Entrada 9

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—Entrada 9—

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Recuerdo la imagen, blanca e infinita. Flotaba frente a mí sin que ninguna forma o sonido la alterara. No había dolor, ni tristeza, ni nada; solo el sonido de mi respiración.

Creo que, si me pongo minuciosa, tampoco existía el tiempo. Aunque esto es completamente refutable, no necesito que nadie me lo diga; solo describo aquel momento. Mi respiración me relajaba, esa paz que, aún hoy, no encuentro palabras para describirla. Pero había un espacio; yo estaba en un espacio, porque desde lejos escuchaba las siguientes palabras: «¿Estás bien?». Seguidas de un «¿Me escuchás?».

Se repitieron esas preguntas, no sé cuántas veces, y yo no podía razonar lo que significaban. Sin embargo, ahora las entiendo mientras recorro este recuerdo.

De a poco, las sensaciones empezaron a resurgir, como burbujas que emergen a la superficie. Una ligera presión en el pecho, un cosquilleo en los dedos de las manos, y finalmente, un parpadeo. Al abrir los ojos, logré enfocar la vista y reconocí a mi amiga, que estaba a un junto a la camilla. Al otro lado, una enfermera tomaba mi pulso y registraba mis signos vitales en un holograma, con movimientos precisos y fluidos. Ambas, junto a mí, eran androides.

—Todo está bien —dijo la enfermera, con una voz suave y tranquilizadora.
—¡Qué alivio, che! —respondió mi amiga.
—¿Dónde estoy? —pregunté, aún desorientada, las palabras saliendo con dificultad.
Mi amiga se agachó un poco para acercarse, para que así pudiera oírla mejor.
—En el hospital, boluda. ¿Te olvidaste de la operación? —su tono era ligero, casi burlón, queriendo deshacer mi confusión.
—¿Qué? No... yo estaba revolviendo chatarra en una gaveta —un temblor sutil recorrió mi cuerpo.

La enfermera, sin dejar de registrar mis signos vitales, miró a mi amiga y explicó:
—Es completamente normal no entender nada después de despertar de una anestesia general. A medida que pasen los minutos, volverá a su estado de consciencia natural.
—Ok. Igual, el ratito que me queda, yo no me pienso mover de acá —afirmó mi amiga con determinación, acomodándose en una silla, lista para quedarse a mi lado.

La enfermera asintió y dijo que iba a comunicar a los médicos que yo había despertado sin complicaciones. Mientras tanto, miré a mi amiga, que estaba sentada a un lado de la cama.
—Yo te conozco a vos —le dije, sintiendo que una chispa de reconocimiento iluminaba mi mente.
Ella soltó una risa contagiosa y se levantó.
—Sí, obvio que me conocés. Soy la persona a la que más conocés en este mundo —respondió, acercándose a mí.

Se sentó en el borde de la camilla, se inclinó y tomó mi rostro con sus manos, para terminar dándome un largo y suave beso en la frente. No me sentí incómoda; con ella siempre tuvimos esa conexión en la que el contacto físico era parte de nuestra comunicación.

Sin soltarme la cara, me miró a los ojos y dijo:
—Esto es solo una pequeña pausa. No cambia nada, sabelo.
Después, miró hacia la puerta, como si quisiera asegurarse de que nadie estuviera escuchando. Luego volvió su atención hacia mí.
—Ahora le voy a contar a las chicas que la llama arde igual que siempre... se van a poner recontentas.
—¿Las chicas? —pregunté, confusa.
Ella sonrió, mordiéndose la lengua de manera divertida.
—No entendés una goma de lo que hablo.
Luego, tomó el cuello de mi bata de paciente y lo estiró, bajándolo un poco para dejar mi pecho al descubierto.
—A ver qué onda la marca —dijo, con curiosidad.

Fue en ese momento que miré hacia abajo y vi la fila de puntos que formaba la costura de la incisión. Dejé caer la cabeza en la almohada, exhausta. Mi mano se posó suavemente sobre la cabeza de mi amiga, y con la punta de mis dedos comencé a acariciar sus cabellos cortos. Ella me observaba con ternura.

Las Ruinas InvisiblesWhere stories live. Discover now