25- De acuerdo, tal vez solo importa que el sabor de la muerte es tentador

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Abrí la puerta tras tomar aire.
No, no eran los guardias ni Hanson ni los demás Novenos como había creído mi paranoia por un momento. Era Damián.
El alma me volvió al cuerpo al reconocerlo. Respiré de nuevo.
—¿Puedo pasar? —preguntó él.
—¿Qué quieres? —solté de mala gana.
—Pasar, lo acabo de decir, ¿no me oyes nunca? —Frunció el ceño.
—No, y llévate tu sarcasmo junto con tu presencia a otro lado.
Traté de lanzarle la puerta en la cara para volver a intentar comunicarme con Eris, pero me lo impidió al atravesar la mano.
—Voy a pasar igual —decidió y, después de ganarme con un empujón a la puerta, entró.
Tuve que cerrar de portazo porque ya no podía sacarlo. Por suerte, no me había bloqueado y había ocultado el walkie talkie. No quería que él supiera nada del plan. Además, era obvio que estaba enojado. Su rostro y sus cejas siempre eran perfectas para demostrar esa emoción.
—¿Qué te dije sobre Nicolas? —me reclamó, severo.
—Aparentemente casi nada, porque ni siquiera sabía que eran amigos.
Se quedó medio atónito por mi respuesta, porque la dije con el mismo tono de dureza que él, y eso fue porque en ese momento no tenía los ánimos para ser la sumisa que debía protegerse de los Novenos. Eris estaba en peligro, me había enterado de cosas que no esperaba, y el enfado que había empezado a correr dentro de mí estaba tomando territorio de una forma que no estaba logrando controlar.
Me frustraba que la Padme que mi madre tanto había intentado reprimir, se estaba saliendo de mis manos, porque, ¿eso significaba que había tenido razón y yo era una peligrosa bomba de tiempo?
—Lo importante es que ya no lo somos y que no tienes que estar cerca de él —se limitó a decir.
Que no lo explicara me irritó el doble.
—En un momento me dijo más de lo que me has dicho desde que nos conocemos —lo apunté.
—¡Porque quiere ponerte en mi contra! —soltó él con obviedad—. ¡¿No te das cuenta?! ¡¿O es que sí lo estás?!
—¡¿Debería?!
Eso lo horrorizó y molestó en partes iguales.
—Te recuerdo que somos un equipo, una manada, y Poe piensa que debemos irnos lo antes posible.
—¿Qué? —Bajé mi guardia por un instante.
—Algo raro está pasando. —Damián caminó por la habitación. Lo escuché nervioso por primera vez—. La Dirigente le dijo que no tenía ni idea de nada, pero no lo cree.
—¿Le mintió?
—Es lo que sospecha. Él estará con ella antes de la cena y aprovecharemos para tratar de salir de aquí.
No. No me gustaba la idea. Es decir, sí quería salir de esa mansión, también sentía que algo no estaba bien, pero eso debía ser luego de encontrar a Alicia. Aún no la teníamos. Si la manada tenía que irse tan rápido, no lo lograría.
—¿Estás seguro? ¿No es peligroso si faltamos a la cena?
—Tal vez lo es, pero fue un error haber venido y es un error que estés tan cerca de Nicolas.
Volvió a traer mi enojo.
—¿Y no es un error que tú estuvieras con alguien más hoy?
—solté, sin pensarlo—. ¿Yo no puedo acercarme a nadie, pero tú puedes estar con personas que me lanzan la puerta en la cara?
El tono de reclamo y furia fue tan claro que Damián detuvo sus pasos para mirarme. Sus ojos detallaron cada parte de mí, porque me conocía, y se dio cuenta de que estaba tensa. Notó mis manos apretadas, el enfado que transmitían mis ojos, lo inestable de todo mi cuerpo. Y lo entendió. Entendió algo que lo confundió pero que despertó toda su curiosidad. Algo que de nuevo hizo que me contemplara como su pieza favorita de un museo.
Me lo preguntó mientras se acercaba a mí con pasos depredadores:
—¿Estás… celosa? ¿Es por eso?
—¿Tú no estás celoso de Nicolas? —rebatí. Esa respuesta también lo sorprendió. Pensó algo por un instante, pero después relajó su expresión, seguro.
—No, porque, aunque se esfuerce, él no tendría el mismo efecto que tengo yo en ti.
Llegó hasta mí. Entonces, con una de sus manos tomó mi mandíbula y me sostuvo el rostro. Recorrió mi rostro con su mirada fatigada, analizándome.
—Me preguntaba cuándo ibas a mostrar toda la ira que reprimes, pero no pensé que fuera por celos —susurró, medio fascinado—. Qué… interesante.
—Suéltame —dije, de mala gana.
—Pero no dejas de mentirme a pesar de que te dije que sé cuándo lo haces. —Puso una expresión de fastidio.
Traté de alejar la pregunta. Traté de no decirla. Incluso apreté los labios para contenerla, pero no pude. Necesitaba saberlo:
—¿Quién es ella?
Damián hizo un silencio intencional, quizás para molestarme más.
—Es alguien que conozco desde hace tiempo. Solo necesitábamos hablar.
—¿De qué?
El condenado alzó un poco la comisura de sus labios en una sonrisa maliciosa.
—Los celos son una emoción muy tóxica para la chica buena y tranquila —dijo, porque lo chocante no se le quitaba nunca —. ¿Qué diría tu madre, Padme?
—Mi madre te odiaría.
—Recuerdo bien que me ama —contradijo, y acercó sus labios a los míos con sus ojos oscuros sosteniendo mi mirada —. A mí, no a Nicolas ni a nadie más.
A pesar de que se refería a mi madre controlada, sentí que esas palabras querían recordarme que era cierto que nadie tenía el efecto que él causaba en mí. No era una mentira.
Ahora que su boca estaba tan cerca de la mía, mi ira y su efecto habían empezado a pelear. Por un lado, era de nuevo como La Ambrosía. Me sedaba. Su toque, sus manos, su exigencia, me dominaban. Por el otro, algo quería hacerme caer en cuenta de que había otras emociones en mi interior que no podía olvidar.
Y se convertía en una batalla. Una guerra entre lo que quería y no debía dejar fluir.
—Estoy enfadada contigo… —susurré, en un intento por no ceder.
Pero subestimaba el poder de Damián.
—No, no lo estás, porque yo soy lo que necesitas — murmuró sobre mis labios, una referencia a la pregunta que me había hecho en la habitación del motel.
—¿Y lo que tú necesitas? —lo reté—. ¿Lo que tú quieres?
¿Soy yo? Si lo fuera no… Su brazo me envolvió la cintura sin aviso y me impidió completar la oración. Me apegó a él.
—¿Qué vas a saber tú sobre lo que siento o quiero? —se quejó—. No tienes ni idea de cómo quiere un Noveno… Entonces me besó.
Hizo lo que tanto ansiaba y que llegué a pensar que no iba a suceder. Hasta me pareció irreal por esa misma razón y tardé un momento en reconocer que era su boca lo que estaba sintiendo, pero luego fui transportada a la entera realidad del momento.
No nos besamos de una forma común. Tampoco a un ritmo lento. Fue un beso con fuerza, necesidad y ansias. Fue un beso enojado, pero también apasionado y reclamante. Un beso de primera vez, pero de «finalmente». Su mano apretó con una suavidad dominante mi mandíbula y su otra mano en mi espalda trató de apretarme todavía más contra sí. Sus labios se movieron sobre los míos mezclando nuestros alientos, como si estuviera probando algo adictivo y delicioso, y tuviera que obtener más.
Mi mente se nubló. Mi cuerpo se debilitó. Solo existió el sabor de su beso, la húmeda fricción de su lengua con la mía, su respiración pesada contra mi rostro. Me hizo olvidar a cualquier persona. Me hizo olvidar que estábamos en peligro.
Me hizo olvidar que debía controlarme. No quise que me soltara. Deseé que me tocara, que su boca se deslizara desde mis labios hacia otras partes de mí. Despertó todo aquello que como una chica de dieciocho años sentía, un deseo intenso, una indiferencia hacia el hecho de que él era un asesino, un «no me importa en quien me convierto solo si estoy contigo, así, para siempre».
Porque entendí que aquello definitivamente no era el cielo.
Era el infierno llamado Damián y quemaba de forma excitante en cada parte del cuerpo. Y eso era lo que más me gustaba.
No podía negarlo. Él me hacía perder el control, olvidar mi moral y odiar la idea de ser normal. Y yo también lo descontrolaba de alguna forma. Algo se encendió en él, porque de repente dio algunos pasos hacia adelante. Me dejé guiar, aún entre el beso, y caímos en la cama. Su cuerpo caliente y duro se acomodó sobre el mío con unas intensas ganas de sentirlo debajo. Subió la mano que había estado en mi espalda hasta mi cuello. Lo envolvió con sus dedos y lo apretó con suavidad. Su pulgar presionó sobre el punto en el que podía percibirse el pulso. Un incontenible jadeo salió de mi boca y no pude evitar separar mis labios de los suyos para abrir los ojos en busca de su expresión.
Era por completo nueva, extasiada, pero fascinada. Le gustaba. Eso que nunca había hecho, ese contacto al que se había negado, ahora lo estaba haciendo sentir algo poderoso, porque su boca estaba entreabierta y tomaba aire por ella como si el deseo lo agitara en un nivel peligroso.
Por mi mente pasó la perversa idea de que apretara mi cuello un poco más, y sin pensarlo, con todo el atrevimiento puse mi mano sobre la suya en una invitación a hacerlo. De esa forma, solo mirándome, solo con sus ojos negros fijos en los míos y el cabello oscuro cayéndole sobre la frente, sus dedos largos y dominantes comprimieron mi piel. Percibí mi propio pulso acelerado bajo su presión.
—¿Es esto lo que te gusta? —le pregunté, en un susurro. Mi voz sonó algo ansiosa.
Un jadeo salió de entre sus labios sin su permiso en un gesto de excitada vulnerabilidad. Le encantaba, pero lo sorprendía.
Era una mezcla demasiado atractiva.
—Ah, Padme, no… —intentó decir algo porque la satisfacción que estaba sintiendo era también un riesgo. Pero no lo dejé terminar:
—También me gusta.
Cerré los ojos automáticamente. O más bien, sumida en esa sensación de que yo misma estaba permitiendo que me apretara de esa forma. Así, Damián volvió a besarme con ganas, haciéndome entender que su intención ya era ir más allá de ese pequeño acto de control.
¿Lo haríamos? Lo quería. Quería más. Estaba dispuesta, cegada, atrapada, muy excitada ante la idea de saber cómo luciría su cara de placer, si se vería débil o aún más intimidante, o si… Solo que nos recordaron que no era el momento.
Tocaron a la puerta.
Damián alzó la cabeza en un gesto de alerta y desconfianza ante el sonido. Yo también volví a la realidad de forma brusca.
Lo caliente del momento desapareció en un segundo. Todo volvió a mí. La manada. La mansión. Nicolas. Alicia. Eris.
¿Había logrado irse? ¿Y si no?
Él me miró otra vez, desconcertado. Sus ojos alternaron entre mis labios, mis ojos y su mano apretando mi cuello.
Pestañeó, tragó saliva, consciente de su propio descontrol, de que acababa de experimentar un montón de sensaciones nuevas e intensas. Incluso bajó la mirada y observó la propia reacción de su entrepierna.
Volvieron a tocar a la puerta con insistencia.
Damián se apartó de mí y se levantó. Sentí la ausencia de su cuerpo como un balde de agua fría, pero también me puse en pie y en un acto de precaución, pasé la daga de mi zapato a mi cinturón. La cubrí con mi camisa y mi pantalón. Lo vi dirigirse a la puerta. Tomó aire unos segundos y la abrió.
—Tenemos órdenes de escoltarlos hacia la terraza para la cena.
La voz desconocida, seria y profunda me trajo de nuevo todos mis nervios. También caminé hacia la puerta, aterrada, hasta que vi que había dos guardias ahí parados.
—Nadie solicitó escoltas —dijo Damián.
—Es solo una formalidad —aclaró el guardia.
—No lo necesitamos. —Intentó cerrar la puerta, pero el segundo guardia lo impidió con una mano.
—Me temo que deberán asistir siendo escoltados —dijo, con detenimiento—. Es necesario, así que, ¿están listos?
A Damián le molestó.
—Es absurdo, ¿y si no quiero?
—Tendremos que insistirle, y si no da resultado nos veremos obligados a insistir de una forma más… brusca —replicó—.
Pero no es lo que el señor Hanson quiere.
Estuve segura de que por mucha rabia que causara, Damián pensó lo mismo que yo al escuchar el apellido: Aspen había mandado a buscarnos y la razón podía ser lo que Poe había sospechado.
Los guardias se mantuvieron ahí, indirectamente amenazantes, hasta que no nos quedó de otra más que salir.
Apenas lo hicimos vimos otro par de guardias en el pasillo.
—Tú vienes conmigo —le dijo uno de ellos a Damián.
—¿Qué? —reaccioné a la defensiva—. ¿Por qué?
—Porque son las órdenes —me respondió el guardia.
Intenté acercarme a Damián como si pudiera servir de impedimento para que se lo llevaran, pero él alzó una mano para que me detuviera. Entendí que quería decirme que ellos eran capaces de lastimarme si me alteraba o me oponía.
—¿A dónde? —les preguntó, serio.
—A la terraza.
Hubo un silencio. No me lo creí, y Damián tampoco.
Entonces, cuando sus ojos cansados se encontraron con los míos, también entendí que estábamos acorralados.
Por un instante odié que el tiempo no se hubiera detenido en la cama. Odié que lo que nos rodeaba no era normal, sino peligroso. Y quise que peleara. Quise que hiciera algo de Noveno y noqueara a los cuatro hombres que estaban en ese pasillo. Pero no podía. Por más fuerte que fuera o por más débil que lo pusiera El Hito, cuatro contra uno era una desventaja enorme.
Así que Damián no tuvo más opción que irse con el guardia, que mientras se lo llevaba le dijo al resto:
—Ustedes esperen a los demás.
Vi a Damián irse por el pasillo con el corazón acelerado y angustiado. Aunque no esperamos demasiado, porque un par de minutos después nada más ni nada menos que Eris salió de su habitación. Por un lado, me alivió saber que había logrado escapar de la armería, pero por otro solo me horroricé y confundí más porque, ¡¿es que cada cosa se tenía que poner peor?!
Ya no vestía su ropa normal. Llevaba puesto un vestido rojo y lucía estupenda porque había dejado sueltas sus ondas naturales y le caían de forma voluminosa hasta los hombros.
Estaba incluso maquillada y sus ojos verdes resaltaban entornados por la espesura de las pestañas cargadas de rímel.
Pero ¿por qué?
Pude acercármele a pesar de que el pasillo estaba vigilado.
—¿Qué es ese vestido? —le susurré—. ¿Qué está pasando?
—No lo sé —murmuró ella, confundida, en un intento de que no nos escucharan—. Volví a mi habitación y estaba este vestido en mi cama. También maquillaje y una nota que decía que tenía que prepararme para la cena. No iba a hacerlo, pero los guardias aparecieron en el pasillo y me dijeron que si no me ponía la ropa, ellos me obligarían. —Me echó un vistazo confundido—. Tú no tienes uno.
No entendí qué estaba oyendo. Tampoco pude pedir más detalles porque otra de las puertas se abrió. Apareció Poe, y si yo no me había esperado ver a Eris así, él menos. Toda la seriedad y preocupación que debía estar sintiendo porque estábamos siendo obligados a asistir a la cena, desapareció de su rostro.
—¡Demonios! —salió de su boca, y hasta me pareció que fue inconsciente. Avanzó a paso impactado. Observó a Eris de pies a cabeza de una forma que alternaba entre la fascinación, la admiración y la lujuria. Soltó un silbido.
—Verne… —le advirtió ella para que no dijera nada.
Pero obviamente Poe no le hizo caso.
—Ese cabello como fuego, esos ojos como aceitunas, ese cuerpo como creado por Afrodita, esos labios como cerezas, esas pecas como chispas de chocolate… —dijo, en un tono muy sugerente y seductor. Y de repente, para sorpresa de ambas, la tomó por la cintura y la acercó a él. La inclinó como si fuera a besarla y, muy cerca de los labios, le dijo—. Mujer, tú me tienes más loco de lo que ya estoy, y si muero hoy moriré feliz porque te vi así.
Eris le dio un empujón y lo alejó. Poe se mordió el labio inferior, deleitado. Después reparó en mí y pareció confundido.
—Y tú estás muy… muy sana —me dijo luego de pensar qué adjetivo usar—. Para que no te sientas excluida. A ti ese estilo sobrio y simple te sienta bien. Es cuestión de saber apreciar la sensualidad incluso en lo sencillo.
Lo que menos sentía era exclusión. Estaba confundida y asustada hasta el cuello.
—Andando —ordenó uno de los guardias.
—Faltan Tatiana, Archie y Damián —avisó Poe.
—A Damián se lo llevaron antes —no me lo guardé. Sonó peor que pensarlo.
Cualquier emoción desapareció bruscamente del rostro de Verne. Poco a poco, sus labios formaron una línea seria. Se pareció mucho al Poe que había amenazado al mayordomo.
Pero no dijo nada.
—Los demás ya están en la terraza —completó el guardia.
Otra vez no nos quedó más opción que obedecer. Subimos el resto de las escaleras con los guardias por detrás y por delante de nosotros. Mientras caminábamos quise tomar la mano de Eris, solo como un gesto de que necesitaba fuerza y de que estábamos juntas en eso, pero por alguna razón, al volver a ver el vestido, la voz de la madre de Damián pidiéndome que les hiciera caso a mis malos presentimientos sonó en mi mente, y no lo hice.
Para entrar en la terraza atravesamos una puerta de vidrio pintado con muchos colores. Nos recibió un espacio muy amplio con paredes cubiertas por enredaderas que se unían en formas decorativas. El cielo se encontraba al descubierto porque no había techo, y la noche se vislumbraba estrellada y fría.
En el centro de todo había una mesa. Era larga, los cubiertos y los platos estaban bien puestos y tenía exactamente seis sillas de las cuales tres estaban ocupadas. Dos por Tatiana y Archie, y una por el propio Aspen Hanson. Parecían dispuestos a tener una maravillosa cena, hasta que reparé en el rostro de Tatiana y confirmé que sí, algo estaba muy pero muy mal.
Su expresión era muy asustada y sus ojos estaban fijos en el plato vacío que tenía en frente. Archie también estaba atemorizado. No dejaba de mirar a Aspen con terror. Tenía los labios muy fruncidos.
—Por favor, tomen asiento —nos pidió Aspen, sonriendo de la misma forma inquietante que en la merienda—. Sean bienvenidos.
Al girar la cabeza vi que los escoltas se situaron a ambos lados de la puerta con las manos juntas por delante.
Todos nos sentamos. Quedé al lado de Poe. Tatiana, Archie y Eris frente a nosotros. Hanson en la cabecera. Me removí sobre la silla y me arrepentí de haber permitido que se llevaran a Damián solo. ¿En dónde estaba?
—¿Y Damián? —pregunté, extrañada—. ¿No lo trajeron antes?
—Damián vendrá en un rato —aseguró Aspen, muy tranquilo—. Mientras tanto, demos comienzo a esta cena que es exclusiva por varias razones.
—¿La Dirigente no estará presente? —preguntó Poe. La habitual diversión que entonaba su rostro se había esfumado.
—Ah, sí, Gea —asintió Aspen, como si acabara de acordarse de esa persona a pesar de que había demostrado ser muy amigo de ella en la merienda. Chasqueó un dedo en dirección a uno de los guardias y dijo—: ¡Tráiganla!
El guardia volvió un minuto después, pero la esperada Gea no venía con él. Nadie venía con él, solo una gran caja de madera entre sus brazos. La puso sobre la mesa justo frente a Poe que seguramente ya se esperaba lo que iba a ver, porque su seriedad se mezcló con una tensión enojada.
El guardia abrió la caja. Un olor extraño salió de ella. Metió la mano y sacó la cabeza de Gea, cortada justo debajo de la línea que unía las clavículas con el cuello. La sangre estaba coagulada en la base. Su piel bronceada estaba medio gris y sus ojos color caramelo ya no tenían el brillo atrayente. Una línea roja le salía desde una de las comisuras de la boca. La puso sobre el plato de Poe.
Se me revolvió el estómago.
—Ahí la tienes —le dijo Hanson, sonriente—. Tuvimos un desacuerdo por ti, Verne. Ella quería salvarte. Ya veo que no es mentira eso de que causas conflictos a las mujeres. Pero como tienes muchas, espero que esto no te moleste.
Los ojos grises de Poe observaron la cabeza de Gea, y luego a Hanson.
—Para nada. —Sonó calmado—. Pero ¿cómo es esto? ¿Solo llegas, haces un evento y matas a La Dirigente?
Hanson hizo un gesto de desinterés.
—No era buena para el puesto porque mintió y no se lo ganó por herencia. Además, tenía un desastre y se dejaba llevar por las emociones, pero ya no tendré que irme y podré poner el orden que faltaba.
—¿En dónde estaba antes? —Poe pareció algo confundido.
—Viajando, porque buscaba algo muy… —Se debatió entre si decirlo o no, y sus ojos chispearon de una manera aterradora —. Importante para mí. Pero ya lo encontré, así que puedo quedarme, y la forma en la que mantendré el sagrado orden de los Novenos es ocupándome de limpiar cualquier crimen contra nuestras leyes. Por esa razón están aquí. Ustedes han incumplido algunas, ¿no?
Aspen apoyó los antebrazos sobre la mesa y paseó su vista sobre cada uno. Esperó alguna confirmación de nuestra parte, pero todos nos mantuvimos en silencio.
Oh no. Oh no.
—Creo que esto es algo que ustedes ya sabían —suspiró al no obtener respuesta—. Una vez, los Novenos estuvimos en un grave peligro de ser descubiertos. En esa época no teníamos las mismas reglas que luego crearon los Hanson. Había unas pocas, pero por esa razón éramos muy vulnerables… Eris lo interrumpió:
—¿Su familia creó las reglas actuales de los Novenos?
Aspen la miró. Le sonrió como si ella fuera algo valioso.
—Sí, lo hicieron. —Y corrigió de forma extraña—: Lo hicimos. Pero en ese entonces, cuando no estaban establecidas de forma estricta, una sola persona, una sola presa, casi nos destruye. Un muchacho curioso. Tenía veinte años. No sabía nada de la vida ni de lo que acababa de descubrir.
Eris y yo conectamos lo mismo. El problema fue que ella no se lo guardó.
—¿Carson? —completó—. ¿Y su artículo?
Pero ¿por qué lo decía? No iba a mencionar también lo de la otra dimensión, ¿no?
No hallaba a quién mirar, si a ella o a Hanson. A su lado, Poe tenía la mirada fija en la cabeza de Gea. Sus cejas estaban medio fruncidas.
—Podría decirse que sí, pero lo cierto es que fue la forma en la que lo descubrió —explicó Aspen—. Fue nuestra culpa. Fue por un Noveno que le contó su propio secreto. Debido a eso tuvimos que imponer la regla de que quien lo revela debe pagar con la muerte inmediata. Pero esa regla debía tener cierta protección, ya que los Novenos somos muchísimos y la única forma de saber qué hacen en realidad es monitoreándolos, siguiéndoles la pista, pero al mismo tiempo haciéndoles creer que nadie los ve. La mejor forma de lograr eso, sin duda, ha sido tener aliados, algo así como ojos en todos lados. Y les digo esto porque así fue como me enteré de que ustedes no han cumplido esta sagrada orden. —Entonces, se quedó mirando a una persona en la mesa—: ¿Cierto, Tatiana?
El impacto de la pronunciación de ese nombre fue como una bomba nuclear que cayó sobre cada uno de nosotros. Eris se asombró mucho. Poe alzó la mirada, horrorizado y pasmado.
Tatiana escuchó que había sido mencionada, pero mantuvo las manos formando puños sobre la mesa y la mirada baja.
Lloraba.
Lloraba en silencio por una razón horrible:
Había traicionado a su manada.
Entre mi aturdimiento, las palabras que ella me había dicho aquella tarde en su apartamento adquirieron un sentido diferente para mí: «Yo haría cualquier cosa por Archie y él haría cualquier cosa por mí. Solemos hacer muchas cosas por amor, ¿no? Incluso las más tontas nos parecen las correctas, aunque tal vez no podríamos estar más equivocados».
Aspen soltó una risa áspera, se recargó en el espaldar de la silla como si estuviera muy relajado y estudió nuestros rostros con suma diversión.
—Pero para pagar su ayuda, por una vez me salté las reglas y le concedí una indemnización —añadió—. Por eso sigue aquí.
—¿Ella lo dijo todo? —preguntó Poe, boquiabierto.
—Todo —asintió Hanson.
—¿Que hizo qué? —soltó Archie, la persona más importante en ese tema, aún sentado al lado de su novia.
Escuchar su voz me hizo girar la cabeza muy rápido hacia él.
Sentí el terror más intenso, porque caí en cuenta de lo peligroso que podía ser esa revelación para el Archie inestable que conocíamos. Estaba pasmado, como si por un lado lo creyera y por el otro se negara a aceptar que era real. Sus ojos, desorbitados detrás de las gafas, se veían muy abiertos de una forma escalofriante y se habían enrojecido y humedecido.
—Archie, escúchame, es que… —musitó Tatiana. La voz le salía torpe, ahogada entre el llanto—… ellos se enteraron de lo que hiciste conmigo e iban a matarte… así que yo… les juré que iba a guardar el secreto. Les supliqué, pero no estaban seguros y tuve que… —¿Que hiciste qué? —repitió Archie. Su voz se oyó vacía, como si se lo estuviera preguntando a sí mismo.
Tatiana también reconoció el riesgo. Miró con fiereza a Hanson, llorando.
—¡Me dijiste que no ibas a decírselo así! —le reclamó en un grito.
—Esa parte no la prometí —aclaró él, muy tranquilo—.
Tenías que haberte asegurado de que dijera esa palabra.
El horror dejó la cara de Tatiana en una mueca de espanto, pero cerró los ojos y trató de controlar sus sollozos para explicarlo al mismo tiempo.
—Archie, no iba a permitir que te mataran —le dijo. Su voz sonaba arrepentida y débil—. No iba a dejarlos lastimarte, yo solo… Él lo completó, aún en el impacto:
—Tú nos traicionaste.
—Yo no lo llamaría traición —comentó Hanson, entretenido con la escena—. Es lealtad. Esta muchacha, aun sin pertenecer a nuestra especie, es mucho más leal que todos ustedes.
—¿Ella no es una Novena? —preguntó Eris, otra vez asombrada.
—No lo es. —Hanson negó con la cabeza—. Hay dos presas en esta mesa.
No pude apartar la vista atónita de Tatiana, y por un momento ella me miró también. Vi el dolor y la desesperación en sus ojos, y pensé otra vez en aquel día que habíamos hablado en su apartamento, cómo yo no me había dado cuenta de que su búsqueda de ayuda para Archie había sido porque ella tampoco entendía por completo a los Novenos. Había dudado, pero había terminado confiando en ella. En quien menos debía. ¿Por qué solo no me lo había dicho?
Oh, Dios. Iban a matarnos a todos. Mis manos estaban temblando ya. Tenía la boca seca. Mi corazón se escuchaba en mis oídos. Un impulso… —¡¿En dónde demonios está Damián?! —solté, levantándome de la silla, pero entonces Aspen alzó una mano con demanda y se apresuró a decir:
—Te recomiendo que vuelvas a sentarte porque si haces otro movimiento extraño, cualquiera de los cuatro francotiradores que están apostados en puntos estratégicos de las torres que rodean la mansión te volará la tapa de los sesos.
¿Francotiradores?
Volví a sentarme con lentitud.
—Damián Fox —suspiró Aspen, y con un dedo se acarició la barbilla en un leve gesto pensativo—. Está pasando por El Hito desde hace nueve meses. Es sorprendente, ¿sabías?
Considerando el tipo de Noveno que es, su edad y su entorno, lo ha soportado de forma excelente.
—Está controlado —se apresuró a explicar Poe—. Conseguí los nuevos medicamentos para él a tiempo.
—Ah, ese nuevo y costoso tratamiento que los doctores han desarrollado, ¿no? —Hanson entornó los ojos con curiosidad —. Según, si lo recibes cuando El Hito está iniciando puede tener un desarrollo exitoso. Bueno, o no ha funcionado o él te engañó y no lo tomó como un chico bueno.
La expresión de Poe se congeló en una de desconcierto. Fue tan sorpresivo para él que solo bajó la mirada como si buscara una explicación en su mente a algo que se le había pasado por alto.
Yo estaba peor.
—¿Qué? —salió de mi boca.
Hanson movió la cabeza de arriba abajo con pesar.
—Siempre he pensado que El Hito es lo peor que puede pasarle a un Noveno, y no porque te convierte en un monstruo, sino porque te convierte en uno que tú mismo no puedes controlar. Eso es un desperdicio de habilidades y un riesgo para las demás manadas. —Me miró con interés—. No había forma de que supieras eso, Padme. Un Noveno al perder El Hito es capaz de hacer cosas que no podrías soportar ver. Por eso, cuando ya no se puede hacer nada, hay que eliminarlos.
Entonces se habían llevado a Damián para matarlo.
—Fue mi culpa, yo le pedí que me metiera en este mundo, él no quería hacerlo —dije, en un tonto y desesperado intento de convencerlo.
Aspen giró los ojos con fastidio.
—Suenas a Tatiana ahora, y no va a funcionar dos veces. De todos modos parecías muy interesada en averiguar cosas, cavar tumbas, salvar personas… —Emitió una risa burlona que luego pasó a ser casi de lástima—. Sí, lo más entretenido quizás fue ver cómo creías que nadie se iba a enterar. Pero no fue tu error. Sorprendentemente, no lo fue. El error estuvo en él.
Eris intervino en ese momento en un tono muy desafiante:
—Si ya lo sabía y pretendía matarnos a todos, ¿para qué nos trajo a la mansión y para qué organizó todo esto?
La sonrisa de Aspen desapareció en un segundo. Se centró solo en ella. Sus ojos cambiaron otra vez, y por fin entendí la razón.
—Porque necesitaba traerte a donde perteneces —le dijo él.
Poe, que había estado escuchando en silencio, cerró los ojos e inhaló profundo en claro: «Esto no puede estar pasando».
Por mi parte sentí que me iba de la realidad, que ni siquiera lo entendía o no quería entenderlo.
—¿Qué? —Eris hundió las cejas.
—No estaba en mis objetivos investigar a Padme. Sabía que ella era tu amiga, pero pensé que siempre sería una presa, hasta que Damián la metió entre nosotros —explicó Hanson —. Pero antes de eso, Eris, yo ya estaba vigilando tus pasos.
Mi plan era tratar de atraerte a tu verdadera naturaleza, pero eso sucedió solo, así que me senté a esperar. Intentaste ayudar a Padme y buscando una solución solo descubriste lo mucho que te interesa el mundo de los Novenos.
Los viejos mensajes:
Él te vigila.
No puedo ayudarte mientras él te esté vigilando.
¿El desconocido se había referido a Aspen?
—Eris, tú perteneces a este mundo desde que naciste. Eres una Novena, una Hanson. Eres mi hija. —Él se lo reveló.
Sofoqué una exclamación de asombro. Eris negó con la cabeza, aunque con más calma de la que pude haber tenido yo.
Miró a Hanson como si fuera alguien desagradable y pronunció algo en un tono tan bajo que fue incomprensible para todos, pero después elevó el volumen de su voz.
—No, tengo padres, así que eso es absurdo. Y si fuese así, ellos me lo habrían dicho. Además, me les parezco mucho.
—Estuvo planeado para que tuvieras una familia similar a ti, pero no por mí, sino por mi padre —se apresuró a responder Aspen, muy serio—. Tú y yo tendremos una cena especial a solas, y te lo explicaré todo. Por esa razón estás vestida de forma tan especial. Eres más valiosa y poderosa que todos los que están en esta mesa. Tú brillas más.
Él se quedó en silencio, esperando a que ella aceptara su propuesta.
Todo dentro de mí decía «no, no, NO», y terminé pronunciándolo en voz alta:
—No, Eris, nada de eso es cierto, debe ser una trampa. — Giré la cabeza hacia Hanson, empezando a perder la paciencia —. ¡¿De verdad piensa que nos vamos a creer esa porquería?!
Poe de pronto se levantó de la silla como si no le importara nada. Algún impulso lo llevó a atacar a Hanson, pero los guardias se acercaron a una velocidad urgente. En cuanto uno de los tipos le puso una mano en el hombro, Poe le propinó un puñetazo en la cara. Lo dejó tan desorientado que el otro se apresuró a sujetarlo. En ese mismo momento la puerta se abrió y entraron dos más para inmovilizarlo. Después de varios forcejeos lograron sentarlo, atarle los brazos al espaldar de la silla e incluso lo amenazaron con un cuchillo en el cuello.
Poe finalmente se quedó quieto con el cabello revuelto, respirando de forma agitada como un animal dispuesto a atacar. No había ni un pequeño rastro de su lado burlón y perverso. Estaba furioso y daba miedo.
Los hombres entonces se acercaron a Archie, a Tatiana y a mí y nos ataron también. Logré rasguñarle la cara a uno de ellos tratando de impedirlo, pero me dio una bofetada que a Aspen le causó mucha gracia.
Al final nos sometieron a todos, menos a Eris. Incluso Tatiana notó que se le había volteado la tortilla. Es decir, aun trabajando para Aspen, él ignoró por completo sus quejas.
—Ya no me sirves para nada —fue lo que le dijo. Y a ella no le quedó más que sumirse en su llanto.
Hanson se levantó de la silla, concentrado en Eris. Estaba claro que no le haría lo mismo que a nosotros, pero ¿era realmente cierto?, ¿ese era su verdadero padre? Comprendí por qué los ojos verdes de aquel hombre me habían parecido familiares. Eran los mismos de Eris, la misma mirada aceituna que había visto desde que la había conocido en la escuela.
—Te alejaron de mí porque hace diecinueve años cometí el error de acostarme con una presa y antes de matarla, ella escapó —dijo él, en un tono tan calmado que pudo haberlo hecho pasar como un padre preocupado por el bienestar de su hija—. Mi padre creyó que habías nacido siendo normal, pero no fue así. Naciste el noveno día del noveno mes, y aquí es donde perteneces.
—¡No! ¡No es cierto! —le grité. Me removí, pero los nudos que me aferraban a la silla estaban bien hechos.
—¿No, Eris? —le preguntó Hanson, mirándola con cierta complicidad—. ¿No tenías las actitudes propias de un asesino?
¿No mataste a alguien hace poco y lo disfrutaste? Puedes ser sincera.
Volví la cabeza hacia ella, segura de que diría que aquello no era real, que no había disfrutado de matar a Gastón, pero encontré algo nuevo en su expresión. Estaba desconcertada, indecisa, casi perdida.
No fue capaz de negar nada.
—Sé todo lo que has hecho —siguió él—. Asesinaste a tu gato y al gato del vecino a los once años. Los escondiste debajo de tu cama y en cuanto tenías la oportunidad jugabas con los restos. Siempre sentiste la necesidad de matar, pero la reprimiste. Los cuerpos sin vida, el sufrimiento ajeno, hacer sentir a otros inferiores, la superioridad que te da el saber más que los demás, todo eso te gusta mucho. Ahora este mundo te atrae demasiado y pensaste que ayudando a Padme podrías tener una justificación para unirte a los Novenos y dejar fluir tus instintos, ¿o me equivoco?
—No, no es así. Yo te conozco, nunca has hecho nada de eso —dije con rapidez, sacudiendo la cabeza de un lado a otro, tratando de que me escuchara a mí—. Dile que es mentira. ¡Tú eres inteligente y eres buena! ¡Me ayudaste! ¡Hicimos planes para salir de esto! Alicia, tú y yo somos casi una familia, siempre lo hemos sido, y tus padres son personas que te han dado todo lo que has necesitado. Ellos son los verdaderos. Este tipo solo miente por lo que hicimos.
Pero entonces la persona que consideraba mi mejor amiga bajó la mirada y no aclaró que lo dicho por aquel hombre fuera falso, porque en realidad era cierto y su silencio me bastó para comprenderlo. Eris sí era como Damián, siempre había sido como él. Era una Novena. Y tal vez yo lo había sospechado.
Tal vez, al verla sobre el cuerpo de Gastón con el cuchillo había tenido la certeza de que ella era una asesina, pero me lo había negado a mí misma porque esa verdad me destruiría.
Ahora estaba estampado contra mi cara: la duda reflejada en su pecoso rostro. Ella estaba de acuerdo con todo lo que Hanson decía. Le había agradado. Estaba a punto de ser convencida por él.
—Jamás haré nada para dañarte —añadió Aspen en un tono muy suave—. Eres mi hija, acepto tu naturaleza y no creo que debas reprimirla más. Así que ven conmigo, Eris, tenemos mucho de qué hablar.
Rodeó la mesa y deslizó su silla hacia atrás para que ella se levantara. Le puso una mano en el brazo como si quisiera guiarla a la salida, pero Eris lo apartó.
—¿Qué va a pasar con Padme? —le preguntó. Hanson sonrió de forma tranquilizadora.
—Nada por ahora.
—¿Por ahora? Quiero que los suelten —exigió ella en un tono firme, aunque parecía ser víctima de una confusión terrible.
—¿Solo a ellos? ¿Y Damián?
Él supo que la pregunta iba a tener una respuesta dolorosa para mí, y lo disfrutó. Disfrutó que los ojos verdes de Eris se encontraron con los míos, una a cada lado de la mesa, una muy diferente a la otra. Disfrutó que mi mirada casi le suplicó que lo ayudara y que no creyera en lo que le decían. Disfrutó que mi expresión se vio afectada porque en unos súbitos recuerdos nos escuché a ambas planeando salvar a Alicia. Nos escuché riendo, nos escuché en el centro comercial, en las pijamadas, en las fiestas.
Pero Eris pareció borrar todo eso de su memoria, porque había encontrado su verdadera razón de ser.
Y le gustaba.
—Damián no me importa —dijo.
—Entonces prometo que estarán aquí mientras tú y yo conversamos —propuso Aspen—. Nada les sucederá.
No confié en eso, no confié en ninguna de sus palabras, pero ella sí y aquello me decepcionó por completo. Nada pudo igualar el quiebre que experimenté, la tristeza, el dolor emocional que me dejó postrada en aquella silla. Volví a buscar su mirada, traté de que me observara y de traerla a mí con eso, pero ella no lo hizo en ningún momento. Todo lo contrario, se levantó de la silla y lo siguió.
Eris salió de la terraza junto al hombre que decía ser su padre, y fue como verla ir por un camino sin retorno.
Los guardias también salieron del lugar diciendo que estarían al otro lado de la puerta.
Se me hinchó la cabeza tratando de asimilar lo sucedido.
Había estado tan preocupada por Damián que había ignorado que Eris no era lo que parecía ser. Y a pesar de todo, su naturaleza no era el completo problema. Yo lo habría aceptado.
El lío estaba en las intenciones de Aspen, en su confesión tan repentina, en la debilidad que aquello le había causado a alguien tan fuerte como ella.
—Ese hijo de puta no va a soltarnos —gruñó Poe, forcejeando.
—Pero podríamos… —intentó decir Tatiana, solo que Poe la interrumpió en un grito:
—¡Tú, cállate, que si no te arranco la maldita lengua es porque tengo las manos atadas!
Pero eso no fue más escalofriante que lo que dijo Archie con la voz vacía, aún en su aterrador estado de shock:
—A ella no la matará nadie más que no sea yo.
Tatiana sollozó. Otra vez intentó explicarle sus razones y empezó a decirle un montón de cosas con desesperación mientras que él estaba tieso, casi sin parpadear, con los ojos fijos y enormes en alguna parte. Ese silencio y esa inmovilidad parecían peores que uno de sus escandalosos estallidos, y Tatiana lo sabía bien.
Sentí pena por ella. Sentí pena por todos nosotros: estúpidos, traicionados, atrapados, a punto de morir. La manada que había parecido fuerte y unida. La manada que Damián me había dicho que se debía proteger porque era como su familia.
¿Qué habría hecho él al enterarse de la traición? ¿Cómo habría reaccionado? ¿Le habría dolido?
A pesar de esas dudas, mi mente buscó una opción. Se activó, segura de que no podía quedarme ahí mientras mataban a Damián y a Alicia. Ella seguía siendo inocente. Aun sin Eris, ella necesitaba ayuda.
Y tuve una idea.
—Poe —le hablé. A mi lado, había estado mirando a Tatiana como si quisiera acuchillarle los ojos, pero reaccionó a mi voz —. Se me ocurre algo para salir de aquí, pero es muy arriesgado.
—«Arriesgadas» me gustan las cosas. —Su expresión se relajó, otra vez propia de su personalidad—. Te escucho.
—Bien, tengo una daga oculta debajo de mi camisa. Tienes que venir a sacarla y usar tus habilidades para cortar la cuerda.
Pareció que le hice la propuesta más sucia de su vida, porque las comisuras se le ensancharon con malicia.
—¿Y cómo voy a sacarla? —Le temblaron los labios por reprimir la risa.
—Con la boca —dije entre dientes.
—Si hubiera sabido que tendríamos que estar en una situación así para que me dejaras meterme debajo de tu ropa, le habría pagado a alguien para que nos secuestrara —suspiró, encantado—. Pero sí, es una increíble idea porque a Archie y a mí nos quitaron las armas después de la merienda, justo antes de enviarnos a las habitaciones.
—¡No es el momento para tus insinuaciones! —lo regañé—.
¿Puedes hacer lo que digo o no?
—Bueno, no quiero presumir, pero con la boca soy más hábil que con las manos. —Me guiñó el ojo.
—Entonces tendrás que arriesgarte y lanzarte al suelo.
Existía el enorme riesgo de que al moverse los francotiradores le dispararan, pero al final de eso se trataba, ¿no? De arriesgarse a morir por intentarlo, porque ya no podíamos entrar en una situación peor. Él fue consciente de esa posibilidad, así que se tomó un momento, respiró y luego con valentía se tiró hacia un lado.
Lo esperé. Esperé el fuerte sonido y hasta ver la sangre.
Pero no recibió ningún disparo. No sonó nada. Nadie fue herido.
Me extrañó, pero no me detuve a pensar por qué. La ventaja era que no nos habían atado los pies, solo las manos por detrás al espaldar. Un error, consideré yo, pero aprovechable, por lo que eso le permitió moverse mejor con todo y silla. Al mismo tiempo, traté de deslizarme hacia atrás para darle todo el espacio posible. El espaldar no era demasiado grande, por lo que cuando logró arrodillarse su cabeza quedó entre mis piernas.
—Esta situación es bastante interesante, ¿no crees? — murmuró con picardía al notarlo—. Confieso que me imaginé estar en esta posición, pero no en este escenario.
—Solo busca la daga, Poe —dije, y evité mirarlo.
Se acercó un poco más, mordió el borde de mi camisa para alzarlo y se las ingenió para meter la cabeza debajo. Su cabello dorado quedó cubierto por la tela. El espaldar de su silla golpeó la mesa y las copas se estremecieron. Sentí su rostro rozar mi piel desnuda.
Al frente, Tatiana no paraba de intentar que Archie reaccionara o la mirara o siquiera la entendiera.
—Tu piel huele bien, pastelito —comentó Poe desde abajo.
—Ni siquiera me he bañado en un día —contradije.
—Así es mucho mejor… —¡Hazlo rápido!
—Ya… —expresó de forma ahogada.
Sacó la cabeza. Sostenía con la boca la empuñadura de la daga como si fuera una paleta de helado.
—De acuerdo, ahora intenta cortar la cuerda —le indiqué.
Fue otro proceso para lograr quedar detrás de mí. Tuve que escucharlo soltar quejidos que parecían gemidos, hasta que por fin encontró una mejor posición, acercó la hoja hacia los nudos que me inmovilizaban las muñecas contra el espaldar y empezó a hacer movimientos provocando que el filo rasgara la cuerda.
Tardó, pero exhalé de alivio cuando se soltó. Le quité la daga y corté el de la otra mano.
—Ahora cortaré las demás y nos iremos.
—Muy mandona, Padme, muy mandona —comentó con diversión—. Me encanta.
Rápidamente hice lo mismo, pero por precaución me ubiqué frente a él para rodear su torso con mis brazos. Es decir, quedé entre sus piernas. Me esforcé por cortar las cuerdas. Poe me veía desde arriba bastante entretenido.
—No te atrevas a decir algo —le amenacé, frotando la hoja contra los nudos.
—Contigo en esa posición no estoy ni siquiera pensando, pastelito, ¿cómo podría? —se burló—. De todas formas, esta manera de amarrarnos no fue muy inteligente. Me pregunto por qué.
Terminé y le entregué la daga para que cortara las de Archie.
Al liberarlo, él se levantó de la silla. Bueno, seguía consciente al menos. En un shock perturbador, pero consciente de su alrededor.
—¿Y yo? —preguntó Tatiana al darse cuenta de que Poe no tenía intenciones de desatarla a ella—. No pueden dejarme aquí.
—Ah, sí que podemos y eso es lo que haremos —dijo Poe con mucha tranquilidad—. ¿Sabes? Siempre pensé que era Archie quien te torturaba con su tóxica necesidad, pero mira, tú resultaste ser la que succionaba su alma.
Ella iba a protestar, pero:
—Desátala —pidió Archie.
—¿Estás seguro? —le preguntó Poe, con una expresión de desagrado.
No la miró. No se movió.
—Sí.
—Bien… Tatiana sollozó otra vez. Evité mirarla a la cara. No podía.
No sabía qué decir.
—¿Sabes en donde tienen a Damián? —le preguntó Poe.
—No, juro que no lo sé —respondió Tatiana. Dudé porque ya no confiaba en ella, pero sonó convincente.
Poe ignoró a Tatiana y miró en dirección a las torres con una repentina suspicacia.
—Tampoco dispararon —murmuró. Se movió hacia la puerta que daba salida a la terraza. Se suponía que los guardias estaban al otro lado, pero Poe pegó la oreja al cristal que por su diseño no permitía ver cuantas figuras había.
Aunque, para nuestra sorpresa, no había nadie. Poe lo percibió tras intentar captar algún sonido. Presionó las manijas y la abrió, y vimos que las escaleras estaban vacías. Nadie en las torres, ¿y nadie en la puerta? ¿Por qué?
Bajamos los peldaños con cuidado. Pensé que aparecería un guardia a gritarnos «¡hey, ¿cómo se escaparon?!» pero nada.
Ni un alma y ni un sonido hasta que llegamos al pasillo de las habitaciones. Allí, una figura venía apresurada.
La reconocí. Era la mujer que había estado en la habitación de Damián, la misma que me había cerrado la puerta en la cara. Arrastraba el saco que había visto en el maletero del auto de Poe, justo cuando guardábamos nuestro equipaje para viajar. En ese momento no lucía pretenciosa, sino muy preocupada.
—Logré sacarlo; y no, yo no estoy del lado de Aspen —le dijo directamente a Poe al llegar a nosotros. En un gesto aún más confuso para mí, le acarició la mejilla con afecto maternal —. Me escapé del salón en donde todos están reunidos.
Yo no entendía nada. ¿Los Novenos estaban reunidos en un salón?
—Danna, ¿qué demonios es lo que está pasando? —le preguntó Poe, liado—. ¿De dónde salió Hanson? ¿Y para qué quiere a Eris? ¿En verdad es su hija?
—Al parecer él es uno de los nuevos Superiores —explicó Danna—. Estaba trabajando junto a Gea para organizar La Cacería, pero hace un momento reunió a todos en un salón, les reveló que ella había mentido sobre su herencia para ser Dirigente y que la mataron por esa razón. Ahora la gente está hablando de una heredera legítima y de que habrá toda una revolución en la cabaña para que Hanson sea un nuevo líder.
Me preocupó y me horrorizó comprender que cuando Eris se enterara de que el puesto que Gea había tenido debía ser de ella, la idea de ese poder la seduciría de una forma irrevocable.
A Poe lo angustió más.
—¿Los otros Superiores están de acuerdo con esto?
—No lo sé. —Danna también estaba un poco perdida—.
Nadie lo sabe. Todo sucedió muy de repente y supongo que hay que esperar a ver si alguno se pronuncia, pero… —Miró con severidad a Poe—. Tú sabías que tratar a una presa como algo más que una simple presa es muy grave. ¿Por qué lo permitiste? ¿O al igual que Damián tampoco vas a dar una respuesta?
Poe apretó los labios. No necesité ser experta en leerlo para entender que prefería guardársela.
—Eso ya no importa —dejó el tema atrás para resaltar un punto beneficioso—. Hanson dijo que tuvo a su heredera por acostarse con una presa. Eso también es un crimen. Quiero que vayas y se lo hagas saber a todos para que llegue hasta la cabaña. Van a escucharte, eres parte de los círculos influyentes.
Danna asintió, aun así, la cara de cierta pena que puso me advirtió que iba a decirnos algo que no nos gustaría:
—Puedo intentarlo, pero eso no les dará tiempo para nada.
Se lo dije a Damián antes de la merienda. Fui a verlo precisamente porque se estaba corriendo el rumor de que habían hecho algo malo, y Aspen ya se lo dijo a todos en el salón. Nadie los va a ayudar porque él ordenó que se hiciera una Cacería… con ustedes.
—¿Nos convirtió en…? —Los ojos grises de Poe se abrieron con horror.
—Presas —completó Archie.
Entendí por qué no nos habían disparado los francotiradores y por qué los guardias no nos habían atado bien. Hanson le había mentido a Eris al decir que no nos harían nada y nos había permitido escapar con facilidad solo para que fuéramos directo a algo peor. Ese había sido su objetivo.
—Cuando intenten salir de aquí empezará la Cacería y los demás Novenos los van a asesinar por haber cometido traición —resumió Danna.
Tatiana volteó a ver con tristeza y temor a Archie, porque su voz había sonado aún más en shock, pero él reaccionó.
Obviamente lo hizo como lo esperábamos. En un impulso abrupto y desquiciado, la empujó hacia la pared y la acorraló.
Le puso una mano amenazante en el cuello. Se notaban las venas hinchadas bajo su piel y unas inesperadas lágrimas de rabia salían de sus paranoicos y aterradores ojos.
—Esto es tu culpa —le reclamó, lleno de ira.
—A-Archie s-suéltame… —intentó decir ella, pero él le apretaba el cuello con la suficiente fuerza para que su rostro empezara a adquirir un tono rojo.
—Me llevaste a la muerte aun cuando yo evité llevarte a ti —pronunció él. Su mandíbula estaba tan apretada.
—L-lo hice pa-para que eso no-no sucediera… Pero él ignoró sus palabras. O estaba demasiado sumido en la horrible realidad de la traición de su novia como para entenderlas. El rostro de Tatiana estaba mojado por todas las lágrimas, su boca abierta tratando de respirar, sus ojos casi saltaban de las cuencas por la presión.
—Dormí contigo y confié —le dijo él, lento y decepcionado —. Sabías mis miedos. Te los dije todos. Te dije que ellos eran los únicos que me hacían sentir aceptado, y los sacrificaste.
—¡¿C-crees que Damián p-pensó en ti?! —se descargó ella, alterada—. ¡¿No entiendes que él no lo hizo por tu misma razón?! ¡Yo lo entendí en la mesa con lo que Hanson dijo!
¡Fue por algo peor y eso fue lo que te puso en peligro, no yo!
El grito de Archie fue tan fuerte que hasta me hizo retroceder:
—¡¡¡Tuve que haberte matado en lugar de enamorarme de ti!!!
Pensé que iba a hacerlo, que le iba a partir el cuello y que lo vería todo, la sangre, la piel destrozada, el colapso de Archie.
Entre eso, durante unos segundos, Tatiana me miró a mí. Solo a mí. Sus cejas estaban arqueadas. Logró decirme algo:
—¿E-es a-así como q-quieres v-vivir?
Fue tan raro que me desconcertó. Pero Poe acudió rápido y tiró de Archie.
—¡No, aquí no! —le pidió sin soltarlo.
Se esforzó para que dejara de ahorcarla, y tras un forcejeo ella se soltó de su agarre y pudo tomar aire entre un ataque de tos. Pero aun con Tatiana libre, lo que Poe quería era evitar que Archie se fuera de la realidad, que era lo que parecía inminente, así que lo sostuvo con fuerza por los hombros y buscó su mirada.
Archie estaba destrozado y agitado. Sus lágrimas, su ira, su pánico, su paranoia, su desconcierto, todo se había mezclado y ahora sus manos y su cuerpo temblaban y se movían de forma irracional demostrando una tortuosa incapacidad para hacer algo en específico.
—Estamos en peligro, tenemos que irnos —le recordó Poe.
—Nos van a matar de todas formas. —Archie sacudió la cabeza. Sus palabras eran demasiado rápidas—. Nos van a matar de una manera horrible, tal vez nos van a torturar, nos harán lo mismo que me hicieron y es mi culpa porque yo no me di cuenta, no noté que ella estaba haciendo algo a nuestras espaldas, simplemente confié y la dejé sola y… Poe lo interrumpió con la fuerte voz de alguien más sabio y, sobre todo, protector:
—Escúchame, ¡escúchame! No es tu culpa y yo no dejaré que nada te pase. Te lo dije el día que te pedí unirte a esta manada. Recuérdalo. Recuérdalo y repítelo. ¿Qué fue lo que te dije?
Como Archie no quería mirarlo porque le era difícil enfocarse en una sola cosa y porque tenía miedo de lo que pudiera venir por las escaleras, Poe lo tomó con severidad y firmeza por la nuca y le enderezó la cara. La mirada asustada de Archie se encontró con su mirada poderosa. No había burla ni diversión en su rostro. Había una seriedad nueva que me asombró presenciar. Una seriedad de responsabilidad, de apoyo.
—Dime qué fue lo que te dije —le exigió a Archie.
Movió la boca temblorosa hasta que lo repitió de su memoria:
—Damián y yo somos lo más importante para ti.
—Porque yo me di cuenta de que tú eres… —lo invitó a completar la frase.
—Más poderoso que mis miedos.
—Y eso significa que… —Puedo usarlos para defenderme.
—Y para… —Defender el lugar al que pertenezco.
—El lugar en el que… —Nunca voy a ser rechazado ni lastimado ni juzgado.
—¿En dónde?
—Con ustedes.
—Conmigo —reafirmó Poe.
Tras eso último me di cuenta de que la boca de Archie había dejado de temblar, y que sus ojos habían encontrado cierta estabilidad. Se habían apaciguado y entendí por qué. En algún momento, Poe Verne le había dado a Archie lo que ya era obvio nunca había tenido: la seguridad de una familia, el apoyo de una amistad, la promesa de una responsabilidad sobre su vida, y se la acababa de recordar, lo cual lo ayudaba a encontrar un centro.
—Vamos a intentarlo —decidió, en cuanto soltar a Archie pareció seguro—. También buscaremos a Damián porque no nos iremos sin ese imbécil.
—Podrían no salir de aquí si intentan encontrarlo —dijo Danna. Alternaba la vista entre todos.
Poe asintió y esbozó una sonrisa nostálgica, muy consciente de eso, pero también de que algo era más importante para él:
—La manada es la manada. Vivimos juntos, matamos juntos, morimos juntos.
Danna exhaló. La preocupación volvió a dominarla. Se acercó de nuevo a Poe, y otra vez resaltó ese brillo maternal.
—Sabes que no puedo acompañarte, ¿cierto? —le dijo, triste.
—Quiero que mi tía favorita siga viva —sonrió Poe—.
Nadie reúne chismes en el mundo de los Novenos como tú, y además el apellido Verne debe prevalecer.
Oh, era su tía. Esa mujer era sangre de Poe. Quedé sorprendida.
—Muy bien —aceptó ella—. Mi auto está sin seguro. Lo que puedo hacer es tratar de ir al garaje para sacarlo y dejarlo encendido cerca de la entrada. —Regresó al saco que había traído, lo abrió y vimos que ahí estaban los cuchillos, tubos, el bate, todo lo que Poe había puesto en él—. Necesitarán con qué defenderse, así que tomen lo que manejen mejor.
Nos arremolinamos alrededor. Archie se guardó unos trozos de vidrio en el bolsillo y cogió el tubo de hierro. Tatiana se puso sus guantes de cuero negro y enroscó unos alambres de púas en sus nudillos, porque como había dicho era buena en defensa personal y en lanzar puñetazos. Poe cogió el bate que tenía muchas puntas de tornillos saliendo de él.
Yo empuñé la daga que me había dado Damián y me la quedé en la mano derecha.
—Escuché que a Damián pueden tenerlo en las mazmorras, en las celdas del fondo —indicó Danna.
—¿Y el gas? —pregunté.
—Entraré yo para sacarlo si es necesario —dijo Poe, y luego nos pidió que nos acercáramos para explicar—. Estamos en el último piso. Nos atacarán mientras bajamos. Iré al frente porque puedo defender más rápido si alguien se lanza sobre nosotros. Padme, irás en el centro porque al no ser Novena tus reflejos son más lentos, y porque tú serás quien saque a Damián de la mansión en caso de que yo no pueda. Archie, cuidarás la espalda de Padme y nuestros laterales. Tatiana, tú irás al final porque si alguien nos sorprende por ahí, es mejor que te mate a ti antes. ¿Quedó claro? —Todos asentimos—.
No se separen en ningún momento. Tampoco se detengan;
iremos matando y avanzando hasta llegar a las mazmorras.
Después de eso… ya veremos. Somos expertos en esto, así que podemos salir con vida si somos rápidos y ágiles.
—No tengan compasión con nadie —añadió Danna.
Sentí que eso me lo dijo a mí, pero sostuve con firmeza mi daga, sintiéndome más decidida que nunca a ayudar. Llegar a las mazmorras sería como entrar en la casita del terror de la feria: algún monstruo podía aparecer de repente y no tenías ni idea de cuál podía ser.
La Padme tranquila y nerviosa debía desaparecer. Debía dejar salir a la chica que Damián había querido liberar.
Avanzamos hacia el final del pasillo, justo en donde empezaban las escaleras. Nos detuvimos, armados. Sí, Tatiana nos había traicionado y Archie podía colapsar de nuevo, pero en ese momento teníamos que ser una manada.
Poe inhaló hondo y luego exhaló con una sonrisa perversa:
—Que empiece La Cacería.

Damián #1 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora