XVIII :Mascarada , Segunda parte

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Tiffany suspiró y se levantó, acariciándome la cabeza mientras se alejaba un momento para sentarse en la butaca. Me hizo un gesto para que me acercara, permitiéndome poner la cabeza en su regazo, donde continuó acariciándome suavemente, sus palabras calmantes y su toque gentil llenándome de una extraña sensación de alivio.

—Tranquila, chiquita, no pasa nada, —dijo en un tono suave y relajado, mientras seguía acariciándome.

La tensión que había sentido antes comenzó a desvanecerse, y por un momento, me permití simplemente disfrutar de las caricias y la tranquilidad que Tiffany me ofrecía, agradecida de tener a alguien que me cuidara, aunque fuera por un breve momento.

—Es un placer conocerle en persona —dijo el hombre, inclinándose respetuosamente hacia Steve—. Siento haber tardado en llegar, la conversación se estaba alargando. Por lo que me cuenta mi hermano, es usted un gran profesional, y veo que nuestra inversión está segura.

Mientras el hombre hablaba, mis ojos se desviaron hacia las mascotas que traía consigo. No podía verlas con claridad, ya que la pierna del tal Tojo las cubría en parte, pero distinguí dos pequeñas figuras que se movían con cautela a su lado.

Tiffany se acercó un poco más para verlas mejor, y una sonrisa de ternura apareció en su rostro.

—Hmmm, vaya, vaya... son preciosas. Tienen unos ojos muy bonitos y parecen estar muy bien educadas.

Tojo sonrió con satisfacción al recibir el halago.

—Gracias, señora. Mis dos zorras son las niñas mimadas del criadero —respondió, tirando sutilmente de las correas para que las pequeñas avanzaran y pudieran ser mejor observadas.

Cuando finalmente las vi con claridad, por un momento, abrí la boca en una mezcla de sorpresa y horror. Hasta un punto que, casi sin querer, rompí el protocolo de comportamiento que debía seguir en un evento como este. Ambas chicas eran prácticamente idénticas, de no ser por un detalle: las manchas negras que cubrían sus cuerpos, como si fueran dálmatas. Aunque las marcas eran sutilmente diferentes, lo suficiente como para distinguirlas, se notaba que no eran naturales. Al principio pensé que podrían ser maquillaje, pero rápidamente deseché esa idea al recordar mi encuentro con Leia. La marca en su hocico no era maquillaje, sino un tatuaje. Estas chicas probablemente habían sido tatuadas en casi todo su cuerpo para reproducir esas manchas.

Todo lo demás en ellas era idéntico: el pelo recogido en coletas, los aparatosos collares de descargas, su tono de piel cobrizo y el pliegue epicántico de sus ojos que señalaban su etnicidad asiática. Pero lo que realmente me dejó sin aliento, lo que me golpeó con tanta fuerza que incluso olvidé el fugaz encuentro con la arrogante Donna de hace un rato, fue su tamaño. Ahora recordaba las jaulas de pequeñas dimensiones en la sala donde me habían preparado antes de la jornada. Eran jóvenes... realmente jóvenes. Tragué saliva mientras un torrente de pensamientos me invadía: ¿habían mencionado una inversión? ¿Cómo podía Steve consentir esto? ¿Cómo podía Tiffany estar allí, acariciando tan alegremente a una niña que no sería mucho mayor que su propia hija?

La niña a la derecha, agachada en el suelo, dejó escapar un suave jadeo cuando la mano de Tiffany acarició su espalda. Aunque aceptó sumisamente la caricia, no dejó de temblar en todo momento, y era difícil saber si lo hacía por frío o por miedo. Parecía un cachorrito asustado.

—Esta es Nanako —dijo Tojo, señalando a la niña que estaba agachada—, y ella —añadió, señalando a la otra niña, que parecía más tranquila, como si fuera menos consciente de la situación— es Hachiko.

—Son realmente tiernas. Las dos —dijo Tiffany mientras dejaba de acariciar a la niña y se incorporaba—. Su tamaño... —continuó, acercándose a Tojo—, me sorprende que se puedan entrenar tan pequeñas.

Mi vida como una mascotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora