CAPÍTULO 17

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¡Hola, mes chères roses!

¡Hola, mes chères roses!

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GABRIELLA


Gabriella estaba de pie en el balcón, con la fría brisa acariciando su piel desnuda, envuelta únicamente en la sábana. La tela, apenas suficiente para cubrirla, se ceñía a su cuerpo mientras el viento jugueteaba con los extremos sueltos. Observaba el paisaje sombrío de los dominios de Alexander, preguntándose si debía intentarlo de nuevo, si debía huir.

Pero el recuerdo de Lythos, aquel lobo leal, interrumpía sus pensamientos. Lo veía una y otra vez, interponiéndose entre ella y el peligro, su cuerpo herido por protegerla. Las marcas de batalla aún estaban frescas en su memoria, y algo en su interior se revolvía, impidiéndole dar el siguiente paso. La razón le decía que no había futuro aquí, que escapar era su única opción. Sin embargo, la imagen del lobo herido, su lealtad sin preguntas, hacía que sus piernas temblaran.

Suspiró, recostando la cabeza contra la piedra fría del balcón, sus pensamientos volviendo una y otra vez a la discusión con la Bestia. Esa furia abrasadora, el deseo incontrolable, pero también la confusión. Él era un enigma que no lograba descifrar, y cuanto más intentaba alejarse de él, más sentía esa atracción inexplicable. ¿Qué era lo que la mantenía atada aquí?

Los sonidos del pasillo la sacaron de sus pensamientos. Volvió al interior de la alcoba justo cuando unos sirvientes entraban en silencio, con ojos bajos, para comenzar a recoger el desorden que ella misma había causado en su intento anterior de huir. Gabriella se tensó al recordar que todo eso había sido observado bajo la atenta mirada de Alexander, que nada de lo que hacía pasaba desapercibido para él.

Uno de los sirvientes se acercó con una reverencia cortés, manteniendo la mirada baja mientras anunciaba con voz suave:

—El baño está listo, señora.

Gabriella lo miró por un momento, sus ojos entrecerrados, intentando descifrar si había alguna trampa oculta en el ofrecimiento. Había aprendido a desconfiar en este lugar, donde cada gesto amable podía esconder una intención siniestra. Los recuerdos de los engaños y traiciones que había experimentado desde su llegada la mantenían en guardia.

—¿Por qué tanto interés en que me relaje? —preguntó con un tono más cortante de lo que había pretendido.

El sirviente alzó ligeramente la vista, sorprendido, pero rápidamente volvió a bajar la mirada, manteniendo la postura sumisa.

—Solo deseamos que esté cómoda, señora. Después de lo que ha pasado... —dudó un momento antes de añadir—, un baño puede ayudar a aliviar las tensiones.

El corazón de la BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora