Chapitre Onze

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9 de Septiembre.

El presente día era 9 de Septiembre, y Kitty había entrado a la tienda con un libro desgastado entre sus manos, acompañada por el mismo hombre envuelto en cientos de capas de tela, un sombrero, una bufanda y lentes de Sol pese a ser un día especialmente nublado.

Dick y yo los miramos extrañados, y el hombre que acompañaba a Kitty se acercó a mí con una muñeca de porcelana muy linda, pero era un juguete para niños.

—Feliz cumpleaños—Me dijo el hombre y yo lo miré, confundida, aunque pronto, aquel sujeto sospechoso dejó la muñeca de porcelana en mis manos, a lo cual, alcé una ceja al instante y alcé la mirada de la muñeca hacia aquel sujeto.

—¿Feliz cumpleaños? Pero mi cumpleaños es... es...—Me sentí mareada de repente, y me sujeté del mostrador para lograr mantenerme en pie, soltando a la muñeca.

La muñeca de porcelana cayó al suelo en cuestión de segundos, rompiéndose en cientos de pedazos, y poco después le seguí yo.

Lo último que alcancé a ver antes de caer al suelo inconsciente, fue a Dick corriendo hacia mí, preocupado, igual que Kitty y quien la acompañaba.

Y entonces todo volvió a mí...

Mi origen regresó cómo un tsunami listo para arrasar con la vida pacífica que había construido al olvidar mi vida.

Yo nací en Genosha, en África, pero al nacer no me dieron ningún nombre.

Mis padres, mis padres biológicos, ambos eran mutantes, así que, lo lógico, ante el retrógrado pensamiento de las autoridades genoshanas, era que yo también era una mutante.

No tenía un nombre por el cuál pudieran llamarme, sólo un número con el que me identificaban: M-0909.

Mis padres biológicos fueron asesinados cuando yo era un bebé... no los recordaba en absoluto, pero me dijeron que mi madre podía hablar con las aves, y mi padre tenía antenas de insecto para detectar el peligro.

Cuando tenía cuatro años, finalmente conseguí un nombre, un auténtico nombre, debido a que me torturaron por robar un pedazo de pan de la comida de los esclavizadores.

Me ataron con cadenas a unas rocas, en una zona que sería inundada pronto por un huracán que se acercaba a la isla.

Me dejaron ahí por días enteros, sin comida ni agua, ni nadie para que me rescatara de morir ahogada, hasta que el huracán llegó y me dejó sumida bajo el agua durante horas, antes de que la corriente misma rompiera mis ataduras y me arrastrara, por suerte, a la playa, donde me encontraron los vigilantes y me encerraron de nuevo en un sótano oscuro, lleno de tierra y polvo.

Ahí me gané un nombre, dos, en realidad, para mi consuelo.

El primero, a modo de una cruel burla y recordatorio por mi tortura de días, me llamaron Andrómeda, como la princesa griega, por razones obvias.

El segundo, debido a mi parecido con mi madre, los mutantes esclavos me llamaron "Asenath", debido a que, según me decían, mi madre se llamaba así.

Ella era de Egipto, pero cayó en Genosha por un engaño, una promesa falsa de libertad y derechos, según me contaron quienes la conocieron.

Así, sin un apellido, me convertí en Andrómeda Asenath, una pobre niña descendiente de mutantes, esclava de Genosha y víctima de la desesperación.

Todos los días rogaba a quien escuchara por salvación, porque nos sacaran de ahí a todos los mutantes, pero nunca hubo una respuesta.

El ambiente siempre estuvo lleno de gritos, de olor a sangre y pólvora, no hubo un día, desde que me dieron un nombre, en el que no me golpearan bajo cualquier excusa posible: que era muy torpe, que no había sal en la comida, o cualquier cosa de la que, en realidad, yo no era responsable.

An "M" between heroesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora