nunca. Oliver le dio algunas instrucciones rápidas, pero sobre todo, le recordó que no se trataba de ganar ni de impresionar a nadie. Solo debía relajarse y disfrutar el momento.

—¿Listo? —preguntó Oliver, con una sonrisa de aliento.

Kimi asintió, tomando el volante con firmeza. El motor rugió cuando pisó el acelerador suavemente, y en unos segundos, estaba en marcha.

Al principio, Kimi iba despacio, controlando cada movimiento con cuidado. Podía sentir su corazón latiendo rápidamente, pero poco a poco, la ansiedad empezó a disiparse. Mientras avanzaba por las calles, el ruido de la ciudad nocturna desaparecía a su alrededor, y todo lo que quedaba era la carretera delante de él.

—Vas bien, Kimi —dijo Oliver desde el asiento del copiloto, observando con calma.

A medida que ganaba confianza, Kimi empezó a acelerar, sintiendo la potencia del coche bajo sus pies. La velocidad aumentaba, y con ella, la misma sensación de libertad que había experimentado aquella primera noche. Esta vez, sin embargo, él estaba al mando. No era solo un pasajero; estaba controlando la situación.

Para cuando terminó la vuelta, el grupo lo recibió con aplausos y sonrisas. Pato fue el primero en acercarse, dándole una palmada en la espalda.

—¡Vaya debut! —dijo con entusiasmo—. No lo hiciste nada mal para ser tu primera vez.

Sebastián y Noel también lo felicitaron, impresionados por la habilidad natural de Kimi para adaptarse a la situación.

—Te lo dije, hermano. Lo tienes —dijo Oliver, sonriendo mientras se apoyaba contra el coche—. Solo era cuestión de que lo intentaras.

Kimi, aún sintiendo la adrenalina, respiró hondo y sonrió. Tal vez nunca se convertiría en un corredor callejero como ellos, pero en ese momento, no importaba. Había enfrentado un desafío que, unos días atrás, habría rechazado sin pensarlo. Había dejado de lado su miedo y, por una vez, se permitió disfrutar del presente sin preocuparse por el resultado.

Los chicos se agruparon, charlando sobre las próximas carreras y las aventuras que el trío mexicano había tenido en México con su hermano, Checo. Mientras escuchaba las historias de Pato, Sebastián y Noel sobre su viaje, Kimi se dio cuenta de que había encontrado algo más que una nueva actividad: había encontrado una nueva familia. Una que no solo lo aceptaba por lo que era, sino que lo empujaba a ser algo más, a probar cosas nuevas y a equilibrar su vida de una manera que nunca antes había imaginado.

Mente en blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora