EPÍLOGO

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El mundo era un lugar enigmático. Eris siempre había dicho eso.
El mundo era un lugar divertido. Alicia siempre la había contradicho.
El mundo era un lugar aterrador, había pensado yo.
Abrí los ojos de repente. Mi respiración volvió a mí con ahogo. Lo primero que vi fue un techo pintado de color crema.
Me incorporé sobre el colchón y reconocí todo aquello que había en esa habitación: mi armario, mi peinador, mi alfombra, mi escritorio, mi cartelera vacía, la ventana que daba vista hacia la calle y mi cama.
Estaba en mi casa.
Puse los pies en el suelo. Se sentía frío y real. Lo comprobé por unos segundos. Después avancé con tranquilidad y luego salí de la habitación. Bajé las escaleras y escuché el sonido de algo cocinándose. Olía bien, como al salteado de vegetales de mi madre y a mi pie favorito.
Desconcertada, continué hacia la cocina y la encontré allí.
Estaba como todas las noches después de que llegaba del trabajo, preparando una cena saludable, porque la gente normal debía preferir eso.
Se dio cuenta de que la estaba observando y se giró para sonreírme. Una sonrisa amplia, dulce. Su cabello estaba suelto.
Era igual al mío.
—Hola, cariñito, ¿tienes hambre? —me preguntó.
Pestañeé, confundida. Recordaba estar en un sitio diferente.
Recordaba un montón de cosas extrañas.
—¿Cuándo llegué? —pregunté.
—¿Cómo que cuándo llegaste? —se burló ella—. ¿De dónde? ¿No estabas tomando una siesta?
—¿Una siesta? —Mi piel se erizó.
Vio absurda mi pregunta, como si estuviera jugando.
—Mañana es la feria, ¿no? —cambió el tema a algo más importante—. Si vas a ir con Eris y Alicia, ¿me traes una de esas tartas que me gustan?
¿Eris y Alicia? ¿Estaban… ahí?
Había un caos en mi cabeza. También una lluvia de recuerdos confusos. Nicolas… Damián… Yo había descubierto sus mentiras, lo había visto a punto de ser consumido por El Hito. Él me había apretado el cuello con una fuerza asesina. Y luego yo… Yo lo había… Me fui de la cocina, y aunque estaba descalza y vestía un pijama que ni siquiera recordaba haberme puesto, salí de la casa. Corrí por el caminillo de la entrada y crucé la acera rumbo a la casa de Damián.
A medida que me fui acercando mi velocidad disminuyó porque noté algo muy extraño. El pasto frente a la que debía ser su casa era más abundante y todo en ella estaba a oscuras detrás de las ventanas. El buzón estaba oxidado. No tenía apellido escrito.
Me detuve frente a la puerta. Toqué con mucha fuerza, pero nadie salió. Después de un par de minutos intentando, sin entender lo que estaba pasando, escuché una voz por detrás de mí:
—Oye, niña.
Me giré y contemplé a una anciana que iba pasando por la acera. Traté de reconocerla, pero su cara no tenía nada familiar para mí.
—¿Piensas comprar la casa? —me preguntó ante mi silencio.
—¿Comprarla? —repetí, aturdida—. No, esta casa tiene dueños.
—¿Cuáles dueños? —Frunció el ceño como si yo estuviera demente. Apenas noté que iba paseando a un pequeño y esponjoso perro—. Esa casa no ha tenido dueños desde hace ocho años. Nadie ha querido comprarla por lo que pasó y es una pena porque es muy hermosa.
—¿Ocho años? —pregunté, atónita—. ¿Qué fue lo que pasó?
Me miró con cierta molestia.
—Estos jóvenes de ahora solo se burlan de los ancianos… — refunfuñó.
Obstinada porque pensó que le había estado mintiendo al no saber nada, siguió su camino.
Me acerqué a una de las ventanas de la casa, coloqué ambas manos sobre el cristal y acerqué mi rostro para mirar hacia el interior. No había nada, estaba oscura y vacía. Me alejé y sentí mi cuerpo helado. Luego pareció que iba a desplomarme. Me dolía la cabeza.
Ese lugar no podía llevar ocho años vacío.
Corrí de nuevo a mi casa y abrí la puerta. Fui hasta la cocina y me quedé viendo a mi madre. Ya estaba sentada en la mesa, comiendo aquello que se había preparado. Quieta, feliz.
—Mamá. ¿En dónde está Damián? —le pregunté.
Ella alzó la mirada hacia mí. Hundió las cejas, confundida, pero aún con una sonrisa.
Y lo que me respondió fue:
—¿Damián? ¿Quién es Damián?

Damián #1 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora