18- Da igual, tus amigos serán seductoramente ricos

179 6 0
                                    

Con que aquí vive Poe —dije, e incliné la cabeza hacia atrás para admirar la estructura que teníamos ante nosotros.
Aquel conjunto residencial era conocido por ser muy exclusivo. Solo la gente más importante y adinerada de Asfil podía mantener una vivienda allí. Nosotras creíamos que lo conocíamos porque la casa de Alicia también estaba en esa zona, pero acabábamos de descubrir que se dividía en secciones y que esa era la más profunda, cerca de las montañas.
Era un área mucho más privada y resguardada con casas de varios pisos. Parecían dar vista a todo el bosque también, pero había una notable diferencia. En la primera sección había casas con cristales transparentes o ventanales enormes que permitían admirar los paisajes, mientras que en esa los cristales eran oscuros y las ventanas escasas. Ahora tenía sentido que nadie más que los propietarios pudieran acceder. ¿Tal vez era un nido de Novenos? ¿La mayoría vivía ahí? ¿Lo que sucedía dentro de esas casas era horrible?
Sentí un escalofrío. ¿Y si alguien nos estaba mirando desde alguna de ellas?
—No entiendo por qué tuvimos que venir a su casa —se quejó Eris. Aún estábamos plantadas frente a la puerta de entrada. Ella intentaba sacar algo de su mochila.
—Damián me lo pidió esta mañana —repetí—. Dijo: «Ven con Eris a casa de Poe, es importante. Confía en mí». No explicó nada más.
—«Confía en mí» —repitió ella en un resoplido—. Claro, puede ser un Noveno, pero sigue estando en el género masculino. Esa palabrería para convencer… Lo que sacó de su mochila fue el cuaderno de Beatrice. Lo abrió y con un lápiz empezó a escribir algo en una de las hojas.
—¿Qué haces? —pregunté, medio perdida.
—Anoto que siempre visitamos este conjunto residencial pero que nunca vimos a alguien como Poe caminar por alguna acera. Los Novenos parecen tener una gran habilidad para no ser vistos ni descubiertos. ¿Es una especie de sigilo más desarrollado? ¿Sus pasos son menos audibles para nosotros?
—Espera, ¿ahora anotas en el cuaderno de Beatrice? — pregunté también, aún más confundida.
—Solo sigo la investigación —asintió, y lo cerró con determinación—. Nos puede ser útil.
Justo cuando guardaba de nuevo el cuaderno, alguien abrió la puerta. Era un muchacho un par de años mayor que nosotras. Delgado y vestido de traje. De espeso cabello negro y piel muy blanca. Tenía las manos enguantadas de satín perlado, juntas por delante. Era como un mayordomo, pero lo que nos dejó echándole un largo vistazo fue la correa dorada que llevaba en el cuello y la expresión tan sumisa que entonaba su rostro. Por supuesto, algo tan raro solo podía estar ligado a Poe.
—El señor Verne las está esperando en el patio junto al señor Fox —anunció él con voz suave pero maquinal—. ¿Pueden seguirme, por favor?
Eris y yo nos miramos por un momento. Ella con la nariz arrugada por lo que estábamos viendo y yo, asombrada. Pero tras unos segundos lo seguimos.
El interior de la casa era amplio, de paredes blancas, decorado y pulcro. Había un par de pasillos que se extendían hacia otros lados y una larga y moderna escalera en forma de caracol que llevaba al segundo piso. Había muchas decoraciones en las paredes: cuadros, cosas enmarcadas, objetos de colección. Algunas eran hermosas y otras eran raras, como un hacha sencilla con empuñadura de madera que parecía una reliquia, pero sobre todo un cuadro en donde se mostraba un hombre amarrado con cuerdas, recostado en el suelo bajo un enorme y afilado péndulo que parecía a punto de filetearlo.
Pero no era eso lo que hacía que la casa se sintiera de inmediato como un sitio peculiar. Era el olor. Olía muy bien, como a Poe, a su perfume caro y distintivo, pero de una forma ligera, agradable, sedante, incluso… seductora. Hasta empecé a sentirme extraña, con un suave calor en las mejillas y una inusual sensación de que todos mis sentidos habían caído en un sueño placentero. Así que caminé en una especie de pelea entre eso y no perder los hilos de mi mente como sucedía cada vez que Verne influía en mí, hasta que finalmente atravesamos una puerta al fondo de uno de los pasillos.
Lo primero que pensé fue que ese podía ser su sitio de relajación cuando estaba en casa. Una sala amplia, rodeada por estantes repletos de libros, con una alfombra del color de la sangre cuando se coagulaba, y varios sofás. Un escritorio con un computador y una mesa de centro. Tranquilo, personal, íntimo.
Aunque mis ojos se fueron a un enmarcado en una de las paredes. Detrás del cristal estaba bien conservado un libro titulado Mi semana con Poe, de tapa negra. A su lado, un lápiz labial rojo, y junto a este había cinco uñas perfectas, medio largas, hermosas. Me le quedé mirando con tanta rareza que la voz de Poe me explicó qué era:
—Una amiga personal que era una autora muy reconocida escribió ese libro para mí, y ese era su labial favorito y esas sus uñas, siempre me encantaron, así que las conservo de forma especial.
—¿Era su favorito? —Tragué saliva.
Poe sonrió de forma misteriosa.
—Lo seguiría siendo si estuviera viva.
¿Él la había matado? ¿Pero no era su amiga?
Dejé el tema sin profundizar. La manada entera también estaba en la sala. Sentados en los sofás, ni siquiera parecían un grupo de asesinos. Por alguna razón, no me sentí nerviosa.
Sabía que podían sacar un cuchillo y matar a Eris ahí mismo, pero no temí por eso.
Desde la noche anterior… ¿por qué me sentía más valiente y menos asustada?
—Gracias, Gatito, ahora trae lo que te pedí —le dijo Poe con elegante educación al muchacho que nos había acompañado.
Pude haberme sorprendido más por el apodo, pero en su lugar me di cuenta de que los ojos de Poe ya estaban fijos en Eris, de nuevo con esa fascinación muy obvia. Y no fui la única que lo notó. El muchacho también. Todavía con la cabeza baja, alternó la vista entre Eris y Poe, entre lo que era él contemplándola de esa forma tan extasiada, y ella seria, aún haciendo un chequeo de nuestros alrededores con cierta prevención. Finalmente, el muchacho volvió a ver a Eris, pero con un destello de celos. Solo que asintió con la cabeza a la orden que le habían dado, obediente, y volvió a la casa.
Bueno, era claro que no veía a Poe solo como su empleador.
Aunque, sabiendo que Poe era un Noveno lujurioso, ¿qué otras cosas pasaban entre ellos? ¿Y por qué me lo estaba preguntando?
Poe habló y me sacó de esos pensamientos raros:
—Muy bien, sé que las cosas se han salido de control y están bastante mal… —Pero van a ponerse peor —soltó Archie de pronto, con los ojos muy abiertos de una forma aterradora.
—¿Eh? —Volteé la cabeza de inmediato hacia él.
Poe se puso los dedos en la frente. Damián frunció el ceño.
Tatiana le golpeó el brazo.
—¡Archie! ¡¿Qué dices?! —le reclamó ella.
—Es decir… bueno… —se rio él, nervioso, como intentando corregir su error—. Me refiero a que siempre hay cierto porcentaje de probabilidad de que cualquier situación empeore, ¿no? Hablo de estadísticas y… —Ya —intervino Damián para callarlo.
Archie apretó los labios al instante, nervioso. Miró al suelo.
Mmm… Poe volvió a intentarlo después de aniquilar a Archie con sus ojos grises, e hizo el anuncio:
—Están aquí porque queremos integrar oficialmente a Eris en la manada.
Se hizo un silencio, y sentí un montón de cosas diferentes.
Una parte de mí quiso decir: «No, no la metan en este mundo», pero era demasiado tarde, sabía que no era posible porque la única otra opción era que muriera. Otra pequeña parte de mí sí sintió algo de alivio, porque ella estaría conmigo. La última parte se sentía algo sorprendida, porque entendí que Damián había cumplido al ayudarme. ¿Era eso lo que me daba fuerza?
Que la noche anterior, de alguna forma, ¿nos habíamos unido?
¿Que eso lo estaba haciendo por mí?
Miré a Eris, su barbilla algo alzada, pero noté los huesos de su mandíbula marcados por la presión de sus dientes. Estaba nerviosa en el fondo, solo que intentaba ocultarlo.
—De acuerdo —aceptó ella, firme.
—Tampoco era como que pudieras elegir —murmuró Damián, medio hastiado. El comentario pudo haber quedado solo en eso, pero Eris lo escuchó y giró la cabeza hacia él con molestia.
—Tampoco es como que pueden obligarme —le respondió, retadora.
—Podríamos matarte. —Damián hundió las cejas, viéndole nada de sentido a eso.
Al segundo que pronunció la palabra, se activó mi estado de alerta y me acerqué a ella por instinto, lista para servir como muro protector.
—De acuerdo, ya… —intenté intervenir.
Pero también se activó el estado de defensa de la Eris sin miedo a nada, ese capaz de no callarse hasta ganar.
—Podrían —asintió ella con odiosidad hacia Damián—, pero yo podría dar la pelea.
Eso lo enojó mucho. Ni siquiera entendí como fue que en un segundo Damián estaba normalmente obstinado y al otro su rostro mostró una rabia amenazante. La forma en la que sus ojos debajo de las cejas fruncidas parecieron mucho más oscuros y aterradores, me heló, pero lo que más me confundió fue que las venas de su cuello y el hueso de su mandíbula se tensaron de la misma forma en la que había sucedido la noche anterior en mi habitación.
Solo que, en ese momento, gracias a la luz de la sala, pude ver toda la capacidad y la intención de tomarla por el cuello y rompérselo.
—No darías ni un segundo de pelea —le soltó Damián a Eris con voz sombría—, y sigo creyendo que estarías mejor muerta.
—¡Damián! —le reclamamos Poe y yo al mismo tiempo.
Pero entonces Eris le contestó, igual de afilada:
—¿Crees que no es algo peor que tú, siendo un Noveno, estés vivo?
—¡Eris! —tuvimos que reclamarle también.
—¡Ah, pero no traje mis guantes! —exclamó Archie para completar el caos, preocupado.
Poe se hartó y se puso en medio de ambos, frente a mí.
Estaba igual de horrorizado que yo.
—Los guantes no son necesarios porque nadie va a matar a nadie aquí —intentó poner orden. Después señaló a Damián—.
Tú, respira.
Damián dio un paso atrás. Me sorprendió que de alguna manera obedeció. Movió el cuello con molestia, como si le doliera. Todos nos lo quedamos mirando. Fue tan difícil de comprender que Tatiana, que lucía muy intrigada, se le acercó para comprobar su estado.
—¿Estás bien? —le preguntó ella, extrañada, pero cautelosa.
Damián asintió de mala gana y tomó distancia de nosotros dentro de la sala, enojado. Pasó la mano por su cabello. La mano estaba tensa, sus venas también marcadas.
Archie se estrujaba los dedos, nervioso.
—¿Sabían que se puede morir de rabia? —soltó, entre el silencio que se había creado.
—Sabemos todas las formas en la que alguien se puede morir, así que ya no hay que perder más tiempo —dijo Poe como si fuera más importante, recuperando su calma—.
Empezaremos y no haremos El Beso de Sangre.
Volví a estar a la defensiva.
—¿Por qué no? —pregunté muy rápido.
—Porque esta vez no es necesario —se limitó a decir Poe.
—¿Pero no era la única forma de unirse a la manada?
Poe suspiró, de nuevo con esa aura juguetona.
—Pastelito, haces demasiadas preguntas. Es tierno, pero peligroso.
Tatiana se acercó a mí, consciente de que eso solo estaba empeorando mi estado de alerta. En realidad, era un poco agradable que ella fuera menos indiferente que el resto.
—No pasa nada, Padme —me tranquilizó—. Es que no podemos ir al árbol de los colgados ahora. La manada de Nicolas ha estado buscando a Benjamin y a Gastón. Han hecho rastreos… Es mejor apartarnos del bosque unos días.
La pregunta salió de Eris, medio bajo:
—Entonces, ¿está muerto?
—Muerto, muerto —asintió Archie, rápido.
Se hizo otro silencio.
Recordaba al tal Gastón tendido en el suelo con el cuchillo clavado en el pecho, pero por alguna razón no sentí pena por el hecho de que estuviera muerto. Por un momento me perdí en la inquietud de mi propia indiferencia… Eris apretó los labios y miró hacia otro lado. El muchacho con el apodo de Gatito volvió en ese momento. Esa vez venía empujando un carrito plateado de servicio. Lo detuvo frente a nosotros. Solo había una copa. Ya tenía el líquido servido. Un líquido parecido a La Ambrosía. Me pregunté si era eso, y mi cuerpo cosquilleó.
—Aquí está lo que ordenó, señor Verne —anunció—. Y acaban de llamarlo para saber si estará presente en la próxima exposición de textos antiguos. Necesitan su participación como socio de la biblioteca.
—Confirma mi participación —contestó Poe.
El muchacho asintió y se fue. Eris se le había quedado mirando a Poe con confusión.
—¿Eres socio de una biblioteca? —le preguntó.
—Soy beneficiario de unas cuantas —asintió. Mis ojos estaban fijos en la copa.
—¿No es que casi todas las bibliotecas de los estados cercanos son tuyas? —lo delató Archie, confundido también.
—Tengo un gusto muy personal por los libros, sí. —Poe alzó los hombros, reprimiendo una sonrisa pícara.
Aunque no parecía molestarle que ahora la conversación estuviera centrada en él, a Damián sí.
—Bueno, ¿comenzaremos o hablaremos de la supuesta bondad nata de Poe? —se quejó.
—Sí, mejor comencemos —afirmó Eris, sacudiendo la cabeza.
Poe cogió la copa más grande del carrito. Había un elegante y delicado anillo de oro en su dedo índice y otro en su dedo anular. Luego fue hacia Eris y se detuvo frente a ella. Era tan solo un poco más alto. La miró con los ojos gatunos entornados, coquetos, divertidos.
—Lo único que tienes que hacer es beber esto —le dijo al ofrecerle la copa. Como ella dudó un momento, él agregó—.
Seguro que te parecerá delicioso, Padme ya lo ha probado.
Eris me miró por un momento. Alrededor, la manada aguardaba en silencio, expectante. Me fijé en la copa.
Entonces, sí era Ambrosía. ¿Tal vez mezclada con savia? La confirmación hizo que empezara a sentir sed. Mucha. También quería un poco. Mi propio cuerpo lo pedía. Esas mismas ansias me hipnotizaron.
Asentí con la cabeza a Eris en un: «Hazlo».
Yo me habría tomado un momento más, pero Eris tenía más seguridad. Cogió la copa de la mano de Poe y bebió sin titubear. Iba a apartarla de su boca tras unos tragos, pero Poe negó con la cabeza, susurró «todo», y puso su dedo índice en la base de la copa para animarla a que siguiera bebiendo. Vi su cabeza inclinarse hacia atrás a medida que el líquido bajaba por su garganta.
Le entregó la copa vacía a Poe.
—¿Sientes náuseas o algo así? —le preguntó él, curioso—.
Trata de no vomitar. Aunque si te desmayas ten por seguro que yo te voy a atrapar.
—No te atrevas a tocarme —zanjó Eris a la incitante promesa.
Luego pensó un momento, esperando la propia reacción de su cuerpo. Incluso pareció que Damián, Poe y Archie esperaron mucho más su respuesta.
Tras un minuto de expectativa, ella negó con la cabeza para indicar que no sentía nada. La sonrisa de Poe se extendió con satisfacción, declarando un éxito. Eso me hizo preguntarme si al beber el líquido hubo algún tipo de peligro que no había considerado. Aunque de pronto Damián salió de la sala de una forma abrupta que nadie entendió, como si ya lo que necesitaba ver hubiera terminado.
Fui tras él, desconcertada. En el pasillo lo tomé del brazo para detenerlo. En cuanto se volteó, además de su expresión molesta, otra vez sus venas estaban tensas y apretaba los dientes con una presión muy sospechosa.
No se veía como una reacción normal.
—Pero ¿qué te sucede? —le pregunté, mirándolo de arriba abajo. Su piel estaba muy fría—. ¿Te duele algo?
—Tengo que irme.
—Pero no te ves nada bien, puedes ser honesto conmigo… —No lo solté.
—Padme, no tengo paciencia justo ahora —me advirtió él, y tiró de su brazo para alejarse.
—Pero… —intenté seguirlo.
Solo que una voz por detrás de mí me detuvo:
—Padme, déjalo irse.
Era Tatiana. Alternó la vista dudosa entre Damián que se alejaba y yo ahí parada sin comprender qué demonios había pasado. ¿Era por enojarse con Eris? ¿Otra cosa? Un montón de preguntas pasaron por mi cabeza.
—Pero ¿qué le sucedió? ¿Por qué se fue así? —solté, perdida —. ¿Esto es algo que él hace a veces o qué?
—Bueno, es Damián, ni yo sé mucho sobre su vida… Aunque su aspecto también estaba raro. Las ojeras más marcadas, esa mueca de malestar… —¿Ha sido muy difícil tener una relación con él? —Tatiana me preguntó de repente. Fue muy inesperado, pero lo dejé en claro:
—No tenemos una relación.
Ella me miró en un obvio: «¿A quién quieres engañar?».
—La verdad, nunca pensé que fuera posible que Damián se acercara a alguien —confesó, pensativa—. Hemos conocido a muchas chicas de Poe, Novenas claro, pero Damián siempre ha sido diferente, incluso dentro de lo que es ser Noveno. Pero creo que es muy bueno ver que sí puede… sentir algo por alguien. —Sacudió la cabeza—. No importa, nosotras tenemos algo que hacer.
—¿Nosotras?
Se acercó a mí. Su mirada fue cálida, de apoyo. También puso una mano en mi brazo en un gesto reconfortante.
—Sé que lo que pasó con Benjamin fue difícil para ti — suspiró, suave—. Te molestó la forma en la que no pudiste evitar sus golpes, ¿cierto?
En verdad era interesante lo diferente que Tatiana se comportaba. No me hacía sentir cosas negativas. Todo lo contrario, hasta daban ganas de acercarse a ella para hablar.
Quizás podía confiar… —Sí —admití.
—Bueno, voy a enseñarles unas cuantas cosas a Eris y a ti sobre defenderse para que algo así no pase de nuevo. Poe, Damián y Archie son buenos matando, pero la mejor en defensa personal soy yo.
Pestañeé. Ella sonrió, aceptando que era algo imprevisto. Sin embargo, la idea era muy buena. Como había dicho Damián, había una Padme dentro de mí capaz de protegerse y proteger a quienes quería. Y lo sentía. Me sentía capaz. No necesitaba ir a ninguna cita médica o esconderme asustada en el baño reprimiendo el llanto. Necesitaba poder. Poder sobre mí misma.
Sobre Damián… Lo dejé a un lado por un momento. Tatiana, Eris, Archie y yo fuimos al patio, porque Poe pidió estar solo para hacer algunas llamadas. Allí, Tatiana nos enseñó en qué lugares esconder un cuchillo, cómo sacarlo rápido, qué puntos eran los más débiles en un hombre y en mujeres, de qué manera podíamos zafarnos al estar inmovilizadas, cómo podíamos improvisar un arma con lo que tuviéramos cerca.
Nos recordó qué cosas no debía decir una Novena, y nos enteramos de que en realidad los Novenos preferían acabar con sus vidas ellos mismos antes que ser asesinados.
Cuando terminó el entrenamiento, Poe nos invitó a quedarnos a comer. Casi dije que sí, porque quería seguir oliendo el delicioso aroma de la casa, pero Eris se negó muy rápido y nos obligó a irnos. Ya afuera fue que mi mente se esclareció y logré recordar que Verne comía cosas de dudosa procedencia.
Además, había algo importante que debía hacer al día siguiente: reunirme con la persona anónima que me había enviado el mensaje.
Si era una trampa, todo estaría perdido.

Damián #1 (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora