CAPÍTULO 24

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¡Hola, mes chères roses!

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KAELITH

El aire en la morada de Kaelith era espeso y opresivo, cargado de una magia oscura que vibraba con un pulso propio, como si los muros mismos respiraran la maldad que el hechicero infundía en cada rincón. Atrapada entre dimensiones, la morada de Kaelith se erguía sobre monolitos antiguos que se alzaban como testigos de tiempos olvidados, conectando este lugar prohibido con otros mundos y épocas. Las paredes de piedra negra, marcadas por runas que resplandecían tenuemente, daban la impresión de estar vivas, deformándose bajo el peso de los conjuros oscuros que Kaelith practicaba. El eco constante en el aire era como un susurro persistente de secretos perdidos, resonando en un lamento que narraba historias de traiciones pasadas y promesas rotas, entrelazando el presente con un siniestro pasado.

Kaelith se encontraba en el centro de su sala ritual, rodeado por artefactos de épocas perdidas y pergaminos descoloridos, llenos de conjuros antiguos y secretos oscuros. Un cuenco de obsidiana, lleno de un líquido negro que burbujeaba con una vida antinatural, se encontraba sobre un altar tallado con símbolos de oscuridad. En su superficie se reflejaban sombras distorsionadas, mostrando imágenes de Gabriella y Alexander, capturadas como si fueran simples marionetas de sus juegos oscuros. Las escenas cambiaban constantemente, desde los pasillos sombríos del castillo hasta los momentos más íntimos que compartían, mostrándolos envueltos en un conflicto que, aunque no lo sabían, se había diseñado para destruirlos.

Kaelith observaba las visiones con una mezcla de satisfacción y frialdad calculadora. Desde que Gabriella había entrado en los dominios de Alexander, había comenzado a mover sus piezas con precisión. La joven Althara había demostrado ser más fuerte de lo que esperaba, pero cada día que pasaba en compañía de Alexander, se acercaba más a la oscuridad que Kaelith planeaba usar en su contra. Podía ver los hilos de la duda y el deseo tejiéndose en torno a ellos, cada pequeño conflicto entre la luz y la oscuridad los debilitaba un poco más, abriendo camino a su influencia. Kaelith saboreaba cada momento, cada rastro de vulnerabilidad que captaba en sus miradas y sus actos.

Mientras las imágenes danzaban en el líquido oscuro, Kaelith no pudo evitar que un destello de su pasado como Profesor Martínez cruzara por su mente. Había sido mucho más que un simple maestro; había sido un observador astuto y calculador, siempre a la caza de cualquier signo de magia en su hija. Gabriella, por su parte, había sido una joven tranquila, aplicada y obediente, pero Kaelith había notado algo que los demás no veían: un brillo fugaz en sus ojos, una energía que se agitaba en su interior, apenas visible, incluso para ella misma. Era como un eco de la luz que había jurado destruir, un recordatorio constante de todo lo que había perdido y de lo que aún podía conquistar.

Kaelith se había infiltrado en la vida de Gabriella asumiendo la identidad del Profesor Martínez, un vecino y académico de la facultad de filología. La elección no había sido al azar. Kaelith había matado al verdadero Martínez y usurpado su vida, adoptando su apariencia para vigilar de cerca a Gabriella. A pesar de su disgusto por el cuerpo que tenía que usar, la posición de Martínez le permitía estudiar los movimientos de su hija y manipular su entorno a su favor. Cada día que pasaba fingiendo ser el amable profesor, sentía cómo la repulsión crecía en su interior, pero también lo hacía su paciencia, una virtud que había perfeccionado a lo largo de siglos de engaños y manipulaciones.

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⏰ Última actualización: Sep 27 ⏰

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