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Narrador omnisciente.

Emilia estaba cocinando su comida favorita, las pastas, cuando tocaron el timbre en su casa. Se lavó las manos y se las secó con un trapito que había cerca suya.

—¿Quién será a estas horas?— Dijo, pues eran las diez de la noche.

Rápido, fue a la puerta, abriendola lentamente, cuando se encontró a Nicole, Tuli y María detrás de ella. Se sorprendió, no habían planeado nada, pero rápidamente las abrazó con fuerza.

—¿Qué hacen acá a estas horas chicas?— Preguntó Emilia confundida.

— Nos enteramos de que estabas mejor, y vinimos a verte, un poco tarde, pero vinimos.

— Ay, gracias, posta. Ahora ando sola acá, así que pueden pasar si quieren. Estoy cocinando pasta, ¿quieren?

— ¡Sí! Amo la pasta.— Todas asintieron.

—Ahora, contanos, ¿como te fue el otro día con Mauro?

Emilia ya sabía a que venían, las conocía perfectamente.

—Bue, ni un que linda casa ni nada.— Las cuatro se rieron.

—Amiga, necesitamos saber, por eso vinimos.— Habló Tuli, haciendo que Nicki le golpeara el hombro.

—Pero boluda, callate.— Habló Nicole disimulando.

—Ya veo... Además, chicas, como si no me conocieran, yo no me voy a enojar por eso, a mi me hace gracia.— Las chicas suspiraron aliviadas, ya que pensaron que se iban a quedar sin Emilia, a lo que Emilia rió levemente.

—Menos mal, perdón si no te contamos, pero queremos ayudarte y saber todo, por que te queremos.— Habló María ahora.

—Las entiendo, yo también las quiero, y claro que les voy a contar todo, pero primero, voy a preparar mates.

Emilia se fue a la cocina, tardó 2 minutos, fue a la sala y se sentó. Les dio los mates a las chicas y habló la primera.

— Bueno, primero, entró por la ventana, por que yo no podía moverme.— Las chicas se rieron.— Ya sé, demasiado extraño, pero sí.

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Les contó todo, y después de eso, se quedaron a dormir, ya que era tarde y no quería Emilia que les pasara nada.

Eran las 3 de la madrugada, las chicas seguían despiertas, música sonando, obviamente a bajo volumen; nadie en su casa, ya que los padres de Emilia seguían afuera; las cuatro hablando.

— Bueno, ¿dormimos?— Habló Fiorella cansada, casi dormida.

— Boluda, todavía es temprano, dormite vos si querés, pero yo no me duermo.— Exclamó Nicole con todo el animo. Parecía borracha, aunque no había tomado ni una gota de alcohol.

— Bueno.— No dijo nada más y se durmió.

Después de que Tuli se durmiera, a Emilia le llegó una llamada, y se extrañó, ya que, ¿quién le iba a llamar a las tres de la mañana?

—Amigas, me está llamando Mauro.— Se notaba que Emilia se puso nerviosa.

— Contestale.— Habló ahora Maria.

—Voy, permiso.— Dijo Emilia saliendose de la habitación y cerrando levemente la puerta.

{ —¿Mauro? ¿Qué pasó? ¿Estás bien?

—No, Emi-... Emilia, me en-... encuentro m-... mal, me duele la ca-... cabeza.— Dijo Mauro, asustando a Emi demasiado.

—¿¡Mauro?! ¿¡Estás bien?! Por favor mandame ya tu ubicación.— Dijo rápidamente.

—V-... voy.— Pasaron 2 minutos y Mauro no le enviaba nada, pero seguía en la llamada.

— Mauro, por favor, contestame.

—Es-... Estoy intentando mand-... mandarte la  ub-...ubicación.

Por fin se la mandó.

—Ya voy para allá. }

Colgó la llamada y le explicó a las chicas que iba a salir un momento de la casa, y le explicó el porqué.

Corrió hacia la dirección a la que le había mandado Mauro, que no le quedaba lejos de su casa.

Cuando lo vio, corrió rápidamente hacia donde el morocho, y le abrazó fuerte. Notó algo a lo que se veía a treinta kilómetros.

Tenía sangre, sangre por toda su mejilla, ojo y comisura de sus labios.

— Mauro, ¿que te pasó?

— N... no puedo de- decírtelo.

—Si podés, no me voy a enojar.

—Estaba caminando por la calle, cuando me encontre a un idiota, a Fernando.— Emilia se quedó helada.— Me dijo que si yo me acercaba a vos, te iba a hacer daño otra vez, y que ibas a caer en su trampa otra vez, a lo que te llamo puta.— Emilia no lo podía creer.— Yo no me contuve, le pegué una piña, se lo merecía.— La morocha estaba atenta a todo lo que el chico le decía.— Hasta que terminamos en una pelea, y obviamente gané yo, el idiota se fue llorando a su casa.

—Mauro... No puedo creer que te pegaste por mí, sigo helada, perdón.— Habló dándose cuenta de que tardaba mucho en seguir hablando, y Mauro se rió.— Pero, no hacía falta, él no me va a volver a hacer nada, te lo aseguro. Ahora, vení, que vamos a tu casa y te pongo hielos, necesitas descansar, bebe.— Mauro se quedó congelado, ¿cómo que bebe? Era la primera vez que le decía así.

Mauro sin saber que decir, le besó la boca, en forma de cariño y amor.

Fueron los dos de camino a la casa de Mauro, y cuando llegaron, no había nadie, las luces estaban apagadas y sin ningún ruido en la casa.

—Subí a tu pieza, yo te llevo los hielos con un trapito.— Mauro asintió y le hizo caso, Emilia, sin hacer ruido, agarró los hielos y los puso dentro de un trapito que había cerca de la mesa.

Subió las escaleras y rápido, fue a la pieza de Mauro, entrando, viendo a Mauro estar acostado en su cama, medio dormido, mirándola a ella.

Era la mejor imagen que podía estar viendo en ese momento.

El amor que había entre los dos era demasiado fuerte. Tan fuerte que había fuegos artificiales en el aire cuando se miraban fijamente a los ojos.

LA BOTELLA || Duki & Emilia MernesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora