—Entrada 11—
1
Cuando Diego y Qhari cruzaron el umbral de nuestra casa, me quedé tan sorprendida que me levanté de la silla como si un resorte me hubiera impulsado.
Diego colocó el designador sápido sobre la mesa con un gesto casi ceremonial y, con mucho respeto y cordialidad, le dijo a papá.
—¡Felicidades, Pascual!—su voz vibrante resonando con la dulzura tan típica de él.
Me acerqué para saludar, mientras Qhari abrazaba a papá, sus palabras fluyendo con una sabiduría ancestral:
—Kawsayki, Pascual.
Cuando finalmente llegué junto a Diego, sus ojos chispearon de alegría.
—¡Felicidades, Momo! —dijo, y sin pensarlo mucho lo abracé.
Él respondió mi abrazo, y al separarnos, le dije con sinceridad:
—Qué lindo que hayas venido.
Qhari, con su presencia siempre efusiva, interrumpió para preguntar:
—¿Dónde está ese regalo del cielo?
Papá, con una sonrisa iluminada por la paternidad, contestó:
—Está durmiendo con Dominga, en la pieza. Venga, Tata Qhari, así lo conoce.
Papá y el sacerdote entraron en la habitación, los gritos de alegría del anciano despertaron a mi hermano, que se puso a llorar de inmediato. En ese instante, Diego volvió a mirarme.
—Bueno, no pude arreglar el de tu papá, pero traje otro que arreglé para él—dijo, presumiendo.
Me agaché para examinar el artefacto, mis dedos explorando su superficie.
—¡Waowh! Este está re bien cuidado —dije, deslumbrada por el detalle y el cuidado que ostentaba.
Diego sonrió, satisfecho, y respondió:
—¿Viste?
Me incorporé, llena de preguntas, y dije:
—Me vas a tener que explicar cómo se usa.
—Obvio que sí —respondió él—. Pero primero, te muestro cómo lo alimentás de corriente.
Abrió su mochila y sacó un pequeño panel solar de unos veinte centímetros, conectado por un cable a una batería diminuta.
—Siempre vas a tener que cargar la batería exponiendo este panel chiquito al sol—me explicó, mientras yo observaba con atención como conectaba la batería al artefacto.
Con un clic, Diego encendió el designador sápido, que cobró vida y proyectó una pantalla aero-proyectiva a uno de sus lados.
—Una vez encendido, metés las galletas de alimento balanceado y elegís el sabor que querés que tengan. Las opciones están en orden alfabético... pero del alfabeto neo-sumerio.
Llena de orgullo y sin demorarme un instante le dije:
—Yo sé hablar neo-sumerio.
Diego sonrió:.
—Sí, estoy al tanto. Gracias a tu mamá. Si algún día querés practicarlo, contá conmigo.
Mi corazón golpeó de alegría.
—¿En serio?
—Sí. De hecho, si tu mamá me deja, podría venir un día para que vos y todos tus compañeros practiquen conmigo.
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Las Ruinas Invisibles
Science FictionLos que leen esta historia son mejores que los que no