Prólogo - Parte 2

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Morticia ─

(Territorio Excluido X14 - Fecha 13/06/2190)

1

Los vecinos de la barriada se habían congregado en la vereda y en el patio frontal de la casa de Dominga y Pascual, atraídos por la noticia de la recién nacida que se había propagado como un reguero de pólvora por todo el barrio esa mañana..

Algunos de los presentes aprovechaban la ocasión para ponerse al corriente de diversos chismes, mientras que los niños corrían y jugaban sobre el pulcro césped podado del patio.

Al costado de la residencia, frente a la ventana, estaba el sacerdote Qhari, un anciano enigmático con una mirada penetrante y una vestimenta sencilla pero elegante. El líder había llegado temprano en la mañana a dicha vivienda, y desde entonces no había dejado de inspeccionar en silencio el dispositivo de teleportación que Pascual trajo la noche anterior, con una mirada intensa que revelaba su escepticismo. Lo miraba con suma atención mientras sus manos lo volteaban en toda dirección posible, como si tratara de descubrir el secreto detrás de su funcionamiento.

El sonido metálico de la tranquera captó la atención de los presentes en la entrada del terreno. Era el sacerdote Kuntur, acompañado por Jawari, su leal ayudante, ambos se acercaban para certificar la veracidad de la noticia que había estado circulando entre las personas de la barriada durante toda la mañana, y que había generado un gran interés y especulación..

A medida que Kuntur y Jarawi se acercaban hacia la puerta de la casa, la gente se apartaba para dejarlos pasar. Los presentes saludaban al anciano con un respetuoso "Allin p'unchay kachun, Villaq Umu", a lo que Kuntur respondía con una sonrisa y un "Hinallataq kachun qanpaqpas".

Uno de los vecinos, que se encontraba próximo a la puerta, golpeó las manos para anunciarles a los que se encontraban dentro la llegada de una nueva visita. Una mano corrió la cortina de la entrada y desde el interior se acercó Pascual.

—Sacerdote Kuntur ¿Cómo le va?

Allin p'unchay, Pascual.

Pascual se hundió las manos en los bolsillos y se inclinó hacia un lado, levantando un pie del suelo. De repente, volvió a enderezarse, sacó las manos de los bolsillos y las extendió con las palmas hacia adelante, buscando las palabras adecuadas para continuar la conversación. Se le notaba desconcertado; metió una mano en el bolsillo del pantalón y con la otra se rascó la nuca. Luego, señaló la entrada del domicilio mientras inhalaba profundamente, pero aún así no logró pronunciar palabra.

—No tiene por qué estar nervioso, wayqe —dijo Kuntur.

Pascual finalmente pudo articular: —¿Quiere pasar? —y tragó saliva una vez concluida la pregunta.

—Me sería de mucho agrado —respondió el anciano—. Pero antes, permítame presentar mis ofrendas a la nueva vida. Abrió el morral que colgaba de su hombro y del interior sacó, una a una, cuatro botellas llenas de leche: una de vidrio y tres de plástico. No es mucho, pero es lo que mis pobres cabras pudieron brindarme.

Kuntur se acercó a Pascual, cubriendo la distancia que los separaba, y posó una mano sobre el hombro del afligido hombre.

—Jarawi llevará estas botellas por usted hacia el interior —dijo.

—No sé como agradecérselo, sacerdote Kuntur.

—Dé las gracias a Inti, Pascual. No lo olvide, es al Sol a quien debe agradecer.

2

Al entrar en la casa, Kuntur se encontró con seis mujeres: Dominga estaba en una esquina con la pequeña bebé en brazos, y las otras cinco la rodeaban. Conversaban en voz baja para no despertar a la niña. El sacerdote se acercó con pasos silenciosos y, una vez frente a Dominga, se inclinó hacia adelante para observar a la recién nacida. Al verla, sonrió y dijo:

Las Ruinas InvisiblesWhere stories live. Discover now