Capítulo 7

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Hinata

Me detuve en la acera situada frente al edificio del señor Namikaze y miré la alta estructura. Era intimidante y exudaba riqueza, con ese diseño de hormigón y cristales tintados que se alzaba sobre la ciudad, y me recordaba al hombre que vivía en su interior. Frío, remoto, inalcanzable. Me estremecí un instante mientras contemplaba el edificio y me pregunté qué hacía yo en aquel lugar. Estaba situado a diez minutos de la residencia y había llegado a tiempo.

La visita a chiyo no había sido agradable. Estaba molesta e irritada, y se había negado a comer o a hablar conmigo, de manera que me había marchado pronto. Me sentía decepcionada. Se había portado muy bien durante toda la semana y esperaba que ese día la tónica fuera la misma. Que pudiera hablar con ella tal como acostumbrábamos a hacer, pero no había sido así. En cambio, solo había conseguido que la frustración empeorara mi ya estresante y extraño día. Me había marchado de la residencia de ancianos alicaída y sin saber el motivo por el que el señor Namikaze quería verme.

El señor Namikaze. Ya me tenía confundida por el hecho de pedirme que fuera a verlo a su casa esa tarde. Su comportamiento durante el resto del día había demostrado ser igual de
extraño. Cuando regresó de su reunión, me pidió otro café y un sándwich.
¡Me lo pidió! No lo exigió, no masculló, ni
cerró de un portazo. Al contrario, se detuvo delante de mi mesa y me pidió con educación el almuerzo. Incluso me dio las gracias. Otra vez. No salió de su despacho durante el resto del día, hasta que llegó la hora de marcharse a casa, momento en el que se detuvo delante de mi mesa y me preguntó si tenía su tarjeta de visita. Murmuré un «Sí» como respuesta, él asintió con la cabeza y se fue, sin dar el menor portazo.

Me tenía intrigadísima, hecha un manojo de nervios y con un nudo en la boca del estómago. No sabía qué pintaba yo en su casa, ni por qué me quería allí. Tomé una bocanada de aire para tranquilizarme. Solo había una forma de averiguarlo. Cuadré los hombros y crucé la calle.

Cuando el señor Namikaze abrió la puerta, intenté no mirarlo fijamente. Nunca lo había visto con un atuendo tan informal. El traje gris hecho a medida y la prístina camisa blanca que solía llevar habían desaparecido. En cambio, llevaba una camiseta polar de manga larga y unos vaqueros, e iba descalzo. Por algún motivo, sentí la tentación de reír entre dientes cuando vi que tenía los dedos de los pies tan largos, pero contuve la extraña reacción. Me invitó a pasar con un gesto y se apartó de la puerta para que pudiera hacerlo. Sostuvo mi abrigo y después nos miramos en silencio. Nunca lo había visto tan incómodo.

Se llevó una mano a la nuca y carraspeó.
-Estoy cenando. ¿Le gustaría acompañarme?

-No me apetece -mentí. Me moría de hambre.

Él hizo una mueca.
-Lo dudo.

-¿Cómo dice?

-Está demasiado delgada. Necesita comer más.- Antes de que pudiera replicar, me aferró el brazo por el codo y me condujo hasta la barra que separaba la cocina del salón.-Siéntese -me ordenó al tiempo que señalaba los taburetes altos y de asiento tapizado.

Consciente de que lo mejor era no discutir con él, me senté. Mientras él se adentraba en la cocina, eché un vistazo por el amplio y enorme espacio. Suelos de madera oscura, dos enormes sofás de cuero de color marrón chocolate y paredes blancas que enfatizaban la amplitud de la estancia. Las paredes estaban desnudas, salvo por un gigantesco televisor situado sobre la chimenea. No había fotos ni recuerdos personales. Hasta los muebles parecían desnudos. No había cojines ni mantas por ninguna parte. Pese a su opulencia, el salón parecía frío e impersonal. Al igual que sucedía con las fotos de las revistas de decoración, todo era bonito y estaba muy bien colocado, y no había nada que ofreciera una pista sobre el hombre que lo habitaba. Me percaté de la existencia de un largo pasillo y de una escalera muy elegante que supuse que conducía a los dormitorios. Me volví de nuevo hacia la cocina. La impresión que producía y el estilo eran los mismos. Una combinación de tonos oscuros y claros, carente de toques personales.

Todo por amor  (naruhina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora