Capítulo 35: Siempre sí

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—¿Cuándo se lo vais a decir a Balby? —Es lo primero que digo en cuanto llego frente a Félix.

Hoy le toca servir el desayuno así que se encuentra tras la descolorida barra del comedor donde se sirven las comidas. Una de sus enguantadas manos se queda suspendida en el aire con una manzana a medio camino de mi plato. Frunce el ceño y mira a ambos lados para asegurarse de que nadie ha escuchado mi pregunta. Su gesto me parece un poco innecesario ya que apenas hay nadie en el comedor. En el lado opuesto de la barra, sirviendo vasos de leche y cereales, está Garrett con pinta de necesitar un par de horas de sueño, y en las mesas apenas hay media docena de niños y niñas. Ni rastro de la Sra. Wallace ni de mis amigos.

—No deberías hablar de eso en público, enana. Nos podrías meter en un problema a los dos.

Me muerdo el labio.

—Lo sé, lo sé.—Bajo la voz —Es solo que necesito saber cuándo despedirme de ella. No soportaría llegar un día y saber que se ha marchado y no he podido darle un beso de despedida.

—Ya sé lo mucho que la quieres y que te va a costar despedirte —Murmura— pero es una gran oportunidad para ella y estará asustada, así que no puedes dejar que vea lo triste que te pone o pensará que va a un sitio malo y no querrá ir ¿lo entiendes?

—Claro que sí. —Digo con efusividad —Jamás se me ocurriría decirle que no debe irse. Sé que lo mejor para ella es salir de aquí.

—Sabía que lo entenderías. —Me dedica una mirada cálida mientras deja caer la manzana sobre mi plato —Dicho esto, debido a que el orfanato se va a cerrar dentro de poco los procesos de adopción se han acelerado. En un rato la Sra. Wallace va a hablar con Balby y probablemente sus nuevos padres vengan a buscarla mañana.

«Mañana» «Mañana» «Mañana».

La palabra rebota en mi cabeza como si se hubiera quedado vacía de repente.

—¿M-mañana?

Mueve la cabeza en un gesto afirmativo. Abre la boca para añadir algo más pero le interrumpo. Ayer fue el día para regodearme en mi tristeza y ya ha pasado, además, Félix tiene razón, tengo que ser fuerte por ella porque se va a marchar y va a ser feliz.

—Está bien, gracias. —Me recompongo como puedo y continúo hasta el final de la barra donde agarro un par de servilletas de papel.

De camino a mi mesa habitual le doy vueltas a la nueva información que me ha dado Félix. Sabía que no nos quedaría mucho tiempo pero saber que se va mañana, joder, no me lo esperaba ¿cómo se supone que me voy a despedir de ella? Es cierto que, en mis casi diez años viviendo aquí, he visto varias idas y venidas de niños y niñas, sin embargo, hasta ahora no se ha tratado de alguien con quien tuviese una relación especial. Lo más cercano fue cuando adoptaron a un niño llamado Carlos cuando yo tenía doce años. Tendría unos tres o cuatro años —como la mayoría de los niños a los que se adoptan. No suelen gustar los niños más mayores— y le gustaba sentarse conmigo algunos días a jugar mientras yo hacía los deberes en la sala común. Ni siquiera recuerdo qué le dije o qué hice, así que no tengo ni idea de cómo se despide una de las personas a las que quiere.

Remuevo los cereales y me llevo una cucharada a la boca. Estoy a punto de tomarme una segunda cuando siento que alguien se sienta a mi lado y se aproxima hasta casi tocarme.

—¿Qué tal has dormido, Nelly? —susurra junto a mi oído.

Una sonrisa se extiende por mis labios pero no me giro.

—Estupendamente, Kenny.

—No sabes cómo me alegro.

Me da un suave beso a la mejilla y vuelve a acomodarse en su asiento.

DONDE FUIMOS FELICESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora