CAPÍTULO 20

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¡Hola, mes chères roses!

¡Hola, mes chères roses!

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GABRIELLA

El sonido incesante de la lluvia golpeaba los muros del castillo, creando una melodía sombría que envolvía todo en una penumbra acuosa y melancólica. Gabriella, con el corazón todavía agitado por la conversación con Alexander, caminaba hacia su alcoba, sintiendo el peso de cada paso. La humedad del aire parecía aferrarse a su piel, como si la tormenta intentara penetrar no solo en el castillo, sino también en su propio espíritu. Cerró la puerta detrás de ella y se quedó apoyada contra la madera fría, respirando hondo, buscando un respiro que no llegaba.

Se acercó lentamente a la ventana, observando cómo las gotas de lluvia se deslizaban por el cristal, creando surcos irregulares que distorsionaban el paisaje exterior. Era como si el mundo se estuviera desmoronando en fragmentos de sombras y luces intermitentes, un reflejo cruel del caos interno que sentía. Alexander había revelado una pequeña parte de sí mismo, pero era solo un vistazo a un abismo mucho más profundo y oscuro del que ella todavía no comprendía del todo. Había visto en sus ojos un dolor antiguo, pero también un miedo tangible, como el de alguien que había perdido todo, incluso la capacidad de confiar.

Un suave crujido rompió el silencio. Gabriella giró la cabeza y vio a Lythos, en su forma de pequeño lobo, asomándose por la puerta entreabierta. Sus ojos brillaban con preocupación, y movía la cola lentamente, como si no quisiera interrumpirla pero tampoco soportara verla tan angustiada. Se acercó despacio, sus patas resonando suavemente contra el suelo de piedra, hasta que se detuvo a su lado.

Gabriella se arrodilló, acariciando su pelaje oscuro, sintiendo la calidez de su presencia como un consuelo silencioso en medio del tormento.

—¿Estás bien? —preguntó Lythos, su voz baja y cargada de preocupación.

Gabriella sonrió con tristeza, aunque su expresión no alcanzó a disipar la inquietud que la carcomía.

—No lo sé —admitió, sintiendo cómo sus dedos se enredaban en el pelaje de Lythos—. Alexander... no sé qué pensar. Hay tanto que no entiendo de él, de este lugar... de mí misma.

Lythos se mantuvo en silencio, dejándola encontrar consuelo en el simple acto de acariciarlo. Era un guardián leal, y aunque no siempre tenía respuestas, su presencia era un recordatorio de que Gabriella no estaba completamente sola en este mundo desconocido y hostil.

 Era un guardián leal, y aunque no siempre tenía respuestas, su presencia era un recordatorio de que Gabriella no estaba completamente sola en este mundo desconocido y hostil

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El corazón de la BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora