Prefacio

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Hace muchos años conocí a un nene que esperaba ansioso las noches de primavera, en esas noches donde el frío no era intenso aprovechaba para ir al patio de atrás de su casa, tirarse en el pasto fresco y quedarse en silencio, apreciando las estrellas, en completa soledad.

Ese era su momento, su santuario, donde nada lo perturbaba. Esos eran sus cinco minutos de libertad, donde no sentía la amenaza de los demás. Era una distracción, o más que eso, un refugio donde se encontraba a sí mismo, y el cielo le hablaba con sus estrellas, o tal vez su más sincero acto de rebeldía contra el ruido del mundo. Lo que fuera, ese nene hallaba la paz, aunque solo por instantes, en el patio de atrás de su humilde casa, en el corazón de un barrio marginal .

No sé qué habrá pasado con aquel barrio de gente trabajadora, si seguirá igual, o qué fue de aquella casa, y si seguirán creciendo flores de diente de león en el patio de atrás. Pero sí sé qué pasó con ese nene, creció, se convirtió en un hombre con cicatrices, roto por no haber encontrado otro refugio que lo protegiera del tiempo que cayó como lluvia sobre él. Ahora camina diariamente por un desierto, acompañado solo por el latido de su corazón, entre arenas movedizas que lo obligan a detenerse para no hundirse. Un desierto donde solo habla con el viento, a veces, y en su soledad espera en silencio la llegada de la noche.

En estos días, mientras reflexionaba sobre este prefacio que debía escribir, recordé la historia del nene que contemplaba los astros, ya que está ligada, para mí, a la relación que tenemos con el silencio.

Mucha gente confunde el "silencio" con la "quietud", aunque son conceptos distintos. La quietud no implica necesariamente la ausencia de sonido, sino más bien un estado de paz y armonía con el entorno, relacionado con la tranquilidad. Por otro lado, el silencio se refiere a la ausencia total de sonido, y puede ser analizado desde diferentes perspectivas.

Hay silencios y silencios, cada uno con su propio significado. Algunos son elegidos, mientras que otros son impuestos. Hay silencios que hablan sin palabras, como el de dos personas que se aman cuando se miran a los ojos. Hay silencios que dan la razón a quien los propone, y otros que lo niegan. Hay silencios que evocan el descanso, y otros que despiertan el dolor. Hay silencios que entristecen, como el de un ser querido ausente que ya no volverá a pronunciar nuestro nombre. Hay silencios que apagan la luz interior de una persona, y otros que arruinan vidas. Porque, aunque el silencio puede ser una herramienta para encontrar el equilibrio y la armonía personal, también puede ser utilizado como un arma de violencia despiadada. Algunas personas usan el silencio para lastimar, castigar, someter, humillar, y hasta para matar.

El silencio no es solo una experiencia personal, sino también un fenómeno social y político que ha sido utilizado a lo largo de la historia para mantener el statu quo y callar a aquellos que desafían el poder. Pero, ¿cuántas voces han sido silenciadas? ¿Cuántas historias han sido borradas por el olvido? Como dijo George Orwell, "la historia la escriben los que ganan", una frase que resuena en nuestros días, pero que no logra revivir las voces de los derrotados. Los vencedores no solo les quitaron la oportunidad de dar su versión de los hechos, sino que también los esclavizaron, usaron y manipularon para enaltecer su propia figura. Los derrotados, condenados a soportar el estigma de "los malos", nunca pudieron decir: "Yo cargué los bloques de piedras con los que se construyó la Gran Muralla China". Hoy, el reconocimiento de esa construcción se atribuye a los emperadores que sometieron a sus constructores.

A los vencidos se los eliminó no solo de la historia, sino también de su relevancia. Al silenciarlos tras el velo de la muerte, se les negó toda posibilidad de redención. Y en ese mutismo perpetuo ahora persisten, sin logros, sin valores, deshumanizados y anónimos. He meditado alguna vez en el infierno bajo la forma del silencio, pues ningún tormento físico se compara con el tormento del alma, en medio de la nada, eternamente en silencio.

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Esta historia se trata sobre eso, de una mujer que desciende a los infiernos, y que habiendo sobrevivido a su terrorífica travesía se niega a aceptar su lugar de derrotada, de silenciada, y se dispone a escribir su experiencia con la esperanza de que tal vez alguien, alguna vez en el futuro, pueda encontrarse con su voz, y conseguir así escapar del infierno del silencio.

Pero antes de sumergirnos en su historia, me parece importante explorar el contexto en el que se desenvuelve. Confieso que, al reflexionar sobre este prefacio, me vi tentado a escribir sobre los infiernos de diversas religiones. Mencionar el Kur, el Jert-Neter, los ocho infiernos del budismo tibetano, el Naraka-dra, el Hades, el Ukhu Pacha de los Incas, el Jigoku japonés y el Yomi, con su diosa Isanami. Y, por supuesto, homenajear a mi amado Dante y su Divina Comedia, que configuró la imagen del infierno en Occidente.

¿Pero por qué nuestra protagonista escribe su historia?¿Por qué yo escribo sobre ella?¿Por qué Dante escribió sobre el infierno? Me parece que la respuesta se encuentra en el amor y la pérdida. Dante amó con locura a Beatriz, quien no correspondió su amor. Cuando Beatriz murió, Dante se hundió en un poso emocional del cual solo sus obras parece que lo consolaron.

Es curioso pensar que la obra literaria más grande de todos los tiempos fue escrita para una mujer que, por no estar viva, no podría leerla jamás. Y sí, dije la obra más grande, y espero que me perdonen Cervantes, Homero, o todos los poetas que escribieron con el nombre de Homero, o la hábil mujer poetiza que se hizo pasar por varón y firmo sus poemas con el nombre "Homero". Y que me perdonen Virgilio, Shakespear, Jorge y Kentaro Miura. Pero es que para mí La Divina Comedia no tiene comparación.

Al igual que Dante, quien descendió al inframundo y ascendió al cielo, nuestra protagonista también está en una búsqueda de esperanza y redención. Dante atravesó las sombras del infierno, donde los condenados sufren un tormento eterno, y luego ascendió al purgatorio para ser purificado. Finalmente, llegó al cielo, donde se encontró con Beatriz, aunque tal vez en su interior el poeta sospechaba que ese encuentro jamás sucedería. En las últimas líneas de su obra, Dante confiesa que la alta fantasía es impotente, pero que el amor mueve el sol y las estrellas.

Beatriz no solo inspiró la Divina Comedia, por añadidura también inspiró a todos los escritores y poetas que escriben, aún con el paso de los siglos, bajo la influencia de Dante, entre ellos me encuentro también yo. Y aunque no sé si el cielo existe, me atrevo a imaginar, o a soñar despierto, que si tal paraíso es real, cuando Dante murió ascendió a ese lugar entre las nubes, y Beatriz en la gloria lo recibió para celebrar la eternidad, y lo saludó con las cálidas palabras "Gracias, Dante", en medio del triunfo de los ángeles.

Yo tuve una Beatriz, incluso su nombre también es una reminiscencia de lo celestial, aunque mi Beatriz sigue viva (espero), y fue ella quien, sin siquiera saberlo, regó las semillas que la vida había sembrado en mí, y me impulsó a escribirlas para liberarlas de mi interior. Obviamente, al decir "tuve" se sobreentiende que ya no está, pero aún así las semillas germinaron, echaron raíces y los tallos ahora crecen sobre el suelo. Así que ahora no puedo abandonar la escritura, sería renunciar a algo valioso, sería meter algo bueno como lastre dentro de la valija de las decepciones que llevo conmigo a todos lados. Por más que mi Beatriz ahora sea parte de lo que no es, no fue y nunca será, y de toda la vida nunca vivida que se acumula dentro mío. Escribir es la forma que hoy encuentro de aceptar ese silencio.

La protagonista de esta historia también busca encontrar refugio en la escritura, un descanso que la libere del infierno y la ayude a aceptar el silencio que el tiempo traerá sobre ella, el mismo silencio que nos aguarda a todos. En sus palabras, podrá volcar los frutos de las semillas que la vida plantó en su corazón, y levantar la voz con la que soñamos los alienados y los desposeídos, los olvidados... los derrotados de la historia. Escribir se convierte en su esperanza de redención, del mismo modo que escribir lo es para el nene que alguna vez fui, creciendo en un barrio marginal, en una casa humilde, tirado en el pasto entre flores de dientes de león, contemplando en silencio las estrellas que la noche me regaló.


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Bienvenido estimado lector,
esto es Las Ruinas Invisibles:
 Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis.

Las Ruinas InvisiblesWhere stories live. Discover now