CAPÍTULO 22

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¡Hola, mes chères roses!

¡Hola, mes chères roses!

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ALEXANDER

La tormenta continuaba azotando el castillo con una furia incesante, como si el cielo mismo estuviera desahogando su cólera sobre los muros de piedra. Las gotas de lluvia golpeaban las ventanas con fuerza, resonando en el silencio de la noche y reflejando el tumulto que se desataba en el interior de sus habitantes. Alexander se encontraba en lo alto de una de las torres, observando desde la ventana el horizonte oscurecido por las nubes. El viento aullaba, cargado de una energía eléctrica que le resultaba tan familiar como inquietante. Su mente era un caos de pensamientos fragmentados, luchas internas que no podía silenciar.

El peso de las últimas revelaciones seguía oprimiendo su pecho como un yugo invisible. La verdad sobre Gabriella, el retorno de las sombras de Kaelith y la creciente presión de proteger un reino que se desmoronaba le carcomían el alma. Era una guerra constante dentro de él, una batalla sin tregua entre la Bestia y el hombre, entre la necesidad de proteger a Gabriella y el instinto visceral de mantenerla a distancia por el peligro que representaba. Alexander apretó los puños con fuerza, sus nudillos blanqueando bajo la presión mientras sus pensamientos volvieron a aquella última confrontación en su despacho.

Las palabras de Gabriella lo habían desarmado de una manera que pocas cosas lograban. Ella, con su temeridad y esa luz inquebrantable que se negaba a ser sofocada, se había plantado ante él, desafiándolo no solo como una prisionera, sino como una igual. Había visto en sus ojos algo que le asustaba más que cualquier enemigo: esperanza. Una esperanza que él había perdido hace tanto tiempo que ya no sabía si podría recuperarla, y que en Gabriella ardía con una fuerza que no comprendía pero que lo atraía sin remedio.

El aire frío azotó su rostro cuando Alexander se apartó de la ventana, sus pasos resonando en el suelo de piedra mientras descendía por la estrecha escalera de la torre. Su mente era un hervidero de pensamientos oscuros y decisiones sin tomar. Sabía que debía mantener la distancia, que cualquier cercanía con Gabriella solo complicaría más las cosas, pero la atracción que sentía por ella no era algo que pudiera controlar tan fácilmente. Cada vez que intentaba racionalizar sus emociones, la oscuridad dentro de él rugía con una mezcla de furia y deseo, recordándole que su naturaleza era la de un depredador, no la de un salvador.

Al llegar al pasillo principal, se encontró con Morran, su consejero leal, quien esperaba con una expresión de gravedad inusual incluso para él. Morran inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto, pero sus ojos no ocultaban la preocupación que lo aquejaba.

-Mi señor, ha habido nuevos informes -dijo Morran, extendiendo un pergamino sellado con el emblema de los exploradores del reino. Alexander lo tomó sin prisa, pero la tensión en su rostro era evidente.

El corazón de la BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora