CAPÍTULO 18

6 4 38
                                    

¡Hola, mes chères roses!

¡Hola, mes chères roses!

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

NYX

La sala de los espejos siempre tenía una atmósfera cargada, vibrante con energía latente que hacía que las sombras parecieran danzar al ritmo de un susurro silencioso. Nyx flotaba con ligereza, observando a su Señora, Ariadne, quien se reflejaba infinitamente en los espejos que la rodeaban. Aquel lugar tenía un poder enigmático, capaz de deformar no solo las imágenes, sino también los pensamientos. Las paredes brillantes proyectaban figuras distorsionadas, sombras fragmentadas de lo que había sido, de lo que podría ser. Pero en el centro de todo, siempre estaba ella.

Thera, a su lado, evitaba el contacto visual con Ariadne, nerviosa por la imponente presencia de su Señora. Nyx, sin embargo, mantenía la calma, su devoción hacia Ariadne era absoluta. Había estado al servicio de su verdadera Señora desde mucho antes de que las cadenas de Alexander se apretaran a su alrededor. Su lealtad a él era solo una fachada, un recurso para mantener sus propios intereses bajo el manto del poder. Porque su corazón, su verdadera lealtad, siempre había sido de Ariadne.

—Nyx, sabes lo que tienes que hacer —dijo Ariadne, con una voz que parecía deslizarse a través de los espejos, como una brisa helada recorriendo la estancia—. Debes encontrarlo.

Nyx asintió, inclinando apenas la cabeza. Sabía de quién hablaba, aunque no conocía su nombre. Antaño, había visto a Ariadne con aquel hombre, el hechicero de ojos como pozos infinitos, llenos de una promesa de poder que parecía desbordarse de su mera presencia. Era el amante de su Señora, eso lo sabía, pero más allá de eso, todo sobre él se había mantenido en un manto de misterio. Nyx nunca había cruzado palabras con él, pero había visto la intensidad en los ojos de Ariadne cuando hablaban en privado, en encuentros que se perdían en los recovecos de la historia.

—¿Cómo lo encontraré, Señora? —preguntó Nyx, su voz suave, pero firme.

Ariadne se giró hacia ella, y los reflejos de su rostro en los espejos adquirieron un matiz más agudo, como si las facciones de su Señora se afilaran bajo la presión de las emociones ocultas.

—Hay monolitos —dijo Ariadne, avanzando un paso hacia Nyx, cada uno de sus movimientos cargado de una elegancia peligrosa—. Antiguas piedras que sirven de portal hacia su morada. No son visibles para cualquiera, pero tú... —sonrió levemente—, tú podrás verlas. El hechicero no se esconde de mí, Nyx. Sabe que, tarde o temprano, volveremos a encontrarnos.

Las palabras de Ariadne tenían un peso más allá de lo evidente. Nyx podía sentir la profunda conexión que aún latía entre ellos, como un lazo que no se había roto del todo. Y aunque sabía que Ariadne no lo admitía, ese hechicero, aquel hombre que había seducido a su Señora, tenía un poder más allá del que Nyx alcanzaba a comprender.

El corazón de la BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora