CAPÍTULO 11

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¡Hola, mes chères roses!

¡Hola, mes chères roses!

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ALEXANDER

El aire en el castillo de Alexander se sentía pesado y cargado de tensión. Los últimos días habían sido una constante lucha contra incursiones de humanos que se atrevían a desafiar sus dominios. Los intrusos, todos aniquilados, no habían representado una amenaza real, pero cada muerte había servido como un recordatorio tangible de su naturaleza implacable. Los centinelas, criaturas de oscuridad y odio, habían hecho la mayor parte del trabajo, pero Alexander no había rehuido participar personalmente en algunas de esas cacerías. Necesitaba ese desahogo. Era su forma de mantener la distancia, de reafirmarse en la crueldad que lo definía y de recordar que no podía permitirse ninguna debilidad, especialmente no ante una simple humana como Gabriella.

Desde que Seraphina le había informado que Gabriella había despertado, Alexander había endurecido aún más su resolución. El ángel caído le había transmitido informes con una cautela inusual, como si cada palabra pudiera desencadenar la furia de su señor. Seraphina insinuaba que Gabriella podría ser la salvación que habían buscado durante tanto tiempo, pero Alexander se negaba a aceptar esa posibilidad. Cada vez que Seraphina mencionaba el progreso de Gabriella, Alexander sentía un ardor en el pecho, un molesto zumbido que lo empujaba a cortar las conversaciones bruscamente.

Alexander no había dejado de pensar en la muerte del siervo frente a la habitación de Gabriella. Al principio, la evidencia parecía señalar a la humana, una intrusa desconocida en sus dominios. Sin embargo, tras revisar los informes y escuchar los testimonios de Seraphina, de las hadas y de Lythos, las dudas comenzaron a crecer en su mente. Las heridas del siervo, marcadas por una oscuridad familiar y no por la luz que había visto en Gabriella, eran un claro indicativo de que ella no podía haber sido la causante.

Esa contradicción lo frustraba. A pesar de la atracción innegable que sentía hacia ella, se había prometido mantenerse apartado, convencido de que matar a Gabriella sería lo mejor para todos. No podía permitir que una simple humana controlara sus emociones o despertara en él una humanidad que creía haber enterrado hacía siglos.

Sin embargo, el reporte más reciente de Seraphina confirmó algo que no podía ignorar: Gabriella había logrado salir de su habitación. Alexander había dejado instrucciones precisas para que la puerta permaneciera bloqueada y un vigía vigilara la entrada constantemente. Y, sin embargo, Gabriella se encontraba ahora deambulando por los oscuros pasillos de su morada, su expresión de horror y desesperación dibujada en cada línea de su rostro.

La ira se encendió en él como un fuego incontrolable. Gabriella estaba allí, su esencia dulce e inconfundible llenando el aire, y Alexander se sintió traicionado por sus propios dominios. "No puede ser", pensó con rabia. ¿Cómo se había atrevido ella a desafiarlo, a ignorar las barreras que había impuesto?

El corazón de la BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora