CAPÍTULO 21

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¡Hola, mes chères roses!

¡Hola, mes chères roses!

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GABRIELLA

El retumbar incesante de la tormenta afuera se fusionaba con la tensión sofocante dentro de la habitación. Gabriella estaba sentada en el borde de la cama, su cuerpo temblando mientras intentaba aferrarse a la realidad tras la visión que la había sumido en un abismo de terror y desesperación. Alexander permanecía a su lado, su presencia firme y protectora era lo único que la mantenía anclada. Aunque trataba de calmarla, su propia furia seguía ardiendo en su interior. La sombra de Kaelith, su archienemigo, se había atrevido a atacar lo único que él había jurado proteger.

Lythos, en su forma de lobo pequeño, se mantenía a poca distancia, con el pelaje oscuro erizado y los ojos llenos de una preocupación palpable. Sabía que algo terrible había sucedido, algo que él no había podido evitar. Su lealtad hacia Gabriella era inquebrantable, pero incluso él, con todo su poder y devoción, había sido incapaz de intervenir contra la magia corrupta del hechicero.

De pronto, una figura oscura se materializó en el umbral de la habitación, emergiendo de las sombras como un espectro olvidado. Seraphina, el ángel caído, llegó con una presencia inquietante, como un presagio de algo más profundo y oscuro. Sus alas, quebradas y malditas por la oscuridad, apenas eran un vestigio de lo que habían sido, y su mirada, habitualmente serena, reflejaba una ansiedad creciente y contenida. No traía consigo la luz de un ser celestial, sino una oscuridad que era a la vez familiar y perturbadora, una sombra que hablaba de traiciones pasadas y culpas no expiadas.

Alexander giró bruscamente hacia ella, su rabia palpable. La presencia de Seraphina siempre traía consigo recuerdos incómodos y reproches sin resolver, y en esa noche, su aparición se sentía como una intrusión más que una ayuda.

-¿Qué haces aquí, Seraphina? -Alexander escupió las palabras con desprecio, mientras seguía manteniéndose cerca de Gabriella, protegiéndola instintivamente de cualquier amenaza percibida. Su furia no era solo por la sombra que había visto, sino por la sensación constante de que Seraphina siempre llegaba tarde, cuando el daño ya estaba hecho.

Seraphina avanzó, sus pies apenas rozando el suelo mientras sus ojos se clavaban en Alexander primero, y luego en Gabriella. Había dolor en su expresión, una lucha interna que reflejaba años de culpa y remordimientos no resueltos, una carga que nunca había dejado de pesar sobre sus hombros.

-Sentí la oscuridad de Kaelith. Sentí cómo su magia intentaba atraparla -Seraphina dijo con un tono bajo, su voz impregnada de un sufrimiento latente-. No podía quedarme al margen esta vez.

La tensión creció en la habitación. Alexander apretó los puños, furioso, sintiendo cómo la culpa se mezclaba con la frustración. Seraphina había llegado tarde, como siempre, y su sola presencia lo enfurecía aún más. En su mente se entrelazaban recuerdos de pérdidas, fracasos y batallas libradas en vano, y la figura de Seraphina se volvía un recordatorio constante de todas las veces que lo había decepcionado.

El corazón de la BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora