capítulo 26

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Naruto

Aunque sabía que no estaba allí, miré hasta en el último rincón del piso. Cuando llegué a su armario y a su cómoda, me di cuenta de que había dejado la mayoría de la ropa que le había comprado, pero faltaban algunas prendas. Las dos cajas que todavía no había abierto seguían en su armario, también había pertenencias suyas en el cuarto de baño, pero la única maleta que tenía había desaparecido.

Recordé que la noche anterior oí que se abrían y se cerraban cajones. Lo que supuse que era una reorganización solo eran los preparativos para abandonarme. Me senté en el borde de su cama y me agarré la cabeza con las manos.
¿Por qué? ¿Por qué se acostó conmigo si sabía que iba a dejarme? ¿Por qué se había ido? Mascullé un taco... la respuesta era evidente. Chiyo había muerto. Ya no necesitaba los medios para cuidar de ella, lo que quería decir que ya no necesitaba fingir que estaba enamorada de mí. Nos llevábamos bien, o eso creía yo. Estaba convencido de que Hinata sentía algo. ¿Por qué no había hablado conmigo?

Solté una carcajada en la habitación vacía. Pues claro que no iba a hablar conmigo. ¿En qué momento le había dicho que podía hacerlo? Nos habíamos convertido en enemigos amistosos, unidos por un objetivo común. Ese objetivo había cambiado en su caso. Tal vez yo hubiera planeado hablar con ella, pero Hinata no tenía ni idea de lo que yo sentía. Aún era incapaz de entenderlo, no terminaba de asimilar lo mucho que habían cambiado mis sentimientos. La pregunta que se repetía sin cesar en mi cabeza y que no tenía el menor sentido era: «¿Por qué se ha acostado conmigo?».

Se me heló la sangre en las venas cuando me asaltaron los recuerdos de la noche anterior. Era virgen... y yo no había usado protección. Estaba tan absorto en el momento, en Hina, que ni había pensado en el tema hasta ese instante. Le había hecho el amor sin preservativo. Siempre usaba preservativo... nunca había discusión al respecto con mis parejas. ¿Qué probabilidad había de que estuviera tomando algún método anticonceptivo? Me aferré la nuca, presa del pánico. ¿Qué probabilidad había de dejarla embarazada?Se había marchado. No tenía ni idea de dónde estaba, ni tampoco sabía si estaba embarazada. Y mejor no pensar en cual sería mi reacción si se había quedado embarazada. ¿Pensaría Hinata en esa posibilidad?

Corrí hacia el despacho, más ansioso que nunca, y encendí el portátil. Comprobé el historial de navegación, pensando que quizá hubiera usado el ordenador para comprar un billete de avión o de tren, pero no encontré nada. Comprobé las cuentas bancarias y me quedé de piedra al ver que el día anterior había retirado 20.000 dólares. Recordé que dio un paseo por la tarde, que insistió en ir sola. Había ido al banco y había retirado, o transferido, el dinero de su cuenta. Dos meses de «salario» fue lo único que se llevó. Mientras repasaba los cargos de su cuenta, descubrí que, salvo los gastos de chiyo, no había tocado un solo centavo. No había gastado nada en ella. No se había llevado nada para su futuro. Estaba más desconcertado si cabía. No quería mi dinero. No me quería a mí. ¿Qué quería Hinata?

Tamborileé con los dedos sobre el escritorio. Había dejado las llaves y la tarjeta de acceso, lo que quería decir que no podría entrar en el edificio ni en el piso. Sabía que, con el tiempo, se pondría en contacto conmigo para pedirme las cajas que había dejado atrás, y yo insistiría en verla primero. Desvié la vista hacia la estantería del despacho y me di cuenta de que habían desaparecido las cenizas de chiyo. Se las había llevado allí donde se hubiera ido. Pero la conocía lo suficiente para saber que querría las fotos y el contenido de las cajas que había en la planta superior. Estaban llenas de objetos personales, cosas que ella consideraba importantes.

Empezó a darme vueltas la cabeza, que se puso a trabajar como lo hacía cada vez que tenía un problema. Empecé a dividir en compartimentos los problemas y a buscar soluciones. Podría decirle a los Sannin que se había marchado durante unas semanas. Que la impresión por la muerte de chiyo era demasiado para ella y que necesitaba un respiro. Podría decir que la había enviado a un lugar cálido a relajarse y a recuperarse. Con eso conseguiría algo de tiempo. Cuando se pusiera en contacto conmigo, la convencería
de que volviera y ya se nos ocurriría algo. Podríamos seguir casados. Le buscaría un lugar cercano y solo tendría que verme cuando la ocasión lo requiriera. Podría convencerla de que accediese. Me levanté mientras miraba por la ventana la luz mortecina. El día nublado encajaba a la perfección con mi estado de ánimo. Dejé que mi mente volara y diseñara distintos escenarios, hasta que decidí que lo más sencillo era lo mejor. Llevaría a cabo mi primera idea, diría que se había marchado unos días. Tenía su móvil. Podía mandarme mensajes de texto e inventarme llamadas de sobra, de modo que nadie se enteraría de la verdad. Salvo que... Incliné la cabeza hacia delante. No era lo que realmente quería. Quería saber dónde estaba Hina. Necesitaba saber que se encontraba a salvo. Quería hablar con ella. Estaba desolada por la muerte de chiyo y no pensaba con claridad. Creía que estaba sola.

Todo por amor  (naruhina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora