14- Podríamos llevarnos lo que más quieres

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—…y no olviden comprar sus boletos para la fiesta de otoño. Ahora, pueden salir. El profesor terminó la clase y todos dejaron sus pupitres como si hubieran estado amarrados a ellos.
Yo parecía un zombi entre los demás. Había intentado descansar esas tres horas que restaban desde que llegamos a casa de Eris, pero no había podido dormir. Demasiado para procesar. Primero, eso de que Asfil no era un pueblo normal y que dos dimensiones colisionaban por culpa de una abertura.
Segundo, ¿quién me había enviado los mensajes y quién me estaba vigilando?
Era obvio que Archie sabía sobre Eris, pero sospechaba que el mensaje no se refería a él, sino a alguien que sabía que me habían metido con mentiras a ese mundo.
Miré la mesa de Alicia. No había asistido a esa clase que compartíamos. Me pregunté por qué. En otra ocasión habría ido directo a su casa para averiguar si estaba enferma y si necesitaba helado, gomitas y vodka. Ya no podía. Lo peor era que quería verla, saber si estaba bien, porque en nuestro último encuentro yo había sido muy cruel.
Tomé la mochila para colgármela. Cuando alcé la mirada me encontré ante la alta figura de Cristian. Recordé la noche que me había encontrado caminando por el pueblo en pijama y me había dado el aventón.
—Hola, ¿todo bien? —me preguntó, con una sonrisa encantadora.
—Sí, ¿qué hay, Cristian? —saludé. Nunca me había llevado mal con él y tampoco me desagradaba, así que le devolví la sonrisa con total normalidad.
—Todo bien —asintió—. Estoy preparándome para las pruebas porque solicité entrar a una prestigiosa universidad internacional. Estoy entusiasmado y espero respuesta. ¿Tú qué solicitaste?
Las solicitudes… Hasta ahora no había enviado ni revisado nada porque me preocupaba más no morir. Después de todo, si me aceptaban en alguna, no serviría de nada si estaba pudriéndome en el bosque de Asfil.
Cristian se pasó la mano por el cabello. Eso hacía siempre frente a las chicas.
—Oye, no me avisaste nada —comentó.
Claro, él me había invitado a pasar el día juntos y yo dije que le avisaría solo para salir del paso. No supe qué responder porque le había mentido, así que él hizo un gesto de que no me preocupara.
—No pasa nada —aseguró—. Pero ¿irás con alguien a la fiesta de otoño? Porque sería genial que vinieras conmigo.
Tampoco había pensado en eso. Damián había dejado claro que no debía juntarme con gente que mantuviera muchas relaciones sociales. Pero… que Cristian me invitara se sintió como una caricia de normalidad, como si realmente no estuviera metida en un gran lío y pudiera preocuparme por ir al baile con un tipo guapo como él. Al mismo tiempo fue triste.
—Yo creo que a Alicia le gustas —dije. Algo así había mencionado ella varios meses atrás. ¿O solo quería acostarse con él? No lo recordaba bien.
Cristian se rascó la nuca, confundido.
—Pero si Alicia sale con un tipo mayor que tiene motocicleta, y ya no viene a clases por andar con él — respondió.
Me quedé paralizada. ¿Un chico con motocicleta por el que no asistía a clases? ¿Alicia perdiendo clases? Ya no sabía nada sobre su vida, pero la conocía tan bien como para estar segura de que a pesar de que no era muy aplicada, le importaba graduarse y salir de Asfil. Así que, ¿qué chico era ese capaz de desviarla de su futuro lejos de este pueblo?
—Bueno, ¿qué dices? —dijo ante mi silencio, animado—.
Nos veríamos muy bien en ropa formal, ¿no crees? Prometo no emborracharme y hacerte pasar la mejor noche de tu vida.
Iba a responder que tenía que pensarlo, pero una extraña risa interrumpió la conversación. Fue una risa baja, apática y con una nota burlona. Cristian se giró y miró con la misma curiosidad que yo. No podía ser posible. Damián estaba allí en el aula con nosotros. No nos habíamos dado cuenta, pero se encontraba apoyado en el escritorio del profesor con los brazos cruzados en una postura relajada.
Observaba a Cristian con un aire vacilante, raro, escalofriante.
—La mejor noche de su vida la tendrá y no será contigo.
Quedé todavía más sorprendida.
Cristian hundió las cejas, desconcertado.
—¿Qué? —preguntó—. ¿Ustedes salen?
—Sí —respondió Damián de manera tajante.
—No —contesté al mismo tiempo.
—¿Sí o no? —Cristian alternó la mirada entre ambos.
—Que sí —sostuvo Damián en un tono irrefutable.
—¿Sí? —pregunté, estupefacta.
—Ajá —asintió Damián.
Pensé que se me iba a caer la cara de tanto asombro. ¿Acaso estaba haciendo lo que creía que estaba haciendo? ¿Damián?
¿El tipo cara de culo alias:
«Yonosientonadanisiquieraunapicadurademosquito»?
No tenía ningún derecho.
—No es cierto —desmentí de golpe.
Cristian no hallaba a cuál de los dos creerle.
—De acuerdo, estoy confundido justo ahora… —¡No salimos! —aclaré finalmente—. Somos amigos, es todo.
—Amigos con derechos —aseguró Damián, y alzó el rostro con seguridad.
—¡Tampoco!
Cristian se cruzó de brazos, ceñudo y ahora intrigado.
—¿Qué son, pues? —suspiró, esperando una respuesta clara.
Dios santo, qué situación tan ridícula.
—El punto es que no está disponible para eso de la fiesta y no hay que dar ninguna otra explicación —replicó Damián.
Sus ojos manifestaron disgusto. Ante la animosa y común voz de Cristian, la suya era sombría, pausada, amenazadora.
Lo reté con la mirada. Sabía que como Novena no podía hacer ese tipo de cosas, pero en verdad quise molestarlo y quitarle la corona de ganador, aunque fuera un momento.
—Quizás sí lo esté —dije. Pasé a mirar solo a Cristian de una forma más tranquila—. Gracias por invitarme, te daré mi respuesta luego, ¿sí?
Cristian no dijo nada por un momento. Se limitó a mirar a Damián con cierta desconfianza y luego a mí. Si nos decía que estábamos locos iba a tener toda la razón.
—Bien, tienes mi número, ¿no? —asintió él—. Envíame un mensaje de texto cuando quieras… —Claro. —No le daría ninguna respuesta, obviamente.
Cristian avanzó por el aula entre las mesas, pasó frente a Damián y salió sin decir más. Quedamos él y yo, mirándonos desde un extremo a otro como hacían dos enemigos de tiro del lejano oeste antes de sacar las armas. Estaba asombrada por su comportamiento, y también algo disgustada y confundida.
—¿En serio? —le pregunté, cruzando los brazos.
—¿Qué?
—¿Salimos? ¿Amigos con derecho? ¿No estoy disponible para la fiesta? —repetí en un tono absurdo.
—¿Y tú qué? ¿Quizás sí estás disponible? ¿Te daré mi respuesta luego? —rebatió en el mismo tono—. Sabes que eso fue estúpido.
—Sabes que ni siquiera me tratas bien como para actuar como si yo te gustara. —Usé su misma fórmula. Él giró los ojos con fastidio. Fui al punto—. Hiciste esto mismo frente a Nicolas y tuvo sentido, pero ¿con Cristian? Yo misma pude rechazarlo sin ser grosera. Además, ¿cómo te apareces así sin que te noten? ¿Es algo de Novenos?
El valor que me había impulsado a preguntar todo tan rápido se truncó porque se alejó del escritorio y a paso tranquilo avanzó por el caminillo flanqueado por mesas. Se detuvo a pocos centímetros de mí, más cerca de lo que estuvo Cristian y murmuró:
—Cristian ya es la presa de alguien para La Cacería. Si te vieran con él, ¿qué crees que dirían? Que son amigos, novios, o peor: que quieres robarle la presa a otro. Y hay una regla que lo impide porque causa grandes problemas. Así que, lo que hice fue salvarte.
—¿Él es la presa de quién? —Me helé.
—De alguien —respondió lento y de forma conclusiva, dejando en claro que no me lo diría.
Me causó una gran impotencia saber que Cristian sería una presa. Era un chico común y corriente que además había visto durante toda mi vida en la escuela y en el instituto. Quise poder hacer algo, advertírselo o enviarle alguna señal de «vete del pueblo», pero ¿y si me descubrían y más personas terminaban muertas? ¿Cómo se le advertía de algo así a alguien sin que pensaran que estaba loca?
E igual, los Novenos no eran unos simples asesinos y tampoco podía correr gritando que necesitaba ayuda para derrotar a una raza de otra dimensión. Con eso que Eris y yo habíamos descubierto, mi papel y mis opciones se reducían mucho más. Tenía que… fingir con mayor habilidad.
Ante mi silencio, Damián se dio vuelta para dirigirse a la salida, pero entonces tuve uno de los tan temidos impulsos, y no lo evité. Solo lo tomé por la muñeca y lo detuve. Sí, así de directa y arriesgada. Él llevaba una sudadera oscura, pero percibí el calor que emanaba su piel y eso me causó un escalofrío, no supe si de gusto o de nervios.
Se volvió hacia mí, desconcertado por el contacto. Puso la misma expresión que le vi aquella vez que Poe me hizo caer hacia él, la misma mirada de extrañeza, de impacto, de que no comprendía qué estaba sucediendo. Por un segundo me arrepentí porque era impredecible, pero mantuve el agarre, dispuesta a comprobar algo por mí misma.
—No te caigo tan mal como quieres hacerme creer —le dije —. Me ayudas cada vez que puedes.
El tono de seguridad de una Padme valiente lo consternó todavía más.
—Deja de hacerte ideas y ocupa tu mente en no arruinar las cosas —soltó de mala gana—. Y te ayudo porque no quiero morir yo.
A pesar de su actitud, no me enojé ni me alejé como antes.
Detecté el aire defensivo que activó y decidí aprovecharlo para hurgar en él, para intentar ver qué podía descolocar al oscuro Damián.
—No te gusta el contacto físico, ¿cierto? —le pregunté también.
—No. —Tiró de su brazo y se soltó de mi agarre.
Me apresuré a atravesarme en su camino.
—¿Por qué? A Poe sí, así que no son todos los Novenos.
Solo eres tú. No te agrada que se te acerquen, ni que te toquen.
—Los Novenos somos muy distintos —defendió—. El acercamiento, esas cosas no son lo mío.
Lancé las preguntas muy rápido:
—¿Te disgusta? ¿Te incomoda? ¿O te asusta?
Damián me observó sin comprender qué hacía y por qué me estaba comportando de esa forma. Yo tampoco lo sabía muy bien, pero quería ver su reacción.
—Bueno, ¿este es un maldito interrogatorio o qué?
Di otro paso. Lo que nos separó fueron centímetros. Algo dentro de mí se estremeció. En parte a eso también quería llegar. Quería comprobar si yo podía sentir lo mismo que con El Beso de Sangre y si seguía siendo capaz de evitarlo. Pero sí estaba allí. Era un cosquilleo, una sensación inexplicable de peligro y al mismo tiempo una necesidad asfixiante de arriesgarme. Era algo que gritaba que Damián era un monstruo, pero aun así quería acercarme.
Tal vez era la voz de Poe: «Deberías dejarlo fluir, a lo mejor te termina gustando… y a él también». O tal vez era mi propia voz, porque había escuchado una parecida años atrás cuando también la había seguido y había terminado en… —No sé qué haces, así que para ya —exigió él. Me observaba desde su altura, atento y un tanto alerta. ¿Pensaba que yo iba a atacarlo o qué?
—Pero estamos saliendo, ¿no? —traje sus mismas palabras —. Las personas que salen se acercan, incluso en el mundo de los Novenos, y si no lo haces creíble… —Es un teatro nada más, no te emociones —cortó de raíz.
Nuevas preguntas se desbordaron en mi mente: ¿eran cosas de que su naturaleza provenía de otra dimensión? Si reaccionaba de esa forma, ¿nunca ninguna chica se le había acercado demasiado? ¿Por qué tan nervioso? ¿Por qué tan incómodo? ¿Significaba que Damián nunca había…?
—¿Has salido antes con alguien? —pregunté, sosteniéndole la mirada—. ¿O lo dijiste, pero no sabes qué es eso?
Pensé que lo tenía justo en donde quería, pero entonces susurró con mi mismo tono curioso:
—¿Te han tapado la boca con cinta antes? Te verías preciosa en absoluto silencio. Muerta también, quién sabe.
Retrocedí los pasos que había dado como si acabara de darme una bofetada de realidad. Su rostro se relajó, consciente de que había dado en el clavo.
—¿Qué? —me preguntó, con cierta malicia—. ¿De repente ya no te sientes tan valiente? —Y como no supe qué decir, añadió—: Mejor dime, ¿qué estuviste haciendo estos días que no respondiste mis mensajes?
Evitándolo, abriendo tumbas con Eris… ¿Archie se lo había dicho? No me había reclamado nada. Por la forma en la que afincó sus ojos intimidantes en mí, casi sentí que me estaba exigiendo que lo confesara, pero no me delaté y tampoco me mostré asustada.
—Cosas —dije, justo como él se había negado a responderme quién quería matar a Cristian.
Me dio la impresión de que intentó alzar la comisura derecha para formar una sonrisa socarrona. Por primera vez avisté un camino abierto, como si le hubiera agradado esa respuesta.
¿Quizás esa era la forma de manejarlo? ¿Siendo igual a él? ¿Respondiendo tan afilada como él lo hacía? ¿O solo siendo valiente y no una cobarde?
—Vamos —ordenó, y se dirigió a la salida del aula.
Lo seguí. Mientras caminaba a su lado por el pasillo del instituto en dirección a la salida, Alicia volvió a mi mente y recordé lo dicho por Cristian sobre que ella estaba con un chico. Me pregunté si sería muy arriesgado hacerle una llamada, nada más para averiguar quién era.
Pero antes me llegó un mensaje de Eris:
Recuerda averiguar todo lo que puedas.
Habíamos acordado que trataría de buscar más información sobre los Novenos y sus vidas para poder conectar esos datos con las investigaciones de Carson.
—Damián, ¿puedes decirme algo sobre sus orígenes? —Solo probé suerte. Nunca me explicaba nada, pero sentía un dejo de valor después de habérmele acercado sin que se lo esperara y haberlo puesto nervioso.
Me respondió cuando salimos del instituto y no hubo gente cerca:
—Solo sé lo que todos saben, que no hay un origen específico.
¿Entonces no lo relacionaban a otra dimensión?
—¿Nunca te ha interesado saber más sobre tu especie? ¿No quisieras saber exactamente de dónde provienes?
—¿Qué ganaría con saberlo? —respondió, con total desinterés.
—No lo sé… ¿Nunca hubo algo que no te quedara claro?
¿Nunca te preguntaste por qué? ¿Nunca tuviste problemas con tu naturaleza?
—No. —Avisté una ligera tensión en su cuello.
—¿Y qué pasa cuando los Novenos entienden por completo quiénes son? ¿Alguien les explica por qué son así y no como los demás? —decidí preguntarle al mismo Damián—. ¿Les dan una charla tipo «de dónde vienen los bebés» o «por qué tienes la menstruación»?
—Nosotros mismos descubrimos quiénes somos. Siempre llegamos a otros Novenos o terminamos por conocer la cabaña. Tampoco hay mucho que explicar: eres un asesino y tienes que mantenerlo en secreto. No tenemos problema con ello.
Cruzamos la calle y tomamos la ruta por el centro del pueblo. A esa hora no había demasiadas personas transitando, no como cuando eran las doce del mediodía y la gente iba de un lado a otro para almorzar o regresar a casa. Estaba entrando otoño con mucha obviedad. Los árboles empezaban a cambiar de color y se percibía cierto frío acogedor.
—Pero ¿los padres no intervienen? —pregunté también—.
¿Qué hay de los tuyos?
Fue como si le hubiera preguntado algo terrible. Su rostro se ensombreció por completo.
—Ya basta, caminemos en silencio —dijo, en una advertencia.
—No sé cómo es que quieres que sea una buena Novena si no me explicas nada. —Giré los ojos.
—Ya te expliqué lo que tienes que saber. Nada de lo que preguntas es necesario para que seas una Novena, son solo tus ganas de saber cosas que no son de tu incumbencia.
Solté una risa absurda, nada divertida.
—Ah, pues discúlpame por tratar de entender por qué es que eres tan difícil —bufé mientras le seguía el paso—. Es obvio que también está en tu naturaleza.
Damián lo repitió con énfasis y dureza:
—Caminemos en silencio.
—Pero quiero… —¡En silencio, Padme! —rugió finalmente, y lo soltó con una fuerza casi desquiciada—. ¡Haz silencio, aunque sea un rato! Me aturdes, maldita sea.
Un par de señoras que pasaban por nuestro lado se nos quedaron viendo, sorprendidas. Damián solo siguió caminando con la mirada enojada y fija en el suelo. Por un segundo movió el cuello en un ángulo muy extraño que revelaba tensión, pero luego volvió a la normalidad.
—Idiota… —murmuré.
Desvié la vista hacia los establecimientos que dejábamos atrás. Lo cierto era que tenía toda la intención de comenzar a hablar de nuevo para no darle el gusto de callarme, pero eso dejó de importar cuando una motocicleta se detuvo frente al semáforo de la calle y vi a las personas que iban en ella.
Era el tipo que había matado a Beatrice, ese con el cabello violeta y todo el aspecto de chico malo. Detrás, enganchada a su cintura, iba nada más ni nada menos que Alicia.
—No… —salió de mi boca en un jadeo pasmado.
Durante un segundo quise creer que no era cierto. La miré fijo con toda la esperanza de que mi mente estuviera jugando conmigo, pero no era una alucinación. Era ella. Sonreía feliz y la larga cabellera rubia que se le salía del casco brillaba bajo el sol. Hasta me vio. Hasta supo que me había quedado paralizada. Pero solo me ignoró, porque, claro, habíamos peleado, y Alicia también era orgullosa.
Parpadeé con fuerza como si hacerlo fuera a transformar la realidad en otra distinta, como si fuera a servir de algo. Pero en unos segundos el semáforo cambió a verde y la moto arrancó dejándome en el sitio, perpleja, asustada, sin poder creerlo.
Cuando reaccioné fue casi un escándalo.
—¡¿La viste?! ¡¿La viste?! —solté, en dirección a Damián.
—Sí, Padme, tengo ojos —dijo, porque él también se había quedado mirándolos, aunque sin mucho asombro.
—¡Está con…! ¡Ella! ¡Y ese tipo! ¡La va a matar!
Me puse frenética. Las manos se me helaron. El mundo pareció precipitarse en un nivel aturdidor y desesperante, aunque todo alrededor estaba por completo tranquilo.
Alicia. Mi Alicia estaba en manos de un asesino.
—¡Hay que hacer algo! —solté, incapaz de contenerme—.
¡Debo hacer algo! ¡Iré a su casa a advertirle! ¡NO! ¡Primero debo llamar a Eris para que la aleje de ese tipo, pero no le explicaré por qué!
En un impulso estúpido quise correr y sacar mi teléfono al mismo tiempo, pero entonces la mano de Damián me asió el brazo con firmeza y me detuvo. Debió de percibir el temblor de mi cuerpo, pero se aseguró de sostenerme como si tuviera el poder de controlar el mundo entero.
—Haces tanto, pero tanto, tanto ruido —pronunció entre dientes con un tono pausado, tenso y cargado de tedio—.
Mejor cállate, respira y deja de llamar la atención de la gente.
No sonó como una orden, sino como la única solución instantánea. De todas formas, di un jalón para zafarme de su agarre.
—Es fácil para ti porque no tienes alma y por eso no lo entiendes —le solté, repentinamente molesta por su insensibilidad.
—Ni me preocuparé por entenderlo. —Y para más indiferencia, alzó los hombros y empezó a caminar con normalidad.
Me angustié. No podían matarla. Era mi amiga desde la primaria, era como mi hermana. Ella… Se me hizo un nudo en la garganta. Y ahí venían los nervios y las ansias otra vez. Lo que había querido evitar estaba sucediendo. ¡¿Por qué estaba sucediendo?!
Corrí para seguirle el paso a Damián.
—¿Es su presa? —le pregunté.
—No lo sé y no me interesa.
—¿Qué hace con ella si no? Los Novenos no tienen relaciones así con las presas. ¿O es posible?
—No —al menos respondió—. Algunos mantienen una relación solo para tenerlas a su disposición, pero es algo falso y termina como ya sabes que va a terminar.
Entre mi desespero interno recordé que la noche de la maratón, Alicia había hablado de un tipo que había conocido en la fiesta de Cristian. Se llamaba Benjamin, ¿era el mismo?
—¿Sabes su nombre? —pregunté también.
—Ni siquiera recuerdo caras, ¿y crees que voy a saber nombres?
Ignoré su sarcasmo.
—Ah, maldita sea, tengo que… —intenté idear algo, pero Damián me interrumpió:
—Tienes que ir a casa y no hacer nada estúpido.
Sus ojos transmitieron mucha más advertencia que un rato atrás, pero no se trataba de cualquier persona del instituto y no iba a ignorarlo solo porque eso era lo que él quería.
Le impedí seguir caminando al atravesarme en su camino.
—Escúchame, Damián —le hablé tan seria que casi soné desesperada—. Pedirte algo no está en mis planes, pero necesito que averigües si ella es su presa. Lo que puedo darte a cambio es ser la Novena ejemplar que quieres.
—No te lo crees ni tú misma… —Resopló y giró los ojos, aburrido.
—Te hablo en serio —insistí.
—Padme —suspiró, harto—. No me importa en lo más mínimo qué pase con ella.
Pasó junto a mí para seguir su camino.
—¡Pero a mí sí me importa! —Quedé ahí plantada, y fue como si en lugar de decírselo a él, hablara conmigo misma—.
Si algo les pasa a mis padres o a ellas… no habrá ninguna razón para que yo me esfuerce en esto.
Se detuvo. Por un momento, estuvo dándome la espalda. ¿Lo había hecho enojar? ¿Iba a gritarme? ¿Yo iba a gritarle de vuelta? ¿O solo me quedaría plantada de angustia? El silencio fue tan expectante que casi le exigí que hablara.
—Ve a casa —me ordenó, frío.
—Pero ¿y Alicia…?
—Espera mi mensaje.
Sonó todo lo amenazante posible y se fue.
A pesar de que estaba a punto de tener un colapso, no me quedó de otra que también ir a casa. Lo hice lo más rápido que pude. Al llegar me encerré en mi habitación y le marqué inmediatamente a Eris. Sostuve el teléfono contra mi oreja con ansias, a la espera de oír su voz y que estuviera a salvo.
—¿Hola? —atendió tras un momento.
El alivio me inundó, así que traté de no sonar tan asustada para no preocuparla, pero de todas formas las preguntas me salieron rápido:
—¿En dónde estás? ¿Sigues en clase?
—No, estoy en la casa de Beatrice.
Todo lo contrario, ella me preocupó a mí. Sentí que el corazón se me iba a salir por la boca.
—¡¿Estás ahí sin compañía?! ¡¿Por qué no me dijiste que fuera contigo?! ¡¿Olvidas que nos están vigilando?!
Su voz sonó tranquila al otro lado:
—Necesitaba hacerlo con mucho cuidado y sin riesgos, es decir, sola.
—Necesito que salgas de ahí y vengas a mi casa de inmediato —le exigí. Exhalé y decidí soltarlo—: Alicia está en peligro. La tomaron como presa.
—¡¿Qué?! —casi gritó—. ¡¿Cómo demonios pasó eso?!
—No lo sé, acabo de verla con el tipo que mató a Beatrice, que sospecho es el mismo que conoció en la fiesta de Cristian, ese tal Benjamin —me limité a explicar—. No estoy segura de si estás a salvo afuera y sola.
—No te preocupes, estoy armada.
—¡¿Armada?! —grité con horror—. ¡Espero que sea armada de valor!
—No, tengo un cuchillo y puedo defenderme. Tranquilízate, apenas termine aquí iré para allá, ¿sí?
Y colgó sin darme tiempo de refutar.
Caí sentada en la cama. El teléfono se me resbaló de las manos y solo me mantuve quieta, como si fuera un cuerpo solo capaz de respirar casi a bocanadas. Pensé en Alicia, en cómo habíamos formado una amistad que aún perduraba incluso siendo totalmente distintas. Pensé en lo estúpido que había sido ocultarle todo y haberme alejado de ella. Quizás la estaba subestimando; quizás ella era capaz de entender el mundo de Damián como Eris lo hacía. A lo mejor, si se lo hubiera advertido, ella se habría alejado de ese tipo.
Me di cuenta de que aun fingiendo y esforzándome por ser una Novena, las personas a mi alrededor seguían estando en peligro. Mi esfuerzo no era suficiente. ¿Debía comenzar a tomar acciones más drásticas?
Tal vez no bastaba con guardar el secreto.
Tal vez… ¿tenía que usar las mismas tácticas de los Novenos?
Quizás fue por la impaciencia de encontrar una solución, pero se me ocurrió una idea. Damián había mencionado que una regla impedía que robaran la presa de otro porque causaba problemas. Si era cierto, podía reclamar a Alicia como mía y luego enviarla lejos. Podía reclamarla con decisión y demostrar que si se metían con mis seres queridos yo podía ser una amenaza.
Claro que no lo era. No daba más miedo que ese tal Benjamin, pero podía fingir. Podía aparentar ser capaz de hundir un cuchillo en el pecho de otro Noveno.
¿Justo como había atacado a ese saco de boxeo?
Mi propia voz habló en mi mente: «Eso te gustó, así como también te gustó besar a Damián en el ritual. De hecho, te encantó ponerlo nervioso hoy…».
No… ¿Qué estaba pasando conmigo?
***** La espera del mensaje de Damián me pareció eterna.
Miré el teléfono muchas veces. Me paseé por la habitación contando los pasos. Ansiosa, hasta bajé a la cocina, y siguiendo la idea de Eris tomé un cuchillo y practiqué cómo sostenerlo de forma amenazante. Pero estaba temblando como una estúpida por mis nervios por lo que me sudaba la palma y no era nada hábil.
Recibí el mensaje tres horas después:
Ven a mi casa. Te estamoos esperando.
La casa de Damián estaba en la misma calle que la mía, por supuesto. Llegué tan rápido que casi me abalancé contra la puerta. Toqué varias veces con rapidez. Su madre fue quien abrió.
Desde mi perspectiva de vecina, ella era una mujer normal.
Según la perspectiva de mi madre, miembro del club de chismorreo del café de los sábados (posiblemente para buscar información sobre si alguien me había visto haciendo algo raro), era una mujer demasiado simple, callada, sumisa y extraña. Ahora aquellas descripciones tenían sentido. Con un hijo como Damián, no le convenía hacerse notar ni un poco.
Pero había algo extraño en ella, algo en su mirada que inspiraba una aflicción profunda.
—¿Padme? —preguntó, muy asombrada—. Qué sorpresa.
—¿Cómo se encuentra, señora…? —le pregunté en un gesto de cordialidad. Alguna vez había escuchado su nombre, pero no lo recordaba. Ella se dio cuenta de que no estaba muy claro para mí.
—Diana. —Tenía un aire nervioso—. ¿Tú…? Supongo que vienes porque… ¿por qué?
Entendía por qué estaba confundida. No tocaba a su puerta desde que era una niña insistente. A pesar de que me había asegurado que Damián estaba enfermo y no podía salir, yo siempre volvía. Solo que un día no había regresado más.
Ahora estaba allí de nuevo con la misma frase:
—Vine a ver a Damián.
Frunció el ceño, extrañada. Abrió la boca para decir algo, pero una voz masculina habló antes que yo:
—Déjala pasar, ya lo sabe.
Me incliné un poco hacia adelante. Damián estaba parado al pie de las escaleras.
Diana parpadeó varias veces con desconcierto como si no lo creyera. Para mí también fue raro. Después de tantos años había dado con la verdad. ¿Lo había esperado?
Finalmente se hizo a un lado para permitirme el paso, aunque pareció quedarse preocupada.
La casa en su interior parecía mucho más grande que la mía, quizás porque no había tantas decoraciones. De hecho, todo era simple, casi sobrio. Los colores eran pocos y la mayoría de los cuadros que adornaban las paredes mantenían un concepto abstracto. Si la comparaba con mi casa, aquella era un lienzo en blanco al que a mi madre le habría encantado ponerle su toque.
Seguí a Damián hasta que llegamos al segundo piso. En el pasillo me di cuenta del cuadro que colgaba de la pared.
Reconocí a la madre de Damián, a un Damián pequeño, escueto, pálido y repleto de cabello oscuro, y a un hombre detrás de ambos. Estaba rígido y tenía un rostro severo con ojos negros y duros. Debía ser su padre, sin duda alguna, pero yo jamás lo había visto en persona. O no lo recordaba.
Atravesamos una de las puertas del pasillo y entramos en su habitación. La luz de las bombillas era débil, regulada para que algunas esquinas quedaran a oscuras. Encima de la cama todo estaba como debía estar, y en el suelo había algunos zapatos en desorden. Contra una de las paredes había un estante colmado de libros. No había ni un afiche, nada de lo que tendría un chico normal de dieciocho años. Hasta las cortinas eran gruesas para impedir que la luz entrara por las ventanas.
También olía un poco raro. No era intenso, sino sutil, como a una mezcla de Damián y de algo descompuesto.
La manada estaba allí, lo cual me tomó por sorpresa. Poe estaba apoyado sobre el escritorio. Tatiana y Archie estaban sentados en la cama, uno al lado del otro.
—¡Pastelito! —saludó Poe, animado como siempre—. Pido disculpas por reunirnos en este… lugar. Aunque, ¿no te parece agradable? Creo que Damián lo arregló un poco para nosotros.
Hoy está menos oscuro.
Mi mirada se fue a algo que había en una esquina junto al escritorio. Un saco grande y abultado, quién sabía repleto de qué.
—Se ve… bien —dije, y mi atención continuó en el saco—.
No quiero ni imaginar qué hay ahí.
Poe observó el saco con curiosidad. Dio la impresión de que nunca se había percatado de su existencia.
—¡Ah! Ya decía yo que olía a muerto… —¿Qué? —Mi cara demostró la inquietud que sentí, porque se burló de mí.
—Es broma —me tranquilizó entre risas. Luego me dedicó una mirada de fascinación—. Mírate, qué tierna, pareces un cachorro asustado. Podría comerte… Pronunció las últimas palabras con un ronroneo casi perverso. Lo miré con desagrado.
—¿Podríamos dejar la puerta abierta? —pedí, medio incómoda por el espacio cerrado y por todas las personas allí.
—No —zanjó Damián, y la cerró de golpe. Se volvió hacia Poe—. Y ya deja de querer comértela y dile lo que averiguaste.
—Sí, pastelito, tu amiga es la presa de Benjamin, el que ya sabes pertenece a la manada de Nicolas —anunció Poe. Un par de rayos de sol que se colaban por una abertura de la cortina, morían sobre su cabello dorado.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté, en un tonto intento por escuchar que no era cierto.
—Luego de que Damián me llamó fui a la cabaña, hice algunas investigaciones y me enteré de que Benjamin llevará a una rubia despampanante llamada Alicia —explicó—. Pero aún no la atrapa, solo anda con ella.
Inhalé hondo.
No iba a descontrolarme.
Solo quería una solución.
Solo necesitaba una.
—De acuerdo, vamos a salvarla —propuse.
Todos me miraron de forma extraña. Archie frunció las cejas detrás de las gafas y miró a Tatiana con brusquedad.
—¿A qué se refiere? —le preguntó a ella. Lo susurró, pero aun así pudimos escucharlo.
—A salvarle la vida —le aclaró Tatiana, con paciencia y cariño.
Archie me miró de nuevo. Siguió ceñudo, pero ladeó la cabeza. Volvió a ver a Tatiana.
—¿Algo así como dejar que viva? —le preguntó.
—Sí —susurró Tatiana—. Evitar que la maten.
Archie me miró por tercera vez. Su expresión cambió a una de incredulidad.
—Qué rara eres, Padme —me dijo.
—No podemos meternos con la presa de alguien más. —Poe negó con la cabeza—. Eso es una declaración inmediata de guerra para la manada contraria y nos matarían.
Era obvio que a los Novenos no les gustaba la idea de ayudar a alguien más. En su artículo, Carson había escrito que no eran empáticos. No era ni siquiera simple egoísmo humano, solo no estaba en su naturaleza, pero recordé que Damián había dicho varias veces que la manada siempre estaba junta y siempre actuaban juntos. Por ser parte de ella, ¿podía exigir que me ayudaran?
No era así de exigente, pero si requería de medidas desesperadas… —Tengo una idea, diré que era mi presa antes y que solo quiero que me la devuelvan —les expliqué—. Sin ningún conflicto. Luego la mandaré lejos, lo juro. Ella no se enterará de nada, pero conseguiré la forma de sacarla de aquí y nadie lo sabrá.
Esa vez fue Damián quien negó con la cabeza como si yo nunca entendiera nada.
—Eso solo funcionaría si Benjamin no llevara tiempo vigilándola e interactuando con ella, pero lo más probable es que sí lo haya hecho —dijo—. Ningún Noveno toma una presa sin asegurarse de si le pertenece a otro.
Hundí las cejas porque de repente me di cuenta de algo. ¿Y si Benjamin llevaba rondando a Alicia incluso antes de la fiesta de Cristian? Tal vez ese día había decidido acercarse a ella, pero le había seguido la pista días o meses atrás.
—Pero entonces… —dije, analizando mis pensamientos en voz alta—, si él ha estado persiguiéndola, ¿no es posible que nos haya visto juntas antes? En ese caso, vio nuestra forma de interactuar y tuvo que haber notado que no soy Novena.
Aún peor que eso, me pregunté: ¿y si era él quien lo sabía todo? ¿Si era de él que el anónimo del mensaje me advertía?
Noté que Damián se había quedado mirando el suelo con cierta consternación. No entendí por qué, pero me dio la impresión de que él no había tomado en cuenta ese detalle, lo cual a su vez fue extraño porque, ¿los Novenos no eran inteligentes y cuidadosos?
—Oigan, tal vez por eso Nicolas se acerca tanto a Padme — comentó Tatiana, pensativa— porque es muy obvio que se acerca por ella. Él solía ignorarnos. Bueno, luego de que… No completó lo dicho porque Archie le dio un codazo.
¿Luego de qué?
Iba a preguntar, pero Poe habló.
—Es una posibilidad que sepa quién es Padme —asintió Poe.
Sonó serio en ese momento—. Pero ni Benjamin ni Nicolas han dicho algo. No hay ningún reporte de ese tipo en la dirigencia. En todo caso, se lo está guardando.
—Pero ¿por qué razón? —añadió Archie, como si fuera lo importante.
Poe se cruzó de brazos y se recargó en la pared. Volvió a sonreír, pero en ese momento su mirada se vio algo sombría.
Un gesto de amarga diversión, uno a punto de pasar al disgusto.
—No lo sé, Damián, ¿tú no conoces un poco a Nicolas? —le preguntó, y el tono que utilizó me dio a entender que había una historia sin contar.
Archie soltó una risa burlona.
—Lo dice tan celoso —le dijo a Tatiana en una invitación a ver la gracia en el gesto de Poe.
—No me conoces celoso —Poe le aseguró a Archie, negando con la cabeza—. E igual puedo estarlo de cualquiera que se acerque a mi mejor amigo.
Pronunció «mejor amigo» con una voz de poder y satisfacción.
—Por más que lo hayas intentado, tu mejor amigo no es tu propiedad —resopló Archie, aún burlándose.
—Tú preocúpate por cuales cosas son reales o no a tu alrededor. —Poe giró los ojos, hastiado.
Archie se perturbó.
Yo me quedé en: ¿Damián conocía a Nicolas de algún modo?
Me pareció ridícula la conversación, sobre todo porque existía la posibilidad de que Benjamin ya le hubiera dicho todo a Nicolas, y como aún no se lo habían contado a Los Superiores, quizás ambos tenían planes más retorcidos. Hasta era posible que Nicolas quisiera matarme con sus propias manos y, por esa razón mantuvieran el secreto.
—¡¿Qué vamos a hacer con Alicia?! —solté, para volver a obtener la atención en lo importante.
—Qué ruidosa eres… —murmuró Damián con fastidio.
—Así como hacer algo específico… no —suspiró Poe—.
Benjamin no te ha atacado ni te ha amenazado. No hay razón para meternos con él y quitarle su presa. De hacerlo, sería injustificado y un gran problema.
—Pero tienen a alguien inocente —enfaticé.
Silencio absoluto. Ninguno respondió. No estaban dispuestos a salvarla. No querían. Todos estaban acostumbrados a hacer lo que Benjamin haría con Alicia. Saber que ella moriría no les causaba ni la más mínima lástima. Archie ni siquiera parecía entender por qué aquello era importante.
Me irritó. Mucho. Otra vez, y contra todo mi control, sentí ese enojo peligroso.
—Está bien —bufé—. Sé que no les importa en lo absoluto alguien más que no sea ustedes mismos, así que haré algo por mi cuenta.
Di algunas zancadas hacia la puerta y coloqué la mano sobre la perilla, pero la voz de Poe me detuvo:
—Pastelito, no somos los buenos.
—Pero ¿son los peores? —repliqué, volviéndome hacia ellos —. Me aceptaron, aunque no soy como ustedes. Cualquiera en su posición me habría matado, pero no lo hicieron. No lo han hecho.
—Bueno, ganas no han faltado… —murmuró Archie.
Tatiana le dedicó una mirada de reproche. En cuanto lo notó, él se retractó entre risas nerviosas—. Lo siento, Padme, no es personal. Siempre quiero acabar con todo lo que se mueve. Mi madre decía que… Poe soltó un exagerado resoplido de fastidio que lo interrumpió.
—Ya va a empezar con la mierda esa de su mamá muerta, el fantasma y las alucinaciones porque es un maldito psicótico.
Por favor, cállenlo.
—¡Mira quién habla, el imbécil adicto sexual! —le gritó Archie a Poe, enfadado.
—¡¿Me van a ayudar o no?! —bramé por encima de sus voces.
—No podemos, pastelito.
Me enojé tanto que giré la perilla y abrí la puerta. Contemplé el pasillo. No tenía un plan, pero al menos podía hacer una salida digna y luego pensar en cómo rayos sacaría a Alicia de ese rollo, si es que lograba planear algo inteligente junto a Eris.
—Padme —me llamó Damián, como si ya estuviera muy cansado de detenerme—. Sabes que te van a matar un segundo después de que intentes hacer algo, ¿verdad?
—Da lo mismo —repliqué con el mismo malhumor que él usaba para hablarme—. Todo esto es mi culpa. No me quedaré a verla morir. No lo merece. No tiene ni idea sobre este mundo. No puede pagar por algo que yo causé.
Me mantuve allí por un momento con la absurda esperanza de que él dijera que sí, que me ayudaría, que había alguna salida, porque yo sola contra un grupo de asesinos sonaba como un acto suicida. Pero no lo hizo, no dijo más nada.
Justo antes de irme… —Yo te ayudaré —dijo Tatiana.
Archie casi saltó sobre su lugar con una expresiva cara de susto.
—¡¿Qué dices?! —le reclamó—. ¡Sabes que puede causarnos muchos problemas!
Ella no pareció preocupada por eso.
—No si las cosas se hacen con cuidado —aseguró—. Quiero hacerlo. En realidad, podemos hacerlo.
Archie sacudió la cabeza con severidad y se levantó de golpe. Pareció más aterrado que nunca.
—La última vez que le quitaron una presa a alguien, se armó una guerra de manadas que terminó con la intervención de Los Superiores —contó Archie para que su novia cambiara de opinión—. Sin olvidar que muchos de ambas manadas murieron.
Ella bajó la mirada, pensativa. Un silencio muy extraño se extendió en la habitación. Yo estaba con la puerta abierta a medio salir. Poe miraba el suelo con una expresión poco propia de él: seriedad. La situación no era cualquier cosa, era complicada. Salvar a Alicia sería igual de peligroso para ellos, pero eso no disminuyó mis ganas de hacerlo.
—Matar no es un problema para ustedes —les recordé.
—Matar no, pero que nos maten sí. —Archie negó con la cabeza—. La manada de Nicolas es más grande de lo que podrías creer. Hasta sus padres son del Noveno mes, ¿comprendes? Y nuestra manada solo es… —Nos señaló a todos—: esto.
—Pero si lo planeamos bien podríamos lograrlo sin que se arme un gran lío —planteó Tatiana—. Sabemos ser cuidadosos, por algo la policía nunca se ha enterado de lo que hacemos. O, mejor dicho, por algo la policía nunca ha atrapado a Poe. Cuando lo atrapen, sabremos que no hay opción para nosotros.
—¿Qué insinúas? —Poe frunció el ceño, entre divertido y extrañado.
—Haces cosas más que perversas, no te hagas el santo — replicó ella, retándolo con la mirada.
Pero Poe no se enojó, solo sonrió de forma maliciosa.
—Bueno, no me arrepiento de nada.
—Miren —habló Tatiana con seriedad y firmeza—, Padme solo está pensando en su amiga, pero en realidad hay un verdadero peligro si es que Nicolas sabe quién es ella, y no creo que debas ignorarlo, Damián. Es decir… si es que no queremos que nos maten por tener a alguien normal en nuestra manada.
Archie se estaba estrujando los dedos de forma muy obvia con ansiedad y temor. Sus pies se movían nerviosos sin dirección específica.
—Oh, Padme, esto es culpa tuya —casi sollozó.
—¡No es su culpa! —Tatiana lo corrigió, aún con paciencia —. Es culpa de nosotros, creo que no hemos sido muy cuidadosos.
—Igual no sabíamos que Benjamin rondaba a la amiga de Padme —le recordó Poe.
Pero Archie explotó. Sus emociones volvieron a cambiar con una brusquedad inestable, y el pánico pasó a verse como un enojo peligroso y desquiciado.
—¡¿Tú cómo es que no sabías eso?! —le gritó a Damián—.
¡¿No debías tener todo bien organizado?! ¡Te lo expliqué!
Damián se mantuvo quieto y con los brazos cruzados ante el reclamo. Me desconcertó, porque había tenido el tono suficiente para que él se ofendiera, pero no dijo nada, ni siquiera miró a Archie. Solo desvió la vista, tenso.
Tatiana vio necesario acercarse a Archie. Lo tomó por los hombros a pesar de que cuando él avistó las manos acercarse, sacudió los brazos en un maniático gesto de precaución.
—Tranquilízate —le pidió ella con voz muy suave, encarándolo—. Podemos hacer esto como un secreto, juntos.
Archie susurró algo incomprensible, nervioso y molesto. Yo estaba quieta, pasmada por lo aterrador que era aquella explosión que además debía ser pequeña, porque por alguna razón lo imaginé capaz de explotar de una forma más grave.
De todos modos, la atmósfera se tornó muy pesada tras eso y solo volví a esperar por la reacción de Damián. En cierto modo, él me había unido a la manada y él era el mayor responsable si lo descubrían todo. A fin de cuentas, tuvo que haberme matado.
Aún no entendía por qué no lo había hecho si le era tan fácil.
—¿De verdad estás dispuesta a salvar a tu amiga? —me preguntó Damián de repente.
—Sí —dije sin pensarlo.
—¿Eso significa que harías cualquier cosa?
—Sí.
—No creo que sea necesario elaborar un plan muy grande — suspiró y se encogió de hombros—. Si no hay cazador que atrape a la presa, la presa es libre.
—Así que hay que desaparecer a Benjamin —concluyó Tatiana como si ella también lo hubiera pensado.
Damián asintió.
—Morirá —me dijo, como si fuera la única en la habitación —. Pero lo vas a matar tú.
Entonces, la risilla de Poe fue lo único que resonó en la habitación.

Damián #1 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora