Capítulo 5: ¡Qué vergüenza!

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Acaricio mi muñeca distraídamente. Un leve dolor me acompaña desde hace unos días, desde mi aparatosa caída.

Intento concentrarme en la aburrida e interminable clase de física. Miro nuevamente al reloj que hay sobre la pizarra y solo ha pasado un minuto ¡Un minuto!

Uff, esto va a ser duro. Aunque más duro va a ser el cero que me van a poner como siga sin atender. Así que decidida a hacer algo productivo en esta asignatura, por primera vez en todo el curso, saco una hoja de papel y empiezo a copiar las fórmulas escritas en la pizarra. Y lo intento, de verdad que lo intento, pero simplemente no puedo, es demasiado. La física me puede.

Resignada dejo de copiar y mi mente vaga hasta los sucesos de ayer por la tarde...

—Mira que has tardado en venir. —Murmura Taylor mientras tira de mi hacia el interior de la habitación para luego cerrar la puerta —No viniste después de la cena.

Ayer por la tarde, antes de empezar a correr, Taylor me dijo que me tenía que contar algo y que fuera a verla. Pero tras la carrera, la charla con Kennedy y la muy dudosa cena, se me fue el santo al cielo, vamos que se me olvidó por completo. Así que tras volver del instituto y dejar las cosas en mi habitación lo primero que hice fue ir a verla.

—Lo sé, lo siento. Estuve toda la tarde pensando en lo que paso con Balby y con el niño ese.

—¿Qué niño?¿qué ha pasado con Balby? —Pregunta con un deje de curiosidad y preocupación.

Si bien es cierto que yo tengo una relación bastante cercana con Balby, —la considero como mi hermana pequeña— Taylor no se queda muy atrás. Ambas conocimos a Balby cuando teníamos trece o catorce años y ella acababa de llegar. Realmente nunca supe cual fue su historia. El caso es que un día la encontramos acurrucada en un rincón de la sala común sujetando un pedazo de tela roída. Recuerdo que me acerqué a ella y me sorprendió que a pesar de que parecía aterrorizada no soltó ni una sola lagrima. No sé si fue porque en cierta manera me recordaba a mi cuando llegué, o simplemente porque sentí una conexión especial con ella, pero desde aquel día nos fuimos haciendo cada vez más cercanas.

Eso sí nuestra relación con ella es distinta. Taylor la cuida como a una niña más del orfanato pero para mi es como mi hermana pequeña. Así que cuando Taylor pregunta le cuento lo que pasó con Balby y Zack.

—¿Zack?¿el que te...?

—Sí, ese mismo. —Contesto con un ligero rencor.

—Madre mía con el niño. Menudo angelito.

—Sí, sí, un angelito caído directo al noveno círculo del infierno y con plaza permanente.

Taylor se ríe y yo me dejo caer sin ningún cuidado en su desordenada cama y le dedico toda mi atención. Siempre me apetece un buen cotilleo.

—Bueno, esta todo solucionado. Así que venga cuenta, cuenta. —La apremio ansiosa de un nuevo chisme.

Vale, he de dejar claro que no suelo ser así pero, vamos, es Taylor de quién estamos hablando ¡Taylor! Esta chica nunca suelta prenda.

—¿Qué quieres que te cuente? —Pregunta desconcertada.

—Un cuento —Digo con sarcasmo—¿Tú qué crees? Me dijiste que tenías que contarme algo. Y he de decirte que por la cara que llevabas parecía algo interesante. Tú ya me entiendes.

Muevo las cejas descaradamente y antes de darme cuenta Taylor me lanza un cojín que gracias a mis inexistentes reflejos no logro esquivar.

—¡Ey! —Me quejo.

DONDE FUIMOS FELICESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora