17- ¿O es la eterna batalla entre el humano y el Noveno?

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Me desperté unas tres horas después, más que nada por los dolores en el cuerpo.
Y descubrí que Eris ya había despertado también. De hecho, estaba sentada frente a la ventana mirando hacia afuera, rígida, de una forma preocupante, como suspendida en un estado de shock. Apenas estaba empezando a amanecer. El gris pálido del cielo llenaba la habitación y el ambiente era frío.
—¿Eris? —La llamé de la forma más suave posible:
—No está muerto, ¿cierto? —respondió sin voltearse. Su voz era susurro.
Por supuesto que hablaba del chico de la manada de Nicolas.
La imagen de él tirado en el suelo del bosque, sangrando, seguía clara en mi mente, pero mucho más el momento en el que había reconocido la cara de ella.
—Poe dijo que podía estar en suspensión… Eris se quedó en silencio. Yo también. Tal vez por nuestra mente pasó lo mismo, el hecho de que, si no estaba en suspensión, significaba que ella había matado a alguien. ¿Y qué se suponía que teníamos que hacer?
—Me asusté —confesó tras un momento—. Estaba aquí y tuve un horrible presentimiento. Fue fuerte, no lo había sentido antes. Pensé: «Algo no saldrá bien», así que fui a buscarte.
Cuando vi que él intentaba ahorcarte, supe de lo que sería capaz por todo lo que Carson escribió, así que estuve segura de que la única forma de ayudarte era atacando. Ese chico no era precisamente una buena persona, ni siquiera un humano normal, pero… Su voz se desvaneció tras la última palabra, afectada. Pensé que lloraría. De hecho, quise recordar algún momento en el que había visto a Eris llorar, pero no encontré ninguno. En ese instante, tampoco vi las lágrimas. Consideré que era aún peor, porque podía estar en un estado de shock más profundo del que parecía.
Igual, yo también había reprimido mis lágrimas por muchos años. ¿Ella hacía lo mismo? Aunque sus padres no la trataban igual que los míos a mí. Sus padres, de hecho, siempre habían sido dulces y comprensivos, y respetaban su espacio.
No sabía lo que era tener padres así… —No somos como ellos —le aseguré, para, de algún modo, reconfortarla.
Pero tras decir eso, mi mente arrojó el recuerdo de mí, histérica, queriendo tomar el cuchillo para defenderla. Había sido una reacción ciega al miedo. ¿Era lo que también le había pasado a ella? ¿Era lo que nos había pasado a ambas? Quise pensar que esa era la razón, porque hasta yo había sentido ese impulso ante el saco de boxeo al imaginar a Nicolas lastimándome y lastimando a mi familia.
Entonces, si yo hubiera logrado alcanzar el cuchillo, ¿qué habría hecho para protegerla?
¿Me habría atrevido?
—No sé qué es lo que siento —susurró Eris—. No sé qué es lo que hice. No tuve que haber ido.
—Alicia ya está a salvo —le recordé, por si eso ayudaba.
—Y a veces las cosas pasan, ¿no?
Bueno, matar a alguien no era algo que solo pasaba. Pero no pude decirle eso. No pude decir nada más, porque tampoco sabía qué había hecho yo. Había estado dispuesta a atacar a Benjamin, pero había fallado.
Cerré los ojos y lo vi atacándome, vi lo asustada que me había sentido en el agujero. Volví a escuchar los gritos y los golpes a la pared, y abrí los ojos solo para mirarme las manos.
Tenía rasguños por todas partes. Me toqué el pómulo derecho y me dolió al mínimo tacto, de seguro porque tenía un moretón.
Nunca nadie me había golpeado de esa forma. Ahora me sentía humillada. Y… Furiosa.
Una furia nueva.
No, no era nueva. Era el mismo enfado que por tantos años había reprimido. Era esa ira vengativa, peligrosa, que se suponía que no debía dejar fluir.
Pero estaba fluyendo… ***** No supe nada de los Novenos en varios días. Logré librarme de mi madre diciendo que tenía que estudiar mucho para los exámenes. Había dudado, pero yo era una experta en mentirle y en hablar y actuar como si todo estuviera normal. Aunque aún solía querer meterse en todo cuanto pudiera, confié en que en esos momentos estaba muy atareada con el trabajo como para insistir, por lo que mis mentiras funcionaron. En cuanto a la madre de Eris, la evité usando maquillaje.
También tuvimos que ir a clases solo para que no reportaran las faltas, y fue cuando las cosas empezaron a ponerse más raras.
Primero, noté que Alicia estaba faltando a las horas en la que estábamos juntas. Segundo, que Eris estaba muy extraña.
Silenciosa. Ausente. Solo me respondía con sonidos. Por primera vez, incluso, no interactuó en clases. Lo peor era que tampoco sabía qué decirle, porque tampoco tenía respuestas.
Tal vez las dos pensábamos lo mismo: ¿ese chico había muerto o había sobrevivido?
El jueves, al salir de clases, me atreví a ir a la casa de Alicia.
Benjamin estaba muerto y eso significaba que ella estaba libre de ser llevada a La Cacería, pero quería verla al menos un pequeño momento y disculparme por nuestra última discusión.
El problema fue que tras llamar a la puerta, abrió la empleada que cuidaba el lugar cuando los padres no estaban. Me dijo que Alicia había salido esa mañana con unas chicas del instituto y que no había dicho a dónde, pero que había dejado un mensaje claro si yo aparecía: que no quería volver a hablar conmigo ni con Eris nunca más, porque no sería amiga de personas que solo la evitaban.
Me quedé de piedra. Incluso la empleada me miró con cierta pena, pero luego cerró la puerta.
Esa tarde volví a mi casa, porque ya los moretones no se notaban casi, aunque mi madre no había regresado del trabajo todavía, por lo que solo me encerré en mi habitación. Pasé todas esas horas mirando el álbum de fotos que Alicia había insistido en hacer de nosotras. A pesar de que ahora todas las fotografías se guardaban en redes sociales, ella había dicho que era vintage y que por eso debíamos tener uno.
En todas las fotos, siempre éramos las tres. Excepto por un tiempo en el que solo habían sido Eris y Alicia, porque yo había estado ausente.
Ausente por aquello de lo que nunca debía hablar.
Aquel día en el que me habían llevado.
Las había abandonado de nuevo por la misma razón. Ahora Alicia nos odiaba y Eris… lo que había hecho para ayudarme… Si ese Noveno estaba muerto y de alguna forma alguien se enteraba, la buscarían y terminaría como Carson.
Como Beatrice.
Tomé mi móvil y escribí un mensaje para ella:
Tal vez deberíamos huir, pero debemos llevar a Alicia.
No estaba segura de cómo podríamos lograr eso. No estaba segura de cómo convenceríamos a nuestros padres de seguirnos. No estaba segura de nada, pero en ese momento, salir de Asfil y estar lejos de Damián, pareció la mejor opción.
***** Me desperté en la madrugada con la extraña sensación de que me estaban observando.
Y así era.
Apenas abrí los ojos, vi a Damián sentado en la butaca de la ventana. Me apoyé en mis codos y lo contemplé desde la cama. Los cristales abiertos de par en par dejaban entrar el viento nocturno. No pude calcular cuánto tiempo llevaba allí, solo asumí que había trepado, tan silencioso y peligroso como un Noveno podía serlo.
—¿A dónde piensas huir, Padme? —me preguntó. Las luces de los faroles de la acera delineaban su rostro. Sus ojeras lucían un poco más profundas, dando un sombreado siniestro y algo cansado a sus ojos, y estaba algo más pálido. Pero no parecía enfadado, que era el último recuerdo que tenía de su expresión aquella noche en el bosque, sino serio, sin ninguna emoción reconocible.
Además, ¿cómo lo sabía?
Ni siquiera tenía la mente ordenada para entenderlo.
—Vete —fue lo que respondí.
—Quiero saberlo.
—Y yo no quiero decírtelo porque no es tu asunto.
—Claro que lo es —replicó, ceñudo—. Todo lo que tiene que ver contigo es mi asunto, porque de lo contrario pasan cosas como que le cuentas a alguien lo que descubriste o vas a cementerios en la noche. ¿Qué estabas haciendo allí?
—¿Archie no te lo dijo también? —pregunté de mala gana.
Damián hizo una mueca de amargura.
—Resulta que lo mejor que hace un Noveno no es matar, sino guardar secretos, así que, no quiso hablar.
Eso fue inesperado, aunque no supe si alegrarme o preocuparme porque Archie no había soltado todo. Era obvio que nos había escuchado mucho antes de que nos diéramos cuenta de que estaba en el cementerio. Debía saber el nombre de Carson y que buscábamos un artículo. Si no había dicho nada, tal vez no sabía lo que contenía, lo cual quitaba cierto peligro.
Pero qué curioso… Era el más inestable de todos, pero era bueno en guardar secretos. ¿Qué tantos podía guardar?
Igual tampoco estaba segura de cuánto sabía Damián sobre su naturaleza, pero decirle sobre los descubrimientos de Carson no parecía una buena idea porque aquello revelaba cómo acabar con los Novenos, algo que él no apoyaría nunca.
—Si aún crees que iré corriendo a la policía, estás equivocado, así que no tienes que estar detrás de mí todo el tiempo —le solté de forma concluyente, en un claro tono de que ya no teníamos más que hablar.
Pero él no mostró intención de irse.
—Se lo dijiste todo a tu amiga, ¿eso qué demonios es? — dijo con los dientes apretados.
—No lo hice apenas me lo contaste —me defendí, obstinada —. Ella me siguió aquel día que me llevaste a la cueva. Creía que tú me lastimabas y quería buscar ayuda, así que tuve que decirle algunas cosas para evitarlo, pero luego descubrió lo demás. No es fácil ocultar un cambio tan grande. Me sorprende que mi madre no se haya dado cuenta de nada. Soy buena mintiéndole, pero Eris me conoce, aunque traté de hacerlo también. Ya que sabes que no iré a gritarlo por todo Asfil, quiero que te vayas y me dejes sola.
Otra vez acentué el hecho de que no quería que estuviera ahí, y eso lo hizo apretar más la mandíbula con tensión, como si intentara no perder la paciencia.
—Puedo irme ahora, pero tú no puedes ir a ningún lado — dejó en claro—. Que estés en nuestra manada, por desgracia, nos conecta.
Iba a mostrarme indiferente, pero esas palabras en verdad me asombraron de mala manera. ¿Conectados? ¿De verdad tenía el valor para hablar de conexión?
Salí de la cama mientras lo miraba con una mezcla de desconcierto y enfado.
—¿No puedo hacer un plan improvisado para huir y esconderme? —lo reté, haciéndolo sonar absurdo—. ¿Porque tú vas a perseguirme hasta matarme?
—¡Yo no, Padme, ellos! —se hartó en una mezcla de grito y susurro para que las voces no salieran de la habitación a esa hora—. ¡Ellos son los que van a hacerlo y te lo expliqué antes!
Eso sirvió para reventar la presión de todo lo que estaba conteniendo desde la noche del plan de Benjamin. De una forma mala, porque mi enojo se transformó en uno impulsivo.
Di unos pasos hacia él. Me señalé la cara.
—¡Sé lo que pueden hacer! —le solté, otra vez afectada por la humillación—. ¡Mírame! ¡Él me golpeó! ¡¿Crees que no es igual de malo que ser perseguida o amenazada de muerte?!
—¡Nos desviaron de alguna forma! —Pareció confundido, como si mi comportamiento fuera algo que los de su raza no entendieran—. ¡Hasta creo que fue todo un plan y por eso Benjamin…!
—¡Por eso Benjamin casi me mata, sí, así que no vengas aquí a recordarme qué pueden hacer porque ya lo estoy viviendo! —le interrumpí, y con mucha rabia lo seguí encarando—: ¡¿o es así como debe verse una Novena?! ¡¿Esto te satisface?! ¡¿Eres ese tipo de Noveno sádico que disfruta el sufrimiento?!
—¡Si hubiera llegado antes…! —quiso decir, pero descontrolada por mi furia, lo interrumpí otra vez:
—¡Me dijiste que yo debía matar a Benjamin para salvar a Alicia y luego dijiste que estarías cerca por si necesitaba ayuda, pero cuando la necesité no estabas ahí! ¡Así que la verdadera desgracia es que tú no tienes emociones ni sentimientos ni sabes lo que es estar de verdad conectado con alguien!
Fue fuerte. No sé si incluso hiriente para un Noveno, pero sin dudas algo que jamás pensé que le diría a alguien. Esperé que gritara también para defenderse, pero dio un paso adelante. Sus ojos duros, intimidantes. Su voz sonó ronca y baja del enfado:
—Porque tú sí sabes lo que es conexión, ¿no?
—¡Sí, que a pesar de que eres cruel, creí en ti! —le solté, aún llena de ira.
Damián abrió la boca para soltar algo de inmediato, tal vez un grito, tal vez un reclamo, tal vez lo que le seguía a mi rabia, pero en un súbito gesto de contención, apretó la mandíbula, muy tenso. Afiló la mirada.
—Sabes que no soy como tú. —Bajó la voz, serio.
Lo apunté de forma acusatoria.
—Lo sé muy bien. No eres capaz de ayudar a nadie… —Padme —me advirtió en un intento de que me callara, conteniéndose todavía más.
—Ni siquiera puedes tocar a una persona del asco que les tienes porque piensas que solo son presas.
Él hizo otro gesto de tensión, pero en el cuello, incómodo, como si le doliera.
—Cállate —exigió con los labios apretados, en una segunda advertencia de que no siguiera hablando.
—¡Y aun así yo pensé que no ibas a dejarme sola porque al menos lo dice ese estúpido beso de sangre! —completé.
—¡No soy como tú! —me gritó en un colapso—. ¡Nunca voy a sentir como tú! ¡Y deja de hablar ya!
Esa explosión tan diferente me hizo cerrar la boca de golpe.
La habitación volvió a sumirse en el silencio de la noche. Él caminó hacia la ventana, al parecer enojado conmigo y consigo mismo, y puso su mano en su cuello. Volvió a moverlo de un lado a otro con mayor tensión, como si estuviera sufriendo algún tipo de malestar.
Aun cuando no pude ver su expresión, las nubes mentales de mi enojo se disiparon un poco y admití que no me pareció un simple gesto de enfado. De hecho, se vio preocupante y fuera de lugar.
Pasé del enojo a la confusión. Un momento, ¿había algo que estaba ignorando?
—¿Estás bien? —le pregunté, aún analizándolo.
Su mano apretó su cuello en busca de alivio. Fue como si se le trabaran las palabras. Las empujó:
—No vuelvas a decir que me gusta verte sufrir a manos de alguien más. Me importas.
Pestañeé, todavía tratando de captar su curioso malestar en la semi oscuridad de la habitación. Incluso empecé a dar algunos pasos lentos hacia él para poder captar más.
—¿Y así es como los Novenos demuestran que alguien les importa? ¿Haciéndole sufrir?
—¡No! Puedes decir que soy un monstruo o un idiota, pero… —Buscó las palabras en su mente, ¿o tal vez le fue difícil pronunciarlas? ¿O por un instante le costó mover la boca?—: Si tú sufres, algo dentro de mí… duele.
Se me formó algo extraño en la garganta, y tuve que tragar saliva para poder hablar, aunque fue casi un aliento:
—¿Duele?
—Cuando no podíamos encontrarte en el bosque, empecé a desesperarme —confesó entre dientes, en parte enojado y en parte ¿vulnerable?—. Pensé que si Benjamin o Nicolas te tocaban, aunque sea un cabello, iba a matarlos… ¿Incómodo? No. ¿Nervioso? No… —Iba a descuartizarlos, pedazo por pedazo —siguió—.
Vivos.
¿Le dolían los hombros? Ahora su mano pasaba por su clavícula, apretando en busca de aliviar la tensión.
—Pero Poe se dio cuenta y se me adelantó —continuó— porque mi rabia era… era tan… Volvió a hacer ese gesto de tronarse el cuello con un movimiento ligero. Yo casi llegaba a él para poner una mano en su espalda.
—… tan descontrolada que iba a hacerlo frente a ti — completó, y eso sonó aún más tenso, como si ese punto fuera el peor—. Esto… desde hace un tiempo yo… hay algo… que no… es como si yo estuviera… Justo cuando iba a poner la mano sobre su piel y justo cuando mi expectativa estaba a mil porque parecía que iba a decir algo muy importante… Alguien tocó repetidamente a la puerta de mi habitación.
—¿Padme? —oí que decían desde el otro lado.
Giré muy rápido la cabeza. No, no alguien. Mi madre.
—¿Estás despierta? —preguntó otra voz—. ¿Qué está pasando? Escuchamos algo.
Y mi padre.
Toda la intriga y el poco enfado que me quedaba se fue, y solo apareció un miedo paralizante, porque la realidad ya no era la discusión o su extraña actitud. Era que Damián estaba justo frente a mí con un aspecto aterrador, de madrugada, y si lo descubrían las dos personas que más me habían sobreprotegido en el mundo, el lío que se iba a armar podía ser igual de grave que alertar a los Novenos.
—Abre la puerta o buscaré la llave —añadió mi madre ante mi falta de respuesta, dando más toques fuertes.
Volví la mirada hacia Damián, pensando que reaccionaría como un Noveno a punto de ser descubierto y saldría por la ventana, pero vi algo peor. Estaba como confundido, desorientado. De hecho, su reacción era lenta y no sabía si ir a la ventana o esconderse en el armario. Pero ¿qué le pasaba?
Sin tiempo para preguntar, fue la primera vez en todas esas semanas que mi cerebro trabajó al máximo y yo pensé en modo supervivencia extrema. Corrí hacia el escritorio en la esquina de la habitación, abrí YouTube y seleccioné algún video de algún show para reproducir. Luego regresé a Damián.
—Escóndete en el baño —le susurré.
También entendió que era nuestra única salida, y no se negó a hacerlo. Se apresuró a entrar en el baño y se encerró ahí. Al estar segura de que todo en la habitación se veía normal, controlé mi respiración y abrí la puerta.
Mis padres entraron sin aviso ni permiso. Miraron en todas las direcciones, entre somnolientos y alertas. Mi corazón ya estaba latiendo rápido por la discusión con Damián, y por lo alterada que me tenía, pero en ese instante empecé a escucharlo contra mis oídos como en una película de suspenso.
—Escuchamos una voz —dijo mi madre, comprobando cada esquina con la mirada.
—Lo siento, estaba viendo videos —mentí.
—Te dije —suspiró mi padre, cansado.
Pero Grace no era tan fácil de convencer. Reacomodó su bata de dormir, ahora observándome a mí. Sentí que cada músculo de mi cuerpo se ponía rígido, como si algo peor que un depredador estuviera acercándose a mí.
—¿Qué haces despierta a esta hora? —me preguntó. Suave, nada intimidante, porque ese era el tono perfecto para presionar.
—No podía dormir, yo… —¿Insomnio? —completó, y frunció las cejas—. ¿Desde cuándo?
—Solo he tenido muchos exámenes, tareas, quería distraerme —traté de sonar lo más natural posible.
—No es nada bueno que no tengas ocho horas de sueño, le hace mal a tu cerebro, a tu mente, y lo sabes —dijo, rápido.
«Y lo sabes».
Iba por ese camino… —Mamá, mi mente está bien —repliqué, controlada—, y la voz era de YouTube, es que no encontré mis auriculares.
—También te dije —intervino mi padre hacia ella, cansado.
No me extrañó que la de la idea de ir a ver mi habitación fuera ella y no él. Mi padre ni siquiera tenía voz propia. Era como un ser en gris, apático, con ojeras abultadas y ojos caídos que caminaba o hablaba de forma automática y que solo servía para trabajar. Tenía una pequeña pero significativa cicatriz en la mejilla. Algunas veces había demostrado estar algo exhausto de la sobreprotección, pero al final terminaba dejando a mi madre hacer lo que ella quisiera y apoyándola en sus decisiones extremas sobre mi vida. Lo quería, pero él nunca detendría el control de Grace porque también estaba bajo el suyo.
—Algo está pasando —dijo ella, para mi temor.
—No, claro que… —Sé que algo está pasando —repitió, segura e inclemente—.
Tenía la sospecha, pero quise creer que no. Solo que, por supuesto, contigo siempre es lo contrario.
Busqué alguna mentira de las más elaboradas en mi mente, pero no alcancé a darla porque ella decidió eso que yo tanto había querido evitar:
—Voy a pedir una cita con el doctor.
—¿Qué? —reaccioné, perpleja—. ¡¿Por qué?! ¡No! ¡Yo no estaba despierta por ninguna razón anormal!
Hasta mi padre hundió las cejas que eran del mismo color de mi cabello, igual de desconcertado.
—Grace, Padme no va desde hace años —le dijo, pero ella no cambió de opinión:
—Por eso ya es hora de que vaya de nuevo.
—Estás exagerando —insistió él—. Ya dijo que solo veía videos, no es necesario.
Entonces, mi madre se hartó, avanzó hacia mí y me tomó la mandíbula con la mano en un gesto brusco que yo ya conocía y por el que había pasado muchas veces antes. Giró mi cabeza hacia mi padre.
—Mírala —exigió, severa—. Tiene ojeras, está despierta de madrugada. Otra vez. —Giró mi cara para que la mirara fijamente—. ¿Todo el tiempo en casa de Eris estas semanas?
Así empezaste aquella vez, nunca estabas en casa porque estabas… —No lo estoy haciendo de nuevo —le interrumpí.
Y lo dije seria, por primera vez, porque quizás la rabia me había cambiado. Me sentía muy diferente. En otra ocasión habría llorado por su rudeza en un intento de convencerla de que no necesitaba ir a ningún doctor. En ese momento solo le sostuve la mirada, igual de desafiante.
—Grace… —Mi padre volvió a intervenir, poniendo una mano sobre su brazo para que me soltara—. Ya tiene dieciocho años. No se ha comportado igual desde que sucedió aquello.
Entiendo que te preocupes, pero… Tampoco lo dejó terminar. Solo soltó mi rostro con la misma brusquedad y lo dijo como una decisión indiscutible:
—Si nada pasa, el doctor nos lo dirá, así que mañana llamaré.
Caminó hacia la puerta con todo el poder que ser mi madre le concedía, poder que había usado muchas veces para impedirme salir de la casa o llevarme a ser examinada por muchos doctores, pero otra ola caliente e impulsiva de enfado me dominó.
—¡No iré a ninguna cita médica! —le grité antes de que saliera—. ¡¿Puedes respetar mi decisión por una vez en la vida?!
Se detuvo. Mi padre también. Ambos me miraron, pero los ojos de ella fueron los más severos. Si en otros momentos en verdad parecía una madre atenta y preocupada, en ese momento parecía no poder ser esa mujer nunca.
—Sí, cuando decidas ser una persona normal —dijo, fría.
Me dieron la espalda para salir de la habitación. Supuse que lo harían sin más, pero ella se volvió un momento. Ni siquiera me sorprendió que en esos segundos su mirada había cambiado y que me observó con cierto cariño.
—Es por tu bien, amor —añadió, casi con algo de dulzura y lástima—. Siempre fue por tu bien.
Se fue diciéndole un montón de cosas a mi padre. En cuanto escuché que su puerta también se cerró en el fondo del pasillo, me acerqué a la mía para cerrar de nuevo con seguro. Con la mano en la perilla, me di cuenta de que temblaba porque en mi mente estaba repitiéndose la frase «voy a pedir una cita», y de algún modo todavía me asustaba. Solo que ahora ese pavor estaba mezclándose con el enfado que me había dejado la discusión, y se sentía peor.
Damián salió del baño. Lo vi de reojo. Ya no se percibía algún tipo de malestar en su rostro, como si se hubiera recuperado. Aunque fue lo que menos me importó con la mente tan revuelta.
Hubo un silencio, pero sabía lo que me iba a preguntar.
—¿Qué pasó aquella vez?
—Deberías irte —respondí, tajante.
—Así que el problema viene de ahí —mencionó, en lugar de irse—. Es ella. Es el miedo que le tienes.
No era miedo a mi madre, era miedo a lo que podía obligarme a hacer. Otra vez había dicho que me respetaría cuando fuera una persona normal, lo que significaba que para ella aún no lo era.
Y esa palabra: normal. Toda mi vida la había oído de su boca. La tenía grabada en la mente en todos los tonos posibles.
La odiaba.
Me frustró que Damián lo hubiera escuchado todo, pero también fui consciente de que era la primera vez que alguien se enteraba de ese tema que perturbaba mi vida.
—Está obsesionada con eso de «la vida normal», de «la chica normal» —dije con la voz medio afectada por el enfado que estaba conteniendo de nuevo.
—Ah, entonces ya muchas cosas tienen sentido —murmuró él.
—¿Qué cosas? —Fruncí las cejas.
—Por qué siempre estás esforzándote por ser una persona genérica y por qué defiendes esos conceptos del bien y la inocencia y la bondad —suspiró—. En serio, Padme, dices que mi mundo te hace sentir atrapada pero ya veo que siempre has vivido así con tu madre.
Me molestó oír la verdad.
—No sabes nada.
Damián negó apenas con la cabeza como si eso fuera absurdo.
—Lo que sé es que ahora que te das cuenta de que ya no quieres estar atrapada bajo su control, estás llena de rabia.
—No, estoy enojada porque… —Porque sabes que no eres normal y que no quieres seguir intentando serlo —completó, seguro—. Porque no te sientes libre, porque no quieres ir con ningún doctor, porque esta vida no es la que te gusta. ¿O mentirás también diciendo que me equivoco?
Apreté los labios.
—No te equivocas, pero lo que ella hace no está bien y lo que tú haces tampoco. Entonces no sé qué es lo que… —Lo que está bien es lo que tú quieras. —Y tras una pausa preguntó con detenimiento—. ¿Has pensado alguna vez en lo que quieres?
No dije nada. Yo era y debía ser la misma siempre. Me lo habían enseñado aquella vez… Varios recuerdos sobre eso pasaron por mi mente. Había estado sola. Asustada.
Confundida. Culpable.
De acuerdo, estaba llena de ira. Era cierto, porque por mucho tiempo había vivido con el miedo de que un día mi madre decidiera que yo necesitaba ser corregida de nuevo.
Pensando en esa palabra, lo que en verdad quería, en el fondo de mi ser era… era tomar algo de la habitación y… arrojarlo contra el cristal de la ventana para que ella lo escuchara y viniera de nuevo y así poder enfrentarla y negarme a sus decisiones absurdas sobre médicos y normalidad y… Esos pensamientos tan impulsivos desaparecieron de golpe de mi mente, porque de repente noté que Damián ahora estaba detrás de mí. Ni siquiera me di cuenta de cuándo se había movido, pero sentí las puntas de sus zapatos negros contra mis talones descalzos y todo su cuerpo desprendiendo un calor ligero. De forma inesperada puso su mano sobre la mía, que aún estaba sosteniendo la perilla. No, no sosteniendo normalmente, sino apretándola con tanta fuerza que mi piel estaba algo enrojecida. Aun así, la presión de su palma sobre mis nudillos fue suave.
Él se inclinó unos centímetros. Su pecho tocó mi espalda.
—Nuestros mundos no son tan diferentes como crees — susurró—. Y tú tienes el mismo ruido que yo en tu cabeza.
Pero puedo ayudarte. Puedo hacer que eso y que mucho más desaparezca.
No, ya no. El caos en mi mente se había calmado al instante del contacto. Y estaba asombrada. ¿Acaso esto era un momento en silencio en la mente que siempre tenía llena de miedos, preguntas y recuerdos? Sin necesidad de La Ambrosía. Sí, solo escuchaba su voz. Solo era consciente de lo inesperado de su cercanía.
—Cuando dijiste que no puedo «tocar a una persona» — añadió cerca de mi oído en un susurro peligroso y pausado—, ¿te referías a esto? ¿Esto es lo que crees que no puedo hacer?
—¿Puedes? —solté, atónita.
—No es que no sea posible para mí… Su voz se perdió en un silencio. Giré un poco la cabeza para ver su cara. Descubrí que mientras miraba su mano sobre la mía, en sus ojos había una curiosidad confusa. Otra vez daba la impresión de no entender bien qué tenía ante sí pero que le causaba cierta extrañeza y fascinación, como si fuera nuevo para él. Entonces, ¿estaba lanzándose a una nueva experiencia? ¿Probando lo que podía sentir?
Aunque fuera algún tipo de experimento, durante un segundo no pude creer que ese Damián que varias veces había demostrado que le molestaba el contacto físico, me estuviera tocando. Pero era real, y me asustó mucho que acababa de producirme un montón de sensaciones extrañas, pero también… emoción en esa parte de mí que siempre había deseado acercarse a él, a esa fantasía inalcanzable y prohibida.
Intenté reprimirla. Intenté recordarme que estaba mal.
Intenté recordarme que Damián era un monstruo a pesar de que justo en ese momento no lo parecía.
—Pero tienes razón, las presas me dan asco —dijo, y esa vez su voz sonó como un susurro hipnotizante—, solo que tú ya no eres una presa para mí.
Otro shock. El tiempo se estaba deteniendo. Me sentí suspendida. Solo salió de mi boca:
—¿No?
—No, Padme —respondió igual de bajo, incluso algo fascinado—. Eres más, y definitivamente no la chica que tu madre necesita que seas. Eres curiosa, vas por lo que quieres, te gusta lo que no es común, lo que es oscuro, inexplicable y peligroso, todo lo que te dijeron que no era normal… Por eso me seguiste aquel día y por eso te gusto yo, ¿no?
Mis ojos estaban tan abiertos, incapaz de creer que acababa de decir que me gustaba.
—¿Qué? —solté, de pronto nerviosa—. No, yo… Ni siquiera pude completar mi defensa porque él pasó de mirar nuestras manos a mirarme a mí desde los centímetros más arriba que me llevaba. Nuestros rostros quedaron tan cerca el uno del otro, como la proximidad de quien iba a contar un gran secreto. Su respiración cálida golpeó mis labios, que estaban entreabiertos por el asombro y la confusión.
—¿Se siente mal? —preguntó, con esos atractivos ojos negros fijos en los míos—. Piensa y dime si en este momento, conmigo aquí en tu habitación, ¿sientes que esto está mal?
Debía estarlo. Siendo él un Noveno, existiendo el riesgo de que mi madre descubriera algo, viviendo con el peligro del secreto, debía sentirse completamente mal. Pero era verdad, siempre me había gustado Damián. Su misterio, su aspecto, lo incomprensible e inalcanzable que era para mí. Me había fascinado la idea de su mundo desconocido, de que no era… No era normal.
No era lo que debía buscar.
Y por eso mismo lo había buscado. También había sido un escape, como si intentar entrar a su vida me permitiera salir de la mía. Incluso justo ahora lo era. Si mi madre lo supiera… —Por ser un Noveno, ¿soy desagradable para ti? ¿Te doy asco? —añadió aún más bajo. Ahora miraba mis labios con curiosidad.
También miré los suyos, esos que hacían muecas de amargura.
—No. —Ni siquiera pude mentirle.
—¿Odias que yo esté cerca de ti?
Me salió sin pensarlo:
—Quiero que lo estés.
—Entonces, ¿vas a huir?
—Quiero huir de los Novenos —corregí en un susurro—.
Del peligro que son para mis amigas y mi familia.
—No serán un peligro para ellos.
—¿No? —pregunté, confundida.
—No, porque voy a ayudarte, aunque también quiero enseñarte que ni siquiera necesitas esa ayuda.
No lo entendí. ¿Iba a ayudarme con Eris? ¿O mi mente estaba demasiado suspendida en ese pequeño y nuevo espacio entre nosotros que se sentía íntimo y riesgoso?
—¿A qué te refieres?
De pronto, su pulgar y su dedo índice que seguían sobre mi mano, me invitaron con suavidad a soltar la perilla, a soltarme de esa ira.
—He estado haciéndolo todo mal al ser tan duro contigo.
Tengo que mostrarte que todo ese miedo y esa rabia que sientes debes drenarla para que dejes salir a la verdadera tú — respondió al mismo tiempo—. A la que puede intentar mantener a su familia a salvo. A la que puede hacer lo que desea. A la que no tendrá que reprimirse.
Mis dedos empezaron a disminuir el agarre por el control de los suyos… —Puedes dejar de sentirte asustada —añadió.
Mi mano soltó la perilla… —Puedes dejar de ser el intento de la chica normal — continuó.
—Pero si huyo, podría ser libre —susurré.
Sostuvo mi mano con su pulgar presionando mi palma. Se inclinó más hacia mí como una criatura acercándose a algo fascinante pero desconocido. Miró cada detalle de mi rostro.
—Hay muchas formas de ser libre.
La idea incluso bailó por mi mente, tentadora. No estar luchando contra la furia y el miedo.
¿Por qué tenía que estar mal?
¿Y por qué tenía que sentirse tan bien?
Intenté negarme a lo que sea que estuviera intentando.
—Damián… —Pero el intento fue débil y el nombre me salió solo como un aliento. Todo ese tiempo, las cosas que había sentido en secreto, lo que estaba sintiendo ahora, lo real que era su cuerpo frente a mí, las ganas de perderme en sus ojos negros… —Quiero que te quedes —me dijo, serio, posesivo—.
Conmigo… No dejaré que nadie vuelva a tocarte otra vez. No dejaré que nadie marque tu rostro ni ninguna parte de tu cuerpo. Y no dejaré que te lleven a ninguna parte.
Que no permitiera que me llevaran también sonó muy tentador, pero significaba seguir. Significaba continuar en su mundo. Pero entonces, ¿cuál era la diferencia con el mío?
Detrás de mi puerta, al fondo del pasillo, alguien más también me aprisionaba. Siendo la chica que todos conocían, también debía seguir un comportamiento específico y tener una imagen adecuada. No era nada distinto, porque Damián tenía razón.
Me sentía asfixiada, atrapada, moldeada, confundida.
Pero él era la regla que, al romper, siempre había intentado liberar algo. Justo como lo estaba haciendo en ese momento con su voz baja pidiendo que no intentara ir a ningún lado. Mis niveles de alerta y defensa se habían apagado y lo único que quería encenderse era ese deseo culposo por el que me habían condenado. Esa tentación en la que, si volvía a caer, me podía traer otra condena peor.
Solo que… ¿y si esta vez valía la pena? Ahora él me había alcanzado a mí.
Y, oh, sí que sabía alcanzarme.
Alzó una mano. Sus nudillos apenas tocaron mi mejilla, tal y como lo habría hecho un creador a su muñeca de porcelana que podía romperse.
—Eres hermosa, Padme —susurró entre el silencio mientras admiraba mi expresión de aflicción.
—¿Más que la muerte? —Lo pregunté porque sabía que esa era su cosa favorita, y porque estaba confundida, mareada, pero hechizada por sus palabras.
—Tan hermosa como ella.
—¿Y cuál te gusta más?
—Ambas son lo más hermoso que he visto.
—Eso suena macabro… —Es lo que te gusta a pesar de que el mundo te quiere hacer creer que no. —La comisura derecha de su labio se alzó de forma sutil, casi dedicándome una sonrisa. Casi.
En sus ojos oscuros destelló una chispa de emoción, una emoción maliciosa, diabólica pero atractiva. Su voz fue un susurro incitador:
—Pero podemos detener eso. Puedo encargarme de que ella deje de vigilarte y puedo mostrarte las otras formas de ser libre. Solo tienes que dejar de resistirte… ¿Debía aceptar?
—Solo debes olvidar la idea de ser normal… ¿Y si me equivocaba?
—Solo debes liberar a la chica que tanto intentas reprimir… Lo deseaba… —Solo debes dejar que te convierta.
¿Pero tenía el valor? O mejor dicho, ¿tenía la crueldad suficiente?
Allí, parado frente a mí como una enigmática sombra, Damián me ofreció una mano.
—¿Vienes conmigo al lado oscuro? —me preguntó.
—Sí —acepté, hipnotizada—. Te dejaré corromperme hasta el alma.

Damián #1 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora