—Entrada 14—
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Hola, Amiga, ¿cómo andás?
¿Cómo estás llevando tu existencia? ¿Cómo anda el mundo a tu alrededor? Espero que estés bien, que todo a tu alrededor esté bien.
Siempre que pienso en vos, me pregunto cuánto tiempo después de mi muerte estarás leyendo esto. Si será justo tras el crudo invierno al que el mundo fue —o será, desde mi ahora— sometido, o si será mucho después, cuando el mundo haya vuelto a templarse y a llenarse de vida.
Quizás, cuando leas estas palabras, ya no hables ninguna de las lenguas actuales. O tal vez las hables, pero no las sepas leer ni escribir.
Todo esto nunca lo había considerado cuando empecé a escribirte. Tal vez, al final, no seas tan distinta de mi amiga tejedora en la ventanita, con la que converso a diario. A ella la soplo cada tanto, para que se mueva. Pero a vos... ¿cómo haría para soplarte?
Ahora que lo pienso, mi amiguita, la araña, siente el calor de mi aliento, que la empuja a moverse unos instantes antes de detenerse y volver a esperar alguna presa. Quizás estas palabras, si podés leerlas, también puedan traerte el calor de mis palabras, el calor de un corazón que te alienta, aunque no te vea.
Y no, no me olvidé que te estaba contando cuando lo conocí a Gael. Pero primero quiero hablarte un poco de como se está complicando todo acá, pasé dos días sin luz. La conexión de los paneles volvió a fallar, y tuve que ponerme manos a la obra para encontrar cual de todos los componentes del circuito eléctrico estaba en corto. Revisé y di vuelta todo, desarmé y revisé todo otra vez.
Te juro, me estaba volviendo loca. Y me estaba muriendo de frío por las noches.
Hoy a la mañana fui a hablar con mi hermano, para que me ayudara con esto, y como suele pasar, la falla estaba en el lugar más obvio. En uno de los terminales. Así que lo cambié y funcionó. No te das una idea la alegría que sentí al ver las lámparas otra vez encendidas, me sentí como se habrá sentido Qhari la primera vez que tuvo luz eléctrica frente a él.
Mucha alegría, amiga, si no fuera por Toti me iba a terminar muriendo de hipotermia. Porque la calefacción acá abajo también es eléctrica.
Era más fácil cuando la iluminación era a velas y la calefacción a leña.
Me acuerdo de la vez que le conté a Silvana que yo sabía hacer velas con cera vegetal. Ella me miró con las cejas levantadas y, medio divertida, me respondió: «Qué lindo, ¿pero para qué sirve eso?». Claro, en su mundo digital, rodeada de ordenadores hipercuánticos, la idea de fabricar velas para iluminar una habitación de noche le resultaba tan absurda como un lujo del pasado. Y, sin embargo, en estas dos noches a oscuras, congelándome, me di cuenta de que la forma en que mamá vencía la noche, con sus velas, era más cálida y confiable que la mía, dependiente de cables y circuitos.
Por un momento, deseé tener esas velas a mano, aunque fuera solo para sentir algo de compañía en medio de la oscuridad. La tecnología nos dio un refugio, sí, pero también nos hizo frágiles cuando todo falla. En la próxima entrada te voy a hablar un poco más del búnker, para que entiendas bien cómo es este lugar. Ya te conté que se entra por una puerta metálica que da a un pasillo largo, que termina en una escotilla. Pero no sabés qué hay después, lo que realmente me rodea acá abajo.
Ya te lo voy a contar, amiga, tranqui.
Si no llega el primero el Golem.
Y si no se me termina la comida antes.
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Las Ruinas Invisibles
Science FictionLos que leen esta historia son mejores que los que no