Entrada 2

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Entrada 2─

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Hola, amiga, ¿cómo estás? ¿Cómo te estuvo yendo estos días? Para vos, seguro que entre lo último que leíste y esto solo pasaron unos segundos. Pero para mí fueron varios días. Más que nada porque estuve meditando si me va a hacer mal escribir, ya que hay partes de mi historia que dolorosas que sé que me van a costar de revivir en palabras. Y otras que serán más como declaraciones, o mejor dicho: confesiones, de las que me avergüenzo profundamente.

Después de debatir mucho conmigo misma, llegué a la conclusión de que lo mejor es seguir contando mi vida en estos escritos, a una amiga a la que no tengo en frente. O a una amiga que quizá nunca tenga interés en saber tanto de mí, y todos estos párrafos terminen sepultados en la nada, como tantas cosas que una hace con el corazón.

Estoy un poco sensible últimamente, el silencio de este lugar, más la incomunicación con el mundo real, y sobre todo la soledad... me entristecen.

A veces salgo a la superficie por la escotilla y me quedo en silencio mirando el cielo durante horas. En esos momentos, me muero por fumar. En la despensa de abajo tengo comida para unas dos semanas más, aproximadamente. Pero no hay cigarrillos. Aunque nunca desarrollé el vicio por el tabaco, sé que, de algún modo, el humo me haría un poco de compañía en el silencio de afuera.

Los primeros días, después de volver acá, solía ir seguido a conversar con mi hermano. Él está siempre cerca de la entrada de este búnker. Obviamente, hay cosas que no puedo hablar con él, cosas profundas que no entendería, o que, siendo sincera conmigo misma, me avergonzaría contarle. Tal vez por eso me decanté por seguir escribiendo esto. Pero a él siempre le cuento de mis sueños, con lujo de detalle, sobre todo aquellos donde aparece él.

Es curioso, porque tengo un sueño que me ha acompañado toda la vida. Es un sueño recurrente, desde que era chica. Siempre es el mismo: una pradera de pastos verdes y flores que se extienden en todas direcciones. Al fondo, se alza un monte de pico nevado. En ese lugar, el sol brilla con intensidad pero sin ser agobiante, y aunque en el sueño también estoy siempre vestida de negro, nunca sentí calor bajo el sol. El clima es tan perfecto que, al recordarlo, casi puedo sentir la fresca brisa de primavera acariciando mi cara.

Cuando era chica, en ese prado solía correr tras mariposas. Las veía revoloteando cerca, tan cerca que parecía que con solo extender mi mano podría atraparlas. Pero nunca pude. Por más que corría, por más que intentaba, siempre se alejaban en el último momento, como si el prado y las mariposas estuvieran destinados a ser un juego eterno entre lo que podía alcanzar y lo que no.

A medida que fui creciendo, el sueño continuó siendo el mismo, pero dejé de perseguir las mariposas. Ya no me entusiasmaba tanto. En vez de eso, me dediqué a recoger flores. Había de todos los colores: rojas, azules, violetas, amarillas... Me inclinaba a recoger una de cada color, cuidadosamente, como si fueran un frágil tesoro. Las juntaba en ramos y hacía pompas florales con ellas, llevándolas hasta mi nariz para oler sus perfumes. Y mientras lo hacía, la luz del sol se deslizaba sobre mi piel, cálida y reconfortante.

Pero, algo fue distinto anoche, algo en ese sueño cambió. No sé porqué, pero todo era diferente. La pradera estaba inundada, con agua que me llegaba hasta las rodillas. No había rastro de la cálida tierra bajo mis pies. En su lugar, sentí el frío del agua al caminar, chapoteando entre lo que alguna vez fueron flores. Ahora, ahogadas, flotaban de forma inerte en la superficie. Ya no había colores vibrantes, solo un manto de agua que lo cubría todo.

Decidí caminar hacia el monte. Tal vez, si subía un poco, iba a poder ver hasta dónde llegaba la inundación. A medida que me acercaba, la inclinación de la ladera era suave, pero sabía que cuanto más ascendiera, más empinada se volvería. Seguí subiendo, mis pies empapados por completo, hasta que llegué a unos treinta metros de altura. Desde allí, pude verlo con claridad: la inundación se extendía hasta el horizonte, sin fin.

Las Ruinas InvisiblesWhere stories live. Discover now