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La noche en la terraza avanzaba entre risas y bromas, con el grupo cada vez más cómodo y relajado. A medida que la comida iba desapareciendo, las historias más alocadas empezaban a salir a la luz. Era evidente que todos tenían su cuota de anécdotas que contar.

Pato, siempre el más bromista del grupo, comenzó a narrar una de sus experiencias más recientes en México.

—Entonces ahí estábamos, en pleno centro de Guadalajara, y Checo dice: "Vamos a ir a un lugar increíble para comer tortas ahogadas". Y claro, todos nosotros emocionados, ¿verdad? Llegamos al sitio, pedimos un montón de tortas, y cuando estamos en medio de la comida, Noel aquí presente —dijo, señalando a su amigo con una sonrisa— se atora con el chile más picante que he probado en mi vida.

Noel, sonrojado por la risa, negó con la cabeza.

—¡Ey! No fue tan malo... bueno, tal vez un poco.

—¡No, hermano! Estabas rojo como un tomate —interrumpió Sebastián, riendo—. Creo que hasta el mesero te ofreció leche, ¿no?

Todos estallaron en carcajadas mientras Noel, ya sin poder evitarlo, se rendía ante las bromas.

—Vale, lo admito, fue brutal. Pero, en mi defensa, nadie me dijo que era el chile más picante del menú —dijo, tratando de justificarse—. ¡Me engañaron!

Kimi se reía con ellos, sorprendido de lo bien que encajaba en el grupo. Aunque la historia era ridícula, también era el tipo de momentos que no había experimentado mucho en su vida. Este era un lado más relajado y divertido de la vida que, hasta ahora, le había resultado ajeno.

—¿Y qué pasó después? —preguntó Kimi, queriendo saber más.

Pato continuó, con los ojos brillando de diversión.

—Después de que Noel casi se incinera con ese chile, decidimos ir a una fiesta que Checo nos había mencionado. Era en un lugar súper exclusivo, pero como él es Checo Pérez, por supuesto que todos nos dejaron pasar sin problemas. Entramos, y adivina quién estaba tocando música. ¡Nadie más que uno de los DJs más famosos de México!

—¡Eso fue una locura! —interrumpió Sebastián, entusiasmado—. Terminamos en una pista de baile gigante, y antes de darnos cuenta, Checo ya estaba retándonos a todos a ver quién podía bailar mejor. Y claro, ahí estaba Noel otra vez, siendo el más competitivo de todos.

Noel, entre risas, levantó las manos en señal de rendición.

—Lo que no cuentan es que gané el reto, porque claramente soy el mejor bailarín del grupo.

—Eso es discutible —dijo Pato, guiñando un ojo—. Pero sí, fue una noche increíble. A veces, esas salidas inesperadas terminan siendo las mejores experiencias.

Oliver, que había estado observando la interacción, se inclinó hacia Kimi y le dio un leve codazo.

—Ves lo que te digo, ¿no? A veces es solo cuestión de dejarse llevar y ver a dónde te lleva la noche. ¿Qué tal si compartes alguna historia divertida, Kimi? —preguntó Oliver, animando a su amigo a participar.

Kimi, aunque tímido al principio, decidió intentarlo. Tal vez no tenía una historia de carreras o fiestas locas, pero recordó una experiencia bastante graciosa que había vivido en la escuela.

—Bueno, esto no es tan emocionante como casi incendiarse con un chile, pero... —dijo Kimi, con una sonrisa nerviosa—. Una vez, en una competencia de robótica, uno de mis compañeros programó mal el robot y, en lugar de seguir la pista, el robot salió disparado hacia el equipo contrario. Fue un completo caos. Terminamos derribando su estructura entera y arruinando su presentación.

El grupo estalló en carcajadas. La imagen de un robot descontrolado causando estragos en una competencia formal era hilarante para todos.

—¡Eso suena increíble! —exclamó Sebastián—. ¿Y qué pasó después?

Kimi se encogió de hombros, riendo también.

—Nos descalificaron, por supuesto. Pero la verdad es que fue tan surrealista que nadie pudo enojarse realmente. Incluso el equipo al que arruinamos nos felicitó por haber hecho que la competencia fuera memorable.

—Eso es lo que llamo un "desastre épico" —comentó Noel, aún riendo—. Me encantaría ver un robot derribando todo a su paso.

El ambiente era ligero, lleno de historias absurdas y momentos inesperados. Kimi se dio cuenta de que, aunque no compartía el mismo estilo de vida que Oliver o sus amigos, sí compartía algo más importante: la capacidad de reírse de sí mismo y disfrutar del presente.

De repente, Pato se inclinó hacia Kimi con una expresión traviesa en su rostro.

—Oye, Kimi. ¿Qué tal si hacemos una pequeña competencia en algún momento? No tiene que ser de carreras ni de robots. Podríamos hacer algo diferente. ¿Te apuntas?

Kimi arqueó una ceja, intrigado.

—¿Competencia? ¿De qué tipo?

Pato sonrió de manera pícara.

—Algo que no involucre velocidad ni tecnología. Tal vez... ¿un reto de comida? —sugirió, guiñándole un ojo.

Kimi rió, y aunque no solía aceptar desafíos, esta vez estaba tentado. Se sentía más confiado, más cómodo en este nuevo entorno.

—Está bien, pero no con chiles —advirtió Kimi, riendo junto a los demás.

—¡Trato hecho! —exclamó Pato, levantando su vaso para un brindis—. Esta es la nueva era de Kimi, chicos. ¡Nos espera una gran aventura!

Oliver levantó su vaso también, seguido por el resto del grupo.

—Por Kimi y por muchas más noches como esta —dijo con una sonrisa sincera.

Kimi levantó su vaso, mirando a su alrededor. No era el tipo de escenario que hubiera imaginado semanas atrás, pero ahora no podía imaginar estar en otro lugar. Era parte de algo especial, algo que lo equilibraba y lo empujaba a ser una mejor versión de sí mismo, tanto en el aula como fuera de ella. Las risas y las historias continuaron mientras la noche se hacía más profunda, y Kimi supo en su corazón que este era solo el comienzo de muchas más experiencias inolvidables con sus nuevos amigos.

Mente en blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora