CAPÍTULO 16

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¡Hola, mes chères roses!

¡Hola, mes chères roses!

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ALEXANDER

Alexander emergió del baño, el agua había hecho poco para calmar el caos que Gabriella había encendido en su interior. Se vistió con rapidez, sintiendo la frialdad de la piedra bajo sus pies, pero decidió no ponerse la capa, odiaba la sensación de estar atrapado en algo. Necesitaba moverse, sentir su cuerpo libre, aunque su mente seguía atrapada.

El camino a las celdas era un corredor oscuro y angosto, lleno de ecos y sombras. Cada paso que daba hacia las profundidades de su fortaleza lo acercaba más a lo que necesitaba: una liberación de la tensión, del fuego que lo consumía por dentro desde su encuentro con Gabriella. "Ella". Esa mujer intrusa en su vida, su mente, y ahora su sangre.

Cuando llegó a la celda, Morran lo esperaba en silencio, su semblante imperturbable. El hombre inclinó la cabeza en una señal de respeto, pero no dijo una palabra. La situación con el prisionero, el "domador de tierra", era más compleja de lo que habían previsto.

—¿Algún avance? —preguntó Alexander, deteniéndose frente a la puerta de hierro que separaba la celda de la libertad.

Morran negó con la cabeza.

—Nada, mi señor. El hombre ha demostrado una resistencia admirable. Solo habla en acertijos y no ha revelado lo que necesitamos saber.

Alexander no respondió, solo empujó la puerta, permitiendo que su presencia llenara la celda. Dentro, Haakon estaba encadenado, su cuerpo debilitado, su rostro cubierto de sangre y sudor. Pero a pesar de su estado, mantenía una expresión de desafío, como si creyera que aún podía resistir.

Alexander se acercó lentamente, sus pasos deliberados. El aire en la celda estaba cargado, opresivo. La luz de las antorchas temblaba, proyectando sombras que se movían de manera antinatural sobre las paredes. El Acechasombras, aunque invisible, ya comenzaba a reclamar el espacio.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Alexander, su tono tan afilado como las herramientas de tortura esparcidas por la sala.

Haakon levantó la cabeza, sus labios sangrando por la fuerza con la que los había mordido, intentando soportar el dolor. Una sonrisa torcida apareció en su rostro.

—Haakon —respondió entre dientes, como si aún tuviera control sobre su destino.

—Haakon... —repitió Alexander, caminando a su alrededor, sus manos acariciando los instrumentos de tortura con una familiaridad inquietante—. Eres fuerte, pero no lo suficiente. Todos hablan al final.

El corazón de la BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora