27- Así que el cazador ha sido cazado

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Abrí los ojos y ante mí todo estaba borroso e inestable.
No sabía si estaba muerta. Sentía el cuerpo pesado y adolorido. Me dolía la cabeza y la garganta me ardía.Pero reconocí que alguien estaba inclinado frente a mí. Parpadeé con fuerza para poder detallarlo. Poco a poco, la sonrisa de la persona se aclaró. Los cabellos dorados, los ojos grises, la ropa elegante pero sucia… —¿Poe? —pronuncié, débil—. ¿No estás muerto…?
—Soy duro de matar, pastelito —emitió una risilla mientras me ayudaba a levantarme.
Logré sentarme. Miré a ambos lados y encontré a Damián tendido junto a mí. Se veía espantoso. Su piel estaba exageradamente pálida. Alrededor de sus ojos, las ojeras parecían un sombreado oscuro y rojizo intenso. Sus labios se habían agrietado. Pero Poe se agachó a su lado y empezó a darle palmadas en la cara para despertarlo. Con todo más claro comprendí que nadie había muerto y que estábamos otra vez en el pasillo de la mansión fuera de las mazmorras porque él nos había sacado.
Damián tardó varios minutos en reaccionar.
—¿Cómo te sientes? —le pregunté, al mismo tiempo que trataba de recuperar mi aliento.
Él tosió y frunció el ceño. Se movió con letargo. Tenía un moretón en la comisura derecha del labio y otro en el pómulo.
—Padme… —pronunció con cierta dificultad—. Haces preguntas estúpidas. Me siento fatal.
—Al menos no deja de ser él —murmuré.
Poe lo ayudó a levantarse y probar si podía mantenerse en pie. No estaba por completo equilibrado, pero esperamos a que ganara un poco de estabilidad y al mismo tiempo le dimos un rápido resumen de todo lo que había sucedido, incluyendo la traición de Tatiana y la ayuda de Danna.
—Tenían que haberse ido —comentó con disgusto—. Y sabía que Eris iba a… —Damián —Poe lo interrumpió, como si no fuera el momento para decir nada de eso—. Ahora nos vamos todos, así que debemos movernos porque de seguro ya los demás están esperando por nosotros en el garaje.
Le di mi hacha a Damián para defenderse, ya que Poe también la había rescatado. Nos encaminamos a la cocina, porque tal vez por ahí se podía acceder al garaje. Solo que cuando llegamos y Poe intentó abrir la puerta, descubrió que estaba bloqueada. El sonido del cerrojo fue como una aclaración de que la huida no sería fácil.
—¿Y la entrada principal? —pregunté, dudosa.
—Es posible que nos estén esperando ahí —contestó Poe, mirando hacia todos lados en busca de alguna otra opción—.
Iríamos directo a una pelea que no sé si podríamos ganar.
Saqué mi daga de mi pantalón.
—Entonces les daremos con todo —propuse.
Damián y Poe compartieron una mirada de rareza. Luego me miraron a mí. Poe, reprimiendo una risa de burla, pasó a mi lado y me palmeó el hombro.
—Ya sé por qué no naciste el nueve del noveno mes, pastelito. Las frases te quedan terribles —me susurró.
Salimos de la cocina muy atentos a cualquier movimiento extraño. Damián ya había recuperado una buena parte de sus sentidos. Seguía un poco lento y su aspecto era muy preocupante, pero bastaba con que pudiera mantenerse en pie, así que, vi las posibilidades de huir un poco más factibles. Sin embargo, había alguien a quien aún no tenía conmigo: Alicia.
Por un instante me pregunté si en realidad había sido raptada para la Cacería, porque no la había encontrado en las mazmorras, y si era así lo mejor sería irme, pero existía la otra duda: ¿y si la estaba dejando atrás? No había tenido oportunidad de revisar otras áreas de la mansión. Intentarlo ahora era poner en peligro a Poe y a Damián y lanzarme a una muerte segura. ¡¿Qué tenía que hacer?!
Una estúpida parte de mí aún tenía la esperanza de que Eris se hubiera librado de Aspen y también nos estuviera esperando en el garaje.
Pero mi pequeña esperanza murió cuando pisamos el vestíbulo de entrada y escuché su voz. Me di vuelta rápidamente y la vi de pie al final de las majestuosas escaleras.
Estaba intacta y hermosa bajo la luz de la elegante lámpara que colgaba del techo, aún con su vestido rojo. Parecía que tenía algo en sus manos tras la espalda, pero no pude ver bien qué era. Mi sentido de reconocimiento me dijo que igual se trataba de mi mejor amiga, pero al mismo tiempo la realidad me hizo entender que ya no era la misma.
Media vida de amistad me bastó para detectar en sus ojos verdes que algo importante había cambiado.
—¡Pelirroja, sabía que les patearías el culo! —exclamó Poe, con mucha alegría—. ¡Rápido, baja, nos largamos ya de todo este lío!
Pero ella no dijo nada. Se mantuvo ahí, mirándonos. Yo di algunos pasos hacia adelante para detenerme al inicio de las escaleras.
—Eris —la llamé, temiendo que todas mis sospechas fueran ciertas—. Baja.
—No —respondió en seco—. Padme, me quedaré aquí.
—¡¿Pero te volviste loca, mujer?! —bramó Poe, horrizado —. ¡Solo baja ya!
Eris lo repitió con énfasis:
—Que me quedaré aquí.
Poe no se lo creía o no se lo quería creer.
—¡Pero si tenemos todo un futuro! —Soltó una risa entre nerviosa y divertida—. Ya, bonita la broma, pero lo de nosotros sería una relación seria, así que no hagas esto.
—Hablo en serio —aclaró ella. Dejó de mirar a Poe y me observó a mí—. Sí es mi padre, Padme, era todo cierto. Me mostró pruebas.
—Pero es que no tiene sentido —fui sincera y le dejé ver toda mi angustia y confusión—. Nosotras hablamos, pudiste haberme dicho cómo te sentías, lo que sentías que querías hacer… Me interrumpió con el ceño fruncido, medio enojada:
—¿De verdad? ¿Yo tuve que haberte dicho esto, pero está bien que tú no me hayas dicho lo que ocultabas?
Ese «lo que ocultabas», me advirtió que Hanson le había revelado mucho más que el hecho de que era su hija, y sentí un vuelco en el corazón.
—Si piensas que debes quedarte con ellos porque no te voy a aceptar… —Me da igual si me aceptas o no —soltó ella sin dejarme terminar—. Es cierto, siempre he sido así, siempre he sentido estas ganas de matar, pero más que eso, siempre he querido tener poder. Ahora que sé que es mío, no pienso soltarlo. Este es mi mundo, aquí debo estar.
—Te van a mutilar apenas te des la vuelta —le dijo Poe, como si sus palabras fueran muy absurdas.
—No me harán nada —aseguró Eris, alzando el rostro con superioridad—. Yo puedo dar las órdenes.
Damián la miraba con odio. Un odio asesino que daba la impresión de que si él no hubiera estado tan afectado y débil, habría ido a por ella para matarla.
—Entonces da la maldita orden de que no nos maten — exigió él—. ¿Padme no era tu amiga?
Eris le devolvió la misma rabia.
—Tú ni siquiera debiste acercarte a ella —le dijo, con desprecio. Volvió a poner su atención en mí. Entonces mostró que lo que había estado sosteniendo por detrás de su espalda era el libro de Beatrice—. Lo descubrí. La forma de cerrar la entrada. Lo hice justo antes de que saliéramos de Asfil e iba a decírtelo, pero… estás tan cegada por Damián que entendí que no ibas a hacerlo, porque lo único que quieres como una estúpida ilusa es quedarte a su lado.
—Acepté guardar su secreto para proteger a Alicia y protegerte a ti —intenté recordarle—. Para que no las lastimaran. Igual a mi familia, yo… —¿Solo por eso? —soltó, con la seguridad de alguien que sabía una verdad—. ¿Estás segura?
Ante mi silencio, Eris abrió el libro en una página en específico para poder hacer referencia a una parte exacta:
—Esto que Beatrice escribió aquí: «Es este lugar. Saca lo peor de nosotros, porque solo respiramos su maldad. Si sigue existiendo, seguiremos siendo monstruos». ¿Sabes por qué lo hizo? Porque se dio cuenta de que, aunque los Novenos son poderosos, Asfil es mucho más poderoso que ellos. Así que su existencia no es el único error, nosotros también lo somos. Tú lo eres. Cualquier persona que nazca allí, lo será. Cualquier persona que nazca bajo la energía que flota sobre este pueblo, aún si no es el nueve del noveno mes, siempre estará dañada.
—Y entonces lo siguiente lo enfatizó con rabia—. ¿No tienes un secreto también, Padme? Un secreto que no le dijiste ni siquiera a quienes se suponía que eran tus amigas.
No me dio tiempo de defender nada. Los altavoces ubicados en las esquinas de la mansión empezaron a reproducir algo que casi me sacó el alma del cuerpo. Y no era música, porque esa vez no era Archie quien lo había ordenado. Era una vieja conversación:
—Padme, ¿por qué estás aquí hoy?
—Porque me trajeron —dijo mi propia voz en esa grabación.
En realidad, la voz de una yo de trece años. Lo recordaba perfectamente. Lo recordaba todo.
No pude moverme ni parpadear mientras lo escuchaba.
—¿Y por qué te trajeron?
La Padme en la grabación no quiso decir nada.
El hombre insistió:
—Si no cooperas te devolveremos a la habitación y lo intentaremos de nuevo mañana. Pero entonces siempre será así: solo volverás a la habitación y nunca terminará.
—Me trajeron porque hice algo.
—¿Algo bueno o malo?
—Malo.
—¿Qué hiciste?
Otro silencio.
—Me fui de casa.
—¿A dónde?
—Escapé.
—¿Por cuántos días?
—Una semana.
—¿Y por qué escapaste, Padme?
La voz sonó asustada y a punto de llorar:
—¿Mi mamá va a venir por mí?
—Tus padres no van a venir por ti hasta que sepamos con exactitud todo lo que hiciste esa semana. Ellos necesitan saberlo y nosotros también. Así que, ¿para qué escapaste, Padme?
—Quería… encontrar algo.
—¿Algo? ¿O alguien?
En el vestíbulo de la mansión, antes de que la grabación revelara la respuesta que yo les había dado a los doctores, le grité a Eris con desesperación:
—¡¡¡No, detenlo!!!
Los altavoces no reprodujeron lo siguiente. Mis manos estaban frías por el shock. Eris me veía con una expresión inclemente, sin un ápice de empatía, y enfadada.
—Desapareciste una vez —me dijo ella, lento—. Tu madre no nos dijo nada. Tú no nos dijiste nada. Llamábamos a tu casa preocupadas, íbamos a preguntar por ti pero no nos abrían la puerta, ¿y fue porque estabas encerrada en un centro psiquiátrico?
Sí, esa era la verdad. Faltaba una gran parte, por supuesto, pero era cierto. Años atrás, yo me había escapado de casa.
Cuando al fin me encontraron, mis padres me condujeron de vuelta, pero esa misma tarde, aquel día, llamaron al centro para que me internaran. Era ese recuerdo el que nunca se iba de mi cabeza. El momento en el que mi madre, sin clemencia, había entrado a mi habitación mientras yo estaba asustada por mi propio error y había dicho que ellos me llevarían.
Yo había visto desde mi ventana el transporte blanco aparcar en la acera, así que había preguntado:
—Mamá, ¿quiénes son esas personas?
—Vienen por ti.
—¿Para ir a dónde? No hagas esto.
—¿Por qué te escapaste? ¿Esto es lo que en verdad eres, Padme? ¿Esto es lo que quieres ser? No, así que vamos a corregirlo y si alguna vez vuelves a sentirlo, tú misma sabrás cómo impedirlo.
—¿Por cuánto tiempo?
—Todo el que sea necesario para arreglarte.
Me obligué a salir del recuerdo. Damián y Poe me miraban, pero fui incapaz de darles la cara.
—Era necesario. —Mis palabras fueron temblorosas.
—¿Recuerdas que te dije que tiene que haber una consecuencia si pasas de una dimensión a otra? —mencionó —. La hay. Cada vez, tu mente se irá dañando más. Con cada paso, irás empeorando. Serás más débil y perderás tu moral y tu racionamiento. ¿Lo sentiste? ¿Sentiste más tentación y menos control?
Oh, Dios. ¿Por esa razón se me había hecho más difícil contener mi personalidad obsesiva? ¿Por esa razón mis impulsos de rabia se habían intensificado hasta tal punto que luchaba por no explotar? Y tal vez… ¿Por esa razón el mundo de Damián se había visto más seductor? Había estado perdiendo lo que me mantenía en equilibrio por la influencia de la dimensión alterna… —Eris, no soy la misma chica que tuvo que ser llevada a ese centro —le aseguré—. Yo cambié.
—No. —Ella negó con la cabeza—. Nunca cambiaste ni vas a poder cambiar, y ni siquiera es tu culpa, pero ahora es tu castigo.
—¡No! —solté con fuerza, negada a aceptar todo lo que estaba diciendo—. ¡No importa lo que haya pasado, no te vas a quedar aquí! ¡Todo es mentira y es una trampa! —Me quebré al decir lo último—: ¿No estábamos juntas en esto hasta el final?
Eso no la alteró. No le removió ninguna emoción. Todo lo contrario, su enfado se disipó y una indiferencia cruel se vio en su rostro. Miró a Damián por un momento.
—Mentir es muy fácil para los Novenos, ¿no? —Luego lo dejó muy claro para mí—. No voy a salvar a un montón de personas crueles. No voy a decirte cómo cerrar la entrada y voy a tomar todo el poder que me corresponde.
Me negué de forma irracional a dejarla, así que avancé en un impulso ciego con intención de subir las escaleras y traerla a rastras, pero entonces dos figuras salieron del pasillo derecho de la escalera y me detuve en seco.
Hanson.
Y Alicia.
Él la sostenía por el cabello. A mi Alicia. A mi amiga. A la única inocente. Estuve segura de que ella se habría sacudido como loca para intentar liberarse, pero venía tranquila y sumisa porque también la habían sedado. El mismo efecto del gas hacía que sus parpadeos fueran lentos y que caminara sin saber hacia dónde iba. Aunque aún tenía los ojos enrojecidos por haber llorado. Al ser atrapada, de seguro se había asustado mucho.
Hanson la empujó y la obligó a arrodillarse junto a Eris.
—Alicia… —dije yo, estupefacta—. ¿Alicia?
Su cuerpo trató de mantenerse en ese lugar. Incluso echó la cabeza balanceante hacia atrás para intentar reconocer a quien tenía en frente. Balbuceó algo.
Supe de inmediato lo que iba a pasar. El mundo se aceleró de miedo para mí. Supliqué para que no se cumpliera:
—No, Eris, a Alicia no, por favor —intenté convencerla—.
No a ella. No lo permitas. No tiene culpa de nada, queríamos salvarla… —Tú querías salvarla —me corrigió Eris, cruel—. Yo siempre la odié, y tú te diste cuenta de eso, ¿no?
Aspen sonrió con satisfacción. Giró la cabeza y observó a su hija con complicidad. Subí un escalón muy rápido dispuesta a pelear hasta la muerte por ayudarla, pero no pude llegar al otro lado porque él lo hizo a la velocidad de un Noveno: sacó su cuchillo, apartó a Eris y teniendo a Alicia arrodillada justo en frente, le cortó el cuello.
Pasó en cámara lenta ante mis ojos. Las piernas me flaquearon. Sentí que me iría de la propia realidad, pero evité perderla porque era lo único que me sostenía. Su cuerpo cayó inerte en el suelo, boca arriba. Quedó mirando a la nada. Un charco espeso y brillante se formó debajo de lo que había sido su hermoso cabello rubio, y la sangre empezó a deslizarse hacia el borde de la escalera.
Atónita, contemplé a Eris, pero ella estaba inmóvil, solo mirando hacia otro lado. Su expresión era seria, pero al mismo tiempo ausente. Comprendí que sí era su lugar. Su mundo era ese en donde no había remordimiento ni empatía, porque tenía justo a sus pies el cadáver de la persona que conocíamos desde la infancia, la persona con la que habíamos vivido miles de momentos, y no expresaba dolor alguno.
—Una lástima que no estarán para presenciar la verdadera Cacería —nos dijo Aspen, pensativo—. Aunque no sería mala idea darles una segunda oportunidad para morir. Podría lanzarlos mañana. ¿Qué te gustaría, Eris?
Eris no respondió, pero dentro de mí se activó una corriente de rabia y dolor que no sabía cómo iba a descargar.
—¿Vas a dejar que nos maten? —le pregunté con furia.
—No, ella no dejará que los maten. —Hanson negó con la cabeza—. Ella los matará a ustedes.
En ese instante todo dentro de mí se derrumbó. Todo se destruyó, porque la amistad que teníamos, la amistad en la que yo había creído, estaba rota.
Eris ya no era mi amiga y no volvería a serlo nunca más.
La miré a los ojos.
—Eres una maldita asesina —le dije, pronunciando cada palabra con detenimiento.
—Y tú una maldita presa —soltó Eris, sin nada de culpa.
No sabía si solo ella iba a venir por nosotros o si otros Novenos se le unirían, pero antes de que sucediera algo, un cuchillo pasó a toda velocidad junto a mí, dio vueltas en el aire y aterrizó con puntería perfecta en el hombro de Hanson, penetrando la carne.
Un segundo cuchillo le dio a Eris en una pierna.
Al girar la cabeza vi que Damián y Poe los habían lanzado y que ahora me gritaban que corriera. Y eso hice, bajé los escalones mientras escuchaba los gritos de Aspen pidiendo ayuda porque se había agachado para ver en qué estado se encontraba su hija.
Damián abrió la puerta de la entrada y la atravesamos.
Justo antes de largarse, Poe se detuvo debajo del marco y le gritó con mucha tristeza:
—¡Me dueles, Eris, me dueles!
Salimos sin detenernos. Otra vez llovía. Llovía con una fuerza torrencial, y el frío era intenso. Era difícil ver, pero a toda prisa corrimos por el lateral derecho de la mansión, pisando pasto y flores. Vimos una pequeña estructura adosada a ella y unas enormes puertas de garaje. Estaban abiertas y parecían la salida de aquel infierno.
Llegamos y encontramos que junto a un auto ya encendido estaban Archie y Tatiana. Sus caras de susto cambiaron a cierto alivio al vernos.
Pero también estaba alguien inesperado: Nicolas. Iba al volante.
—¡Rápido, suban! —Tatiana abrió las puertas traseras.
—¡¿Qué demonios hace él aquí?! —soltó Damián al reconocer a Nicolas, muy desconfiado y sorprendido de mala manera.
—¡Nos ayudó! —reveló Tatiana—. De verdad nos ayudó.
¡Ahora vamos, matamos a todos los guardias posibles, pero no sabemos si aparecerán más!
¿Qué? ¿Nicolas estaba de nuestro lado?
—¡¿Y Danna?! —preguntó Poe. La buscaba en el interior del auto, pero no había nadie más.
Fue Archie quien le dio la noticia:
—Está muerta.
—¡Solo entren al auto! —nos gritó Nicolas.
—¡No, no vamos a ir contigo! —se negó Damián, furioso.
A Nicolas le pareció estúpido.
—¡Es el peor momento para que te niegues a cualquier ayuda!
Pero Damián perdió la paciencia de una forma aterradora y se lo gritó con una fuerza monstruosa:
—¡¡¡No te quiero cerca de ella!!!
Por alguna razón como que perdió el juicio y quiso jalarme del brazo para ir a no sé dónde, pero entonces Nicolas se hartó, salió del auto y en un acto mucho más inesperado que el de su ayuda, le dio un gran puñetazo a Damián. Fue tan fuerte que Poe tuvo que apurarse a sostener su cuerpo porque el golpe sumado al efecto del gas que aún estaba en su sistema, sumado también al Hito por el que estaba pasando, hizo que perdiera la conciencia.
—Mételo al auto, necesitan salir de aquí y yo soy el único que puede ayudarlos —le ordenó Nicolas a Poe, muy serio—.
Ya basta de niñadas. ¿Quieres morir o vivir?
Poe alternó los ojos impactados entre Damián desmayado en sus brazos y Nicolas.
En ese momento, la puerta de la cocina que daba al garaje se abrió y al menos ocho Novenos salieron armados y listos para atacarnos. Pareció una interminable pesadilla, y por desgracia Poe entendió que ya no podíamos perder más tiempo y que había que arriesgarse. La necesidad de supervivencia lo empujó a no cuestionar más la opción y se apresuró a meter el cuerpo de Damián en el auto.
Luego, el resto también se acomodó atrás. Poe quedó de copiloto. Tatiana iba a ser la última en meterse. Uno de los Novenos nos lanzó algo que pensé que iba a herirla, pero ella logró caer adentro, ilesa. La puerta quedó aún abierta y Nicolas no esperó a que la cerrara, solo arrancó y las llantas chirriaron. Pisó el acelerador y no fue por la salida principal porque la reja estaba cerrada. Giró por encima del pasto y condujo hacia la parte trasera de la mansión, por donde se extendían kilómetros de terreno. El vehículo saltó debido a las protuberancias del suelo y nos sacudimos cuando bajó por una pendiente muy corta. Después se llevó por en medio un muro de rejas.
Al mirar por la ventana me di cuenta de que tomamos una carretera. En el cielo, un trueno resonó. De todas formas, Nicolas no aminoró la velocidad.
En el interior, estábamos agitados y nerviosos. El agrio olor de la sangre se percibía en el ambiente. Mi corazón latía muy rápido, me sudaba la frente y parecía poco creíble que había visto morir a Alicia y que acababa de dejar a Eris en esa mansión. Además, Damián estaba inconsciente a mi lado.
—¿Ahora qué va a pasar? —pregunté—. ¿Nos buscarán?
—No lo sé —contestó Nicolas, mirándonos a todos por el retrovisor—. Es posible. No pueden regresar a Asfil. Deberían ocultarse.
—Tengo algunas casas en otros pueblos, pero podrían buscarnos allí —dijo Poe, preocupado.
—Yo puedo ayudarlos —se ofreció Nicolas, serio—.
Tengo… bueno, supongo que ya guardar el secreto no sirve de nada. Tengo un par de propiedades a mi nombre que sirven de refugio.
Poe no entendió. Yo tampoco.
—¿Para qué?
—Para gente que no es Novena —confesó Nicolas.
Todos en el auto quedamos tan sorprendidos que nos mantuvimos en silencio durante unos segundos.
—¿Escondes presas? —preguntó Poe, estupefacto—. Pero si tú provienes de padres par.
—¿Padres par? —pregunté, confundida.
—Sí, ambos nacidos el nueve del noveno mes —aclaró Poe.
Las manos de Nicolas se aferraban al volante.
—No voy a explicarte por qué lo hago, Verne. Ya es mucho que te lo diga. ¿Quieren ir o no? Se pueden quedar ahí por un par de días.
El asombro dejó a Poe desorientado por un momento. Luego volteó hacia la parte trasera en donde estábamos los demás.
Miró específicamente a Damián, que seguía con los ojos cerrados, noqueado. Me pareció avistar algo de tristeza en su expresión, como cuando alguien debe tomar una decisión difícil que tendrá una consecuencia catastrófica.
—Supongo que es lo que tengo que hacer —murmuró Poe.
—Él está muy mal y lo sabes —le reclamó Nicolas de golpe.
—¡Intenté ayudarlo! —defendió Poe—. ¡Busqué el maldito tratamiento para él!
—¡¿Y no pudiste darte cuenta de que te mentía y no lo usaba?! —rebatió Nicolas, enfadado—. Porque sí, Hanson les dijo a todos que Damián está en El Hito y a punto de perderlo.
Nadie va a volver a aceptarlo en la cabaña porque saben que es un peligro y también un traidor. Este siempre fue el problema con la amistad de ustedes dos. Le crees todo, le permites todo, dejaste que esto llegara a este punto solo para complacerlo.
Poe se vio alterado e indignado.
—¡Claro, ¿porque tu amistad con él fue lo mejor?! —le gritó —. ¡Querías cambiarlo y alejarlo de lo que era! ¡Le estabas metiendo en la cabeza que él era malo!
—¡Lo es y ya no puedes seguir justificándolo porque estamos huyendo ahora por su culpa! —rugió Nicolas.
Eso hizo que Poe perdiera la paciencia, y las cosas sucedieron muy rápido: con el lateral de su puño rompió el cristal de la ventana del copiloto, rasgó un pedazo y lo apuntó directo al cuello de Nicolas de una forma amenazante. Desde mi asiento, vi la mandíbula de Verne apretada y la expresión furiosa.
—Voy a sacar a mi manada de tu auto de mierda si llegas a decir una palabra más o si llegas a soltar más de lo que debes —le advirtió— pero antes me daré el gusto de matarte.
Sonó a una promesa. Sonó a que deseaba hacerlo, solo que Nicolas no le tuvo miedo.
—Matarme no va a cambiar el hecho de que nunca tuvo que haber formado una manada contigo.
—¿Entonces por qué no lo convenciste de que se quedara en la tuya? —Poe ladeó la cabeza. Su sonrisa fue de rabia—. No, espera, porque nunca te consideró su amigo ni mucho menos su familia.
—Si a ti te considera eso, ¿por qué puso primero a…?
Poe no lo iba a dejar terminar. Vi cómo agarró el impulso asesino con el trozo de vidrio, y yo estaba en automático, solo pasando la atención de uno a otro sin comprender el verdadero punto de la discusión, pero tuve que intervenir también con un grito para evitarlo:
—¡Dejen de pelear! ¡¿Qué demonios es esta conversación?!
¡¿No nos estamos ayudando?!
Poe apretó los labios para contenerse y miró hacia la ventana rota, muy enfadado y con el puño sangrando. Las manos de Nicolas en el volante estaban tensas y las venas marcadas por la rabia con la que lo apretaba. No había nada del Noveno sereno que tanto me había intimidado.
Se quedaron callados al menos, pero una extraña tensión de las más inquietantes flotó en el interior del auto. Algo dentro de mí me reprendió por haber detenido la pelea, ya que tuve la sospecha de que tal vez se habría revelado algo importante, pero asumí que solo era mi paranoia.
—Hanson no puede ganarse el poder solo porque sí — refunfuñó Poe—. Debo hacer algo. Debo mostrarles la verdad a los demás. Conozco a mucha gente y también puedo intentar encontrar una forma de ayudar a Damián… —Ya no hay forma de ayudarlo, Poe —dijo Nicolas entre dientes—. Entiéndelo de una buena vez.
—Nicolas —le habló Archie de repente—. A Tatiana y a mí nos dejarás en el pueblo más cercano.
—¿Qué? —soltó ella.
Se veía muy pequeña ahí sentada. Estaba asustada.
—Lo que oíste —asintió Archie, seco—. Tú no irás a ese refugio. No iremos.
—Archie… —intentó mediar Poe.
—Es mejor si nos separamos —dijo Archie, con inteligencia —. Van a buscarnos creyendo que estamos juntos. Si nos dispersamos les será más difícil. —Como Poe no lució de acuerdo con eso, él añadió—. Tú puedes intentar usar tu influencia y yo volveré a buscarlos si puedo.
Poe soltó aire. Apoyó el codo en la puerta del copiloto y se frotó los ojos con los dedos manchados de sangre seca, frustrado.
—Esto no tenía que terminar así… —lo escuché susurrar.
Sentada junto a Archie, Tatiana temblaba. Se lo preguntó en un hilo de voz:
—¿Vas a matarme?
—Eso sería tenerte piedad y no te la mereces —murmuró él.
Hasta a mí me puso los pelos de punta que sonó como un juramento de que la haría sufrir.
—En veinticinco minutos haremos una parada en uno de los puntos de evasión para cambiar de auto —informó Nicolas—.
No podemos seguir con este, podrían rastrearlo. Haremos eso varias veces para impedir que nos sigan.
Miré de nuevo a Damián a mi lado. De todo lo que habían dicho en la discusión, solo una frase se había quedado en mi mente: «Ya no hay forma de ayudarlo». Y no quería creerlo.
No quería aceptarlo. No quería ni siquiera pensar en tener que entregárselo a los Novenos para que lo eliminaran.
Me sentí impotente. Puse mi mano sobre su mejilla. Su piel estaba excesivamente caliente. Con afecto, pasé mis dedos por su cabello húmedo para echárselo hacia atrás y que el viento que entraba por la ventana lo refrescara. Era más guapo si mostraba su frente por completo, nunca lo había notado.
Era lo único que me quedaba. Ya no podía volver a casa. Ya no podía hablar otra vez con mis padres. Ya no tenía amigas.
Mis razones para pelear se habían desvanecido.
Pero Damián seguía allí.
Si ya no tenía nada, debía arriesgarlo todo por él.
Eso significaba que, si se lo querían llevar, si querían lastimarlo, me tendrían que matar a mí primero.

Damián #1 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora