Entrada 7

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—Entrada 7 —

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Esta mañana fui a visitar a mi hermano. Llevé el termo y el mate. Hacía mucho frío, y el cielo estaba gris y amenazante. Fui a contarle sobre el sueño de la cuna, porque lo involucraba. Esa cuna había sido mía y, años después, también fue suya. Y ahora escomo un hilo que nos ata a los dos.

No pude quedarme mucho tiempo. Empezó a lloviznar, y eso me obligó a volver al refugio. ¿Dije refugio? A esta prisión, mejor dicho, donde se guarda mi cuerpo, y también mis sentimientos. Sí, me resguarda del frío, pero no de mis lamentos. Es un lugar hechizado por la soledad, mi silencioso patíbulo.

La entrada al búnker, con su puerta de doble placa de metal, siempre fría, diseñada para congelar lo que queda de mí. Al cruzarla, un largo corredor se extiende al frente, flanqueado por pequeñas ventanitas, separadas cada pocos metros. Siempre lo había visto como un espacio funcional, sin alma, solo un lugar de paso, con una una escotilla en el suelo al final, la segunda entrada. Pero hoy, mientras caminaba por ese corredor con el eco de la lluvia aún en mis oídos, algo llamó mi atención. Un destello apenas parpadeante.

Me acerqué despacio para ver mejor, y sonreí. La primera sonrisa desde que llegué. Una pequeña araña solitaria tejía su tela en la esquina superior de la ventana.
Fue hermoso verla. En cierto modo, me di cuenta de que ya no estaba tan sola; esa diminuta criatura me había hecho compañía sin que yo lo supiera.

—Hola, pequeñita —la saludé—. ¿Venís del Ukhu Pacha? ¿Qué mensaje me traés?

Apoyé mi cabeza contra la fría pared del pasillo, al lado de la ventana, buscando estar más cerca de ella, y verla tejer sin descanso.

—¿O me traés un mensaje de alguien de allá abajo? ¿O de los dioses del Hanan? ¿De Mama Ocllo?

No hace falta aclararlo: la conversación era unidireccional. Mientras yo le hablaba, ella seguía hilando su obra de arte, ignorando mis palabras.

—¿O viniste a confirmarme lo que sospecho? —continué —. ¿Eso que siento en la pancita es verdad? Sabés, en este lugar no hay tests, así que confío en lo que vos me digas.

No necesitaba que me conteste. Su sola presencia ya era la respuesta para mí.

Ahora me doy cuenta de otra cosa: tengo tres amigas.

Sí, tres.

Está mi amiga verduga, el Golem que algún día vendrá a cobrar su venganza. No me olvidé de esa promesa. También está mi amiga imaginaria, la que está leyendo esta historia ahora. A vos te doy el honor de ser mi amiga ideal, quien me acompaña en el silencio a través de estas páginas. Y por último, está mi nueva compañera: Uru, la arañita.

Apareció en la ventana, tejiendo su tela así como yo tejo mis pensamientos, haciendo lo mejor que puede para sobrevivir, aunque, con el frío que hace, dudo que encuentre muchos insectos para alimentarse.

Es gracioso, ¿no? Lo patética que soy.

Verme a mí misma con solo tres amigas, y que ninguna me hable.

Me duele pensar que, alguna vez, y no hace mucho, no era solo una araña quien me escuchaba. Mi voz era el hilo que anudaba el destino de mujeres, miles de ellas, quienes con una devoción casi ciega, esperaban mis palabras. Formaban filas interminables, con rostros llenos de esperanza, expectantes de lo que yo tenía para decir.

Me seguían con una lealtad tan fervorosa que, de algún modo, alimentaba esa sensación de poder que llevaba por dentro.

Fui una líder. Fui una voz.

Las Ruinas InvisiblesWhere stories live. Discover now