15- Si haces planes potencialmente peligrosos...

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Eris apareció justo después de que salí de la casa de Damián.
Llegó con una carpeta llena de papeles. Los puso todos encima de mi cama, y cerramos la puerta con seguro por si acaso a alguien se le ocurría entrar. Ya sabía que hasta Poe podía meterse en mi habitación si se le antojaba.
—Los padres de Beatrice no están en su casa —me dijo ella mientras ordenaba las hojas repletas de tachones, anotaciones extra, cosas encerradas en círculos, números marcados en rojo, etc—. El lugar estaba solo. Tal vez ni se han dado cuenta de que su hija desapareció, y ahora que leí ciertas cosas sobre Asfil, no me parece nada raro.
—¿Qué cosas?
—Carson mencionó que la energía del choque de las dos dimensiones produce efectos en Asfil, ¿no? Bueno, dicha energía no solo hace que nazcan los Novenos, sino que también afecta las actitudes de las personas que viven aquí. Un ejemplo es que los hace prácticamente ignorantes de lo malo que sucede a su alrededor. Esto explica por qué han ocurrido cientos de asesinatos y aun así nadie entra en estado de alerta.
La población está en constante error, sus mentes no funcionan bien, no captan todo lo que deberían captar, no evolucionan, solo… fallan. Ni siquiera es loco considerar que los padres de Beatrice se han olvidado de que tenían una hija y que estén muy felices en algún viaje en otro lugar. Cuando regresen, no la buscarán, no pensarán en ella.
Oh, Dios. Por esa razón ni Eris ni Alicia habían entendido al mencionarle el escándalo de Beatrice en la fiesta. Por esa razón, todos la habían olvidado. Por esa razón, no había carteles de desaparecidos en la estación de policía. Por esa razón, la policía misma no era útil. Por esa razón, los Novenos podían asesinar y nadie prestaría atención a las ausencias. La mala energía de las dimensiones manipulaba todo a su antojo.
—Pero además de estudiar a Asfil, Carson también estudió a los Novenos durante años y le entregó algunas cosas a Beatrice —siguió Eris—. Logró hacerse pasar por uno de ellos, así que no lo descubrieron sino hasta que hizo público el artículo. Lee esto.
Eris revolvió los papeles, cogió uno y me lo entregó. Le eché un vistazo:
En cuanto a lo que son los Novenos:
«Novenos» (por Noveno día del Noveno mes) es el nombre asignado a la raza de humanos nacidos bajo la influencia y energía producida por la colisión de las dos dimensiones de Asfil.
En aspecto son similares a nosotros, la diferencia está en su mente más desarrollada, habilidades sensoriales más evolucionadas y en la alteración de la personalidad con un rango emocional limitado.
Ejemplos de emociones casi nulas en los Novenos: empatía o culpa.
Ejemplos de limitaciones en los Novenos: incapacidad para distinguir entre el bien y el mal.
Cada Noveno es absolutamente diferente. Ellos poseen lo que he denominado «característica dominante». La característica dominante se presenta dentro del Noveno como un rasgo emocional, pero en realidad es una inclinación o preferencia que lidera y dirige su conducta. Por ejemplo: un Noveno que siempre está deseando matar, en el fondo puede estar motivado por el «deseo de sangre». La sangre, en sí, es lo que más lo satisface y no solo el acto de asesinar. Por esta razón, la necesidad de verla o sentirla lo impulsará a buscarla de cualquier forma posible. Será considerado entonces un «Noveno sanguinario», y esa será su característica dominante.
Hallar, sentir, dominar la sangre, hará que cualquier otro deseo o motivación pase a segundo o tercer plano, o que en algunos casos se suprima por completo. Ese Noveno solo vivirá, actuará y se moverá para obtener dicha sangre. Ejemplos: Novenos con la «ambición» (de poder, de conocimientos, de dinero, etc), como característica dominante buscarán obtenerlos a toda costa y esos serán sus únicos deseos. No importará lo que se requiera para llegar a ello, tomarán las medidas y acciones necesarias para satisfacer su ambición.
En el caso de no obtener aquello que satisface a su característica dominante, aquí es donde sucede algo curioso. La característica dominante no se ve saciada y se transforma en algo muy peligroso porque pasa a actuar como un parásito hambriento.
Siempre está dentro del Noveno, pero incuba y despierta si se le intenta reprimir o no se le alimenta. Es como un animalillo al que hay que sustentar. Es exigente, está preparada para quejarse, y tortura a su recipiente en un nivel capaz de causar dolor.
De todas formas, la característica dominante no es el único rasgo que diferencia a los Novenos de nosotros como especie. Así como existen Novenos sedientos de sangre, hay Novenos sedientos de cadáveres, de causar dolor, de coleccionar partes humanas, de satisfacer deseos carnales, de manipular, de mentir, de perseguir, de alimentarse, de crear realidades, de dañarse a sí mismos y muchas más. Hay Novenos soberbios, lujuriosos, avariciosos, vanidosos, perezosos, envidiosos, psicóticos, y en base a esos rasgos saciarán sus necesidades.
Pero aún con características dominantes diferentes, hay una sola cosa que todos los Novenos comparten sin excepción: las intensas e incontrolables ganas de asesinar.
—Me has hablado sobre Poe, y después de leer esto estoy segura de que a él lo motiva la lujuria por sobre todas las cosas —explicó Eris con detenimiento—. Esa es su característica dominante.
—Por eso siempre está coqueteando y sus habilidades producen pensamientos eróticos —dije, asombrada—. Sin olvidar que Tatiana ha dicho que es perverso en otros aspectos.
—Y Archie —añadió Eris, chispeante de entusiasmo—.
Parece ser obsesivo con ella, pero también es muy inestable.
Me pregunto qué tipo es… Poe había mencionado que la madre de Archie estaba muerta y él había dicho que la veía en el lago. Bueno, muchas cosas iban mal en ese chico. Era el más perturbador de todos.
Pero ahora la pregunta era:
—¿Y Damián?
Eris puso cara de que no tenía ni idea. Traté de recordar si le había pillado algún gusto o motivación en específico, pero él no era tan obvio como Poe. Todo lo que había percibido era rechazo hacia la mayoría de las cosas.
Eris buscó otra hoja entre todas las que había traído.
—Ahora lee esto —señaló.
Cogí la hoja y leí:
En cuanto a la dimensión originaria de los Novenos y la nuestra:
Existen: Dimensión Alterna (la de ellos) y Dimensión Principal (la nuestra).
La entrada a la Dimensión Alterna podría ser la misma que da acceso al lugar en el que ellos se reúnen, pero es posible que no tengan la más mínima idea de esto. Es decir, puede que ni siquiera sepan que la razón por la que nacieron es el efecto de esa rasgadura entre las dos dimensiones. No he oído a ningún Noveno hablar de eso. Que desconozcan los orígenes de su propia naturaleza es extraño, pues se consideran una raza distinta con líderes y reglas.
Por esa razón me pregunto lo siguiente: ¿y si Los Superiores ocultan la existencia de la Dimensión Alterna? ¿Es un secreto tan importante como para apartarlo de los mismos Novenos? ¿Por qué? ¿Qué ocurriría si todos ellos lo supieran?
—Puede ser cierto —solté, sorprendida—. Si los Novenos mataron a Carson y desaparecieron el artículo por revelar esto de las dimensiones, es posible que Los Superiores lo sepan y necesiten ocultarlo.
Eris tiró de mi brazo para que nos sentáramos en la cama, inhaló hondo y me miró fijamente a los ojos, muy seria.
—No sé si lo es, pero lo que importa es que hay una solución —dijo—. Si pudiéramos cerrar la entrada para que la dimensión alterna desaparezca, los Novenos ya no nacerían.
Quedarían algunos fuera, sí, pero Carson hizo una anotación en donde sospecha que luego podrían ir perdiendo fuerza y no tendrían la capacidad de reproducirse. Ellos no pueden existir en este plano porque son peligrosos, no tienen sentimientos y pueden aniquilarnos al contar con habilidades más desarrolladas que nosotros.
Sonaba muy arriesgado, pero si los Novenos tenían dentro de sí un lado monstruoso que les exigía mucho más que matar, era claro que no solo yo estaba en peligro. Yo podía morir y aquello volvería a pasar. Los Novenos estarían siempre en Asfil. La dimensión alterna influiría en las mentes de las personas. Y, como Carson había dicho: llegaría un estallido.
¿Cómo sería?
Más importante:
—Pero ¿cómo se hace?
—Trataré de descifrarlo —aseguró Eris, muy dispuesta—.
Seguiré leyendo lo que Carson escribió. Tuvo que haberlo descubierto.
—Antes de eso, debemos salvar a Alicia —le recordé—.
Convencí a la manada de ayudarme.
—¿Es un buen plan? —Ella puso cara de duda.
No supe qué responder. Damián había dicho que yo tendría que matar a Benjamin. Me había quedado paralizada ante la idea, pero no me había negado para que no cambiaran de opinión. Ahora no estaba segura de poder hacerlo, pero tampoco podía dejar a Alicia en manos de ese tipo.
Me atacó un pequeño caos mental.
—Padme, ¿me vas a ocultar más cosas? —preguntó Eris ante mi silencio.
No quería, pero seguía preocupándome por ella, porque saber más sobre lo que hacían los Novenos significaba hundirse más en su mundo. Pensar en que luego no podría sacarla, me asustaba. Además, Alicia había caído fácil en las manos de uno de ellos. Las posibilidades de que a Eris le sucediera lo mismo eran altas.
Tampoco nada nos aseguraba que lo de cerrar la entrada fuera a funcionar. Para mí se veía incluso más difícil.
—Va a salir bien —le aseguré—. Luego de que Alicia esté libre, podremos ocuparnos de lo que Beatrice quería hacer.
Me levanté de la cama y me moví hacia la ventana. Afuera, el aire del inicio de otoño era frío. La casa de Damián se veía desde allí, la que debía ser la ventana de su habitación estaba cerrada y cubierta por la cortina desde el interior.
Solo me quedé pensando en lo que había exigido como condición. ¿Y de verdad iba a hacerlo? ¿Yo era capaz de matar a un Noveno? Ni siquiera era un humano normal y en definitiva era peligroso para cualquiera, pero de todas formas era un humano.
Aun así, tuve muchas dudas.
Nos podían matar a todos solo por lo que intentaríamos.
Incluso a la manada de Damián.
***** Me eché un último vistazo al espejo.
Los pantalones de cuero negro y el suéter ajustado de rayas no me quedaban nada mal. No tenía la figura más curvilínea y perfecta, pero debía admitir que lucía bien. Para dar el toque final me revolví un poco el cabello y me puse un labial de un suave tono rojo que Eris me había prestado mientras repetía el plan en mi mente: iríamos a la cabaña, buscaría a Nicolas y aceptaría su invitación a cazar en el bosque. Les diría que el fin de semana estaría disponible. Ese día, al momento de la caza, me acercaría a Benjamin, lo invitaría a salir y en nuestra cita lo mataría.
Hoy solo tocaba el primer paso, acercarme a la manada de Nicolas.
Cuando salí de casa encontré a Damián y a Poe en la acera de enfrente, esperándome. Estaban fundidos con la oscuridad de la calle, pero de igual modo parecían el sol y la luna. Poe mostraba con orgullo y naturalidad los elegantes colores de su costosa ropa, mientras que Damián apelaba al estilo más sobrio con prendas que eran negras y comunes.
Al verme, Poe ensanchó su intachable sonrisa y los ojos le destellaron de una fascinación pícara.
—No mentiré, tengo una erección —soltó, entre esas extrañas risillas suyas.
—¿Repasaste el plan? —me preguntó Damián, indiferente y gélido como siempre.
Lo repetí como si se tratase de una tarea que había estudiado por días:
—Me acerco a Nicolas y a su manada, acepto la propuesta de ir a cazar y luego regreso a donde estén ustedes.
—Y coqueteas con él —añadió Poe en un tono suave, como si lo disfrutara—. Mucho coqueteo para que no sospeche nada… —Pero… —Tienes que meterte en el papel, tu vida depende de esto — me interrumpió Poe. Luego miró a Damián—: dile que no te vas a enojar si coquetea falsamente.
Damián le dedicó una mirada asesina. Después me miró a mí.
—Solo sigue el plan —soltó—. Nicolas es peligroso.
Eso no ayudaba en nada a mis nervios.
Poe de repente suspiró con unas ansias extasiadas.
—Ah, pastelito, ya quiero verte en acción.
—Ya cállate y vámonos —zanjó Damián, y le dio un empujón a Poe para que caminara.
Tomamos la vía al bosque. Poe rio durante todo el camino.
Tuvimos que soportar sus lujuriosos y desinhibidos comentarios. No dije mucho al respecto porque, a medida que nos acercábamos, iba sintiéndome más inquieta. No podía evitar hacerme preguntas como: ¿y si todo salía mal? Aunque Damián había asegurado que él y Poe estarían monitoreándome por si las cosas tomaban un rumbo peligroso, estaría sola con el mismo tipo que había asesinado a Beatrice.
Y con Nicolas.
A quien más le temía.
Llegamos más rápido de lo que deseé. Atravesamos la entrada de la cabaña y el mundo alterno de los asesinos nos recibió. El bullicio se alzó por encima de nosotros. Tatiana apareció y en un tono confidencial pasó el dato:
—Nicolas está en el bar, sección VIP del segundo piso.
Allí nos separamos. Damián y Poe se desviaron hacia la sección que siempre tenían reservada del bar y yo me abrí paso entre la gente rumbo al segundo piso.
Ya todo dependía de mí. Era mi momento de actuar como una verdadera Novena. Debía verlo fácil, como si fuera a conversar con cualquier chico en el instituto, nada que no supiera hacer. Además, la idea de Poe era buena. También sabía coquetear a pesar de que había tenido un solo novio en mi vida que me había durado cinco meses.
Llegué al bar. La música retumbó en mis oídos. Esa noche, los colores de las luces habían cambiado. La combinación de rosa y púrpura le daba al lugar un ambiente muy fresco y llamativo.
Subí las escaleras en forma de caracol hacia la sección VIP y me detuve cuando un hombre corpulento me preguntó mi nombre. Debía de ser alguna clase de vigilante.
—Padme Gray —respondí. El tipo quiso revisar su lista—.
No estoy en la lista —aclaré—. Solo necesito hablar con Nicolas algo urgente.
Lo señalé porque desde mi posición podía verlo. El vigilante me pidió que esperara y fue a avisarle. Nicolas reparó en mi presencia cuando el tipo se inclinó para decirle que yo lo buscaba. Entonces alzó la mano para indicarme que me acercara.
Llegué hasta la exclusiva mesa que permitía ver todo, desde la pista de baile hasta la barra en donde los impresionantes Andróginos atendían. Había un largo sofá negro en donde Nicolas estaba sentado; a su lado estaba Benjamin, el objetivo, y junto a él estaba el chico que había acompañado a Nicolas en el cementerio y aquella noche en la fogata. Los tres tenían copas de Ambrosía en las manos.
—Esto es muy inesperado —dijo Nicolas, sonriendo—.
Siéntate, por favor.
Se hizo a un lado para que me sentara en el gran sofá. Por un momento, mi lado débil quiso hacerme retroceder, pero me empujé a mí misma. Por Alicia. Por Alicia.
—Dijiste que tenían lugar para uno más y aquí estoy —dije, mientras tomaba asiento.
Nicolas se llevó la copa a la boca para tomar un sorbo. Sus ojos azules tenían ese brillo divertido y achispado que producía La Ambrosía en las personas.
—Pensé que no aceptarías —comentó él—. Como perteneces a la manada de Damián y ellos son algo… reservados.
—No lo son tanto como parece. —Recargué la espalda en el sofá y obligué a mi cuerpo relajarse.
Nicolas se dio cuenta de algo.
—Ah, disculpa, qué poco caballeroso —mencionó de pronto —. ¿Quieres una copa de Ambrosía?
Señaló la botella que reposaba sobre la mesa junto a algunos platos con quesos y frutas que habían sido picados con un pequeño cuchillo de mesa. Quería, claro que quería, pero ya conocía el efecto de La Ambrosía en mí, y si me descontrolaba podía arruinar el plan. No podía arriesgarme a hacer lo que fuera que había hecho la noche del Beso de Sangre y que Damián no quería decirme. Pero al mismo tiempo temí que no aceptar se viera sospechoso, porque si era una Novena, beberla era algo normal.
Entré en un debate mental hasta que decidí que aceptaría pero que no la tomaría realmente. Fingiría, pero solo dejaría que mis labios la tocaran. Sería tentador, solo que debía ser cuidadosa.
—Por supuesto —acepté.
Benjamin se inclinó un poco hacia adelante mientras Nicolas servía La Ambrosía. Sus ojos demostraron un interés en mí. Sí que era el tipo de chico que le gustaba a Alicia. Lo que me preocupó fue su altura y los músculos que se le marcaban debajo de la camisa negra. ¿Cómo iba a enfrentarme a esa monstruosidad? Yo, Padme, flacucha de nacimiento, torpe de vocación y cobarde de profesión, ¿podía matarlo?
—Sigo curioso sobre cómo es que pasé por alto tu presencia antes —dijo Nicolas, centrándose en mí— porque cada vez que te veo me pareces… única.
Me sentí rara al oír eso, porque se me hizo entre falso y burlón, como una trampa puesta para pillar a un mentiroso de una forma divertida. ¿Única por no ser Novena?
Seguí en mi papel.
—Es que hice un cambio radical —contesté como si les tuviera mucha confianza—. Era la típica chica invisible, pero una mañana me desperté y dije: quiero verme diferente. Y aquí estoy.
Nicolas me ofreció la copa y tuve que aguantarme para no tomármela de un trago. Solo pretendí beber. El líquido mojó mis labios. Los relamí con disimulo.
Sabía tan bien… No. Debía aguantar.
—Pues luces increíble —dijo el tercer chico en la mesa.
—Creo que algunas personas por aquí también deberían despertarse con esa idea —agregó Benjamin con diversión.
Lo odiaba. En cualquier ocasión habría tratado de alejar las emociones negativas, porque también me habían exigido no sentirlas, pero ni siquiera reprimí la intensidad con la que desprecié cada palabra suya. Solo quería decirle que era una porquería y que no quería que se acercara a Alicia.
Me di cuenta de que hasta estaba sosteniendo la copa con una fuerza tensa. Aligeré el agarre.
—¿Ya tienes presa para La Cacería? —me preguntó Nicolas.
—No, aún no, pero tengo en la mira a alguien —mentí—. ¿Y ustedes?
—No quiero alardear, pero tengo a unas gemelas —dijo el tercer chico, orgulloso.
—Este año darás de qué hablar, Gastón —le dijo Nicolas, y luego volvió a dirigirse a mí—. Aún no diré nada sobre la mía, pero es especial. Tengo pensado atraparla pronto. No hay que apresurarse.
No logré distinguir si fue mi paranoia natural o que en verdad quiso dar a entender que podía ser yo… Igual volví la cabeza hacia Benjamin. Me aseguré de poner la mirada más ¿coqueta? que tenía.
—¿Y tú, Ben? ¿Ya tienes a alguien? —le pregunté con una voz más ligera. Aunque, ¿Ben? ¿En serio? Qué vergüenza… Me miró con una sonrisa en los labios.
—Sí, la tengo —contestó, pero no con entusiasmo, sino más bien con algo de aburrimiento—. Me he divertido con ella más de lo que esperaba, porque es demasiado tonta y vacía.
Sentí otra punzada de molestia, pero no lo demostré. Si lo arruinaba no solo iban a matarme, sino que Damián se les uniría para ayudarles.
—¿Debemos esperar algo grande de tu manada? —me preguntó Nicolas.
Fingí tomar otro trago. Relamí los restos de Ambrosía de mis labios.
¿Y si solo tomaba un poco?
—Es posible —respondí, encogiéndome de hombros—. Poe es muy creativo y Damián también.
Nicolas apoyó un codo en la mesa y se inclinó como si fuera a entrar en un tema un poco más confidencial. Entornó los ojos achispados.
—Poe ha dicho que sale contigo —mencionó—, pero me ha dado la impresión de que hay algo entre Damián y tú. ¿Cuál es la verdad?
Claro, Poe había dicho que yo era su chica y Damián me había salvado de él muchas veces. ¿Cómo le decía que lo único que existía era necesidad de que no me descubrieran?
Tuve que recurrir a algo tan retorcido como lo haría el mismo Verne.
—Es que somos flexibles, es decir… —carraspeé—. No somos egoístas entre nosotros, ¿entiendes?
Demonios, eso sonaba horrible. Hasta la idea de que Poe y Damián me compartieran me revolvía el estómago, pero a Nicolas no le asombró en lo absoluto.
—Ah, entiendo —asintió y sonrió con complicidad—.
Aunque no me lo esperaba de Damián. Compartir no parece algo que le gustaría, y que unieran a alguien nueva a su manada, tampoco.
Me confundió su seguridad hasta que recordé la conversación en la habitación de Damián, la pregunta de Poe sobre si conocía a Nicolas y la impresión de que había algo sin contar. Si iban al mismo lugar no era raro que se conocieran, pero ¿era posible que se conocieran más que solo por verse?
¿Acaso habían sido amigos? ¿Eso era posible siendo de manadas diferentes?
—Poe lo convenció, le gusto bastante —mentí, y vi necesario ir a mi objetivo—. Bueno, quiero aceptar la caza que me propusiste. Estaré libre esta semana.
Nicolas hizo un gesto de pesar y miró a sus amigos.
—Esta semana estaremos ocupados.
Hasta sentí un alivio.
Que se fue de inmediato.
—Pero ¿por qué no nos entretenemos justo ahora? — propuso Benjamin, tronando los dedos—. Tengo energía.
Quiero cazar algo.
Se me puso el cuerpo frío. ¿Justo ahora? ¿Del tiempo «ya mismo»?
¡No habíamos planeado nada para «justo ahora»!
En un gesto inevitable eché un vistazo hacia las afueras de la sección VIP con la esperanza de encontrar a Damián vigilándome y buscar ayuda en su mirada, pero no estaba por ninguna parte.
—Me gusta la idea —asintió Nicolas. El tercer chico al que habían llamado Gastón, también.
Mi corazón empezó a acelerarse por los nervios. ¿Qué hacía?
¿Qué decía?
—Vi que va a llover —fue lo que salió de mi boca.
Más estúpida…
—Mejor. —Nicolas ensanchó la sonrisa como un niño emocionado—. ¿O solo a mí me gusta cómo la sangre corre por las manos bajo la lluvia?
—No traje cuchillo ni nada —hice otro intento.
Y noté mi error tan pronto lo dije, porque, ¿una Novena sin cuchillo? Damián me lo había explicado miles de veces y por entrar en alerta lo había olvidado.
Ellos lo notaron, y me asusté.
—¿No cargas tu cuchillo siempre? —me preguntó Benjamin, medio ceñudo.
Mis músculos se tensaron. El ambiente se volvió expectante.
En ese silencio traté de encontrar una buena respuesta, pero estar ahí con ellos, los Novenos alrededor, la música, mi error… todo me abrumó. Y por un momento lo di todo por perdido.
Gastón me miraba con fijeza. Nicolas me miraba con fijeza.
Mis dedos quisieron repiquetear contra la copa en un gesto nervioso.
—¿Te refieres a que tienes cuchillos favoritos para cada momento? —me preguntó Nicolas de pronto. Sus ojos estaban entornados con cierta suspicacia, pero fue como si me diera la respuesta que necesitaba.
—Sí —asentí rápido—. Me gusta usar cuchillos específicos.
—No importa. —Él hizo un gesto de indiferencia, quitándole todo el peso al momento—. Esto no será nada grande, solo nos divertiremos.
Todo pasó muy rápido. Nicolas dejó la copa sobre la mesa y se levantó para salir. Los otros dos le siguieron al instante. Me exigí moverme también para no levantar sospechas, pero antes de dejar mi copa no aguanté más. Fui consciente de que algo no planeado estaba a punto de suceder y mi propio temor me hizo beber La Ambrosía de un tirón, porque al menos recordaba que me había dado valor.
Entonces, sin que se dieran cuenta, cogí el cuchillo de mesa que estaba cerca de las frutas y lo guardé en el interior de la manga de mi suéter. Luego los seguí.
Mientras caminaba, admití que no era buena idea. ¿Y si era una trampa? ¿Y si Nicolas quería llevarme al bosque para matarme? Volví a mirar a mi alrededor. Nadie de la manada a la vista. Quise pensar que estaban monitoreándome de una forma sigilosa como habían asegurado y que me salvarían en la salida, que no me dejarían llegar al bosque.
Pero no sucedió. Salimos a la frescura de la noche en pocos minutos. La luna seguía llena en lo alto, y la brisa nocturna movía las retorcidas ramas de los árboles de manera armoniosa. Ni siquiera iba a llover. Mi mentira había sido estúpida. ¿Se darían cuenta?
La manada enemiga se detuvo cerca de un árbol. Allí formaron un círculo al que me uní. El mismo Nicolas empezó a explicar qué íbamos a hacer. Me mantuve quieta como si fuera parte de ellos, pero escuché por momentos, porque en intervalos caí en el pozo mental de mis miedos y dudas.
Pensé en desviarme y desaparecer, pero esa opción también era mala. Los Novenos no huían.
—… y nada de animales pequeños —indicó Nicolas, mirándonos a cada uno—. Hay algunos venados por ahí y creo que hay un ciervo. Quien lo cace primero, se lleva el premio.
Tatiana me había explicado eso de las cacerías menores. Era como una práctica para mejorar su agilidad al perseguir y ser sigilosos. Atrapaban animales de formas creativas para luego aplicarlo con personas. El problema era, ¿cómo demonios iba a atrapar a un ciervo? Ni siquiera quería hacerlo.
—¿Cuál es el premio? —me atreví a preguntar. Tenía la boca seca.
—La carne —respondió Nicolas con simpleza—. Bien, nos reunimos aquí en una hora. Andando.
Todos tomaron caminos distintos. Me distraje por un instante mirando en todas las direcciones por si alguien de la manada de Damián andaba por allí. Deseaba con todas mis fuerzas que hasta Archie apareciera, pero solo había oscuridad, sonidos nocturnos, árboles que silbaban con el viento y soledad.
O no tanta. De pronto, me fijé en que Benjamin no se había alejado demasiado. Me miraba.
—¿Vienes conmigo? —me preguntó—. Podemos hacer trampa cazando juntos. Siempre es más fácil, y Nicolas se enoja tanto que resulta gracioso.
Sonó amigable y divertido, pero sabía que no podía haber buenas intenciones tras esa petición. No quería ir con él, sin embargo, si escogía ir sola también me arriesgaba a que me saltaran por detrás y me acuchillaran. Estaba entre la verdadera espada y la pared.
O estuve, porque de un momento a otro, como ya había experimentado después del ritual, mis voces internas se apagaron.
Así de golpe, el miedo se desactivó, la paranoia desapareció y empecé a sentir que me elevaba hacia el delicioso y colorido efecto de La Ambrosía. Sentí la ligera corriente de adrenalina, esa misma que me hacía pensar que era capaz de muchas cosas.
Un momento, ¿y si no necesitaba a Damián? Sin el temblor en mi cuerpo y sin escuchar las advertencias mentales de ser una chica normal, tenía valor. El valor de proteger a mi mejor amiga, que moriría si no acababa con aquel que quería llevarla a La Cacería, cosa que tendría que hacer pronto, porque esa era la condición. Aún si lo alargaba, en cierto punto tendría que matar a Benjamin. ¿Y si ese era el momento adecuado?
Tenía el cuchillo. Tal vez podía atacarlo como había atacado al saco de boxeo en la cueva, podía darle en el cuello, en las películas cualquiera moría por una herida así… —Está bien —acepté.
Benjamin sacó un cuchillo de alguna parte de su ropa. Solo vi la hoja afilada y enorme. Sentí un frío en la espalda.
—Dijiste que no traes cuchillo, así que lo atraparemos y yo lo mataré —dijo.
No la usó contra mí como creí, solo empezó a avanzar con tranquilidad por el interior del bosque sin dejar de mirar a todos lados.
Otra vez, quizás a causa de La Ambrosía, me pregunté qué otras opciones tenía. Hasta volví a pensar en la idea de Poe… El coqueteo podía funcionar para hacerlo confiar en mí.
Intenté entrar en ese modo.
—¿Qué te gusta más? —le pregunté, caminando detrás de él —. ¿Venados o ciervos?
—Humanos —respondió con obviedad—. ¿Y a ti?
—Humanos, claro —mentí entre algunas risas—, pero ahora un venado estaría bien.
—No. Siempre voy por lo grande. Buscaremos al ciervo.
Lancé unos últimos vistazos a los alrededores esperando ver alguna figura oscura y de chaqueta de cuero oculta detrás de un árbol, pero nada.
—¿Sales con alguien? —le pregunté a Benjamin sin rodeos.
—No, justo ahora no —contestó aún avanzando.
—¿Qué tal si hacemos algo este fin de semana? —Me arriesgué.
—¿Algo como qué?
—Tomar algo, no lo sé, ¿qué sueles hacer con la gente a la que no matas? —bromeé.
Lo escuché reír. Al mismo tiempo me preocupó un poco darme cuenta de que probablemente estábamos yendo a zonas del bosque en las que nunca había estado. En definitiva, si tenía que echar a correr, no sabría en dónde terminaría.
—Pensé que ibas por Nicolas —comentó él.
No respondí porque de repente Benjamin se detuvo y estiró el brazo delante de mí para detenerme también. Por un momento me asustó mucho ver el cuchillo en su mano tan cerca de mi cara, pero en cuanto observé su rostro me di cuenta de que él se había quedado mirando el vacío con la cabeza ladeada.
—Escuchaste eso, supongo —susurró.
Quieta y en silencio intenté captar algo. Se oían los grillos, los sonidos nocturnos comunes y nada más. Claro que mi oído no era tan desarrollado como el de los Novenos. Él podía percibir cosas que yo, de ser una Novena real, debía percibir también.
—Puede ser el ciervo —mentí para no afirmar ni negar nada.
Benjamin escuchó un momento más en total silencio y luego giró la cabeza hacia la izquierda, atento.
—Creo que está por aquí —murmuró, y empezó a avanzar en esa dirección.
—No creo que… —intenté detenerlo.
—¿Hay algún problema? —Él me miró, entre ceñudo e incrédulo.
Aguardó por mi respuesta. Podía enumerarle muchos, y uno de ellos era que no sabía qué hacer en caso de que apareciera el ciervo. Pero negué con la cabeza.
Benjamin continuó y me hizo una señal con los dedos para que lo siguiera con la misma cautela. Sospeché que si me daba vuelta e intentaba irme, solo me perdería entre la inmensidad del bosque. Era desconocido, aterrador, un laberinto cargado de la energía del fallo de las dos dimensiones.
Caminé detrás de él con el mismo cuidado. Sus pasos eran lentos y depredadores. Vi que íbamos en dirección a un gran montón de rocas que casi formaban una montaña. En un acto instintivo miré hacia atrás. La esperanza de que fuera alguien de la manada volvió a mí, pero no había nadie.
¿Acaso Damián me había mentido? ¿Estaba sola en eso?
¿Era algún tipo de venganza por exigir que me ayudaran con Alicia?
—¡Está por allá! —susurró Benjamin entre el silencio.
Señaló hacia las rocas y se adelantó un poco más rápido.
Aproveché que no me veía para examinar mi entorno en busca de algo que pudiera indicarme cómo volver a la cabaña, pero cada sección de tierra se veía idéntica.
Maldije en mi interior.
De repente me di cuenta de algo.
Ya no veía la figura de Benjamin por ningún lado. El bosque solo silbaba, respiraba, esperaba.
—¿Benjamin? —le llamé.
Nada.
Avancé un poco más.
—¿Benjamin?
Nada.
Me acerqué más a la montaña de rocas y la rodeé. En cierto punto vi que había una abertura entre ellas. Era un camino abierto en el que se podía descender sobre las rocas.
Posiblemente se convertía en una cueva, pero en las profundidades todo estaba muy oscuro. Me di vuelta con toda la intención de alejarme de allí… Y entonces recibí el puñetazo.
Fue justo en la mejilla, tan fuerte como si una piedra me hubiera golpeado. Un dolor intenso se expandió por el hueso de mi mandíbula mientras me tambaleaba y caía de culo al suelo. Sumado al efecto de La Ambrosía, me desorienté. Vi el mundo borroso por un instante, pero noté que el cuchillo se me había caído de la manga.
—Ah, encontré a una cierva —dijo Benjamin, con divertida maldad—. Una cierva que está jugando a ser Novena.
Intenté alcanzar el cuchillo y levantarme, pero él se dio cuenta y se apresuró a patearlo.
—¿No y que no tenías cuchillo? Eres una mentirosa. —Sin compasión me pateó en el estómago. Me quitó el aire y de forma automática me encogí en el suelo. Al frente, la visión era inestable y extraña.
—No sé de qué hablas —fue lo que pude decir con la firmeza suficiente para que sonara creíble.
—¿Estás segura? Porque yo ya te había visto con esos vestidos cortos y esa sonrisa inocente paseando por Asfil — replicó, burlón, mientras se acercaba a mí—. Dime, ¿quién te metió aquí? ¿Poe o Damián? Me encantará ver la cara que pondrán cuando estén a punto de cortarles la cabeza por eso.
Cerré los ojos con fuerza para aclarar mi visión, pero sentía como si todo se hubiera desequilibrado en el espacio y tiempo.
Así que, en busca de un movimiento de evasión, me coloqué boca abajo y empecé a arrastrarme en dirección al cuchillo.
Solo que él fue más veloz y me cogió del tobillo para impedir que huyera.
—¡Suéltame! —grité. Traté de dar patadas con la pierna que no me inmovilizaba, pero las esquivó.
—¿No querías invitarme a salir? Me coqueteaste, ¿no querías esto? —preguntó, y emitió unas cuantas risas burlonas y pérfidas—. ¿O era toda una farsa? Detesto a las chicas que juegan con mis sentimientos.
Me dio un jalón tan fuerte que me obligó a ponerme boca arriba. Un miedo helado me recorrió la piel. El cuchillo estaba lejos y me encontraba vulnerable. De todas maneras, mis intentos fueron tan desesperados y salvajes que logré atestarle una patada en el abdomen.
Benjamin soltó un quejido de dolor. Creí que podría aprovechar el momento para levantarme y echar a correr, pero solo conseguí enfurecerlo más. Rugió de rabia, se levantó y en un segundo me agarró por el cabello tan fuerte como si fueran cuerdas. Comenzó a arrastrarme.
—¡Te voy a dejar morir como la maldita presa que eres!
Forcejeé para zafarme. Utilicé mis uñas para clavarlas en su mano. Pero se aferraba a mi cabello y los tirones eran fuertes.
La fricción de mis brazos contra el suelo me rasguñaba. Era doloroso y desesperante.
Benjamin me sostuvo por el brazo con los dedos hincados en mi piel, me hizo levantarme y luego me dio un empujón. Y no caí en ese nivel del suelo, caí de golpe en algún lugar profundo, que un momento después reconocí que era un agujero.
Me había lanzado a algún hoyo en el bosque. No sabía en qué punto se encontraba o si lo había visto antes. No sabía si él ya lo tenía marcado como un lugar donde arrojar gente, pero las paredes eran más altas que yo, y a pesar de que palpé con desesperación en busca de algo para trepar, no hubo nada que lo permitiera, solo rocas lisas sin grietas.
Benjamin me miró desde arriba, agachado.
—No te preocupes, a lo mejor no se lo voy a contar a nadie —dijo, hinchado de satisfacción por tenerme ahí—. Volveré mañana para que me ayudes a decidir. Mientras, te dejaré bien cómoda.
Entonces se levantó y desapareció. Me atacó un pánico tan desquiciado que no hice más que pedir ayuda a gritos. Di golpes a las paredes sin rendirme hasta que ya no pude más y caí de rodillas. Me miré las manos temblorosas. Estaban sucias y ahora rasguñadas. Me dolían tanto como el resto del cuerpo, aunque no tenía caso preocuparme por ello.
¿Moriría allí?
Algo cayó sobre mí.
Creí que era algo bueno hasta que otra cosa cayó sobre mi cara. La aparté de inmediato con la mano. Era tierra. Volví a mirar hacia las alturas y vi a Benjamin de pie en el borde.
Tenía una pala y me estaba lanzando tierra con ella.
—¡No!
El grito salió de mí con desesperación. El «dejarte bien cómoda» adquirió todo el sentido: pensaba enterrarme.
O, bueno, lo intentó.
En un parpadeo lo vi arrojando la tierra y al otro ya no estaba ahí. Después escuché un golpe contra el suelo. Oí otro golpe.
También escuché algo parecido a unas voces y con desespero me acerqué a las paredes. Solté un grito para que supieran que estaba ahí.
Pero de pronto no oí nada más. Se hizo un silencio tan denso, tan aterrador, que la idea de que quien estuviera allí se hubiera ido, me hizo latir el corazón en la garganta. El pánico me inmovilizó.
Esperé… Y entonces, cuando vi que algo enorme iba cayendo en mi dirección, solté un grito de horror y me aferré a la pared como si fuera lo único en el mundo. La cosa aterrizó con fuerza en el suelo y levantó una pequeña nube de tierra. Seguí gritando, pero igual miré para saber de qué debía defenderme.
Era Benjamin. Por un segundo creí que se había lanzado para matarme con sus propias manos en el agujero, pero me di cuenta de que en realidad no se movía. Estaba rígido, con los ojos abiertos de par en par, vacíos. Una raja le atravesaba el cuello. Un montón de sangre había empapado su camisa y su piel.
Estaba muerto.
Una voz habló por encima de mí:
—Ups, se cayó. —Escuché la inconfundible, burlona y extraña risilla de Poe Verne.
Miré hacia arriba, perpleja. Su cabeza estaba asomada en el borde. Tenía una sonrisa amplia y retorcida. El cabello le caía sobre la frente con muchísimo estilo.
Una segunda cabeza se asomó a su lado, sosteniéndose las gafas para que no se le cayeran.
—En realidad, tú lo lanzaste —dijo Archie.
Una tercera cabeza se asomó.
—¿Quién le dio la patada por el culo? —preguntó Tatiana en regaño.
Y una cuarta cabeza apareció. Reconocí ese cabello negro y salvaje, y esa mirada malhumorada.
—Cállense —soltó Damián, obstinado—. ¿Está muerto o no?
—¡Ya, que alguien lance la cuerda! —les ordenó Tatiana.
Lanzaron una cuerda y la sostuvieron mientras me explicaban cómo subir. Me dolía todo el cuerpo y estaba medio desorientada, pero puse mi mayor esfuerzo. Cuando estuve arriba con las manos ardiendo, Damián me miró de arriba abajo, pero no como las otras veces que lo había hecho para reclamar. Esa vez me analizó como si buscara algo en mí, y no entendí qué era hasta que detecté una chispa de… ¿preocupación?
Debía ser que mi cabeza estaba aturdida, porque un gesto así no me pareció propio de él.
—Nos tardamos porque por un momento te perdimos —dijo Tatiana, también preocupada mientras me examinaba—. Fue muy raro, otra manada se acercó a nosotros en el bar y nos retuvo haciéndonos preguntas sobre La Cacería. ¿Estás bien?
No supe qué responder porque todavía temblaba de horror.
Parpadeaba y un segundo veía a la manada frente a mí y al otro a Benjamin arrastrándome. Pero también estaba perpleja por mi propia debilidad, porque había sido incapaz de defenderme. Y me causaba cierta rabia. Rabia contra él. Rabia conmigo misma. Una rabia dentro del shock. ¿Por qué no había tenido la fuerza para atacarlo si había creído que podía hacerlo?
—¿Qué le pasa? —preguntó Archie ante mi silencio, confundido.
—Padme, lo lamento tanto, esto no fue una buena idea — volvió a hablarme Tatiana—. Debimos haberlo planeado mejor. Debí haberte acompañado.
De nuevo esperó a que yo dijera algo, pero nada salió de mi boca.
La Ambrosía me había dado el valor e incluso había tomado el cuchillo, pero lo había perdido tan rápido… —Muy bello momento de preocupación —intervino Poe—, pero lo interrumpiré porque hay que cerrar el agujero.
Estuvieron de acuerdo y Damián tomó la pala que Benjamin había usado para empezar a lanzar la tierra.
Pero las cosas no habían terminado.
No estuve segura de si ese chico llamado Gastón, el tercero en la mesa con Nicolas y Benjamin había estado mirando todo el tiempo. Tal vez había estado esperando el momento perfecto para atacar, pero saltó de entre la oscuridad y las alturas de uno los árboles, aterrizó justo detrás de mí y me tomó por el cuello.
En un intento por ahorcarme, me impulsó contra un árbol.
Entonces, todo pasó demasiado rápido. La manada lo notó, pero no fueron ellos quieren llegaron a tiempo para ayudarme.
Fue la persona menos esperada, que también salió de la nada antes de que Damián o Poe reaccionaran, se lanzó contra el chico con mucha fuerza y lo apartó de mí.
Lo siguiente que vi fue cómo esos dos cuerpos cayeron al suelo, uno sobre otro, y cómo la persona que me había salvado le clavó un cuchillo en el pecho. No una, sino dos veces.
Luego soltó el cuchillo, como si se hubiera dado cuenta de que lo que acababa de hacer era matar.
Todos nos quedamos paralizados.
Sentí que toda la vida se me iba al ver su rostro alzarse hacia mí.
Ese cabello rojo.
Esas pecas.
Esa cara que conocía desde siempre.
Eris.

Damián #1 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora