CAPÍTULO 12

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¡Hola, mes chères roses!

¡Hola, mes chères roses!

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GABRIELLA

Gabriella permaneció inmóvil tras escuchar el sonido de la puerta cerrarse tras Morran. El eco reverberó en la oscura habitación, amplificando la sensación de encierro y soledad que la envolvía. El peso de su situación la golpeó de lleno, llenándola de una mezcla de rabia e impotencia que no podía contener por más tiempo.

Con un grito sofocado, se giró bruscamente y arrojó un cojín contra la pared con todas sus fuerzas. La frustración y el dolor se acumulaban en su pecho como un nudo imposible de deshacer. Sin pensarlo dos veces, agarró un pesado candelabro de bronce y lo lanzó con furia contra un espejo cercano. El cristal estalló en una lluvia de fragmentos que se esparcieron por el suelo, reflejando destellos como si fueran diminutas estrellas atrapadas en una explosión caótica.

—¡Maldito seas! —gritó, su voz temblaba por la ira mientras sus ojos se llenaban de lágrimas que no se molestó en contener.

Agarró otro objeto al azar, un jarrón de porcelana, y lo lanzó contra la pared con un estallido ensordecedor. Sus manos temblaban, pero no se detuvo. La habitación se convirtió en el blanco de su desesperación: estatuillas, libros y cualquier cosa a su alcance se convirtieron en proyectiles de su rabia. Cada golpe, cada fragmento roto, era un intento de liberar la desesperación que la ahogaba, de destrozar la jaula invisible que la retenía.

En medio del desorden, un cuadro colgado en la penumbra captó su atención. Se acercó, aún respirando agitadamente, y se detuvo frente a él. La pintura, envuelta en sombras, representaba al Amo de estos dominios, la Bestia. Gabriella lo miró fijamente, sus ojos recorrieron cada detalle de esa figura imponente y despiadada, con su postura desafiante y sus facciones severas. Pero fueron los ojos lo que la detuvo: un azul profundo e hipnótico que la miraba desde el lienzo como si pudieran ver a través de ella.

Gabriella sintió un escalofrío recorrer su espalda. Esos ojos la atraparon, reflejando una humanidad que no esperaba ver en una criatura tan monstruosa. Se quedó quieta por un momento, sintiendo que esos ojos azules escondían algo que ella no lograba descifrar, algo que despertaba una mezcla de atracción y repulsión en su interior.

—¡Eres un monstruo! —exclamó con voz entrecortada, sus palabras eran un susurro cargado de odio y desesperación.

Arrancó el cuadro de la pared y, con un grito de furia, lo arrojó al suelo. El marco se partió, y el vidrio protector se hizo añicos. El rostro de la Bestia quedó desfigurado bajo los fragmentos, como si finalmente hubiera logrado romper algo tangible de él. Observó los pedazos por un momento, sus ojos se perdieron en los destrozos a su alrededor, y sintió que nada de eso era suficiente.

El corazón de la BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora