3- Hay un gran secreto detrás de la advertencia

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Lo que empezó como una pesadilla se transformó en el momento más extraño de mi vida.
Tuve que encender la linterna de mi celular para ver que frente a mí solo tenía un pasillo bastante estrecho y frío. Lo único que pude hacer fue seguirlo. En tan solo algunos pasos las paredes pasaron de ser como la madera de la cabaña a una especie de piedra lisa, con un aspecto subterráneo, como un pasadizo secreto. Estuve caminando hasta que encontré una escalera al fondo. Mientras la subía, las paredes cambiaron de nuevo, pero esta vez a una pintura clara, perfecta.
Atravesé otro pasillo y, a medida que fui subiendo, un extraño y lejano zumbido fue acercándose hasta convertirse en muchas voces. Tuve un raro presentimiento, pero ¿volver a donde posiblemente estaba el loco con el cuchillo? No, gracias. Lo mejor era encontrar personas que me ayudaran.
Continué hasta que por fin todo se amplió y tuve ante mis ojos un lugar distinto a la cabaña y al bosque. Un enorme salón con el techo alto e iluminado, como el vestíbulo de un hotel, ¿o de un club? ¿O de una mezcla de ambos? Elegante, pero moderno. Las paredes estaban decoradas con algunos cuadros muy extraños que no logré detallar muy bien en ese momento, aunque me pareció ver a una especie de monstruo comiéndose a alguien. En cuanto al resto, el suelo se extendía en muchas direcciones, dando la impresión de que aquel sitio, fuera lo que fuese, era más grande de lo que mi campo visual abarcaba y que tenía más pasillos.
Y estaba lleno de gente, de caras que no conocía.
Solo salí de mi asombro porque alguien que vestía una gabardina violeta pasó junto a mí, y eso me recordó al hombre clavando el cuchillo en el ojo del otro. Entonces vi otra gabardina, y otra y otra, y en realidad casi todas las personas allí llevaban ese estilo. Qué raro, era algo opuesto a lo que se usaba a diario en el caluroso Asfil.
Me sentí perdida y desorientada, plantada en algún lugar del mapa que no podía identificar. Miré mi celular de nuevo. Algo más loco todavía, la pantalla estaba llena de líneas de colores.
No hacía nada. ¿Se había dañado? No podía llamar.
Me atreví a dar unos cuantos pasos, dudando entre si debía preguntarle a alguien en dónde estaba o solo buscar una salida.
Pero el rostro más cercano me pareció muy intimidante, así que no pude hablarle a nadie.
No entendía cómo había pasado del bosque a… eso. ¿Era un sitio secreto?
De repente, alguien me tomó del brazo y me hizo voltear:
—¿Padme? —La voz masculina llegó a mis oídos de forma irreconocible. Quizás fue por lo abrumador de la situación, pero me costó unos segundos conectarla con el rostro que tenía justo delante de mí.
Era Damián. Me miró atónito. Por unos segundos me quedé impresionada por el hecho de estar viendo los mechones de cabello azabache que caían sobre su frente, las espesas cejas fruncidas y sus ojos que parecían totalmente negros y demasiado profundos como para sostenerlos durante mucho tiempo.
¡Pero por fin! Una cara conocida, alguien que podía ayudarme.
—Damián, necesito ayuda —dije rápido y nerviosa, mirando hacia todos lados, por precaución—. Alguien me está persiguiendo y ahora estoy perdida. Necesito que me prestes tu celular para llamar a la policía o que me digas cómo volver al pueblo porque… No me permitió decir nada más. Tiró con fuerza de mi brazo sin explicar por qué. Como yo todavía no entendía nada y seguía medio asustada e impactada, me dejé llevar por sus tirones. Esquivamos personas hasta que atravesamos una puerta corrediza y entramos a una salita separada del resto.
Ahí dentro estaba más tranquilo. No había nadie, tan solo un par de sofás, unas cuantas mesas y una mini nevera. Parecía el espacio perfecto para descansar o sentarse a hablar sin ver a toda la gente que seguía afuera. Entendí mucho menos qué se suponía que era aquel sitio.
—¿Cómo llegaste hasta aquí? —preguntó con fiereza una vez que estuvimos a solas—. ¿Alguien te trajo?
—No, te dije que… —¿Alguien te habló de este sitio? —me interrumpió.
—¡No!
—¡¿Entonces cómo llegaste?!
De acuerdo, no lucía contento con mi presencia. Aun así, sentí que mentir no era una opción en ese momento. No estaba buscando alegría, solo ayuda.
—Te seguí para darte esto —confesé. Saqué la identificación del bolsillo trasero de mi jean y se la ofrecí con la mano temblorosa—. Pero no es importante ahora porque alguien me estuvo persiguiendo y solo tuve suerte de que no me atrapara, y lo que vi… —¿Qué viste? —exigió saber, pero como era obvio que me costaba explicarlo, Damián presionó para que lo soltara—:
Habla, por todos los demonios.
—Vi un asesinato.
Hubo un silencio. A una parte de mí se le hizo un poco extraño que él ni siquiera alzara las cejas en sorpresa o que no mostrara algo de horror, pero asumí que era mi miedo empezando a rozar la paranoia.
—¿También viste la cara de la persona que dices que te perseguía?
—Sí, y creo que él vio la mía —asentí, sonando más preocupada que antes—. Fui rápida, pero es posible que haya visto que llegué hasta aquí, aunque no sé cómo, solo encontré algo así como un pasadizo y… ¿Qué es este lugar? ¿Por qué estás aquí?
Damián no dijo nada por un momento. Solo me analizó con esos ojos severos y oscuros. Listo, no me creería lo del asesinato, diría que era una desquiciada por seguirlo, por inventar algo tan serio y por estar preguntándole qué hacía allí como si tuviera derecho a saberlo.
Otra vez, no fue como esperaba.
—Llévame a donde lo viste todo —me pidió.
Lo observé como si acabara de volverse loco.
—¡No! ¡¿Para qué?! ¡Ni siquiera sé si deberíamos salir de aquí con toda la gente que hay ahí afuera!
—Solo llévame.
¿Estábamos hablando el mismo idioma? No entendí por qué me pedía algo tan absurdo y, de nuevo, por qué no estaba sorprendido, sino ahí muy quieto como si quisiera arrancarme la cabeza.
—Damián, un psicópata con un cuchillo mató a un chico y luego empezó a perseguirme —fui más específica—. ¡Quiso atraparme! ¡Tuve que huir y así fue como llegué hasta aquí!
¡Tenemos que llamar a la policía!
—Deja de comportarte como una niña asustada —me advirtió con cierta dureza y frialdad—. Y haz lo que te pido.
—¡¿Cómo no voy a estar asustada?! —solté, confundida—.
¡Tú también deberías estarlo!
De nuevo, Damián me tomó del brazo e intentó tirar de mí en dirección a la salida.
—¿Qué estás haciendo…? —me quejé. Iba a lograr sacarme porque tenía más fuerza que yo, pero de repente alguien deslizó la puerta y entró antes de que nosotros saliéramos.
Lo primero que vi fueron unos ojos azul cielo que me paralizaron.
—Lo siento, no sabía que estaba ocupado —se excusó la persona.
Vestía una gabardina violeta.
El recuerdo se reprodujo en mi mente: el árbol, la discusión, el cuchillo, el ataque, la sangre, la víctima con el rostro casi desfigurado y el asesino.
Era él. Estaba frente a mí. Su expresión era serena, nada amenazante. Su voz era muy clara, pero con un tono profundo.
El cabello era castaño y bien peinado hacia atrás. La piel era tan impecable que incluso le daba un aire elegante y pulcro, como si en ningún momento se hubiera manchado las manos con la vida de otra persona, como si no fuera capaz de clavar cuchillos en los ojos.
Retrocedí de manera automática hasta que Damián, con disimulo, puso una mano a mitad de mi espalda para detenerme. Quise decirle que ese era el asesino, pero me dio un pequeño apretón que interpreté como una advertencia: «No lo hagas obvio». Así que no me moví a pesar de que no tenía ni idea de cuál opción era segura. ¿Obedecer o correr? ¿Dar un paso o no?
—Ya nos vamos —le informó Damián con voz indiferente y tranquila—. Así que puedes quedarte, Nicolas.
Me quedé fría al oír que lo había llamado por un nombre, que tampoco sonaba tan escalofriante como lo que le había visto hacer en el bosque un rato atrás.
—¿Estás seguro? Porque puedo ir a otra sala —dijo Nicolas, y luego agregó medio divertido—: no tienes que huir cada vez que aparezco.
—No huyo de ti cuando apareces —aclaró él, cortante—.
Solo no me gusta compartir espacio contigo.
Eso lo divirtió más.
—Ah, Damián, tan cruel y enojado siempre… Por un instante, ambos se sostuvieron la mirada, y chispeó algo parecido a la tensión entre dos depredadores listos para atacarse. No supe qué me inquietó más, si eso o el hecho de que Damián podía ser conocido de un asesino.
De pronto, la mirada de Nicolas se deslizó hacia mí.
—Lo que no pasa siempre es que estés acompañado de alguien —dijo con cierta curiosidad—. Alguien a quien no creo haber visto antes en tu manada o por los pasillos.
¿Entonces no me había visto en el bosque? No lo creía posible. Tenía que estar mintiendo. Una punzada me aseguraba que sí.
Damián me dio otro apretón con la mano que todavía tenía sobre mi espalda. Sentí eso como una segunda advertencia, como un «no digas nada», por lo que traté de mantener la calma para no delatarme.
—¿Te acuerdas de toda la gente que ves cada día? —le preguntó Damián, extrañado—. Debe de ser una buena habilidad. Te felicito, ahora quítate, que no tenemos ganas de conversar.
Pero Nicolas no se apartó. Me pregunté si estaba fingiendo no conocerme porque era inteligente y quería jugar conmigo hasta asustarme lo suficiente como para que le suplicara por mi vida. Aunque me aferré a la idea de que con otra persona presente, no podría hacer nada.
—No, no tengo esa habilidad, soy algo distraído —dijo Nicolas—. El punto es que no suelo pasar por alto caras así.
¿Caras así? Es decir: ¿asustadas, pálidas, nerviosas?
—Quizás ella tampoco se acuerda de ti. —Damián se encogió de hombros.
—¿De verdad? Eso sí es una pena. —Nicolas adoptó un aire pensativo y luego lanzó el comentario directo a mí—: Pero juraría que tu rostro me hace algo de ruido. ¿No hemos salido de cacería juntos?
¿De cacería? ¿En el bosque? La cabeza comenzó a darme vueltas, pero la mano de Damián presionó un poco mi espalda.
Debía responder.
—No —logré pronunciar.
—Ah… —asintió Nicolas. Luego entornó un poco los ojos, analizándome—. ¿Y por qué estás tan nerviosa? Yo no muerdo. Eso tal vez lo haría alguien de la manada de Damián.
¿De la qué?
—Deja de hacerle preguntas estúpidas —se quejó Damián—.
Si estás aburrido, vete a hacer algo más.
—Pero si ella está agitada y un poco roja —siguió con una pequeña risa— y no creo que eso lo hayas causado tú de buena manera. No es un secreto que te da alergia el contacto con otros.
Eso fue una clara burla. Damián se tensó un poco, lo sentí en su mano aún puesta sobre mi espalda.
—Quítate, Nicolas —le exigió, pero él solo bajó la mirada y señaló mi pierna. Justo en mi pantalón rasgado.
—¿Qué te pasó ahí? ¿Acabas de pelear con alguien?
—Ese no es asunto tuyo —soltó Damián, cada vez más harto.
—Una chica en apuros es asunto de cualquiera —replicó Nicolas al instante.
—Ella no está en apuros —Damián apretó los dientes—.
¿Por qué lo estaría? ¿O es que ahora vas por ahí acusando a cualquiera de cosas sin sentido?
Nicolas alzó las cejas con algo de sorpresa.
—No lo sé, pero solo ella puede confirmar si me equivoco o no —dijo, y otra vez se concentró en mí—. Si dices que no lo estás, con gusto me apartaré, pero si es lo contrario… Ni siquiera entendí por qué creía que yo diría que estaba en apuros. Sospeché que buscaba quedarse a solas conmigo para matarme. Lo único que yo quería era salir corriendo de ahí, así que no tardé ni un segundo en responderle.
—No. No lo estoy.
—Bien, está dicho —concluyó Damián—. Nos vamos ya.
No permitió que la conversación se extendiera, y apenas Nicolas se movió a un lado, me dio un leve empujón para que ambos nos marcháramos. Justo antes, por alguna estúpida razón se me ocurrió voltear. Los ojos de Nicolas se encontraron con los míos mientras lo dejábamos atrás. Los percibí como una advertencia de algo, pero les tuve miedo.
Damián y yo cruzamos la puerta deslizable y pasamos la enorme sala llena de gente. Esquivamos a algunas personas y continuamos por un pasillo. Cuando ya no hubo nadie, él me soltó y empezó a caminar por delante de mí, apurado.
A partir de allí el camino me pareció irreconocible y largo, pero unos minutos después ya estábamos fuera de aquel lugar, de nuevo en el bosque. El cielo seguía despejado. Se oían algunos pájaros y un conejo blanco estaba olisqueando unas bayas, pero sentí que algo no encajaba… ¿Eran ideas mías o el habitual calor de Asfil había disminuido? Ahora percibía algo extraño en el ambiente, como un ligero viento frío que de repente me erizó la piel.
—¿Fue Nicolas quien te vio? —me preguntó Damián de forma abrupta. Su voz me hizo reaccionar.—¿Cómo es que lo conoces?
—¿Que si fue él, Padme? —afincó, con gravedad.
—¿Pero es tu amigo? ¿No se llevan bien? —me confundí.
Damián soltó aire y se pasó la mano por el cabello, molesto.
—Maldita sea, esto no debía pasar —murmuró.
No entendí nada. Mi instinto solo me decía que debía salir de ese bosque lo más rápido posible. Se sentía incómodo, siniestro. Además, la actitud de Damián era cada vez más rara y lejos de lo normal. ¿Por qué se enfadaba conmigo si el peligroso era su conocido? Eso me hizo molestarme también.
Muy bien, suficiente.
—¿Me vas a decir qué demonios está pasando y por qué ignoras lo que te estoy diciendo? —le solté a Damián en una descarga, ya harta—. Y no me vuelvas a agarrar así como lo hiciste allá adentro.
—Llévame a donde se supone que sucedió lo que viste —me pidió.
No pude creerlo. ¡¿Qué demonios pasaba con él?!
—Quiero volver al pueblo —dije, decidida.
—Padme —pronunció, como amenazando que estaba al borde de un colapso de ira—. Llévame al lugar y entonces podrás regresar.
—¡Es que no entiendo para qué quieres ir!
—¡¿Quieres volver o no?!
Dudé. Recordé que Alicia había comparado a Damián con un rarito, y por cómo se estaba comportando en ese momento, sus palabras no me parecieron tan absurdas. A lo mejor le gustaban todos esos líos sangrientos y oscuros. Quizás quería ver el lugar por puro morbo. Qué se yo. Todo en él, desde siempre, había parecido estar envuelto en ese tipo de aura inusual y tenebrosa.
Pero de acuerdo, en ese momento era el único con el que podía compartir lo que había pasado.
—¿Me ayudarás a llegar al pueblo? —Quise asegurarme antes.
Él asintió.
—Bien —suspiré de mala gana.
Traté de recordar el camino. Era difícil, considerando que solo había corrido como una estúpida, pero Damián ayudó diciéndome que las hojas estaban más aplastadas por donde había pisado. Me dio a entender que conocía muchísimo el bosque. Debía pasarse mucho tiempo por allí. Otra cosa que aumentó el volumen de mis alarmas internas.
No tardamos en llegar al lugar de los hechos. En realidad, no había ninguna referencia que me indicara que ese era el sitio, pero lo sabía, era una inquietante e inexplicable certeza. Sin embargo, el cadáver ya no estaba. Y me sentí más loca, desorientada y confundida que nunca. Me acerqué a uno de los árboles y señalé el suelo.
—Fue ahí —indiqué.
Damián estudió el lugar como si estuviéramos en una escena de CSI. Se agachó, observó, esperó y luego movió algunas hojas con los dedos. Cuando las apartó, aparecieron pequeños manchones de sangre ocultos.
Al menos sí había sucedido.
—¿Ya puedo saber de qué se trata esto? —inquirí—.
¿Podemos llamar a la policía? El asesino está libre en ese… — Como no encontré palabras para definir el sitio en el que había estado, solo dije—: en ese lugar tan raro.
—No podemos. —Damián negó con la cabeza.
Lo dijo de nuevo con esa naturalidad en las palabras, con falta de preocupación o de miedo.
—Te he dicho que mataron a alguien y hasta se llevaron el cadáver —repetí, asombrada por su indiferencia ante la gravedad del asunto—. Lo lógico sería regresar al pueblo y contarle todo a la policía antes de que suceda algo peor.
—Lo lógico también habría sido que no me siguieras, pero igual lo hiciste, así que actuar lógicamente ya quedó descartado —zanjó, sin el más mínimo rastro de empatía.
—¿Entonces no debo ir a la policía? —Mi pregunta sonó incrédula.
—Ellos no resolverían nada de esto —aseguró—. Nadie lo resolvería, porque la verdad es difícil de entender.
La verdad.
Mi alarma interna sonó tan fuerte que solo pestañeé, confundida.
—¿De qué hablas? ¿Cuál verdad?
—Lo que pasó aquí fue algo normal, un ajuste de cuentas entre un Noveno y otro —dijo—. De seguro tenían algún conflicto o alguno de ellos hizo algo en contra de su manada y se enfrentaron.
De nuevo esa palabra «manada», que había usado Nicolas.
Esbocé una sonrisita nerviosa.
—Ese sentido del humor oscuro va contigo, pero no me parece… —No tengo sentido del humor, Padme —me interrumpió.
Era cierto, no había diversión en él. Lo que había era frío en sus ojos, la seriedad de una revelación importante.
Le pregunté, aunque temiendo la respuesta:
—¿Qué es un Noveno?
—Un asesino —confesó—. Lo que soy.
A pesar de que las palabras fueron claras, mi shock quiso buscarle una explicación normal.
—¿Es como una secta o algo religioso?
Él negó con la cabeza.
—No tenemos religión. Nacemos un nueve del noveno mes, y desde pequeños sentimos la necesidad de matar. Así que no es nada igual a ese concepto absurdo que tienes de los asesinos.
Mi reacción automática no tuvo mucho sentido. Solo di media vuelta en plan «ya me voy» y avancé con prisa con toda la intención de dejarlo ahí parado y dar la espalda a sus palabras. Pero no me lo permitió. Su mano me rodeó el brazo, me detuvo y me hizo girar para encararlo.
—Ya no puedes irte —me advirtió. Frente a frente lo vi más alto e intimidante.
—¿Por qué no? —Me sacudí, nada dispuesta a obedecerle—.
¡Dijiste que me ayudarías! ¡Y si estás jugando al bromista oscuro esto no está nada bien!
—Cállate y escúchame con atención —batalló, malhumorado, contra mi resistencia—. No vas a salir corriendo ni vas a armar un escándalo.
—¿Me estás amenazando? —Mi voz sonó más angustiada de lo que quise demostrar.
—Te estoy advirtiendo —me corrigió— porque te metiste en una cueva de destripadores, y si se enteran te van a usar como carne para filetear.
—Damián, tengo que irme, suéltame… —Forcejeé en más intentos por liberarme—. Solo estás mintiendo.
Se hartó y me tomó por los hombros para que me quedara quieta y lo entendiera de una buena vez:
—Todas esas personas que viste son Novenos y protegen el secreto de esa naturaleza a toda costa. Si tan solo uno de ellos llegara a saber que entraste en nuestra zona, que viste uno de sus asesinatos, que sabes la verdad, te matarán. Así es nuestro mundo: cualquiera que no es como nosotros, es solo una presa que cazamos; cualquiera que no es como nosotros, solo sirve para morir.
Para morir.
Nuestro mundo.
¿A dónde iba luego de la escuela?
¿Por qué no interactuaba con nadie?
¿Por qué desaparecía por largo tiempo?
Nunca estuve equivocada. La intuición de la niña curiosa que creía que algo raro sucedía alrededor de ese niño de cabello negro y ojos hundidos, nunca falló. Y ahora, ante la revelación, tenía el corazón acelerado, cargado de una adrenalina nerviosa.
—¿También eres como Nicolas? —pregunté, en otro reflejo del shock.
—No. —Damián sonó serio—. Soy peor.
La cabeza empezó a darme vueltas, pero traté de mantener la calma por mi propio bien.
Buscar una salida… Buscar una salida… —Okey, te creo, pero déjame ir —le pedí—. Me quedaré callada, no diré lo que vi. No iré a la policía, nadie se enterará.
—¿Crees que es tan fácil como solo soltarte? —replicó Damián con cierta molestia—. Solo con haberte sacado de ahí ya incumplí la primera regla, y romperlas es imperdonable.
¿Hasta tenían reglas?
—¡No debí seguirte, lo entiendo! —traté de darle la razón por si eso me daba alguna ventaja—. Pero es que mi intención no era… —Si yo no te mato ahora que lo viste y lo sabes todo, ellos me matarán a mí —me interrumpió, a pesar de mi arrepentimiento—. ¿Entiendes eso también?
Necesitaba escapar. Estaba demasiado abrumada. Traté de pensar en algo, pero me di cuenta de que yo era débil comparada con él, y que era incapaz de soltarme a pesar de mi esfuerzo. Además, ¿qué podía hacerle si sacaba un cuchillo?
¿Arañarlo con mis uñas limadas a la perfección por Alicia? Me sentí inútil y estúpida por no saber ni siquiera dar un golpe de distracción.
Aunque no tuve tiempo de intentar nada, ni él de atacarme, porque de pronto giró la cabeza hacia otro lado del bosque como si oyera algo en algún lugar cercano. Su mirada pasó de amenazarme a inspeccionar el perímetro, alerta y defensiva.
Miró… Buscó… Esperó… Hasta que en un movimiento rápido me empujó contra uno de los árboles.
—No te muevas —me ordenó.
Traté de darle un empujón para apartarlo, pero me inmovilizó tomando mis muñecas y reteniendo mis piernas con la presión de las suyas. Visto desde lejos parecía que era para matarme, pero cuando escuché el crujir de una rama entendí que en realidad él nos estaba ocultando de alguien.
Pero no lograba ver de quién, porque me tenía tan atrapada que no podía girar la cabeza.
—¿Es Nicolas? —pregunté, más asustada.
—Cállate.
Por alguna razón, Nicolas me parecía el doble de peligroso que Damián. Incluso teniéndome ahí acorralada, la idea de que apareciera sí era peor. Pero demonios, ¿por qué no tenía la fuerza para patearlo entre las piernas, liberarme y correr?
Súbitamente recordé haber visto en un programa que intentar recordarle al asesino que eres una persona y tienes una identidad, puede ayudar. Sabía que me encontraba en esa situación riesgosa de que podían oírnos, pero mi instinto me impulsó a intentarlo.
—Damián, me conoces —supliqué de nuevo a pesar del peligro—. Me conoces desde que éramos pequeños. ¿Lo recuerdas? Te busqué varias veces, quise acercarme, ser tu amiga.
—Que te calles —volvió a exigir.
—Eso de los Novenos, no voy a decirlo —le aseguré con rapidez en otro intento de convencerle—. No diré ni una palabra. Me quedaré callada.
—Empieza desde ahora.
Siguió apretando mis muñecas. Un hormigueo comenzó a expandirse por mis dedos.
—Tiene que haber otra manera, otra opción como arriesgarte a confiar en mí —insistí—. Tú no me mata… —¡Deja de hacer ruido o nos van a oír, maldita sea! —soltó antes de que yo completara la palabra—. Quizás Nicolas fingió en la conversación, sabe que no eres como nosotros y ahora nos está buscando.
Iba a suplicar otra vez, pero me fijé en un par de cosas. Uno, la forma en la que él movió nuestros cuerpos contra el árbol para ocultarnos más; dos, cómo escaneó los alrededores con su mirada depredadora; tres, que tragó saliva con tensión al mismo tiempo.
Un momento, ¿acaso él…?
—¿También te asusta porque pueden matarte? —pregunté, con incredulidad. Damián afincó su enojo por el cuestionamiento de si estaba asustado o no. Dio a entender que no, pero seguí pensando que en ese caso tal vez yo no estaba tanto en una posición de desventaja. Aun así, me amenazó con sus ojos negros.
—Viste lo que Nicolas hizo, ¿no? —pronunció entre dientes —. ¿Es lo que quieres que te hagan a ti?
—No, lo entiendo, fue un error —dije, sin intención de empeorarlo—. Pero si me dejas ir, si pensamos en algo… —¡Ya deja de suplicar y de disculparte! —Se hartó.
—¡¿Y qué quieres que haga?! —Me desesperé también por la mezcla de pánico e impotencia—. ¡Solo dices que vas a matarme! ¡No lo haces nada fácil!
—¡No tengo que hacerte nada fácil porque no deberías estar aquí en primer lugar!
—¡Entonces deja de amenazarme y mátame de una vez! —lo reté.
Ni siquiera entendí de dónde salió eso, tal vez del miedo que ya era intenso o de la adrenalina. Hasta me arrepentí porque pensé que lo haría sin dudar, pero otra rama crujió y él volvió a analizar el entorno, cauteloso. Luego, cuando no encontró nada, se me quedó mirando por un momento. De un segundo a otro, su enfado disminuyó y se mezcló con una expresión curiosa, como si yo fuera algo que le causara intriga. Fue un cambio extraño que me hizo sentir el doble de nerviosa, porque por un instante no pareció capaz de matarme.
—Sé quién eres —dijo algo bajo—. Sé que vivimos en la misma calle y sé que no dañarías ni a un mosquito ni romperías ninguna regla. O eso parece. Así que, ¿por qué me seguiste en realidad? ¿Solo por la identificación?
No, pero mentí:
—Sí.
—¿Porque eres esa chica «buena» que todo el mundo ve?
Pronunció el «buena» como si fuera algo ridículo y falso.
—Lo soy —asentí—. No me meto en problemas y no voy por ahí contándole a todos las cosas que sé, por esa razón si tratas de confiar… —No, Padme, las chicas “buenas” no persiguen a la gente — interrumpió en un susurro suspicaz—. Y las chicas buenas tampoco suplican por otra opción. Ellas prefieren morir justo como pediste ahora, antes que «quedarse en silencio». ¿No crees?
La fuerza se me fue. Tenía razón. Tanta razón que me asusté.
—Es cierto, pero tengo miedo y… no puedo creer lo que dices —dije, en un aliento nervioso—. No puedo creer que esto seas tú.
Que mi misterio favorito de la infancia fuera un asesino. Que ese fuera su gran secreto.
Damián entornó los ojos como si me hubiera descifrado.
Todo un universo oscuro en ellos.
—No tienes tanto miedo como dices… —susurró—. No de mí.
Eso me dejó fría. ¿Podía verlo? Porque era lo que estaba sintiendo. Si el niño que tanto había intentado conocer solo había sido una idealización, se suponía que debía temerle por completo, pero en el fondo, muy en el fondo, algo me decía que no iba a lastimarme. Quizás estaba equivocada o quizás era lo que quería creer. Quizás perdería la conciencia antes de aceptar que él me mataría.
—Solo quiero irme —fue lo que salió de mi boca, casi en un aliento. Mis ojos se cerraron de forma automática, desesperada por dar con algo que lo cambiara todo—. Solo quiero que esto no sea real.
—Lo es, pero tal vez puedes irte —dijo él de forma inesperada—. Tal vez sí hay otra opción como tanto quieres.
Abrí los ojos y lo miré, sorprendida. Cada parte de mí temblaba. Estaba plantada contra el tronco, con el pecho agitado, la boca entre abierta y los pulmones trabajando atropelladamente para conseguir aire.
—¿De verdad? —pregunté—. ¿Cuál?
—Primero, ¿vas a gritar de nuevo? —Me puso a prueba.
—No —seguí mi instinto de supervivencia.
—¿Eres capaz de mantenerte quieta para no convertir esto en un “corres y te atrapo” que es obvio que yo ganaría?
Podía intentarlo… —Sí. —Tragué saliva—. Te escucharé. ¿Cuál es la otra opción?
Damián no respondió de inmediato. Por unos segundos, solo me observó. Casi creí atisbar un dejo de duda. Un sutil destello de indecisión, ese aire que te envuelve antes de dar un paso al puente que sabes que se va a balancear de forma peligrosa cuando camines por él. Pero luego eso desapareció. Y lo dijo:
—Tendrías que convertirte en una de nosotros, para siempre.

Damián #1 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora